Pninei Halajá

2 – La ratificación de la aceptación de la Torá

Cuando observamos con mayor profundidad, podremos notar que el decreto del malvado Hamán despertó al espíritu judío. Mediante el edicto de exterminio, se demostró que el Pueblo de Israel está apegado a su fe hasta la última consecuencia, ya que podían haberse asimilado entre las naciones y así salvarse de la matanza, y sin embargo no se apartaron de su destino judío. Por el contrario, en virtud del edicto, se arrepintieron, reforzando su fe y el cumplimiento de los preceptos de la Torá.

Ese momento histórico fue tan encumbrado, al punto de afirmar nuestros sabios, que en días del rey Asuero, el Pueblo de Israel volvió a aceptar la Torá. Esta segunda aceptación fue en cierta manera más notable que la primera a los pies del Monte Sinaí, pues en los días de Moisés, la Torá fue recibida de manera coercitiva, tal como está escrito (Éxodo 19:17): «y se pararon bajo la montaña», lo cual fue interpretado por los sabios del Talmud (Tratado de Shabat 88(A)): «nos enseña que el Eterno les colocó el monte encima de sus cabezas y les dijo: ‘o aceptáis la Torá o aquí será vuestra sepultura’. Dijo Rav Aja Bar Yaakov: de aquí que la aceptación podría ser considerada nula, por cuanto fue obtenida por la fuerza. Dijo Raba: a pesar de ello, la aceptación fue ratificada en los días de Asuero, tal como está escrito (Libro de Esther 9:27): ‘los judíos cumplieron con lo que ya habían aceptado decidiendo que ellos, su simiente y todos los que se le unieran continuasen observando escrupulosamente…'»

Muchos interpretaron que la imposición de la aceptación de la Torá con un monte encima que amenaza con aplastar a los judíos, se trataba de una metáfora en el sentido espiritual, por cuanto que la secuencia tan impresionante de milagros que salvó a los hijos de Israel desde las diez plagas pasando por el cruce del Mar Rojo hasta las revelaciones de Sinaí, no permitía o no dejaba la posibilidad de declinar el ofrecimiento Divino. De todas maneras, quedaba en pie la pregunta, de si una vez que el Pueblo de Israel se alejase de los eventos y las maravillas del desierto, seguirían apegados a D´s y Su Torá. Efectivamente este apego conoció altos y bajos, hasta que llegaron los días de Purim, en los que quedó totalmente claro que el vínculo del judío con su fe y con su Torá es absoluto. El edicto dejaba a las claras, que el apego a sus convicciones, habría de costarles a los israelitas el más alto de los precios, y sin embargo libres de toda presión o imposición, eligieron mantenerse adheridos a su fe, arrepentirse y clamar a D´s. No solamente volvieron a cumplir con los seiscientos trece preceptos, sino que tras la salvación, agregaron nuevos preceptos y ordenanzas, las leyes de Purim.

En virtud de esta actitud, tuvimos el privilegio de merecer la construcción de nuestro Santuario en Jerusalém, y se abrieron las compuertas del desarrollo de la Torá Oral, que fue la principal obra espiritual en los días del Segundo Templo.

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