01- El motivo de la separación de la jalá del pan
Es preceptivo dar una ofrenda de la masa destinada a la elaboración del pan – la ofrenda de la jalá al cohen (terumat jalá lacohen), de modo tal que este y sus familiares hagan con ella panes y tortas (pasteles), los coman en estado de pureza y puedan así cumplir con su misión espiritual que es enseñar la Torá al pueblo de Israel. Tal como fue dicho (Bamidbar-Números 15:17-21): «Habló HaShem a Moshé y le dijo: Habla a los hijos de Israel y habrás de decirles: Al llegar a la tierra a la cual Yo os traigo a vosotros allí, y será que cuando comáis del pan de la tierra, separaréis una ofrenda ante HaShem. De la primicia de vuestras masas, una hogaza habréis de separar; cual ofrenda del campo, así habréis de separarla. De la primicia de vuestras masas habréis de ofrecer ante HaShem ofrenda por vuestras generaciones».
El pan, que es el principal alimento del hombre, expresa en gran medida el carácter singular del ser humano, que tiene la posibilidad de escoger, crear y perfeccionar. Todos los seres vivos comen sus alimentos en estado natural, ya se trate de hierbas, hojas, cereales, verduras, frutas e incluso de carne, al tiempo que el ser humano ingiere el pan, cuyo proceso de elaboración es largo y complejo y requiere de la realización de numerosas labores, a saber: arar la tierra, sembrar el cereal, cosechar las espigas, separar los granos de la paja y el residuo de los granos ya trillados, aventarlos y seleccionarlos, molerlos para transformarlos en harina, mezclar a esta última con agua para transformarla en masa y posteriormente hornearla. De todos los alimentos ingeridos por el hombre, el pan insume el proceso de elaboración más complejo y sofisticado.
Tal como el pan, así es también el ser humano. Todos los demás seres vivos, poco después de nacer y en forma natural aprenden a existir autónomamente, así como también a procrear y a multiplicarse, mientras que el hombre precisa aprender a lo largo de muchos años cómo hacerse de alimentos, vestimenta, vivienda y cómo formar una familia. En este proceso, aprende a reclutar a las poderosas fuerzas naturales en su propio beneficio. La posibilidad de elegir, la capacidad de estudio, la posibilidad de crear y de perfeccionar lo ya existente son la expresión de la imagen Divina que anida en el interior del ser humano.
Sin embargo, el hombre es capaz de dirigir todas sus fuerzas hacia el mal, considerarse superior a sus compañeros, mentir, robar, corromperse y traicionar sus valores a los efectos de incrementar sus lujurias. Por medio de la prohibición de la ingestión del pan del cual no fue separada la jalá, el individuo recuerda a HaShem que creó todas las fuerzas inventivas que en él anidan y se cuida de no emplearlas para propósitos ruines. Por medio de la entrega de la jalá al cohen, tanto el pan como su proceso de elaboración se conectan a la santidad, y quienes comen del mismo pueden elevar y orientar sus capacidades creativas para el bien y para la bendición.
Respecto de esto, nuestros sabios dijeron en el Midrash (Vaikrá Rabá 15:6) que «todo aquel que observa el precepto de jalá es considerado como si hubiese eliminado la idolatría», y «todo aquel que evade su cumplimiento es como si hubiere servido idolatría». El significado amplio del concepto «idolatría» (avodá zará, lit. ‘servicio ajeno o enajenante’) incluye a todas las acciones negativas que el ser humano realiza en aras de los ídolos de su dinero, sus lujurias y su orgullo.
Además, nuestros sabios dijeron también que el ser humano es en sí ‘la jalá del mundo’, ya que el Santo Bendito Él creó la tierra y todos sus componentes, la amasó con agua de lluvia, de la masa que se formó creó la totalidad del mundo vegetal y animal, separó de esta una jalá y de ella creó al ser humano a Su imagen para que dirigiera el mundo para bien. Cuando el Adam HaRishón (el ser humano primordial) pecó, se impurificó a sí mismo y al mundo entero. A los efectos de reparar su pecado se preceptuó a los hijos de Israel que separen la jalá para el cohen, y la preserven en estado de pureza para así recordar su misión. Este precepto pertenece más a la mujer que al hombre ya que posee la capacidad de dirigir y orientar las fuerzas del ser humano y reparar así el pecado (ver en Bereshit Rabá 14:1, 17:7-8).
Dijeron nuestros sabios (ídem 1:4): «Por el mérito de tres cosas el mundo fue creado: la jalá, los diezmos (ma’aserot) y las primicias (bikurim)». Ello se debe a que estos tres preceptos son denominados ‘principio’ (reshit) y nos recuerdan que el objetivo primero de la Creación es el de revelar la santidad en el mundo. Las primicias, las ofrendas y los diezmos se entregan de los frutos que crecen naturalmente. Por el mérito de las primicias nos conectamos con la visión general del pueblo de Israel (ver arriba 7:15), y por el mérito de las ofrendas y los diezmos la bendición se expande a los campos y a los cultivos (ver arriba 7:13). La jalá que se entrega proviene de la labor del hombre, y por mérito de esta, la bendición habrá de reposar sobre el hogar y el quehacer de quien la otorga, tal como fue dicho (Yejezkel-Ezequiel 44:30): «y las primicias de las masas de vuestro pan habréis de dar al cohen para que repose la bendición en tu casa».