El documento nupcial (ketuvá) que establecieron nuestros sabios tiene por objetivo asegurar los derechos de la novia, y en su centro se encuentra la suma de dinero que esta habrá de recibir en caso de que el matrimonio llegue a su fin, ya sea a raíz de un divorcio o del fallecimiento del marido.
En lo que respecta al monto de la ketuvá, nuestros sabios establecieron que quien desposare una mujer virgen, dado que tiene el privilegio de saber que es el único hombre en su vida, deberá comprometerse cuanto menos a doscientos zuz. Quien desposare una novia no virgen, deberá comprometerse cuanto menos a cien zuz (Tratado de Ketuvot 10(B)).
En el pasado, si tras la cópula preceptiva no salía sangre, resultaba que la novia no era virgen y el novio podía argüir que, dado que la desposó bajo la suposición de que era virgen, era preciso dejar los esponsales sin efecto o reducir el monto fijado en la ketuvá. Pero en la actualidad, cuando no se encuentra señal de sangre tras la cópula preceptiva, no cabe realizar semejante afirmación, ya que, dado que la novia es mayor de edad (dieciocho), a veces de modo natural el himen se tensa solo, generándose así una rotura, por lo que en la primera unión no se perciben señales de sangrado.
Cuanto mayor sea la novia, mayor es la probabilidad que en la primera cópula no se vea rastros de sangre, y en caso de que la novia soliese usar tampones durante sus períodos menstruales, lo más probable es que estos hayan tensado al himen, por lo que no verá sangre en su primera unión.
A pesar de que debido al retraso en la edad promedio de las novias al casarse el himen suele tensarse previo al enlace y no se rompe durante la cópula preceptiva, la virtud de la primera unión sigue en pie, ya que por su intermedio los novios establecen entre sí un pacto eterno.