01 – La purificación en las aguas

Es un precepto de la Torá que todas las cuestiones vinculadas a la santidad en la labor del Templo de Jerusalém, así como todo contacto con la carne de los sacrificios, la jalá, los frutos de las ofrendas (terumot), los del segundo diezmo (ma’aser shení) y la ingestión de dichos alimentos, sean únicamente efectuados por personas en estado de pureza.

Tal como ya aprendimos (ver arriba 1:2), la impureza está vinculada a la muerte, por lo que la más grave de todas es la de un cuerpo muerto, a la que se la denomina: “padre de los padres”, es decir, “el principio de toda impureza” (aví avot hatum’á).

Una impureza más leve es la producida por las secreciones que podían haber traído vida al mundo, pero resultaron malogradas, como en el caso de la impureza menstrual, la de una eyaculación seminal, o las secreciones que expresan un daño en el sistema encargado de traer vida al mundo, como en los casos del zav y la zavá.

El orden del proceso de la purificación es acorde con la gravedad de la impureza: quien se impurifica de un muerto precisa esperar siete días, y en el tercero y el séptimo precisa que se le asperje del agua que contiene ceniza de la vaca roja, y en ese séptimo día realizará una inmersión ritual al final de la cual la persona en cuestión estará pura. El zav y la zavá precisan guardar siete días limpios y posteriormente realizar una inmersión ritual sin necesidad de que se asperje sobre ellos agua con ceniza de la vaca roja. Un hombre o una mujer que se impurifican a raíz de una eyaculación seminal, así como quienes tocan el cadáver de un animal doméstico, salvaje o un reptil quedan impuros hasta el final del día y se purifican por medio de una inmersión ritual.

Las leyes de la purificación son muy numerosas y ocupan uno de los seis órdenes de la Mishná (Taharot), no obstante, sobre todas las personas impuras rige una regla general y es la de que su proceso de su purificación no llega a su compleción si no está de por medio una inmersión ritual en agua.

En cuanto al motivo por el cual la purificación tiene lugar con agua puede decirse que la aparición del líquido elemento en la creación antecedió a la de la vida, tal como fue dicho (Bereshit-Génesis 1:1-2): “En el comienzo creó Elokim los cielos y la tierra. Empero, la tierra estaba informe y desordenada, las tinieblas sobre la faz del abismo y el viento de Elokim soplaba por sobre las aguas”.

En el primer día D’s creó la luz para por su intermedio darle al mundo una dirección ya que aún se encontraba colmado de agua y rodeado por esta. En el segundo día (ídem 6-7) leemos: “Dijo Elokim: Haya firmamento en medio de las aguas para que separe entre aguas y aguas. Hizo Elokim el firmamento y separó entre las aguas que había debajo del firmamento y entre las aguas que había por encima del firmamento. Y fue así”.

Aun entonces la tierra estaba toda cubierta por agua. El tercer día leemos: “Dijo Elokim: Que se reúnan las aguas que están debajo de los cielos en un solo lugar y que aparezca la tierra seca. Y fue así. Llamó Elokim a lo seco: Tierra y a la reunión de las aguas llamó: Mares. Y vio Elokim que era bueno” (ídem 9-10).

Resulta que el agua es el fundamento a partir del cual comenzó la vida en el mundo, y el impuro, aquel que se alejó de la raíz de la vida, si vuelve a sumergirse por completo en las aguas, en virtud de ello retorna a la raíz de su vitalidad. Por lo tanto, es como si fuese creado de nuevo y se purifica (por más al respecto, ver arriba 1:11-12).

Luego de que se destruyera el Templo y el pueblo de Israel fuera exiliado de su tierra quedó sin efecto la pureza ritual en el pueblo de Israel, sin embargo, aún nos quedó una pureza importante y consagrada que es la purificación por la impureza de la nidá, ya que esta no está asociada únicamente al ingreso al recinto del Santuario ni a la ingesta de alimentos puros sino a la cercanía entre los cónyuges.

En efecto, en la relación conyugal consagrada entre marido y mujer subsistió la síntesis de la pureza y la santidad del pueblo de Israel, y tal como dijera Rabí Akiva respecto de un hombre y una mujer que tuvieron el mérito y el privilegio de vivir juntos con fidelidad, «que la Divina Presencia (Shejiná) reposa entre ellos» (Tratado de Sotá 17(A)), pues la raíz del amor, la vida y la unión entre marido y mujer se encuentra en el Kodesh HaKodashim (Santo Sanctórum) (ver arriba 1:9-10, Pninei Halajá, La alegría del hogar y su bendición 1:5-7).

En virtud de la gran importancia de la santidad del pueblo de Israel y a raíz del hecho de que la mikve sirve regularmente a un gran público femenino, se acostumbra a priori a proceder con excelencia en lo relativo a las leyes referentes a la mikve, y cuando ello resulta posible, se adopta la actitud estricta y se la construye de un modo tal que sea apta o kasher también de acuerdo con las opiniones minoritarias que no fueron sancionadas como ley (Tashbetz 1:17, Da’at Cohen 116).

No obstante, en caso de que la adopción de una exigencia extra (más estricta) pudiera causar dificultades a la hora de la construcción, no corresponde ser estrictos. Cuánto más aun que no se deben adoptar medidas estrictas nuevas que pudieran de alguna manera desprestigiar a las mujeres que realizaron sus inmersiones rituales en el pasado (Morenu Rabí Yosef de Colonia 56, Da’at Cohen 117:125).

En virtud de la gran importancia que tiene la mikve, toda comunidad debe construir una (Ramá Joshen Mishpat 163:3). Asimismo, es preceptivo construirla de modo tal que sea sumamente bonita, limpia y agradable (Jidushei Rabí Akiva Eiguer 39).

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