04 – La sangre y la mancha

La sangre impura que sale del útero impurifica a la mujer según la Torá, con la condición de que al fluir hacia afuera sea sentida por ella (hargashá) como un flujo menstrual. Pero en caso de que saliere sin ser sentida, aunque se tuviere la certeza de que proviene del útero, y por más que su color se asemejare al de la sangre impura, no impurificará. Tal como fue dicho (Vaikrá-Levítico 15:19): “Y una mujer cuando tuviere flujo -sangre será su flujo en su carne. Nuestros sabios explicaron: “en su carne: hasta que la sienta en su carne” (Tratado de Nidá 57(B)). Esta norma fue dicha para la mujer nidá y para la zavá por igual (Rambám Hiljot Isurei Biá 9:1).

Cabe explicar que la impureza se genera a partir de la sangre que sale del útero en un proceso que implica la pérdida de vitalidad, y una suerte de muerte. Pues si la sangre saliere en el marco del período menstrual (nidá), resultará que un óvulo que pudo haberse desarrollado como embrión se perdió, y en caso de que lo hiciere en el marco de la zivá, resultará que se generó un problema en el proceso de la generación del óvulo y su posterior absorción en el útero. Y la naturaleza del cuerpo hace que el flujo hacia afuera de una sangre que implica la pérdida de vitalidad sea sentido al salir, y por ello el flujo que sale sin serlo, no impurifica.

Sin embargo, nuestros sabios decretaron también la impureza de una mancha que saliere del útero sin ser percibida, si es que cumple con las siguientes tres condiciones: a) Que tenga un diámetro de más de dos centímetros. b) Que tenga un trasfondo blanco. c) Que esté sobre algo que puede adquirir impureza. Sin embargo, si la mancha no tuviere un diámetro superior a los dos centímetros, o no se encontrare sobre un trasfondo blanco o no estuviere sobre algo que puede adquirir impureza, no impurificará.

Esto se debe a que cuando en el pueblo de Israel se acostumbraba a preservar la pureza, la sangre que salía del útero sin ser percibida, si bien no tornaba a la mujer en prohibida para su marido, de por sí dicha sangre era impura e impurificaba a aquellos objetos puros con los que tenía contacto. Por lo tanto, nuestros sabios decretaron que todo aquello que impurifique objetos puros, impurifique también a la mujer, y por ende quede prohibida, con la condición de que se cumplan las tres condiciones antes mencionadas. Dijeron, además, que cada vez que surja una duda en lo referente a la normativa de las manchas, se adopte la actitud flexible, tal como lo manifestara Rabí Akiva (Mishná Tratado de Nidá 58(B)): “Los sabios no lo dijeron para adoptar una actitud más estricta sino una más flexible”.

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