El precepto de la inmersión ritual se cumple justamente por medio del agua, y ello encierra ideas muy profundas. El agua es el fundamento de la vida en el mundo, y por su intermedio HaShem les otorga vida a todos los seres. Por ello, nuestros sabios ensalzaron tan marcadamente la importancia de un día de lluvias, en el cual HaShem le brinda vida al mundo, y dijeron que se asemeja al día en el cual fueron creados los cielos y la tierra, al día en el que fue entregada la Torá, y tiene algo de semejanza con la resurrección de los muertos (Tratado de Ta’anit 7(A)). Lo que tienen de singular tanto el agua como las lluvias es que expresan la benevolencia Divina que emana hacia todos por igual, tal como fue dicho (Tehilim-Salmos 145:16): “Tú abres Tu mano, y satisfaces el deseo de todo ser viviente”, “Él da alimento a toda carne pues Su benevolencia es eterna” (ídem 136:25). A los árboles frutales y a los que no dan fruto, a las flores y a las espinas, a la flora y a la fauna, a las ovejas devoradas y a los lobos devoradores, a las bestias y al ser humano, a los justos y a los malvados, pues a todos los creó HaShem y todos son valiosos. Por ello, en la sabiduría de la Kabalá el agua expresa la cualidad de la benevolencia Divina (Zohar I 24b, III Raaia Meheimna 255:1, Metzudat David al Radbaz 455).
Resulta que, en la inmersión ritual, el individuo se fusiona en la benevolencia Divina que es aquella que les otorga la vida a todos los seres vivos, y en virtud de esa conexión, la impureza, la carencia y la muerte que se apegaron a él se retiran por completo por lo que se purifica, y la vida en su interior se ve potenciada y es como si volviera a nacer.
Dado que la benevolencia (o la generosidad – jesed) es el fundamento de todo, en el orden de la creación del mundo la aparición del agua antecedió también a la de los cielos y la tierra, tal como fue dicho (Bereshit-Génesis 1:1-2, ver adelante 10:1): “Y el viento de Elokim soplaba por sobre las aguas”. Respecto de esto, nuestros sabios dijeron (Avot DeRabí Natán 4): “En un inicio el mundo no se creó sino a partir de la benevolencia (jesed)”, tal como fue dicho (Tehilim-Salmos 89:3): “El mundo será construido con benevolencia (jesed)”. El origen del pueblo de Israel radica en la cualidad de la benevolencia, de aquí la virtud singular de nuestro primer patriarca, Abraham, que la detentaba, ya que abría su tienda generosamente en las cuatro direcciones para poder recibir a todos los viajantes sin diferencia de raza o religión (ver Tratado de Baba Metzía 86(B), Zohar I 102a y 102b). Resulta entonces que por medio de la inmersión ritual el individuo se conecta con las fuentes de la creación y del pueblo de Israel, con la idea de la benevolencia que pone de manifiesto el fundamento y el significado de la creación, y por ello su vida se renueva. La inmersión debe tener lugar en un agua que fue reunida o acumulada en el suelo y se encuentra en su estado natural, primigenio, para de esa forma expresar el retorno a la benevolencia -que es el fundamento primero de la vida- de quien en ella se sumerge (tal como se explicará más adelante 10:1-2).
El agua de la mikvé es también una expresión de unidad, ya que las diferentes gotas de agua se reúnen sin que haya entre éstas conexión alguna salvo el hecho de que se encuentran juntas. Resulta entonces que quien se sumerge se conecta con la raíz de la unidad, pues el fundamento de la fe es que HaShem es Uno y creó a todas las creaturas, y el pecado se origina en que los creados están separados tanto entre sí como de su origen, y el objetivo de la Torá y de los preceptos es reparar esta escisión. Respecto de la desunión existente entre el hombre y su prójimo, Rabí Akiva dijo que el precepto de “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” es la regla principal de la Torá, y respecto del distanciamiento existente entre el hombre y su Creador, Ben Azai dijo que la regla esencial de la Torá es que el ser humano fue creado a la imagen de D’s (betzelem Elokim) (Talmud Jerosolimitano Tratado de Nedarim 9:4). Resulta entonces que el hombre que se impurifica por causa de las defecciones existentes en el mundo se sumerge en el agua que expresa la unidad, y vuelve a conectarse con la raíz de la fe y el amor.
El agua pone de manifiesto a la Torá, tal como dijeran nuestros sabios (Tratado de Ta’anit 7(A)) en cuanto a que la Torá se asemeja al agua, tal como fue dicho (Yshaiahu-Isaías 55:1): “Oh, todos los sedientos, ¡id hacia el agua!”, pues toda la Torá se inicia con un acto de benevolencia y termina con un acto de benevolencia (Tratado de Sotá 14(A)), agregando vida y bendición. El agua también alude al conocimiento (Da’at), tal como lo insinúa el profeta (Yshaiahu-Isaías 11:9): “No harán el mal y no dañarán en toda la montaña de Mi Santuario; ya que estará colmada la tierra del conocimiento de HaShem, como las aguas del mar que al lecho recubren”.