Cuando los combatientes de la guerra contra los midianitas regresaron con un copioso botín, el cual incluía utensilios y enseres de cocina de distintos metales, El’azar HaCohen les ordenó que los kasherizaran de los alimentos impuros que los midianitas habían comido en ellos, tal como fue dicho (Bemidbar-Números 31:21-23): “Dijo El’azar, el sacerdote, a los hombres del ejército que venían de la batalla: ‘Este es el decreto de la Torá que ha ordenado HaShem a Moshé. El oro y la plata, el cobre, el hierro, el estaño y el plomo, todo objeto que se usa en el fuego lo habréis de pasar por fuego y quedará puro, pero habrá de ser purificado con agua de purificación de la mujer nidá; y todo lo que no se use en el agua lo habréis pasar por el agua’”.
De aquí aprendieron nuestros sabios que la kasherización de los utensilios se lleva a cabo de la misma forma como absorbieron el sabor prohibido, según el principio que reza que «tal como se absorbe, se expele», por lo que utensilios como brochetas y asaderas o moldes para hornear que fueron utilizados con fuego deben ser kasherizados por medio de su exposición al fuego, al tiempo que utensilios que fueron utilizados para cocinar se kasherizan por medio de su inmersión en agua hirviendo.
Utensilios que fueron utilizados en frio se kasherizan por medio de su lavado con agua (Tratado de Avodá Zará 75(B)). De esto resulta que hay tres tipos de kasherización: exposición a un calor intenso (libún), inmersión en agua hirviendo (hag’alá) y lavado (hadajá) (ver arriba 31:1, allí aprendimos que para kasherizar un utensilio que fue propiedad de un gentil es también preciso sumergirlo posteriormente en la mikve).
Explicaremos más. Un utensilio que fue utilizado para alimentos que no eran calientes, dado que sus restos se pegaron a este débilmente, es posible retirarlos por medio de un lavado con agua fría, y a eso lo denominamos en hebreo hadajá. Pero si el utensilio fue empleado para cocinar, los sabores del alimento cocido se pegaron y fueron absorbidos y solamente podrán ser expelidos por medio de agua hirviendo, a eso en hebreo lo denominamos hag’ala. En cambio, si el uso del utensilio fue directamente en contacto con el fuego, por ejemplo, en el caso de las brochetas o las asaderas, dado que no hay allí líquidos que puedan suavizar la adhesión de los alimentos a las paredes, los sabores resultan fuertemente absorbidos, y por ello el agua hirviendo no alcanza para expelerlos resultando necesario kasherizarlos tal como absorbieron el sabor prohibido, por medio de la lumbre, esto es, exponiéndolos al fuego.
Tal como parece, cuando los sabios se refirieron a los sabores absorbidos en el utensilio se referían también a aquellos que se adhirieron fuertemente a las paredes de este a través de la cocción, al grado que se los considera embebidos en su interior. Esto es así, en virtud de que en el pasado no había cañería de agua que llevase al líquido elemento a cada hogar y aun no se había encontrado la tecnología necesaria para producir en gran escala un jabón capaz de eliminar eficientemente la grasa y la suciedad de los enseres de cocina, los cuales poseían además superficies rugosas, de modo tal que de no mediar una inmersión del objeto en agua hirviendo que disolviera la grasa que se había pegado al utensilio, por lo general, los restos de los alimentos cocidos en las ollas solían quedar sobre estas. De esto resulta que la instrucción de kasherizar los utensilios de metal tal como absorbieron el alimento prohibido se remite también a los sabores que se adhirieron a las paredes del recipiente. Y si bien después de la inmersión en agua hirviendo (hag’alá) es probable que hayan quedado aun algunos restos del alimento anterior, dado que el recipiente fue hervido tal como lo indica la Torá, y dado que este procedimiento le quitó la mayor parte de los sabores que se adhirieron al utensilio al grado de que estos resultan imperceptibles, se los considera como anulados y ya no recae sobre éstos prohibición alguna.