01- Nuestra actitud hacia los animales
Es preceptivo tratar a los animales compasiva y justamente, está prohibido hacerles sufrir, pero al mismo tiempo, el ser humano puede emplearlos para sus labores. En efecto, en el pasado se solía usar burros y mulas para transportar carga, toros y asnos para arar los campos, así como caballos, burros y camellos para montar. Esto y más, resulta preceptivo ofrendar sacrificios de animales y aves, incluidos el chivo expiatorio que era arrojado desde el peñasco en Yom Kipur (seir hamishtaleaj) y la ternera que era desnucada junto al sitio donde se encontraba un cuerpo asesinado y no se sabía la identidad del asesino (eglá arufá). Por eso, dijeron nuestros sabios que los animales fueron creados para servir al hombre (Tratado de Kidushín 82(A), Sanhedrin 108(A)), incluso para alimentarse de su carne. Cabe decir, que, así como los animales tienen permitido alimentarse del reino vegetal, el ser humano tiene permitido comer del reino animal.
Resulta necesario equilibrar entre dos valores diferentes, por un lado, las necesidades humanas anteceden en importancia a las animales, y por el otro, es preciso esmerarse en la medida de lo posible para abstenerse de infligir padecimientos a los animales. Por ello, a modo de ejemplo, si bien los hijos de Noaj fueron autorizados a ingerir carne de animales, la Torá ordenó no ensañarse con estos comiendo trozos de sus cuerpos cuando aún se encuentran con vida (ever min hajai).
En la práctica, cuando surge una tensión o una contradicción entre las necesidades humanas y el objetivo general de no hacer sufrir a los animales, es preciso sopesar el grado de necesidad del hombre frente al dolor que se le habrá de infligir al animal. Por ejemplo, la ingestión de carne es muy necesaria para el ser humano, y la faena conforme a la Halajá (shejitá) genera solamente un leve dolor (ver adelante 18:3). Por lo tanto, se permite degollar animales para comer su carne. Pero cuando se trata de una necesidad menos indispensable para el ser humano, o cuando esta inflige un enorme sufrimiento a los animales, el dilema se torna más complejo. En términos generales, la definición halájica de estas interrogantes se fija en base a la combinación de tres parámetros básicos:
La primera regla general – Existen diferentes grados de sufrimiento: el dolor leve, el dolor común, el dolor intenso y el padecimiento terrible. Cuanto mayor sea el sufrimiento mayor es la gravedad del caso y solamente en contadas ocasiones, en caso de tratarse de una necesidad indispensable, se puede adoptar una actitud más flexible a su respecto.
La segunda regla general – Los animales se dividen en diferentes tipos, y cuanto más desarrollada sea la especie en cuestión mayor es su sensibilidad al dolor, y por ende, es preciso ser más cuidadosos de no provocarle sufrimiento. El grado de desarrollo se mide según el cerebro y el sistema nervioso del animal. En el caso de mamíferos como el perro, las vacas, los monos y los delfines, estos son relativamente bastante desarrollados por lo que se pueden percibir en ellos señales de dolor y de alegría, incluso se les puede enseñar algunas cosas, la madre reconoce a sus crías y las trata compasivamente.
Existen también diferencias entre las diferentes variedades de mamíferos, por ejemplo, el perro está más desarrollado que la oveja y por ello es más capaz de expresar determinados sentimientos, y cuando se le hace sufrir, su dolor es mayor. Por debajo de la familia de los mamíferos se encuentran las aves, y por debajo suyo los reptiles tales como las lagartijas, más abajo están los peces que por lo general no cuidan a sus descendientes al grado de que pocos minutos después de que un pez hembra desovó sus pequeños peces, es capaz de devorar a muchos de ellos sin miramiento alguno. Por debajo de los peces se encuentran los insectos.
La tercera regla general – En la medida que el animal ayuda más al ser humano debe ser tratado con mayor consideración y cuidado. Por ello, la Torá ordenó ayudar a un burro que se desplomó bajo el peso de su carga (ver adelante 2) y prohíbe tapar la boca del buey para evitar que coma de aquello sobre lo cual trabaja (adelante 3). Por lo tanto, es más apropiado compadecerse de los animales domesticados como la vaca, la cabra, el cordero y las gallinas. De igual manera, hay que tratar piadosamente a los perros que ayudan con la vigilancia y a los gatos que eliminan a los ratones y a las serpientes que pudieren hallarse en la casa.
En resumen: a priori, no se debe provocar sufrimiento a ningún animal, ni a los más bajos en la escala de entre ellos, y tal como fue dicho (Salmos 145:9): «Y Su misericordia para todas Sus creaturas» (ver Tratado Baba Metzía 85(A)). No obstante, cuando el ser humano precisa causar dolor a un animal debe analizarse cada caso por separado de acuerdo con las tres reglas arriba mencionadas.