Pninei Halajá

02. Las plegarias de los patriarcas y los profetas.

En el Tanaj aprendemos que cada vez que alguno de los patriarcas o profetas precisaron de ayuda, se dirigían a Dios en su plegaria. Abraham Avinu suplicó para que Sodoma no sea destruida. Hashem le respondió que de haber en  la ciudad diez justos ésta se habría de salvar. Sin embargo, no habitaban la ciudad diez justos y esta fue destruida (Génesis 18).

Nuestro patriarca Itzjak y nuestra matriarca Rivká ansiaban concebir un niño por lo que oraron a HaShem, su pedido fue concedido y tuvieron a los gemelos Yaakov y Esav (Génesis 25). Yaakov le rezó a HaShem para que lo salve de la mano de su hermano Esav,  quien venía a enfrentarlo al mando de cuatrocientos guerreros, HaShem escuchó su pedido salvándole (Génesis 32).

Tras el pecado del becerro de oro, HaShem se enfureció con el pueblo de Israel y Moshé hubo de suplicar insistentemente  hasta que D´s reconsideró el castigo que iba a aplicar sobre Su pueblo (Éxodo 32). Cuando su hermana Miriam contrajo lepra, Moshé pidió a HaShem por ella implorando: «Ruégote, oh Dios, le devuelvas la salud» y se curó (Números 12). Aharón rezó mediante la quema de incienso, y la epidemia se detuvo (Números 17). Tras la derrota en la conquista de la ciudad de Ai, Iehoshúa se prosternó y oró.  HaShem le respondió instruyéndole cómo reparar el pecado de Aján y luego los hijos de Israel salieron victoriosos de la siguiente batalla (Josué 7). Cuando los filisteos salieron a la guerra contra Israel, Shmuel le clamó a D´s y Él le respondió favorablemente, tal que los israelitas derrotaron a los filisteos y los forzaron a rendirse (Samuel I 7). El rey David oraba con frecuencia y sus plegarias están recopiladas en el libro de los Salmos. El rey Shlomó, tras concluir la construcción del sagrado Templo de Jerusalém, pidió a HaShem que la Divina Presencia (Shejiná) siempre repose sobre éste y que todos los pedidos que desde él se formulen sean atendidos. HaShem aceptó su plegaria (Reyes I 8-9). Cuando el profeta Eliahu luchó contra los profetas del dios cananeo Baal  en el Monte Carmel, rezó pidiendo que descienda fuego del cielo y su pedido fue atendido (Reyes I 18). Asimismo cuando el profeta Elishá oró pidiéndole a HaShem que reviva al hijo de la shunamita, éste efectivamente lo hizo (Reyes II 4). De la misma forma, el rey Ezequías en su lecho de muerte oró a HaShem implorando por su vida y se curó (ídem 20).

Una de las plegarias que marcó a todas las generaciones fue la de Jana, quien por largos años fue estéril y oraba con frecuencia en el tabernáculo en Shiló, siendo la primera en dirigirse a D´s mediante el calificativo «HaShem Tzva-ot» (Señor de los Ejércitos). Finalmente su ruego fue escuchado y dio a luz un hijo que sería de adulto el profeta Shmuel (Samuel I 2)

Respecto de este último se lo ha equiparado a Moshé y Aharón. Por medio de éstos últimos se revelaba la Palabra de HaShem en el marco de la realidad sobrenatural del desierto, mientras que a través de Shmuel se manifestó la palabra de HaShem en la realidad concreta del pueblo de Israel en la Tierra de Israel. Shmuel erigió la dinastía real de la Casa de David, profetizó y formó a muchos profetas en Israel. Por su intermedio sería construido el Templo de Jerusalém.

Dado que Shmuel poseía un alma tan excelsa y elevada era difícil hacerla descender a la tierra, por lo que su  madre Jana hubo de abundar en plegarias hasta que consiguió darle a luz. Tan potente fue su ruego, que nuestros sabios, de bendita memoria, dedujeron  del mismo numerosas leyes relativas al rezo (Talmud Babilonio, Tratado de Berajot 31(A) y tal como se explicará más adelante 12:6).

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