Durante los años fértiles de la mujer, cada mes, al ovular, sale un óvulo de una de las trompas de Falopio en dirección al útero, y mientras tanto, la mucosa que se encuentra sobre la pared uterina se ve engrosada a los efectos de poder captar al óvulo y ayudarle en su desarrollo. Si el óvulo es fecundado por el esperma, este se desarrollará y se transformará en un embrión, y en caso de que ello no ocurra, tras catorce días desde la ovulación, la mucosa que recubre el útero se desprenderá y fluirá hacia afuera bajo la forma de sangre menstrual. Este es el período menstrual. La Torá estableció que la sangre de la menstruación impurifica a la mujer con la impureza de la nidá durante siete días, tras los cuales podrá realizar una inmersión y purificarse. Tal como fue dicho (Vaikrá-Levítico 15:19): “Y una mujer cuando tuviere flujo -sangre será su flujo en su carne- siete días permanecerá en su alejamiento” (“alejamiento=nidatá” – de aquí la acepción de ‘Nidá’ N. de E.).
Rara vez ocurre que se desarrolla una enfermedad que causa la pérdida de sangre además de la del flujo menstrual, y por lo tanto, si tras pasados siete días desde el avistamiento del flujo menstrual, en un período de once días hay un flujo de sangre durante tres días consecutivos, esta mujer se habrá impurificado con la impureza de zavá. Para purificarse de ella, deberá contar siete días limpios, y solo después de ello podrá realizar una inmersión y purificarse. Tal como fue dicho (ídem 15:25-28): “Y una mujer, cuando tuviere flujo -el flujo de su sangre- durante muchos días, fuera de su período, o si tuviere flujo prolongándose su período, todos los días del flujo de su impureza, cual días de su alejamiento será impura… Y cuando cesare su flujo, habrá de contar siete días y después será considerada pura”. Cuando el Templo de Jerusalém estaba en pie, una vez que este estado había terminado, la mujer debía incluso ofrendar un sacrificio, tal como fue dicho (ídem 15:29-30): “Y en el día octavo tomará dos tórtolas o dos palominos… y ofrecerá el cohen a uno como jatat y al otro como holocausto, y el cohen expiará por ella ante HaShem, por el flujo de su impureza”.
Esta impureza encierra dos aspectos: el primero, durante todo el período de impureza está prohibido mantener relaciones sexuales y tener cercanía, tal como fue dicho (ídem 18:19): “Y a una mujer en la impureza de su menstruación, no te acercarás para descubrir su desnudez”. El segundo tiene que ver con las leyes del Santuario y sus ofrendas sacras, pues quien padece de este estado de impureza tiene prohibido ingresar al Monte del Templo y comer de la carne de los sacrificios. Asimismo, a lo largo y ancho de todo el país, es preceptivo que tanto los miembros de las familias de los cohanim como así también sus hijas coman de las ofrendas (terumot) e ingieran la jalá que reciben del pueblo de Israel en estado de pureza, y tienen prohibido hacerlo estando impuros, y de igual forma, los israelitas que separaron estos obsequios (las terumot y la jalá) deben tener el recaudo de no impurificarlos. Desde la destrucción del Templo de Jerusalém y la salida al exilio quedó sin efecto la posibilidad de purificarse de la impureza del muerto (tumat met) por medio del uso de ceniza de la vaca roja, y por lo tanto, los cohanim no tienen permitido comer ni de la ofrenda ni de la jalá. Y solamente en el seno de los hogares judíos, la santidad del Templo se revela en el marco del amor entre los cónyuges, y las leyes de pureza e impureza recaen sobre las relaciones maritales y sobre la cercanía entre los miembros de la pareja, para orientar, elevar y consagrar su amor.