Cuando la mujer que está por dar a luz ve sangre, y por ende queda impura, y resulta necesario sostenerla para que suba a la ambulancia o para que llegue al hospital, si hay en el lugar una mujer que pudiera ayudarla, que la parturienta se asista con ella. Pero si no hubiere una mujer presente, en caso de apremio, el marido podrá ayudar a su esposa ya que según la opinión mayoritaria de los juristas un contacto físico que no tiene por objetivo obtener placer ni es motivado por el deseo no está prohibido por la Torá sino únicamente por prescripción rabínica, por lo que en caso de apremio y en beneficio del paciente estará permitido (ver arriba 3:8).
Luego de que la parturienta se impurificó, el marido tiene prohibido ver los sitios cubiertos de su cuerpo (ver arriba 3:3). Por lo tanto, es correcto tener el recaudo de que hasta el comienzo del parto, la parturienta esté cubierta y el marido esté parado o sentado a la altura de su cabeza, de modo que cuando revisen a la señora los sitios cubiertos de su cuerpo no queden expuestos a la vista del marido. Y en el mismo momento del parto, cuando ya no resulta posible cubrir las partes cubiertas del cuerpo que suelen estar tapadas, quienes adoptan la actitud estricta tienden a salir de la habitación o pasar al otro lado de la cortina para evitar mirar las partes cubiertas de su señora. Y hay quienes permanecen junto a la parturienta teniendo el recaudo de pararse de tal manera de ver el rostro de su mujer y no las partes cubiertas.
En el pasado, los partos se llevaban a cabo en el hogar y las parteras asistían a la parturienta junto a las mujeres de la familia. Los hombres, incluido el esposo, no se encontraban cercanos a ella, de modo tal que no surgió la pregunta de si el marido podía o no asistir a su esposa durante el alumbramiento. Sin embargo, en las últimas generaciones el parto se trasladó a los sanatorios, aun así, en la mayoría de las familias tradicionales era aceptado que la madre o la hermana eran quienes acompañaban a la parturienta y la asistían en la sala de partos, al tiempo que el marido permanecía afuera.
A medida que cambiaron los hábitos de vida y las parejas jóvenes comenzaron a llevar un estilo de vida más independiente, lejos de los hogares de origen, de las madres o de las hermanas, en numerosas ocasiones es el marido quien se ha convertido en el acompañante principal o único de su mujer al dar a luz. Por lo tanto, hay quienes entienden que, durante las contracciones dolorosas y el parto, cuando la parturienta lo precisa en gran manera, el marido tiene permitido tomar su mano y asistirla. Ello se debe a que la prohibición de tener contacto físico fuera de un contexto de deseo es únicamente de prescripción rabínica, y en caso de apremio es posible adoptar una actitud flexible en beneficio del paciente.
No obstante, según la opinión de muchos juristas, dado que no es indispensable que sea justamente el marido quien asista a su mujer, no cabe adoptar una actitud flexible en esta cuestión. Y si bien quienes desean proceder según la opinión más flexible tienen en quien respaldarse, corresponde adoptar la actitud estricta. Y solo en caso de que la parturienta ingrese en un estado de angustia intensa y exija que justamente su marido sea quien sostenga su mano y la asista -cabrá adoptar la actitud flexible.