La caída que experimentó el mundo a raíz del pecado perjudicó también la capacidad de los integrantes de la pareja de expresar su amor ilimitadamente y preservar su vitalidad, para evitar que este mengüe y finalmente se extinga. Por ello, las parejas que se divorcian o se mantienen juntas, pero sin amor son tan numerosas. La sangre de la nidá es la expresión física de la crisis y la tristeza que vienen asociadas a la vida y al amor, y en última instancia, a la muerte. Por medio de la observancia de las halajot de nidá, la tristeza y la carencia que acompañan nuestras vidas reciben su justo lugar y aprendemos a lidiar con ellas, y de esa forma, generamos un lugar para que el amor crezca y se desarrolle gradualmente.
En este sentido, Rabí Meir explicaba algo similar (Tratado de Nidá 31(B)): “¿Por qué la Torá estableció que el estatus de nidá dura siete días? Porque cuando el hombre se acostumbra a su mujer, se hastía. Dijo la Torá: Que esté impura durante siete días para que sea agradable ante su marido como en el momento en que entró al palio nupcial”. Durante los días de la impureza de nidá, está prohibido que marido y mujer se toquen, y la prohibición incluye los abrazos y el contacto a través de la vestimenta. Ello representa un gran desafío, pues el sufrimiento producto de la separación es grande, cada día la añoranza se intensifica más y los cónyuges se afligen en virtud de un amor que no puede ser consumado físicamente. Sin embargo, simultáneamente, su amor se refina y la expectativa por el reencuentro se va intensificando hasta la noche de la inmersión ritual que es cuando logran unirse en amor y con una alegría que trasciende todo límite.
Además, junto con la nostalgia que renueva el amor, durante los días de la separación los cónyuges pueden reconocer todas las bondades que reciben uno del otro durante los días de pureza, no asumirlas como obvias y no conducirse como personas desagradecidas. En virtud de ello, serán más atentos y generosos entre sí.
Creo que toda persona honesta admitirá que lapsos determinados de separación son el mejor mecanismo para mantener ardiente el fuego del amor conyugal. A pesar de ello, de no mediar el mandato de la Torá, el ser humano carece de la fuerza necesaria para cumplir con esta misión tan difícil.
Así, mes tras mes los días de la separación refinan, fortifican y empoderan el amor de la pareja, hasta que ambos dos llegan juntos a una edad madura en la cual los períodos menstruales llegan a su fin, su amor se torna más profundo en lo espiritual y más comprometido en lo moral, y juntamente con la disminución del deseo corporal ya no precisan en tal medida de la impureza de la nidá para potenciar su relación. No obstante, a la vez, ya no nacerá una nueva vida a partir de ellos, y es a partir de la vida que ya trajeron al mundo que los abuelos y las abuelas podrán seguir mejorando y acompañando la vida que se ve continuada por sus hijos e hijas, sus nietos y nietas. Asimismo, en el caso de las parejas que no pudieron tener hijos, mientras son jóvenes su influencia espiritual benevolente se refina y potencia a través del ciclo de la prohibición y la autorización del contacto, y una vez que este efecto está suficientemente afianzado, pueden continuar influyendo bien y bendición sin necesidad de guardar días de separación (tal como se explica en Pninei Halajá – La alegría del hogar y su bendición 8:5-8).
En el futuro por venir, al arribar el tiempo de la reparación final (gmar hatikún), cuando aprendamos a ascender de nivel en nivel y sepamos descubrir en la Torá y en nuestra alma una infinidad de significados nuevos, la vida se potenciará y ya no habrá necesidad de experimentar crisis como medio para elevarnos, y se retirarán de nosotros la maldición de la muerte y su impureza. Algo similar a esto ocurre durante los días del embarazo y el amamantamiento, en los que, por el mérito de la vigorización de la vida generada por la pareja, también su amor adquiere un significado profundo que se intensifica sin que medie la separación.