La raíz de los preceptos de pureza e impureza tiene su origen en lo recóndito de lo Superior, en la idea de lo Divino que trasciende nuestra comprensión, y por ello, jamás podremos comprenderlos en su cabal significación. Sin embargo, sabemos que HaShem nos otorgó la totalidad de los preceptos para santificarnos e incrementar en nosotros el bien y la bendición, tal como fue dicho (Devarim-Deuteronomio 6:24): “HaShem nos ha ordenado cumplir todos estos fueros: para venerar a HaShem nuestro D’s, para nuestro bien, durante todos los días, para mantenernos con vida, como este día de hoy”. Si bien no podemos saber por qué HaShem nos concedió los preceptos, su influencia bendita sobre nosotros resulta perceptible, y en virtud de ello, podemos captar en estos sus motivos y significados.
En términos generales, la pureza está vinculada a la vida y la impureza a la muerte. Como contraparte, en la medida que la vida se manifiesta de un modo más desarrollado, su pérdida implica una mayor dosis de muerte, y por ende, una impureza de mayor gravedad (Cuzarí 2:60-62). Por lo tanto, al fallecer el ser humano, que es aquel en el cual se manifiesta la vida en su forma más sofisticada, su impureza resulta ser la más grave de todas, y es “el padre de toda impureza” (aví avot hatum’á). Un grado menos grave es el de la impureza de los animales muertos o los reptiles, que se denomina “padre de impureza” (av hatum’á). El mundo vegetal se encuentra en un escalón de vida menos desarrollado, y por ello, no hay impureza en una planta que se marchita y muere, pero las frutas y las verduras, así como también los utensilios y las vestimentas elaborados a partir de una materia prima vegetal pueden impurificarse. El mundo mineral o inanimado tiene un grado de vida menos desarrollado, por ello, como regla general, no se impurifica, pero en caso de que este material sea elaborado, procesado y se produzca con él utensilios de loza y hierro, puede impurificarse.
El útero es la fuente de la vida y la pureza de todos los seres humanos, y como contraparte, es también una fuente de impureza. La impureza de la nidá tiene lugar cuando el óvulo que tenía que desarrollarse en un embrión no es fecundado, por lo que se pierde, muere, y sale del cuerpo por medio del flujo menstrual junto a la mucosa que debía ayudar a generar vida.
Existe otra impureza y es aquella que sobreviene a raíz de un nacimiento. Siete días para la parturienta que da a luz un varón y dos semanas para la que tiene una beba, e incluso esta impureza expresa también la pérdida de vitalidad que tuvo lugar en el útero de la mujer en cuestión. Si bien el parto es una bendición y reporta alegría, en la práctica, la parturienta atraviesa por una crisis cuya manifestación espiritual es la impureza que esta adquiere, tal como se explicará más adelante (9:8). O sea, a la vez que tiene lugar un nacimiento que significa una nueva vida, se generan dificultades que es preciso enfrentar, y por medio de este precepto, aprendemos a enfocarnos en la carencia que está implícita en la impureza y a purificarnos.