Los sabios decretaron que los hijos de Israel no comieran pan, comidas o vino elaborados por gentiles. Esta medida fue instaurada como cerca protectora para evitar la asimilación. Sin embargo, estamos preceptuados de amar a todo ser humano sin distinción de raza o religión, tal como lo hacía nuestro patriarca Abraham que mantenía su tienda abierta a todos los viajeros. Y esta es la vocación del pueblo de Israel, traer la bendición a todos los pueblos, tal como le fuera dicho a nuestro patriarca Abraham (Bereshit-Génesis 12:2-3): “Y te haré un pueblo grande, te bendeciré, engrandeceré tu nombre y serás bendición… y serán bendecidas por tu causa todas las familias de la tierra”. Asimismo, a nuestro patriarca Ytzjak le fue dicho (ídem 26:4): “Y serán bendecidas por tu descendencia todas las naciones de la tierra”. Igualmente le fue dicho a nuestro patriarca Ya’akov (ídem 28:14): “Y serán bendecidas todas las familias de la tierra por tu causa y por la de tu descendencia”.
Tal como escribiera nuestro maestro el Rav Kuk, el amor a la humanidad “debe extenderse a todos los seres humanos a pesar de las diferencias de ideas, religiones o creencias y a pesar de todas las divisiones entre las distintas razas y los diferentes climas”. “El amor por las criaturas debe anidar vivamente en el corazón y en el alma, el amor a cada ser humano individual y a las naciones todas… pues el punto de vida, de luz y de santidad jamás se aparta de la imagen Divina que le fuera otorgada al hombre en su totalidad, y a cada nación, cada una conforme su valor”. El odio debe ser dirigido únicamente hacia la maldad que une a los pueblos e impulsa a los pérfidos a perpetrar actos de iniquidad y corrupción (Midot HaReaiá, Ahavá, incisos 5 y 6).
Sin embargo, para que el pueblo de Israel pueda traer la bendición a todos los seres humanos, debe apegarse a la Torá y a los preceptos, erigir un reino de sacerdotes y una nación sagrada, y revelar el valor sagrado de cada ámbito y cada cosa que se encuentra en el universo, para que la luz Divina y Su bendición se difundan a todas las dimensiones de la vida israelita, y en virtud de ello se expandan la inspiración y la bendición a todos los pueblos.
Para ello, el pueblo de Israel precisa preservar su singularidad y establecer un cerco protector que evite que sus hijos se asimilen entre las naciones y olviden su destino singular. Dado que los alimentos acercan a los corazones, nuestros sabios establecieron decretos destinados a diferenciar a los judíos de los gentiles, para que los hijos de Israel no ingieran alimentos tales como vino, pan y platillos cocinados elaborados por no judíos, aunque estén hechos a base de productos kasher.
De igual manera, nuestro rabino y maestro el Rav Tzví Yehudá Kuk repetía y recalcaba que “la diferenciación no implica separación”, y agregaba, que cuando esta afirmación se publicite llegará la redención al mundo, pues esta comprensión permite revelar la singularidad de cada ser humano y cada nación de un modo moral, sin afectar la dignidad de otros pueblos ni deteriorar las buenas relaciones que deben preponderar entre todos los hombres.
A veces, no resulta posible conformarse con una diferenciación digna entre el pueblo de Israel y las naciones, porque cuando etnias y grupos humanos se ven arrastrados tras la iniquidad y eligen el mal, resulta necesario denunciarlos, alejarse y separarse de ellos y de su perversidad. A los efectos de proteger al pueblo de Israel de su influencia, nuestros sabios establecieron un grave decreto prohibitorio sobre el vino que fue tocado por un idólatra, vedando así que se obtenga deleite o beneficio de este.
Resulta que todas las medidas destinadas a alejarnos de la comida elaborada por gentiles persiguen dos objetivos: generar un ámbito diferenciado particular para el pueblo de Israel y alejarlo de aquellas culturas en las cuales predomina la maldad.
Este fundamento está explicado en la Torá en referencia a todas las prohibiciones relativas a alimentos, las cuales están destinadas a diferenciar al pueblo de Israel y a santificarlo, tal como fue dicho (Vaikrá-Levítico 20:24-26): “Empero les dije a vosotros: poseeréis su tierra, y Yo os la daré para poseerla, una tierra que fluye leche y miel. Yo soy HaShem vuestro D’s, que os he distinguido a vosotros de entre los pueblos. Habréis de distinguir entre el animal impuro y el puro, y entre el ave pura e impura. Y no haréis impuras vuestras almas con los animales y con las aves, y con todo lo que repta sobre la tierra, lo que Yo he hecho distinguir para vosotros, para declarar impuro. Seréis para Mí consagrados, ya que santo soy Yo HaShem, y os distinguí a vosotros de entre los pueblos, para que seáis para Mí”. Asimismo, aprendimos que el hecho de que Israel consuma de los alimentos de los gentiles puede generar asimilación e idolatría, tal como fue dicho (Shemot-Exodo 34:15-16): “No sea que conciertes pacto con el habitante de la tierra y que ellos (los israelitas) se prostituyan en pos de sus dioses y sacrifiquen para sus dioses y que te llame a ti y comas de su sacrificio. Y que tomes de entre sus hijas esposas para tus hijos y que se prostituyan sus hijas en pos de sus dioses y que prostituyan a tus hijos en pos de sus dioses”.