Taharat HaMishpajá

01 – Prólogo a la edición en español de Pninei Halajá – Taharat HaMishpajá Copy

Con emoción y respeto, con gratitud y humildad, y un profundo agradecimiento al Boré Olam –nuestro Creador- que nos ha dado la vida y la sostiene día a día, presentamos esta edición en español del tratado Taharat HaMishpajá, parte de la serie Pninei Halajá escrita por el Rab Eliezer Melamed, shlit”a. Esta obra no es solo un compendio legal ni una exposición técnica del cumplimiento halájico. Es una guía espiritual, emocional y práctica para uno de los aspectos más sagrados y delicados de la vida judía: la santidad del vínculo matrimonial.

Desde tiempos bíblicos, el concepto de tahará (pureza) ha ocupado un lugar central en la estructura espiritual del pueblo de Israel. Pero cuando se trata del matrimonio, la pureza familiar adquiere una dimensión aún más íntima y transformadora. Taharat HaMishpajá no es solo una ley; es un camino de vida. Marca los ritmos del acercamiento y la distancia entre marido y mujer, crea espacio para la introspección y el deseo, y sitúa la intimidad en un contexto de conciencia, respeto y kedushá (santidad).

La halajá que rodea estas leyes puede parecer, en ocasiones, exigente o incluso contraintuitiva en relación con las costumbres del mundo moderno. Sin embargo, es precisamente en su estructura, en sus límites y en su fidelidad a la tradición donde se revela su poder. No se trata de reprimir el amor, sino de elevarlo. No de restringir la cercanía, sino de dotarla de significado renovado. La alternancia entre separación y reencuentro que propone la halajá, cuando es vivida con comprensión y aceptación, fortalece la relación conyugal y protege su vitalidad a lo largo del tiempo.

El Rab Melamed shlit”a logra, con admirable equilibrio, exponer estas leyes con rigor halájico, sin descuidar la sensibilidad que exige su enseñanza. Cada capítulo de este libro está pensado para guiar no solo a quien busca cumplir, sino también a quien busca comprender. El lector hallará aquí fuentes, argumentos, y también espíritu: una halajá viva, conectada con la realidad, pero enraizada en generaciones de sabiduría.

Como enseña el Talmud en Nidá 31b: בִּשְׁעָה שֶׁאָדָם מִתְקַדֵּשׁ וּמְטַהֵר עַצְמוֹ בָּעוֹלָם הַזֶּה — מְטַהֲרִין אוֹתוֹ לָעוֹלָם הַבָּא. “En el momento en que la persona se santifica y se purifica en este mundo — la purifican para el Mundo Venidero”.

Este principio revela que el esfuerzo por vivir con pureza en lo íntimo tiene un eco eterno. La tahará en el ámbito conyugal no es un simple acto ritual, sino una expresión de elevación espiritual que prepara al alma para su encuentro con lo trascendente.

Asimismo, el Sefer HaJinuj (Mitzvá 173) enseña: וְצִוָּנוּ לִהְיוֹת קְדוֹשִׁים בְּגוּפֵינוּ וּבִנְפָשׁוֹתֵינוּ… לְחַזֵּק הַמִּשְׁפָּחוֹת וְלְטַהֵר זַרְעֵנוּ. “Se nos ordenó ser santos en nuestros cuerpos y nuestras almas… para fortalecer a las familias y purificar nuestra descendencia.”

Aquí se destaca el impacto generacional de estas leyes: no solo afectan al presente, sino que purifican la raíz misma de la vida futura del pueblo judío.

La presente traducción tiene como objetivo poner esta obra al alcance del amplio público de habla hispana, cuya sed de conocimiento y compromiso con la Torá sigue creciendo en todo el mundo. Hemos procurado mantener la fidelidad al texto original, respetando el lenguaje claro, directo y respetuoso del Rab Melamed shlit”a, al tiempo que adaptamos el estilo al español neutro, para facilitar su estudio en diversas comunidades y contextos educativos.

Este trabajo no pretende sustituir la guía práctica de una autoridad rabínica, sino servir como base sólida de estudio y reflexión. En un área tan delicada como ésta, la halajá le-maasé debe siempre ir de la mano del acompañamiento personalizado, como enseña la tradición. Sin embargo, creemos que el acceso a textos como este permite al lector y a la pareja judía prepararse mejor para vivir una vida matrimonial conforme a los valores de nuestra sagrada Torá.

No podemos cerrar este prólogo sin expresar un profundo agradecimiento al Rab Israel Diament, shelit”a, cuya sabia y sensible traducción ilumina cada página de esta obra. Como un verdadero artesano del lenguaje, elige cada palabra con precisión y cuidado, redoblando el sentido de lo enseñado y preservando intacta la intención del autor. Su delicada tarea no es solo técnica, sino espiritual: es una luz que arroja claridad y profundidad sobre cada tema abordado en esta serie que, con gratitud a HaShem, venimos compartiendo desde hace años.

Asimismo, expresamos nuestro sincero reconocimiento a la Sra. Ofelia Nehmad, ¡que HaShem la cuide y la bendiga!, por su valiosa labor de revisión de estilo, realizada con sensibilidad, sabiduría y una mirada profundamente respetuosa hacia el contenido. Que este año sea para ella un tiempo de bendición, alegría y logros permanentes.

Y sobre todo, elevamos nuestra gratitud al sabio autor de esta magnífica colección, nuestro maestro el Rab Eliezer Melamed, shelit”a, por guiarnos con claridad, profundidad y amor por la Torá. Gracias a su obra Pninei Halajá, muchos hemos podido crecer en el estudio de la sagrada Torá y acercarnos, día tras día, a vivir como judíos con mayor conciencia, alegría y fidelidad a la voluntad de nuestro Creador. Que HaShem le bendiga a él, a su señora esposa, hijos y alumnos, y le conceda fuerza y salud para continuar con esta noble tarea de iluminar los hogares de Am Israel.

Por último, Toda la obra de Pninei Halajá ha representado para mí un verdadero desafío, tanto intelectual como emocional. Acceder a esta colección no significa únicamente adquirir conocimiento técnico o legal. Es, ante todo, abrir las compuertas de la comprensión auténtica, esa que no se limita a saber qué se hace, sino que busca entender por qué y para qué se vive según la halajá.

Como rabino comunitario y docente en el Ulpán Guiur ‘Mekor Jaim’ en Ra’anana, mi tarea educativa se ve constantemente iluminada por esta obra. Enseñar Pninei Halajá es más que transmitir normas: es exaltar el valor del estudio, invitar a las personas a tomar parte activa en el aprendizaje, y mostrarles que la Torá está al alcance de quienes desean abrazarla con sinceridad y esfuerzo.

En este camino, he visto cómo muchas personas —incluso sin formación previa en textos rabínicos— se sienten acompañadas, motivadas y fortalecidas al descubrir que comprender la halajá está realmente a su alcance. Eso transforma el estudio en una experiencia vivencial, y en muchos casos, existencial.

Este libro, como los demás de la serie, es una herramienta para despertar lo que considero un leitmotiv esencial para quien se aproxima a las fuentes judías: convertirse en autodidacta, es decir, alguien que toma la iniciativa de aprender, de crecer, de buscar.

Y desde esa búsqueda individual surge, con fuerza renovada, el eco de una enseñanza eterna de nuestros sabios: «עֲשֵׂה לְךָ רַב«Hazte de un maestro. Porque quien aprende con profundidad, acaba reconociendo la necesidad de guiarse por quienes han recorrido el camino antes que él.

Y en este caso, ese maestro es, sin duda, el Rab Eliezer Melamed, shelit”a, quien a través de su obra ha sabido acercar la Torá a miles de hogares, con claridad, profundidad y fidelidad a nuestra sagrada tradición.

Como dijeron nuestros sabios: «וְכָל בָּנַיִךְ לִמּוּדֵי ה’, וְרַב שְׁלוֹם בָּנָיִךְ» – “Y todos tus hijos estudiosos de HaShem, ¡y grande es la paz de tus hijos!” (Yeshayahu 54:13).

Con gratitud permanente la Creador, Bendito Sea:
Mordejai Maarabi

Ra’anana
Cuando los Cielos de MarJeshván se dan un beso con la Tierra

Rosh Jodesh MarJeshván 5786 – Octubre de 2025

 

02 – Prólogo del Rabino Eliezer Melamed

1
Le agradezco a HaShem por haberme ayudado y concedido el privilegio de llevar a término la redacción de las leyes de la pureza familiar. Estas normas, que se ocupan de la purificación de la mujer para su marido, de los días en los que impera la prohibición del contacto entre los cónyuges, y de todas las reglas protectoras que existen alrededor de estas, son el fundamento del hogar judío. La observancia de las leyes de la pureza familiar implica un gran sacrificio, y la santificación que se genera es proporcional a la envergadura de la abnegación, “La recompensa es de acuerdo al esfuerzo” (Avot 5:23). La santidad es el apartarse de la carencia, de la desviación y de la muerte, y en virtud de ello, la comunión con la esencia de la vida y su origen Divino. En principio, parecería que el amor desea expandirse ilimitadamente, pero cuando se extiende por este mundo en ausencia de límites, pierde de su vitalidad y se desvigoriza, y en su camino descendente, genera crisis, desilusiones y deja víctimas en el camino. El Santo Bendito Él quiso ameritar al pueblo de Israel y en virtud de ello nos dio el precepto de la pureza familiar, para orientar y potenciar el amor entre marido y mujer, elevarlo al grado de la unificación superior que está conectado a la eternidad.

Esta pureza de la mujer para con su marido es tan profunda y oculta, que incluso la destrucción del Templo de Jerusalém y la suspensión del régimen de la pureza en el pueblo de Israel no la dejaron sin efecto, y es el fundamento de la santidad y la vida de todos los hogares de Israel. El secreto de la existencia y la perduración del pueblo judío a lo largo de todos los exilios y sus padecimientos; así como su prodigiosa adhesión a la gran visión de la reparación del mundo bajo la soberanía de D’s -Tikún Olám BeMaljut Shadái- a la luz de la guía de la Torá, están vinculados a la observancia de la pureza y la santidad en el seno de los hogares israelitas. Cónyuges que se cuidan y se alejan de la impureza, cuentan los días y se purifican de cara a su renovado encuentro en santidad, atraen la profundidad de la santidad al interior de sus vidas, haciendo que una chispa Divina se revele en su amor y en su alegría, y sus vidas se transformen en un eslabón esplendoroso en la revelación de la Palabra de HaShem en el mundo, y en el fundamento de la construcción del Templo Sagrado de Jerusalém, de la redención del pueblo de Israel y del mundo todo.

2
Al igual que en el resto de los libros de la colección de “Pninei Halajá”, en la presente obra mi objetivo es definir bien los fundamentos de la Halajá para que los detalles que se derivan de estos puedan ser claramente entendidos, de modo tal, que no resulte necesario abundar en pormenores ni en ejemplos.

La regla general que persigo es que los preceptos de la Torá deben ser comprensibles para todos los hijos de Israel, para que todo judío pueda observarlos sin verse agobiado por la duda y sin precisar recurrir constantemente a la guía de un erudito, ya que este tipo de consulta está destinado a casos especiales y poco frecuentes. Sin embargo, en las halajot inherentes a nuestro tema, se da mucho más la necesidad de consultar a una autoridad rabínica, especialmente en el primer año del matrimonio; por otra parte, justamente en estas normas resulta importante lograr una cabal comprensión, aquella que conduce a una observancia y viene acompañada de una identificación con la norma.

Así, el cumplimiento de estas halajot elevará y santificará a los cónyuges. A medida que la tierra se va llenando de conocimiento en diferentes áreas de la ciencia, de igual manera y aun en una mayor, precisa colmarse de conocimiento en el [ámbito de lo sagrado, en el estudio de la Torá y su comprensión. Esto es así ya que el conocimiento de la Torá eleva e inspira a todo hijo de Israel, permitiéndole efectivizar la totalidad de sus talentos y habilidades en todas las áreas de su quehacer, para el esplendor de la Torá, del pueblo judío y de la tierra de Israel. Este es el camino por cuyo intermedio el pueblo de Israel podrá realizar su cometido de revelar la Palabra de HaShem en el mundo e influir bendición a todas las familias de la tierra.

En algunas áreas fue necesario profundizar nuevamente en los fundamentos de los debates existentes sobre los temas, y ver cómo al hacerlo, los disensos se reducen considerablemente. Asimismo, tuvimos el mérito de que en nuestros días se hayan reunido en el suelo patrio millones de judíos provenientes de los cuatro confines de la tierra, y que las tribus se casen una con la otra, por lo que en la actualidad tenemos tanto el privilegio como el deber de estudiar simultáneamente las costumbres de las diferentes congregaciones y los dictámenes de todas las autoridades halájicas, para llegar a un fundamento halájico común en todas las comunidades, a la vez de preservar las diferentes costumbres de los distintos grupos, y procurar acercar las diferentes ramas de la Halajá una a la otra, tal como lo hacen los sabios de la tierra de Israel, que se deleitan unos a otros con el estudio de la Halajá (Tratado de Sanedrín 24(A)).

3
Es este el lugar oportuno para agradecer a los rabinos de quienes aprendí a dictaminar en estas leyes en mis primeros años de ejercicio del rabinato: a mi maestro y rabino el Rishón Letzión Rabí Mordejai Eliahu, de bendita memoria, con quien tuve el privilegio de poder fungir brevemente como uno de sus colaboradores; a mi tío el Rabino Eitán Eisman shlita, quien junto con su entrega y dedicación a la dirección de las instituciones educativas Tzviá y Noam durante décadas, ha sido un instructor y un experto en el dictamen halájico en estas cuestiones para cientos y miles de egresados de Yeshivat Merkaz HaRav y para los residentes del barrio jerosolimitano de Kiriat Moshé; y a mi vecino de tantos años, el Rabino Eliakim Levanón shlita, rabino jefe de la localidad de Elón Moré y rabino del Consejo Regional Shomrón.

4
Es para mí un gran privilegio poder agradecer a todos aquellos que han ayudado en la elaboración de la presente obra y la dilucidación de los diferentes temas en ella tratados, en primer lugar, al Rabino Maor Kayám, director del Instituto contiguo a la Yeshiva de Har Berajá, quien me ha acompañado a lo largo de todo el proceso de estudio, se alegra por mis explicaciones e innovaciones, y al mismo tiempo, las critica estrictamente. En virtud de su profunda comprensión de la dinámica de la Halajá y la forma en que debe ser redactada, coordinó el estudio de los miembros del instituto que dirige para que puedan contribuir de un modo óptimo en la elucidación de los temas en discusión. Asimismo, he de agradecer desde la profundidad de mi corazón a los brillantes miembros del instituto: al Rabino Yonadav Zar, al Rabino Efraim Shajor, al Rabino Yair Weitz, al Rabino Dany Keller y al Rabino Aharón Friedman. De igual forma, he de agradecer a dos jóvenes estudiosos de la Torá que se han incorporado al instituto y han realizado su aporte: al Rav Eliá Gottlieb y a David Schatz. Cada uno de los miembros del instituto ha hecho un aporte general al libro, y además de ello, ha profundizado de un modo minucioso en el análisis de determinados temas. A ellos de les sumó el Rabino Oren Matza, quien, en virtud de su gran sabiduría y puntillosidad, ayudó en la revisión de la presente obra, así como a la de los demás libros.

En este contexto, he de agradecerle al Rabino Yzhar Ashur, jefe de cátedra de la Yeshivá y rabino de la sinagoga que sigue el rito jerosolimitano en nuestro poblado, y al Rabino Oren Djabash, jefe de cátedra en la Yeshivá y rabino de la sinagoga yemenita de nuestra localidad. Hace cuestión de diez años, cuando nuestro poblado creció y las preguntas se multiplicaron, los sumé a mi persona como destinatarios de las consultas en cuestiones vinculadas a la pureza, y ellos fueron también socios en el estudio y aportaron su porción. Quisiera agradecerle también al Rabino Netanel Rozenstein por su dedicación a la redacción del índex. Extiendo un agradecimiento a todos los rabinos y rabaniot que estuvieron en contacto con el Rabino Maor Kayám o con mi esposa, recibieron los borradores y formularon preguntas, realizaron observaciones y expresaron también sus críticas, y gracias a ellos la presente obra está más pulida y clara. Entre ellos, mi amigo de la juventud el Rabino Uri Radman, el Rabino Eli Reiff, el Rabino Abraham Stav, el Rabino Uri Lifshitz, la Dra. Ruthie Shapira y la Sra. Navit Tzadik.

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Quisiera dedicarles un especial agradecimiento a los residentes de Har Berajá, ya que gracias a sus preguntas pude profundizar en este tema. Asimismo, pudimos estar en contacto con algunos doctores y doctoras que nos ayudaron tanto en la aclaración de las diferentes situaciones médicas, como también sobre el tratamiento necesario para resolverlas. He de mencionar especialmente al Dr. Avi Galón, padre del rabino Gur Galón, jefe de cátedra en nuestra Yeshivá, que es un ginecólogo experimentado, y junto a él, tuve el privilegio de poder analizar diferentes cuestiones en esta área. Asimismo, he de mencionar a la Dra. Onit Sela Gutman, que en su carácter de excelente ginecóloga ayuda mucho a mi esposa, y también revisó los pasajes vinculados al área médica de la presente obra, realizando observaciones al texto que resultaron ser de una gran utilidad. He de mencionar también al experimentado galeno Dr. Rafael Kayám, padre del Rabino Maor Kayám, que siempre estuvo a nuestro lado aconsejando y ayudándonos a esclarecer cuestiones vinculadas al área médica.

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Un especial agradecimiento para mi querida esposa Inbal, que además de la singular ayuda que me prestó en esta cuestión, dedica sus energías al engrandecimiento y el enaltecimiento de la Torá, al éxito en el estudio y a la edición de libros para beneficio del público en general, todo ello a la vez que atiende abnegadamente a nuestra numerosa familia. Quiera D’s que tengamos el mérito de ver a todos nuestros hijos e hijas, nietos y nietas, superarse en el estudio de la Torá y la observancia de los preceptos, formar buenas y esplendorosas familias, plenos de verdad, benevolencia y paz por siempre.

Desde mi primer día como rabino, adoptamos la práctica que sobre cuestiones de pureza familiar las mujeres consulten a mi esposa. Así, mi mujer se convirtió en partícipe en la elucidación de las consultas, al punto de que, en muchos casos, preferí que todas las consultas complejas sobre estas cuestiones llegasen por su intermedio. De ese modo, en caso de resultar necesario, ella puede enseñar a las consultantes cómo revisar, o, gracias a su ojo certero puede averiguar más en profundidad si la mancha en cuestión pudo haberse producido por otras causas. En caso de resultar necesario, en algunos casos, se puede derivar a la señora consultante a una cita médica, y en otros, darle apoyo y consuelo.

Este es el lugar adecuado para agradecer a las cerca de mil señoras de todo el país, que, en el marco del fórum establecido por mi esposa, aceptaron responder a diferentes preguntas en lo que refiere a la definición del sentir, a cómo determinar las menstruaciones, a las costumbres de alejamiento, a la inmersión ritual y más cuestiones que nos fueron surgiendo durante el estudio.

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Cabe destacar y elogiar algunos de los libros que fueron escritos en la última generación y realizaron aportes de importancia al estudio de estas cuestiones. “Darkei Tahará” de mi maestro y rabino, el Rishón Letzión Rabí Mordejai Eliahu, de bendita memoria, que más allá de haber sido un gran erudito y estudioso de la Torá, era un dictaminador halájico experimentado poseedor de un agudo sentido de conocimiento de la realidad y de las personas, cuya pericia a la hora de sentenciar (posek) recibe una clara expresión en este su libro. “Badei HaShulján” del Rabino Shraga Faivel Cohen. “Shulján Aruj Hamevoar – Metivta” editado por “Oz VeHadar” sobre las leyes de nidá con prólogos y notas al pie de página; y los libros de la colección “Otzar HaHalajá”. A pesar de que a veces su trabajo adolece de alguna carencia en cuanto a la exactitud y el balance entre las autoridades halájicas citadas, en términos generales su labor es estupenda. Cabe destacar también la serie de libros “Taharat HaBait” escritos por el Rishón Letzión” Rabí Ovadiá Yosef, de bendita memoria, en cuyos grandes volúmenes analizó y aclaró numerosas cuestiones con gran extensión y detalle “devolviendo la corona a su antiguo sitial” en cuanto a que volvió a ubicar la opinión del Shulján Aruj -que se apoya en la opinión de la mayoría de los grandes juristas y en la base de las reglas generales del dictamen halájico- en el centro de la escena.

Durante generaciones, prácticas pietistas se transformaron en actitudes estrictas obligatorias, por lo que existe una gran necesidad de volver a ubicar a la Halajá en su justo término, especialmente en esta área, en la cual la adopción de una actitud estricta puede conllevar percances y dificultades. En este contexto, cabe recordar especialmente al Rabino Zejariá ben Shlomó shlita, y su libro “Orot HaTahará”, en el cual con gran sabiduría y aplicando el principio de que se le debe dar preeminencia a la actitud más flexible, se dedica a purificar a la mujer para su marido. Sus méritos son incontables. Tuvo también en consideración a la tradición de los judíos oriundos del Yemen, pues en algunas cuestiones, la opinión del Rambám y la costumbre yemenita indica adoptar una actitud flexible, tal como se explica en el bello libro del Rabino Tzfaniá Arusi shlita titulado “Taharat Moshé”.

Cabe mencionar dos libros importantes más: “Shiurei Shevet HaLeví” del Rabino Shmuel Haleví Wozner y “Jut HaShaní” del Rabino S. I. Nisim Karelitz. Asimismo, “Ysh VeYshá” del Rabino Eliashiv Knohl, “Avnei Shoham” del Rabino Paniri y “Mishmeret Tahará” del Rabino Karp. De igual manera, he de mencionar para bien a mis compañeros de la Yeshivá Merkaz HaRav, al Rabino Menajem Bursztin shlita, director del Instituto Puá y autor de los libros titulados “Puá” que este instituto ha editado, en los cuales hay un tesoro escondido de ideas y opiniones de diferentes eminencias halájicas solventadas por una preparación médica actualizada.

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Un gran agradecimiento para mi padre y maestro, el Rabino Zalman Baruj Melamed shlita, decano de la Yeshivá de Beit El y rabino de la localidad homónima, y para mi madre y maestra, pues todos los fundamentos de mi Torá y mi pensamiento los recibí de ellos.

Agradezco también a todos aquellos que se dedican a la sacra labor de construir a diario la yeshivá y publicar los libros: al director de Yeshivat Har Berajá el Rabino Ya’akov Weinberger, al director de la editorial Yoni Buzaglo, a quienes les antecedieron en la dirección de la yeshivá y en la publicación de los libros: al Rabino Ya’akov Katz, a Dudu Sa’ada, a Shmuel Avital, a Israel Sa’adia, a Shalev Kayám, al Rabino Yoguev Cohen y a Jaím Margolis. Ojalá que HaShem, bendito sea, otorgue inteligencia y bríos a todos aquellos que colaboran con esta labor, para que puedan realizarla exitosamente, tengan el mérito de formar familias espléndidas y HaShem colme para bien todos sus anhelos.

Eliezer Melamed
Nisán del 5781

01 – “Nidá” y “zavá”

Durante los años fértiles de la mujer, cada mes, al ovular, sale un óvulo de una de las trompas de Falopio en dirección al útero, y mientras tanto, la mucosa que se encuentra sobre la pared uterina se ve engrosada a los efectos de poder captar al óvulo y ayudarle en su desarrollo. Si el óvulo es fecundado por el esperma, este se desarrollará y se transformará en un embrión, y en caso de que ello no ocurra, tras catorce días desde la ovulación, la mucosa que recubre el útero se desprenderá y fluirá hacia afuera bajo la forma de sangre menstrual. Este es el período menstrual. La Torá estableció que la sangre de la menstruación impurifica a la mujer con la impureza de la nidá durante siete días, tras los cuales podrá realizar una inmersión y purificarse. Tal como fue dicho (Vaikrá-Levítico 15:19): “Y una mujer cuando tuviere flujo -sangre será su flujo en su carne- siete días permanecerá en su alejamiento” (“alejamiento=nidatá” – de aquí la acepción de ‘Nidá’ N. de E.).

Rara vez ocurre que se desarrolla una enfermedad que causa la pérdida de sangre además de la del flujo menstrual, y por lo tanto, si tras pasados siete días desde el avistamiento del flujo menstrual, en un período de once días hay un flujo de sangre durante tres días consecutivos, esta mujer se habrá impurificado con la impureza de zavá. Para purificarse de ella, deberá contar siete días limpios, y solo después de ello podrá realizar una inmersión y purificarse. Tal como fue dicho (ídem 15:25-28): “Y una mujer, cuando tuviere flujo -el flujo de su sangre- durante muchos días, fuera de su período, o si tuviere flujo prolongándose su período, todos los días del flujo de su impureza, cual días de su alejamiento será impura… Y cuando cesare su flujo, habrá de contar siete días y después será considerada pura”. Cuando el Templo de Jerusalém estaba en pie, una vez que este estado había terminado, la mujer debía incluso ofrendar un sacrificio, tal como fue dicho (ídem 15:29-30): “Y en el día octavo tomará dos tórtolas o dos palominos… y ofrecerá el cohen a uno como jatat y al otro como holocausto, y el cohen expiará por ella ante HaShem, por el flujo de su impureza”.

Esta impureza encierra dos aspectos: el primero, durante todo el período de impureza está prohibido mantener relaciones sexuales y tener cercanía, tal como fue dicho (ídem 18:19): “Y a una mujer en la impureza de su menstruación, no te acercarás para descubrir su desnudez”. El segundo tiene que ver con las leyes del Santuario y sus ofrendas sacras, pues quien padece de este estado de impureza tiene prohibido ingresar al Monte del Templo y comer de la carne de los sacrificios. Asimismo, a lo largo y ancho de todo el país, es preceptivo que tanto los miembros de las familias de los cohanim como así también sus hijas coman de las ofrendas (terumot) e ingieran la jalá que reciben del pueblo de Israel en estado de pureza, y tienen prohibido hacerlo estando impuros, y de igual forma, los israelitas que separaron estos obsequios (las terumot y la jalá) deben tener el recaudo de no impurificarlos. Desde la destrucción del Templo de Jerusalém y la salida al exilio quedó sin efecto la posibilidad de purificarse de la impureza del muerto (tumat met) por medio del uso de ceniza de la vaca roja, y por lo tanto, los cohanim no tienen permitido comer ni de la ofrenda ni de la jalá. Y solamente en el seno de los hogares judíos, la santidad del Templo se revela en el marco del amor entre los cónyuges, y las leyes de pureza e impureza recaen sobre las relaciones maritales y sobre la cercanía entre los miembros de la pareja, para orientar, elevar y consagrar su amor.

02 – El concepto de pureza e impureza

La raíz de los preceptos de pureza e impureza tiene su origen en lo recóndito de lo Superior, en la idea de lo Divino que trasciende nuestra comprensión, y por ello, jamás podremos comprenderlos en su cabal significación. Sin embargo, sabemos que HaShem nos otorgó la totalidad de los preceptos para santificarnos e incrementar en nosotros el bien y la bendición, tal como fue dicho (Devarim-Deuteronomio 6:24): “HaShem nos ha ordenado cumplir todos estos fueros: para venerar a HaShem nuestro D’s, para nuestro bien, durante todos los días, para mantenernos con vida, como este día de hoy”. Si bien no podemos saber por qué HaShem nos concedió los preceptos, su influencia bendita sobre nosotros resulta perceptible, y en virtud de ello, podemos captar en estos sus motivos y significados.

En términos generales, la pureza está vinculada a la vida y la impureza a la muerte. Como contraparte, en la medida que la vida se manifiesta de un modo más desarrollado, su pérdida implica una mayor dosis de muerte, y por ende, una impureza de mayor gravedad (Cuzarí 2:60-62). Por lo tanto, al fallecer el ser humano, que es aquel en el cual se manifiesta la vida en su forma más sofisticada, su impureza resulta ser la más grave de todas, y es “el padre de toda impureza” (aví avot hatum’á). Un grado menos grave es el de la impureza de los animales muertos o los reptiles, que se denomina “padre de impureza” (av hatum’á). El mundo vegetal se encuentra en un escalón de vida menos desarrollado, y por ello, no hay impureza en una planta que se marchita y muere, pero las frutas y las verduras, así como también los utensilios y las vestimentas elaborados a partir de una materia prima vegetal pueden impurificarse. El mundo mineral o inanimado tiene un grado de vida menos desarrollado, por ello, como regla general, no se impurifica, pero en caso de que este material sea elaborado, procesado y se produzca con él utensilios de loza y hierro, puede impurificarse.

El útero es la fuente de la vida y la pureza de todos los seres humanos, y como contraparte, es también una fuente de impureza. La impureza de la nidá tiene lugar cuando el óvulo que tenía que desarrollarse en un embrión no es fecundado, por lo que se pierde, muere, y sale del cuerpo por medio del flujo menstrual junto a la mucosa que debía ayudar a generar vida.

Existe otra impureza y es aquella que sobreviene a raíz de un nacimiento. Siete días para la parturienta que da a luz un varón y dos semanas para la que tiene una beba, e incluso esta impureza expresa también la pérdida de vitalidad que tuvo lugar en el útero de la mujer en cuestión. Si bien el parto es una bendición y reporta alegría, en la práctica, la parturienta atraviesa por una crisis cuya manifestación espiritual es la impureza que esta adquiere, tal como se explicará más adelante (9:8). O sea, a la vez que tiene lugar un nacimiento que significa una nueva vida, se generan dificultades que es preciso enfrentar, y por medio de este precepto, aprendemos a enfocarnos en la carencia que está implícita en la impureza y a purificarnos.

03 – Las consecuencias del pecado del primer Adam

A raíz del pecado del primer Adam el mundo descendió de nivel, tanto la muerte como la impureza hicieron su aparición, y el hombre fue castigado con el hecho de que la obtención de su sustento implicará dolor y sufrimiento, hasta que fallezca y su cuerpo retorne a la tierra de la cual fue hecho. E incluso la vida de familia, la pareja y el nacimiento vendrán acompañados de dolor y sufrimiento, tal como fue dicho (Bereshit-Génesis 3:16): “A la mujer dijo: Incrementar habré de incrementar tu tensión en tu gravidez, con tensión parirás hijos, a tu marido desearás. Más él te dominará”, lo cual fue explicado por nuestros sabios de la siguiente manera: “‘Incrementar habré de incrementar tu tensión en tu gravidez’ se refiere a los sangrados de la mujer, la sangre del período, la de la pérdida de la virginidad, el sufrimiento que implica la crianza de los hijos y el dolor del embarazo” (Tratado de Eruvín 100(B)). O sea, “la impureza de la nidá (período) y de la zivá (el otro flujo de sangre) proviene del pecado de Javá… porque antes de este, las mujeres no merecían pasar por estas situaciones, eran puras y no sangraban” (Tzror Hamor a Parashat Tazría).

A consecuencia del pecado, el mundo en su totalidad descendió de nivel, se fragmentó y se llenó de defectos y carencias, por ello, junto con la alegría por todo lo bueno que hay en él, este viene acompañado de dolor y de tristeza, al punto de que no hay alegría libre de crisis o exenta de todo pesar. Aquella persona que haga caso omiso del dolor o de las carencias, se desmoronará y fragmentará, y tanto su dolor como su sufrimiento se incrementarán. Por lo tanto, la consciencia de los seres humanos respecto del castigo que recibieran Adam y Javá por su pecado, así como por el dolor y el sufrimiento que acompañan sus vidas, es la clave para poner en movimiento un proceso por medio del cual puedan reparar gradualmente dicho quebrantamiento, hasta que finalmente alcancen un nivel más elevado que el que tenían anteriormente, pues el encumbramiento de quienes retornaron en arrepentimiento es superior que el de justos íntegros que jamás pecaron (Tratado de Berajot 34(B)). Los numerosos preceptos vinculados a la impureza y a la pureza ponen de manifiesto la carencia y allanan el camino para su reparación.

04 – La renovación del amor y la internalización de los valores de la pareja

La caída que experimentó el mundo a raíz del pecado perjudicó también la capacidad de los integrantes de la pareja de expresar su amor ilimitadamente y preservar su vitalidad, para evitar que este mengüe y finalmente se extinga. Por ello, las parejas que se divorcian o se mantienen juntas, pero sin amor son tan numerosas. La sangre de la nidá es la expresión física de la crisis y la tristeza que vienen asociadas a la vida y al amor, y en última instancia, a la muerte. Por medio de la observancia de las halajot de nidá, la tristeza y la carencia que acompañan nuestras vidas reciben su justo lugar y aprendemos a lidiar con ellas, y de esa forma, generamos un lugar para que el amor crezca y se desarrolle gradualmente.
En este sentido, Rabí Meir explicaba algo similar (Tratado de Nidá 31(B)): “¿Por qué la Torá estableció que el estatus de nidá dura siete días? Porque cuando el hombre se acostumbra a su mujer, se hastía. Dijo la Torá: Que esté impura durante siete días para que sea agradable ante su marido como en el momento en que entró al palio nupcial”. Durante los días de la impureza de nidá, está prohibido que marido y mujer se toquen, y la prohibición incluye los abrazos y el contacto a través de la vestimenta. Ello representa un gran desafío, pues el sufrimiento producto de la separación es grande, cada día la añoranza se intensifica más y los cónyuges se afligen en virtud de un amor que no puede ser consumado físicamente. Sin embargo, simultáneamente, su amor se refina y la expectativa por el reencuentro se va intensificando hasta la noche de la inmersión ritual que es cuando logran unirse en amor y con una alegría que trasciende todo límite.
Además, junto con la nostalgia que renueva el amor, durante los días de la separación los cónyuges pueden reconocer todas las bondades que reciben uno del otro durante los días de pureza, no asumirlas como obvias y no conducirse como personas desagradecidas. En virtud de ello, serán más atentos y generosos entre sí.
Creo que toda persona honesta admitirá que lapsos determinados de separación son el mejor mecanismo para mantener ardiente el fuego del amor conyugal. A pesar de ello, de no mediar el mandato de la Torá, el ser humano carece de la fuerza necesaria para cumplir con esta misión tan difícil.
Así, mes tras mes los días de la separación refinan, fortifican y empoderan el amor de la pareja, hasta que ambos dos llegan juntos a una edad madura en la cual los períodos menstruales llegan a su fin, su amor se torna más profundo en lo espiritual y más comprometido en lo moral, y juntamente con la disminución del deseo corporal ya no precisan en tal medida de la impureza de la nidá para potenciar su relación. No obstante, a la vez, ya no nacerá una nueva vida a partir de ellos, y es a partir de la vida que ya trajeron al mundo que los abuelos y las abuelas podrán seguir mejorando y acompañando la vida que se ve continuada por sus hijos e hijas, sus nietos y nietas. Asimismo, en el caso de las parejas que no pudieron tener hijos, mientras son jóvenes su influencia espiritual benevolente se refina y potencia a través del ciclo de la prohibición y la autorización del contacto, y una vez que este efecto está suficientemente afianzado, pueden continuar influyendo bien y bendición sin necesidad de guardar días de separación (tal como se explica en Pninei Halajá – La alegría del hogar y su bendición 8:5-8).
En el futuro por venir, al arribar el tiempo de la reparación final (gmar hatikún), cuando aprendamos a ascender de nivel en nivel y sepamos descubrir en la Torá y en nuestra alma una infinidad de significados nuevos, la vida se potenciará y ya no habrá necesidad de experimentar crisis como medio para elevarnos, y se retirarán de nosotros la maldición de la muerte y su impureza. Algo similar a esto ocurre durante los días del embarazo y el amamantamiento, en los que, por el mérito de la vigorización de la vida generada por la pareja, también su amor adquiere un significado profundo que se intensifica sin que medie la separación.

05 – La sangre impura, la pura y las manchas

Según la Torá, la sangre que sale del útero impurifica a condición de que tenga alguna de las tonalidades que la hacen impura, ya que la sangre posee diferentes colores, tal como fue dicho (Devarim-Deuteronomio 17:8): “Cuando te quedare oculto a ti un caso para juicio: entre sangre y sangre”, esto es, “entre sangre pura e impura”, “te levantarás y ascenderás al lugar que habrá elegido HaShem tu D’s” y consultarás a los sabios si la sangre de un determinado tono es pura o impura (ver adelante 2:2).
Según la Torá, únicamente una sangre que salió del útero acompañada de una sensación similar a la que se tiene en virtud del flujo menstrual, impurifica a la mujer, pero en caso de que saliera sin que medie esta sensación, no la ha de impurificar, tal como fue dicho (Vaikrá-Levítico 15:19): “Y una mujer cuando tuviere flujo, fluyere sangre en su carne”, “en su carne – hasta que lo sienta en su carne” (Tratado de Nidá 57(B)). Si bien una sangre que salió desapercibidamente del útero no impurifica a la mujer, en caso de que tenga alguna de las tonalidades impuras, según la Torá esa sangre es impura, y en caso de que tome contacto con una prenda de vestir o con un recipiente, estos quedarán impurificados. Por lo tanto, nuestros sabios decretaron también que la sangre que saliere del útero sin que medie sensación alguna impurificará a la mujer al igual que la sangre de la nidá. A la sangre que sale imperceptiblemente del útero la llamamos “mancha” (ketem), y nuestros sabios condicionaron su decreto a que la mancha sea encontrada de un modo tal que efectivamente pueda impurificar una prenda de vestir o un recipiente. Para que ello sea así, tienen que darse tres condiciones: 1) Que su tamaño sea mayor que el de un grano de cereal (superficie de un círculo de 2 cm. de diámetro). 2) Que se encuentre sobre algo pasible de absorber impureza, tal como una prenda de vestir o un recipiente y no sobre una piedra o un papel. 3) Que se encuentre sobre algo de color blanco, de modo tal que pueda distinguirse con certeza que se trata de una tonalidad de sangre impura y no de pura (ver adelante 2:4, 7-8).
La diferencia entre la sangre impura y la pura es sumamente sutil, y a raíz de la destrucción del Templo y la dispersión del pueblo judío producto del exilio se perdió la tradición que permitía discernir entre los tipos de sangre. Ya en los días de los amoraítas, grandes rabinos reconocieron que no lograban diferenciar entre las tonalidades de la sangre pura e impura, hasta que en el tiempo de los sabios medievales (rishonim) ya era comúnmente aceptado en todo el pueblo de Israel que se debía adoptar una actitud estricta respecto de todas las tonalidades de color rojo y negro (ver adelante 2:2).

06 – Una mujer nidá que experimenta un flujo de sangre y los decretos de Rabí

Tal como aprendimos (en la halajá 1) la prohibición de mantener relaciones sexuales y tener cercanía recae tanto sobre la mujer que tiene su período menstrual como sobre aquella que tiene un flujo de sangre, no obstante, en lo que respecta a los días de impureza que dicta la Torá, hay una diferencia. Nidá es aquella mujer que ve sangre del modo habitual de acuerdo con su período menstrual, y según la Torá, estará impura solamente durante siete días. Esto es, desde el día en que ve la sangre menstrual comienza a contar siete días, tanto sea si la ve durante un día o durante siete, y si hasta el anochecer del séptimo el sangrado cesare, al comenzar la noche del octavo podrá realizar su inmersión ritual y purificarse.
Zavá es aquella mujer que ve sangre durante tres días mas no durante su período menstrual. Esto es, tras los siete días del período de la nidá vienen once en los cuales en caso de que viera sangre durante tres de ellos adquirirá una impureza denominada “zavá guedolá” (gran zavá). Cuando cesare el sangrado, habrá de contar siete días limpios de sangre, y al finalizar estos realizará la inmersión ritual y se purificará. En los días del Templo de Jerusalém, tras su purificación, esta mujer debía ofrendar un sacrificio que consistía en dos tórtolas o dos palominos, uno como sacrificio de expiación por un pecado cometido (jatat) y otro que era enteramente quemado para HaShem (olá).
Si durante los once días mencionados, la mujer en cuestión viere sangre durante uno solo de estos, se la denominará “zavá ketaná” (pequeña zavá) cuya impureza se prolonga únicamente por un día, y en caso de que al día siguiente estuviere limpia, realizará su inmersión ritual y se purificará según la regla de quien “cuida un día por cada día”. En caso de que al día siguiente también viere sangre, se encontrará aun en el estatus de “zavá ketaná”, y en caso de que al día siguiente estuviere limpia, realizará su baño ritual y quedará pura. Pero en caso de que viere sangre durante tres días seguidos, su estatus será de “zavá guedolá”, por lo que tendrá que contar siete días limpios (Tratado de Nidá 73(A)).
Cerca de ciento cincuenta años después de la destrucción del Templo, Rabí Yehudá HaNasí -el compilador de la Mishná- observó que había mujeres que se equivocaban y confundían los días que era necesario contar para purificarse del estatus de nidá y los que se precisaba contar para purificarse del estatus de zavá. Notó también que había mujeres que se equivocaban y consideraban impura a la sangre que exhibía una tonalidad pura, y por ende, cada vez que veían sangre pura durante unos días previo al inicio de la menstruación, comenzaban a contar los siete días de nidá desde el avistamiento de la sangre pura, al tiempo que debían comenzar a hacerlo más adelante, a partir del avistamiento de sangre impura. Por lo tanto, instituyó que toda mujer que viere sangre durante uno o dos días contará seis días limpios, y luego realizará su inmersión ritual. Y en caso de que viere sangre durante tres o más días, contará siete limpios y luego llevará a cabo su inmersión (Tratado de Nidá 66(A)).

07 – La costumbre de las hijas de Israel

Con el correr del tiempo, a raíz del temor a confundirse con los dos tipos de conteo que Rabí instituyó y otros recaudos, las hijas de Israel agregaron un día más, adoptando sobre sí una actitud estricta, forzándose a contar siempre siete días limpios. O sea, su incremento en la severidad consistía en que, aunque tan solo vieran sangre por un día o dos, contaban siete días limpios en vez de los seis que instituyó Rabí. Unas tres generaciones con posterioridad al decreto de Rabí, la costumbre de las mujeres ya se había extendido a todo el pueblo de Israel, y tal como dijera Rabí Zeira: “Las hijas de Israel adoptaron para sí una actitud estricta por la cual, aunque tan solo vean una gota de sangre del tamaño de una semilla de mostaza, cuentan por ella siete días limpios” (ídem, ídem). Y nuestros sabios aceptaron su práctica y le dieron estatus de norma obligatoria y dictamen halájico (Tratado de Berajot 31(A), Shulján Aruj Yoré Deá 183:1). En la práctica, el peso del suplemento de tiempo adoptado por las hijas de Israel resulta pequeño, y representa un agregado de días prohibidos que no asciende a más que un dos o tres por ciento del total de los días que resultaron agregados por efecto del decreto de Rabí.
Como continuación de ello, en un proceso gradual, se aceptó la costumbre de adoptar una actitud estricta y considerar también a la sangre pura que es secretada con posterioridad al nacimiento (dmei tohar) como sangre que impurifica para toda cuestión (ver adelante 9:8).

08 – El significado de los cercos protectores establecidos por los sabios

En todos los mandamientos, la Torá nos preceptúa sobre el grueso de la prohibición, sin embargo, existe una zona gris en torno a la prohibición absoluta, la cual no está proscrita por la Torá, pero implica problemas y complicaciones, porque quienes allí se encuentran, son pasibles de incurrir en la transgresión de una prohibición. Y la Torá les ordenó a los sabios de Israel que profundicen en el tratamiento de la zona gris que rodea las prohibiciones de la Torá y establezcan cercos protectores para que por su intermedio los hijos de Israel puedan cumplir los preceptos de la Torá (ver Likutei Halajot de Rabí Natán – Hiljot Ta’arovot 1:8).
Sobre esto fue dicho (Vaikrá-Levítico 18:30): “Y habréis de cuidar Mi observancia”, o sea: “habrán de hacer un resguardo a Mi custodia – (Asú mishmeret lemishmartí)” (Tratado de Yevamot 21(A)). Y la Torá le ordenó al pueblo de Israel que cumpla los decretos de los sabios, tal como fue dicho (Devarim-Deuteronomio 17:11): “No te apartes de la sentencia que te habrán de aclarar ni a la derecha ni a la izquierda” (ver Tratado de Shabat 23(A)). O sea, los preceptos de HaShem se presentan en dos niveles, el de la Torá Escrita y el de la Torá Oral. Las palabras de la Torá Escrita expresan la idea Celestial Superior que define el fundamento del precepto, y las palabras de los sabios de la Torá Oral establecen el marco en el cual la norma habrá de implementarse en el mundo práctico.
Cuando el Primer Templo estaban en pie, y la Divina Presencia reposaba sobre el pueblo de Israel, así como la Palabra de HaShem se revelaba por medio de Sus siervos los profetas, los sabios hacían menos cercos protectores a la Torá y se confiaba más en que las revelaciones de santidad y la profecía evitarían que el pueblo de Israel pecara. Sin embargo, tras la destrucción del Primer Templo y la suspensión de la profecía a inicios de los días del Segundo Templo, los miembros de la Gran Asamblea, entre los que se encontraban también los últimos profetas, coincidieron en que para reforzar el estatus de la Torá y los preceptos en el seno del pueblo de Israel era preciso instituir cercos a la Torá (Tratado de Avot 1:1). Así, comenzó la era de los sabios, que son quienes instauraron el imperio de la Torá en el seno del pueblo de Israel, y gracias a ellos, durante todos los años del exilio el pueblo judío siguió apegado a la ley de Moshé, a la observancia de los preceptos y a la expectativa del arribo de la redención (tal como se explica en el artículo de nuestro maestro el Rav Kuk titulado: “Jajam adif minaví – Un sabio es preferible a un profeta”, Likutei Torá LaAdmor HaZaken IV 57:3, Pninei Halajá Zmanim 11:6).
Tal como parece, en lo que respecta a la prohibición de nidá, mientras el Primer y Segundo Templo existieron y se practicaba la pureza en el pueblo de Israel, los sabios se abstuvieron de establecer cercos protectores a la norma que agregasen días de veda para el contacto, tal como lo hicieron con el resto de las prohibiciones, ya que equiparar la prohibición de nidá a la de zavá y la sangre pura a la impura habría alterado a las leyes de la Torá. Por ejemplo, tras pasar por la impureza de zavá, las mujeres debían traer al Templo un sacrificio, lo cual no ocurre en el caso de la impureza de nidá. Y tal como escribiera Rabí Meir Simja de Dwinsk (Meshej Jojmá a Shemot-Éxodo 12:22), cuando se reconstruya el Templo de Jerusalém, pronto en nuestros días, quedará sin efecto el decreto de Rabí que equipara las leyes de la mujer nidá a las de la mujer zavá. Asimismo, agregar días de impureza obstruiría la observancia de los preceptos vinculados al Templo y a las normas de los alimentos puros, porque alejaría a las mujeres de la posibilidad de ascender al Santuario y comer en éste alimentos en estado de pureza (taharot). Además, en numerosos hogares en los que se observaban las leyes de la pureza familiar, en sus días impuros la mujer acostumbraba a retirarse a los aposentos de su casa y no tocar ni los alimentos ni las bebidas de los demás miembros de la familia, y usaba únicamente sus vestimentas y utensilios impuros destinados específicamente para esos días (ver Rambán a Vaikrá-Levítico 12:4), por lo que agregar días de impureza le tornaría la vida mucho más pesada. Sin embargo, por otra parte, los sabios establecieron cercos protectores en lo que respecta a la pureza (taharot) y a los alimentos consagrados (kodashim), y estas normas fungieron a su vez como cercos protectores para las prohibiciones de nidá y zavá.
Tras la destrucción del Segundo Templo, cuando muchos de los hijos de Israel se vieron exiliados de su tierra y quedaron sin efecto las reglas de la pureza ligadas al Santuario, se empequeñecieron los corazones y se olvidaron las tradiciones, y hubo quienes se equivocaban y confundían los días puros con los impuros, y la sangre pura con la impura, y por lo tanto, en un proceso gradual los sabios establecieron diferentes cercos protectores que fueron sumando días de prohibición al contacto. Tal como aprendimos (en las halajot 6 y 7), cerca de ciento cincuenta años después de la destrucción del Segundo Templo Rabí estableció que una mujer nidá que viera sangre durante tres días cuente siete días limpios tal como lo hace la zavá. Y en caso de que la viera por uno o dos días, que cuente seis días limpios. Y para no generar confusión entre la nidá y la zavá, las mujeres del pueblo de Israel acostumbraron que también quien viere sangre uno o dos días, contase siete días limpios. Dado que ello no implica un aumento importante en la rigurosidad (jumrá) de la norma sino solamente agrega un día de alejamiento en casos poco frecuentes, los sabios aceptaron esta práctica y le dieron el estatus de dictamen halájico (halajá pesuká). Asimismo, hubo un acuerdo entre los sabios de no diferenciar entre la sangre pura y la impura y adoptar la actitud estricta con todas las tonalidades sanguíneas. En total, como resultado de todos estos cercos protectores establecidos, se agregaron unos cinco o seis días de prohibición de contacto cada mes.

09 – El precepto de oná y el motivo interior de los cercos protectores

Respecto de los cercos protectores en torno a la prohibición de nidá, cabe preguntar cómo pueden instituirse medidas precautorias que agregan días a la prohibición de contacto e impiden que los hijos de Israel cumplan dos grandes mandamientos de la Torá que son el de oná y el de procrear (pru urbú). A esto debe responderse, que, tras la destrucción del Templo y la dispersión del pueblo de Israel en el exilio, se vio disminuida la alegría, y también el precepto de oná (el deber del hombre de no privar a la mujer de mantener relaciones sexuales, N. de T.), y por ello los sabios no se abstuvieron de establecer cercos protectores también a este precepto, tal como lo hicieron con otras prohibiciones de la Torá.
En ese sentido, aprendimos que la fuente del reposo de la Divina Presencia entre los cónyuges durante el cumplimiento del precepto de oná tiene su origen en el Kodesh HaKodashim (el Santo Sanctórum) del Templo de Jerusalém (Pninei Halajá – La alegría del hogar y su bendición 1:6). Asimismo, vimos que los querubines que se encontraban sobre el Arca del Pacto que estaba ubicada en el Kodesh HaKodashim tenían la forma de un hombre y una mujer durante el cumplimiento del precepto de oná. Nuestros sabios dijeron (Tratado de Yomá 54(A)) que “cuando los hijos de Israel peregrinaban al Templo, les descubrían la cortina que cubre al Santo Sanctórum y les permitían ver los querubines que estaban enlazados el uno con el otro y les decían: Ved cuánto os quiere el Eterno, como el amor de un hombre por una mujer”. Y cuando los hijos de Israel dejaron de hacer la voluntad del Eterno, los querubines se separaron uno del otro y dirigieron su mirada a las paredes del Santuario (Tratado de Baba Batra 99(A)). Y esto es lo que dijeron nuestros sabios (Tratado de Sanedrín 78(A)): “Desde el día en que se destruyó el Templo, la unión sexual perdió su sabor y éste le fue entregado a los transgresores”.
De igual manera, de las palabras del tanaíta Rabí Yshmael ben Elishá (Tratado de Baba Batra 60(B)) -quien fue el Sumo Sacerdote en días de la destrucción del Segundo Templo y finalmente fuera ejecutado por el reino malvado- aprendemos: “Fue enseñado, dijo Rabí Yshmael ben Elishá: Desde el día en que se destruyó el Sagrado Templo corresponde que decretemos sobre nuestras personas no comer carne ni beber vino, pero no se dicta una prohibición que el público no puede cumplir. Y desde el día en que extendió el reino malvado su predominio, aplicando sobre nosotros edictos pérfidos y duros que nos impiden estudiar la Torá, cumplir los preceptos, ni tampoco circuncidar y redimir a nuestros hijos, ¿corresponde que decretemos sobre nuestras personas no desposar mujeres y no tener hijos, por lo que la descendencia de Abraham desaparecería por sí misma? Entonces, ¡déjalos a los hijos de Israel, es mejor que transgredan involuntariamente y no lo hagan con alevosía!”.
Por lo tanto, aprendimos que, a raíz de la destrucción del Templo y del exilio, la fuente del precepto de oná y su alegría se vieron afectadas, y por ende, cabía establecer cercos protectores a las prohibiciones de la mujer nidá y la zavá tal como los sabios lo hicieron en todos los demás preceptos. Cabe también decir que uno de los motivos para la prohibición de nidá es que en virtud del distanciamiento que tiene lugar durante siete días de cada mes, la mujer se vuelva “agradable ante su marido como en el momento en que entró al palio nupcial” (arriba halajá 4). Tras la destrucción del Templo y el exilio de Israel, la alegría conyugal se vio afectada y fue necesario agregar días de prohibición. De ese modo, cada mes, las añoranzas se intensificaban aun más, los cónyuges podían alegrarse de sobremanera al volver a unirse, y su amor resultó preservado (Pninei Halajá – La alegría del hogar y su bendición 3:15).

10 – La alegría que conlleva el precepto de oná y el recaudo necesario ante las actitudes estrictas

La alegría que conlleva el precepto de oná y el recaudo necesario ante las actitudes estrictasA pesar de la destrucción del Templo y el exilio, y a pesar del agregado de cercos protectores y el incremento de los días prohibidos, en los tiempos de pureza, la vigencia del precepto de oná se mantiene en todo su vigor, y es deber del hombre alegrar a su mujer en la totalidad del alcance de sus posibilidades, y a su vez, también la mujer está preceptuada de alegrar a su marido de la misma manera. Esto y más, la observancia de los preceptos de oná y de procrear implican una reparación determinada del pecado y del exilio, porque por intermedio del precepto de oná una luz interior proveniente del Kodesh Hakodashim (Santo Sanctórum) desciende al interior de los hogares israelitas, tal como dijeran nuestros sabios (Mejilta DeRabí Yshmael Parashat Bo 14): “Todo lugar hacia el cual los hijos de Israel marcharon exiliados, es como si también la Divina Presencia se hubiere exiliado junto a ellos”. En ese sentido, dijeron también (Tratado de Yevamot 62(A)) que por medio del cumplimiento del precepto de procrear (pru urbú), se acerca el advenimiento de la redención. Por lo tanto, durante todas las generaciones, nuestros sabios procuraron ir por la senda del rey David, que fue renombrado en su piedad religiosa a la hora que se sentaba a instruir o dictaminar halajá para el pueblo de Israel, y no se abstenía de ensuciar sus manos con sangre, líquido amniótico y placenta con tal de permitir a una mujer que cohabite con su marido (Tratado de Berajot 4(A)).
Hay quienes se preguntan: ¿Quizás en nuestros días sea posible dejar sin efecto el decreto que establece que la mujer nidá debe contar siete días limpios? Esta pregunta encierra dos aspectos. El primero, quizás en virtud de que regresamos a la tierra de Israel cabe cumplir el precepto de oná con mayor excelencia y reducir los cercos protectores, tal como acostumbraban a conducirse los hijos de Israel cuando vivían en su país. El segundo, que se han multiplicado las tentaciones y los obstáculos, y en la medida que el tiempo de la prohibición se prolonga, son más las personas a las que les resulta difícil observarlo. Sin embargo, si bien los argumentos de quienes formulan la pregunta son de peso, carecemos de la autoridad para analizar la derogación de un decreto establecido por Rabí Yehudá HaNasí, que era quien presidía el Sanedrín, e incluso carecemos de la autoridad necesaria para dejar sin efecto una costumbre que se adoptó o fue aceptada por parte de los sabios del Talmud como si se tratara de un dictamen halájico, y por ende, el decreto en cuestión mantiene su absoluta vigencia. Si bien tuvimos el mérito de poder regresar a la tierra de Israel y reconstruirla, todavía no tuvimos el mérito de que la Torá se consolide como corresponde, y por ende, el decreto en cuestión es acorde a nuestra situación espiritual. Sobre esto, decimos al rezar: “Devuélvenos jueces como los de otrora, y asesores como los que tuvimos en un inicio, y retira de nosotros el dolor y el sufrimiento”.
No obstante, en aquello en lo que se puede flexibilizar de acuerdo con la norma – corresponde hacerlo, pues la actitud estricta en esta cuestión evita el cumplimiento de un precepto de la Torá y puede derivar en inconvenientes. Además, es preciso cumplir el precepto de la alegría de la oná con la mayor excelencia posible durante los días en los que ello está permitido.

11 – El significado de la inmersión ritual (tevilá)

La tevilá se lleva a cabo sumergiendo la totalidad del cuerpo en agua (ver adelante 5:1, 10:1). Tal como aprendimos (halajá 2), todo lo concerniente a la impureza está vinculado con la muerte, y por ende, se entiende que, a través de la inmersión, por medio de la cual la persona impura se libra de su impureza, es como si fuese creada nuevamente y retornase a la vida (Sefer Hajinuj 173). Esto es así ya que, en el momento de la inmersión, mientras se encuentra en el agua, el individuo no puede respirar ni continuar viviendo, y en virtud de ello, al emerger del líquido elemento es como si volviera a nacer. O sea, la persona impura, a la cual se le ha adherido algo de la muerte, se sumerge por completo en el agua, y así, al salir de esta, su vida se renueva en ausencia de la impureza y de la muerte que se le había adherido.
Sin embargo, si la persona se sumergiere en el agua por decisión propia, la inmersión no le servirá de nada, empero por medio del precepto que HaShem dio, esta la purifica, ya que la vida, el mandato Divino y la pureza, todos ellos provienen de D’s. HaShem, que creó el cielo, la tierra y todo cuanto ellos contienen, nos otorgó el precepto de la inmersión ritual por medio del cual podemos conectarnos con el origen de nuestra vida, y purificarnos de la impureza que se nos ha adherido. Así, a pesar de que una persona vive en este mundo, un lugar en el cual la inclinación al mal se halla junto a la inclinación al bien, en el que tanto las debilidades como las carencias acompañan a cada virtud y la muerte se encuentra junto a la vida, debemos saber que por medio de la Torá y los preceptos la persona logrará conectarse con HaShem y librarse de la muerte. “Empero vosotros, los que estáis adheridos a HaShem vuestro D’s, estáis vivos, todos vosotros hoy” (Devarim-Deuteronomio 4:4).
De esto resulta que el significado básico de la inmersión ritual es que, al sumergirse en el agua, tal como la Torá lo ordena, el individuo ingresa con la totalidad de su ser al seno de la fe, y en virtud de ello, D’s lo purifica de su impureza, y sale del líquido elemento como si hubiera vuelto a nacer. Y en él se cumplen las palabras del profeta (Yejezkel-Ezequiel 36:25-26): “Y arrojaré sobre vosotros agua pura y os purificareis de todas vuestras impurezas y de todas vuestras suciedades os purificaré. Y os daré un corazón nuevo, y un espíritu nuevo pondré en vuestro seno, y retiraré el corazón de piedra de vuestra carne y os daré un corazón de carne”.
Dijo Rabí Akiva: Felices de ustedes hijos de Israel, ¿ante Quién se purifican y Quién los purifica? ¡Vuestro Padre Celestial! Tal como fue dicho (Yejezkel-Ezequiel 36:25): “Y arrojaré sobre vosotros agua pura y os purificareis”, y fue dicho (Yrmiahu-Jeremías 17:13): “HaShem es la esperanza (mikvé) de Israel”. Así como la mikvé purifica a los impuros, de igual manera el Santo Bendito Él purifica a Israel” (Mishná Tratado de Yomá 8:9). De esto resulta que quien realiza su inmersión ritual logra incluirse en la generalidad de la congregación de Israel (Kneset Israel), que está destinada a conectar a todo el mundo con HaShem y purificarlo.
Los sabios medievales (rishonim) dijeron que si bien el precepto de la inmersión no requiere que quien se sumerja retorne en arrepentimiento, de todas maneras, corresponde que dirija su corazón al pensamiento de que así como por medio de su tevilá su vida se renueva, que de igual forma se renueven sus pensamientos y sus acciones para bien. Y así como el agua tiene la capacidad de limpiar la suciedad de su cuerpo, que la inmersión limpie su alma de la inmundicia de su pecado (Sefer Hajinuj 173, Rambám Hiljot Mikvaot 11:12). En ese sentido, los sabios dijeron que el retorno en arrepentimiento, la teshuvá, se asemeja al agua (Raavad 2:4).

12 – El significado del agua

El precepto de la inmersión ritual se cumple justamente por medio del agua, y ello encierra ideas muy profundas. El agua es el fundamento de la vida en el mundo, y por su intermedio HaShem les otorga vida a todos los seres. Por ello, nuestros sabios ensalzaron tan marcadamente la importancia de un día de lluvias, en el cual HaShem le brinda vida al mundo, y dijeron que se asemeja al día en el cual fueron creados los cielos y la tierra, al día en el que fue entregada la Torá, y tiene algo de semejanza con la resurrección de los muertos (Tratado de Ta’anit 7(A)). Lo que tienen de singular tanto el agua como las lluvias es que expresan la benevolencia Divina que emana hacia todos por igual, tal como fue dicho (Tehilim-Salmos 145:16): “Tú abres Tu mano, y satisfaces el deseo de todo ser viviente”, “Él da alimento a toda carne pues Su benevolencia es eterna” (ídem 136:25). A los árboles frutales y a los que no dan fruto, a las flores y a las espinas, a la flora y a la fauna, a las ovejas devoradas y a los lobos devoradores, a las bestias y al ser humano, a los justos y a los malvados, pues a todos los creó HaShem y todos son valiosos. Por ello, en la sabiduría de la Kabalá el agua expresa la cualidad de la benevolencia Divina (Zohar I 24b, III Raaia Meheimna 255:1, Metzudat David al Radbaz 455).

Resulta que, en la inmersión ritual, el individuo se fusiona en la benevolencia Divina que es aquella que les otorga la vida a todos los seres vivos, y en virtud de esa conexión, la impureza, la carencia y la muerte que se apegaron a él se retiran por completo por lo que se purifica, y la vida en su interior se ve potenciada y es como si volviera a nacer.

Dado que la benevolencia (o la generosidad – jesed) es el fundamento de todo, en el orden de la creación del mundo la aparición del agua antecedió también a la de los cielos y la tierra, tal como fue dicho (Bereshit-Génesis 1:1-2, ver adelante 10:1): “Y el viento de Elokim soplaba por sobre las aguas. Respecto de esto, nuestros sabios dijeron (Avot DeRabí Natán 4): “En un inicio el mundo no se creó sino a partir de la benevolencia (jesed)”, tal como fue dicho (Tehilim-Salmos 89:3): “El mundo será construido con benevolencia (jesed)”. El origen del pueblo de Israel radica en la cualidad de la benevolencia, de aquí la virtud singular de nuestro primer patriarca, Abraham, que la detentaba, ya que abría su tienda generosamente en las cuatro direcciones para poder recibir a todos los viajantes sin diferencia de raza o religión (ver Tratado de Baba Metzía 86(B), Zohar I 102a y 102b). Resulta entonces que por medio de la inmersión ritual el individuo se conecta con las fuentes de la creación y del pueblo de Israel, con la idea de la benevolencia que pone de manifiesto el fundamento y el significado de la creación, y por ello su vida se renueva. La inmersión debe tener lugar en un agua que fue reunida o acumulada en el suelo y se encuentra en su estado natural, primigenio, para de esa forma expresar el retorno a la benevolencia -que es el fundamento primero de la vida- de quien en ella se sumerge (tal como se explicará más adelante 10:1-2).

El agua de la mikvé es también una expresión de unidad, ya que las diferentes gotas de agua se reúnen sin que haya entre éstas conexión alguna salvo el hecho de que se encuentran juntas. Resulta entonces que quien se sumerge se conecta con la raíz de la unidad, pues el fundamento de la fe es que HaShem es Uno y creó a todas las creaturas, y el pecado se origina en que los creados están separados tanto entre sí como de su origen, y el objetivo de la Torá y de los preceptos es reparar esta escisión. Respecto de la desunión existente entre el hombre y su prójimo, Rabí Akiva dijo que el precepto de “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” es la regla principal de la Torá, y respecto del distanciamiento existente entre el hombre y su Creador, Ben Azai dijo que la regla esencial de la Torá es que el ser humano fue creado a la imagen de D’s (betzelem Elokim) (Talmud Jerosolimitano Tratado de Nedarim 9:4). Resulta entonces que el hombre que se impurifica por causa de las defecciones existentes en el mundo se sumerge en el agua que expresa la unidad, y vuelve a conectarse con la raíz de la fe y el amor.

El agua pone de manifiesto a la Torá, tal como dijeran nuestros sabios (Tratado de Ta’anit 7(A)) en cuanto a que la Torá se asemeja al agua, tal como fue dicho (Yshaiahu-Isaías 55:1): “Oh, todos los sedientos, ¡id hacia el agua!”, pues toda la Torá se inicia con un acto de benevolencia y termina con un acto de benevolencia (Tratado de Sotá 14(A)), agregando vida y bendición. El agua también alude al conocimiento (Da’at), tal como lo insinúa el profeta (Yshaiahu-Isaías 11:9): “No harán el mal y no dañarán en toda la montaña de Mi Santuario; ya que estará colmada la tierra del conocimiento de HaShem, como las aguas del mar que al lecho recubren”.

13 – La cuestión de la pureza en el Santuario y la situación imperante tras su destrucción

La finalidad de la pureza es conectar el cuerpo y a todos los ámbitos de la vida terrenal con la alegría y el regocijo, la imaginación y el sentimiento, que son aquellos que los acompañan rumbo a la santidad. Ya que para estudiar Torá y cumplir preceptos no es necesario purificarse sino prepararse por medio del refinamiento de las virtudes, pues el aspecto espiritual del ser humano no se impurifica (Tratado de Berajot 22(A)). Sin embargo, los aspectos materiales de la vida pueden impurificarse, y ocluirse ante la bendición Divina, y cuando los hijos de Israel consiguen purificarse, logran traer vida y bendición a la tierra y a todos los ámbitos de la existencia que tiene lugar en ella (Orot Hatjiá 35).

En los días en los que el Templo de Jerusalém estaba en pie y los hijos de Israel residían en su tierra, todos ellos estaban conectados al manantial de vida Divina del Santuario, y en virtud de ello, la bendición se expandía a toda la extensión de la tierra en todos sus aspectos materiales. Para ello, la Torá les indicó a los hijos de Israel que se enfrentaran a todos los tipos de impureza que hay en el mundo, para purificarse de ella y peregrinar al Templo tres veces por año. Y los cohanim precisaban guardar su estado de pureza en todos los confines del país, porque están preceptuados de ingerir las ofrendas y la jalá que reciben del pueblo de Israel en estado de pureza.

Empero a causa de nuestros pecados el Templo fue destruido, fuimos exiliados de nuestra tierra y quedó sin efecto la pureza en el pueblo de Israel, suspendiéndose todos los procedimientos purificatorios de la impureza de la muerte (humana) y de la impureza de los animales muertos o de los reptiles, la impureza del zav (quien padeció de la secreción de un determinado flujo a través del pene), la de la polución y la del metzorá (que suele mal traducirse como “leproso”), y así, la impureza quedó adherida a todos los aspectos del mundo material. Solo quedó una pureza en el pueblo de Israel, la de la mujer para con su marido, por medio de la cual los cónyuges atraen la santidad del Templo sobre sus hogares, y por su intermedio, los hijos de Israel consiguen elevar y consagrar los aspectos físicos de la alegría preceptiva que tiene lugar entre marido y mujer, agregando así vida y bendición al mundo. Quiera D’s que por el mérito de la observancia del precepto del cuidado de la pureza por parte de las mujeres del pueblo de Israel, el Templo de Jerusalém sea reconstruido pronto en nuestros días, la Divina Presencia repose sobre toda la obra de nuestras manos, y la pureza se extienda a todo el mundo para repararlo y purificarlo.

01 – Sangre pura e impura

Una mujer de la cual fluyó sangre de nidá, esto es, sangre del período menstrual, se vuelve impura, y tanto el hombre como la mujer quedan prohibidos el uno para la otra, tal como fue dicho (Vaikrá-Levítico 15:19): “Y una mujer cuando tuviere flujo -sangre será su flujo en su carne- siete días permanecerá en su alejamiento”. La sangre de la nidá que impurifica es aquella que sale del útero, tal como fue dicho (ídem 20:18): “Y el hombre que se acostare con una mujer menstruante (nidá) … si ella descubriere la fuente de su sangre, serán truncados los dos del seno de su pueblo”. O sea, el útero que es el lugar donde se genera la vida es a su vez el sitio del cual sale la sangre impura de la nidá o la zivá (el flujo de sangre durante tres días de los once posteriores al período, N. de T.). Por medio del precepto de oná en los días puros y del alejamiento en los impuros, el hombre y la mujer potencian su vínculo de un modo tal que se incrementan el bien y la vida, y evitan desviar sus energías hacia el lado de la impureza y el mal que son los que llevan a perder y truncar sus vidas.

La sangre posee diferentes colores, hay matices que son puros y otros que resultan impuros, tal como fue dicho (Devarim-Deuteronomio 17:8): “Cuando te quedare oculto a ti un caso para juicio: entre sangre y sangre” – esto es, entre sangre pura e impura (Tratado de Nidá 19(A)). De un análisis pormenorizado y exacto de los versículos, nuestros sabios aprendieron que la Torá tenía la intención de prohibir cuatro matices de sangre, y que el resto de las tonalidades fuesen puras. Estos son los matices impuros:

1) “El rojo semejante al de una herida”, semejante al color de la sangre que sale de un corte inmediatamente después de producido, y no un poco después.

2) “La del color azafrán”, semejante a hojas finas de azafrán cuyo color es rojo-anaranjado.

3) “Como el agua de la tierra”, tonalidad semejante a la de la tierra fértil de los valles de la Galilea que están cubiertos de agua, cuya tonalidad es marrón-rojiza.

4) “Cual vino servido”, semejante a la tonalidad del vino tinto del Sharón mezclado con una doble cantidad de agua (rojo-violáceo).

5) Nuestros sabios agregaron que existe un quinto color, el “negro como la tinta”, que de hecho es como el primer tipo de sangre (“rojo semejante al de una herida”) cuya tonalidad fue alterada y cambió (Tratado de Nidá 19(A) – 20(A)). Según la Torá, el resto de las tonalidades de rojo, negro, rosado, naranja y marrón   son puras.

02 – La dificultad existente a la hora de discernir

La distinción entre la sangre pura y la impura requiere de una gran expertez porque existen numerosos matices de sangre, y es preciso acostumbrarse a observar su tonalidad y su textura, para poder distinguir entre la permitida y la prohibida. Por ello, la Torá ordenó que en caso de duda se consulte a los sabios, y en casos excepcionales, se pregunte al Gran Tribunal de Jerusalém, tal como fue dicho (Devarim-Deuteronomio 17:8): “Cuando te quedare oculto a ti un caso para juicio: entre sangre y sangre” –“entre sangre pura e impura”- “…te levantarás y ascenderás al lugar que habrá elegido HaShem tu D’s” para escuchar la instrucción de los sabios respecto de qué tonalidad de sangre es pura y cuál impura. Por eso, tenían el recaudo de no observar sangre por la noche, para poder discernir con exactitud su color (Tratado de Meguilá 14(A)).

Por ejemplo, respecto del primer matiz, “el rojo semejante al de una herida”, nuestros sabios explicaron (Tratado de Nidá 19(B)) que se refiere a la sangre que sale del toro inmediatamente después de ser faenado, y no la que brota de este posteriormente. Además, dijeron que se asemeja a la sangre de un piojo de la cabeza y no a uno del cuerpo cuyo color es levemente diferente. Dijeron también que se asemeja a la sangre de la herida de un hombre joven y no a la de un hombre mayor. Todo ello para explicar el primer matiz. De igual manera, los sabios amoraítas debatieron respecto de los cuatro matices de rojo cuando estos se volvían un poco más claros o un poco más oscuros. Otro tanto dijeron nuestros sabios en la Mishná respecto de la sangre negra que se asemeja a la tinta, y explicaron que, si es un matiz menos profundo, esto es, si es el color negro del cuervo o del alquitrán, la sangre será pura (ídem 20(A)).

A raíz de la destrucción del Templo y la dispersión en el exilio las tradiciones se debilitaron, al grado de que también rabinos importantes tuvieron dificultades para diferenciar sangres puras de impuras. En este sentido, se narra sobre tres grandes sabios amoraítas: Ameimar, Mar Zutra y Rav Ashi que fueron a hacerse sangrías siguiendo el consejo de la medicina aceptada en aquel entonces. Luego de que la sangre comenzara a ser vertida en el primer recipiente, Ameimar, que era el mayor del grupo, dijo que era de un color “semejante al de una herida” que es el primer tipo de sangre impura. Luego, cuando la sangre fue vertida a un segundo recipiente, dijo que esa ya no se semejaba a la de una herida y por ende no generaba prohibición.

Rav Ashi, que era discípulo y amigo de Ameimar, dijo que no lograba diferenciar entre aquellos dos matices de sangre, y por lo tanto, no podía dictaminar halajá al respecto (ídem ídem). Con el correr del tiempo, numerosos sabios se abstuvieron de discernir entre las tonalidades de sangre pura e impura, por lo que adoptaron una actitud estricta y las prohibieron a todas. Esto fue así hasta llegar a la etapa de los sabios medievales, que es cuando en todo el pueblo de Israel era aceptado adoptar una actitud estricta sobre todas las tonalidades de la sangre roja y negra.

03 – La diferencia entre los colores impuros y los puros

A pesar de que hubo consenso en cuanto a prohibir todas las tonalidades de sangre roja, la labor de dictaminar la halajá sigue requiriendo tanto de estudio como de experiencia, para distinguir entre una imagen poseedora de una tonalidad rojiza proveniente de la sangre y otra cuya tonalidad no tiene tal procedencia. Esto resulta especialmente difícil cuando esta se seca, el rojo se desvanece y su color cambia.

En apariencia, se puede resolver el problema definiendo los colores por medio de sus nombres, siendo los colores prohibidos los siguientes: rojo, rojo-rosado, bordó y negro; y permitidos los siguientes: amarillo, gris y marrón, y así es como se manifestaron por escrito numerosas eminencias halájicas. No obstante, esta definición resulta insatisfactoria, porque existe una infinidad de matices y combinaciones de tonalidades, y muchos de los colores de la sangre pueden ser tonalidades intermedias. Y si intentamos definir lo prohibido y lo permitido según los nombres de los colores, en algunas ocasiones autorizaremos lo prohibido y en otras prohibiremos lo permitido. Incluso la definición aceptada por nosotros del color de la sangre como rojo no resulta exacta, pues por lo general, el color de la sangre en estado líquido tiende al bordó, y al secarse, su tonalidad pasa a ser más violácea o marrón. Asimismo, los colores intermedios cercanos al rojo y al negro, como en el caso del violeta, el marrón, el rosado, el anaranjado y el gris -a veces están prohibidos y otras están permitidos.

La definición más cercana a la Halajá es que si en las tonalidades intermedias se observare una tonalidad rojiza de sangre, esto es, una especie de color bordó o violeta de sangre, la sangre en cuestión generará prohibición, y si careciere de estas tonalidades, estará permitida.

De hecho, por medio de la práctica rutinaria en la observación de la sangre del período menstrual, se aprende a discernir entre una imagen que contiene sangre y otra que no, y en el matiz que adquiere al estar húmeda o seca. Cuando a la mujer le resulte claro que ve el color rojizo de la sangre, se tratará de algo impuro. Cuando le resulte claro que lo que ve no posee del color rojizo de la sangre, será puro. En caso de que dude, que consulte a un sabio. Cabe prestar atención al hecho de que hay mujeres a las que el proceso de corte del sangrado les ocurre de manera gradual, y hacia el final de este, se pueden observar tonalidades marrones-rojas impuras, que paulatinamente se van transformando en marrones puras.

04 – La sangre y la mancha

La sangre impura que sale del útero impurifica a la mujer según la Torá, con la condición de que al fluir hacia afuera sea sentida por ella (hargashá) como un flujo menstrual. Pero en caso de que saliere sin ser sentida, aunque se tuviere la certeza de que proviene del útero, y por más que su color se asemejare al de la sangre impura, no impurificará. Tal como fue dicho (Vaikrá-Levítico 15:19): “Y una mujer cuando tuviere flujo -sangre será su flujo en su carne. Nuestros sabios explicaron: “en su carne: hasta que la sienta en su carne” (Tratado de Nidá 57(B)). Esta norma fue dicha para la mujer nidá y para la zavá por igual (Rambám Hiljot Isurei Biá 9:1).

Cabe explicar que la impureza se genera a partir de la sangre que sale del útero en un proceso que implica la pérdida de vitalidad, y una suerte de muerte. Pues si la sangre saliere en el marco del período menstrual (nidá), resultará que un óvulo que pudo haberse desarrollado como embrión se perdió, y en caso de que lo hiciere en el marco de la zivá, resultará que se generó un problema en el proceso de la generación del óvulo y su posterior absorción en el útero. Y la naturaleza del cuerpo hace que el flujo hacia afuera de una sangre que implica la pérdida de vitalidad sea sentido al salir, y por ello el flujo que sale sin serlo, no impurifica.

Sin embargo, nuestros sabios decretaron también la impureza de una mancha que saliere del útero sin ser percibida, si es que cumple con las siguientes tres condiciones: a) Que tenga un diámetro de más de dos centímetros. b) Que tenga un trasfondo blanco. c) Que esté sobre algo que puede adquirir impureza. Sin embargo, si la mancha no tuviere un diámetro superior a los dos centímetros, o no se encontrare sobre un trasfondo blanco o no estuviere sobre algo que puede adquirir impureza, no impurificará.

Esto se debe a que cuando en el pueblo de Israel se acostumbraba a preservar la pureza, la sangre que salía del útero sin ser percibida, si bien no tornaba a la mujer en prohibida para su marido, de por sí dicha sangre era impura e impurificaba a aquellos objetos puros con los que tenía contacto. Por lo tanto, nuestros sabios decretaron que todo aquello que impurifique objetos puros, impurifique también a la mujer, y por ende quede prohibida, con la condición de que se cumplan las tres condiciones antes mencionadas. Dijeron, además, que cada vez que surja una duda en lo referente a la normativa de las manchas, se adopte la actitud flexible, tal como lo manifestara Rabí Akiva (Mishná Tratado de Nidá 58(B)): “Los sabios no lo dijeron para adoptar una actitud más estricta sino una más flexible”.

05 – ¿Cuál es la sensación (hargashá) percibida durante la salida de la sangre?

Tal como aprendimos, la sensación que acompaña a la salida de la sangre es sumamente significativa para la Halajá, pues si fuere percibida al salir, una sola gota pequeña de esta impurificará. Y en caso de que saliere sin haber mediado sensación alguna, impurificará solo en caso de que generare una mancha de más de dos centímetros de diámetro sobre un trasfondo blanco de un material pasible de adquirir impureza.

Los sabios del Talmud, los gaonitas y las eminencias medievales (rishonim) no explicaron en qué consiste esta sensación, sino que se refirieron a ella como a algo conocido que no resulta necesario explicar. Sin embargo, en las últimas generaciones surgieron dudas respecto de la sensación que perciben las mujeres al salir la sangre, y de la generalidad de los conceptos vertidos surgen tres explicaciones: 1) Hubo quienes puntualizaron expresiones de los sabios medievales y del Talmud y explicaron que la sensación en cuestión es una suerte de apertura del útero o una especie de temblor y escalofrío. El problema es que numerosas mujeres sostienen que no experimentan estas sensaciones al momento de la salida de la sangre. De acuerdo con esto, aparentemente, desde la óptica Torá, estas mujeres no se impurifican durante sus períodos menstruales, más ello es ilógico, pues no resulta razonable que para estas féminas las leyes de la Torá referentes a la nidá o a la zavá queden sin efecto. Tampoco resulta plausible que la naturaleza haya cambiado tanto al grado de que las sensaciones que eran comunes a todas las mujeres hayan desaparecido. 2) Hay quienes dicen que el flujo de sangre de la vagina también se considera “sensación” o “percepción” (hargashá) y esto es algo que numerosas mujeres sienten durante su menstruación. 3) Hay quienes entienden que también sensaciones físicas generales que se perciben previo a la menstruación o durante esta se incluyen entre aquellas que hacen que la sangre impurifique según la Torá.

Aun así, resulta difícil de aceptarlo, porque de las palabras de la Mishná y el Talmud aprendimos que las mujeres sentían el momento de llegada de la menstruación, y hubo quienes lograban identificarla incluso mientras mantenían relaciones sexuales (Tratado de Shevu’ot 14(B)), al tiempo que sentir la salida de sangre de la vagina y las sensaciones físicas generales asociadas no caracterizan el momento de inicio de la menstruación, y tampoco son perceptibles en medio del acto sexual.

06 – Definiendo la “sensación” en la práctica

De la generalidad del debate sobre el tema y de la mayoría de las opiniones surge que la sensación de la cual hablaron los sabios no es una percepción determinada sino un conjunto de sensaciones que acompañan a la menstruación, que en diferentes mujeres se manifiestan de un modo distinto. No obstante, la regla general es que la mujer sabe claramente, a partir de sus propias percepciones, que le está saliendo el flujo menstrual. Y no es de asombrar que resulte difícil definir la sensación que provoca ya que todas las sensaciones somáticas generales que incluyen numerosos componentes corporales tales como el hambre, el cansancio y el dolor, resultan difíciles de definir. Ello obedece al hecho de que están compuestas de un entretejido de sensaciones diferentes que se articulan en la consciencia de cada persona de un modo singular, aun así, todos saben identificarlas en sí mismos.

De igual manera, la sensación de la salida del flujo menstrual, la cual es consecuencia de un proceso hormonal que afecta a la totalidad del cuerpo de la mujer, se registra bajo la forma de diversas percepciones corporales, tales como dolor de cabeza, dolor de vientre, sensación de pesadez en diferentes órganos, nerviosismo, irascibilidad, decaimiento al punto de tender a llorar, temblores, apertura del útero y el flujo de sangre por la vagina. Hay mujeres que son muy precisas al discernir sus sensaciones, al grado de que a partir de la sumatoria de los diferentes efectos corporales saben discernir la percepción sutil de la apertura del útero, o los escalofríos que se suceden mientras la mucosidad uterina comienza a despegarse y salir bajo la forma de sangrado.

Hay mujeres que tienen una sensación general de que su período menstrual está por llegar, y en virtud de ello, cuando sienten que sale de ellas algo mojado, saben con certeza que se trata del sangrado menstrual. Y hay otras mujeres que están menos atentas a toda esta serie de sensaciones, y solamente en plena menstruación, cuando sale de ellas un gran flujo de sangre, se consolida a nivel consciente la sensación de certidumbre en cuanto a que les está saliendo sangre menstrual.

En el pasado, eran más numerosas las mujeres que percibían el momento del inicio del flujo de sangre menstrual, quizás ello obedezca a que su aparición tenía una gran influencia en su estilo de vida, y la alerta de cara a su advenimiento afinaba sus sentidos y permitía una mayor percepción de su salida. Sin embargo, también entonces había mujeres que no sentían el comienzo del sangrado, y por ello nuestros sabios decretaron que una mujer que hubiere visto sangre deberá temer por aquellos objetos puros que hubiere tocado durante la jornada anterior, pues quizás entonces el sangrado ya había comenzado a fluir. De todas maneras, no se concibió la posibilidad de que mujeres que no hubieren sentido el momento de la aparición de la menstruación no se hubieren impurificado de acuerdo con la Torá, porque resultaba claro que a final de cuentas toda mujer siente el período, cuanto menos, durante su fase más intensa.

Por lo tanto, si bien la sensación exacta de la apertura del útero y el comienzo de la salida de la sangre se ha perdido un poco, la regla de la halajá en su generalidad no cambió, y toda mujer que sabe claramente a partir de su sensación corporal que le está saliendo el flujo menstrual -queda impura según la Torá, y no importa a partir de qué combinación de sensaciones es que lo sabe. Y toda aquella mujer que no sabe que sangra por causa de la menstruación, el estatus de la sangre que ve se asemeja al de una mancha en cuanto a que es impura solamente bajo determinadas circunstancias.

07 – El tamaño que debe tener la mancha para tornarse prohibida

Nuestros sabios establecieron que una mancha de un tamaño igual o menor al de un grano de cereal (gris) no impurificará, porque hasta esa dimensión era posible suponer que la sangre de la mancha proviniese de una liendre grande que resultó inadvertidamente aplastada, pero en caso de que la mancha fuere de mayor tamaño, resultará claro que proviene del cuerpo. Un grano de cereal es un haba grande partida a la mitad, y en nuestras medidas actuales, es el área de un círculo con un diámetro de casi dos centímetros (19 milímetros).

También hoy en día, que en las casas no son dables de encontrar liendres de las que pueda salir una cantidad de sangre equivalente a un grano de cereal o “gris” (גריס), y no cabe argumentar que una mancha de ese tamaño provenga de una liendre o piojo, de todas maneras no se debe prohibir una mancha igual o inferior a un “gris”, ya que según la Torá, toda sangre que hubiere salido sin generar sensación corporal no habrá de impurificar, y son los sabios quienes decretaron la impureza de las manchas, y su dictamen solamente se refería a una mancha de un tamaño superior al de un grano de cereal. Más aun, muchas autoridades halájicas explicaron que lo principal del decreto de los sabios apuntaba a los objetos que precisaban estar en estado de pureza (taharot), y de paso extendieron su dictamen a la prohibición de la cercanía entre marido y mujer, e incluso después de la destrucción del Templo que los órdenes de la pureza quedaron sin efecto, su decreto no fue derogado, mas no debe ser extendido más allá de su alcance original.

En caso de que se hubieren encontrado manchas en una prenda de vestir y ninguna de ellas alcanzare el tamaño de un “gris”, no se sumarán para generar una prohibición, porque solamente una mancha de un diámetro superior a los dos centímetros impurifica. En caso de que la mancha fuere gruesa, pero de una dimensión que no impurifica, pero que, en caso de expandirse por la prenda, sí impurificaría, dado que en la práctica no se ha expandido, se considera pura.

08 – Una mancha sobre una prenda de colores

Si la mancha se encontrare sobre algo de color, por ejemplo, ropa interior colorida, incluso si los colores fueren claros, no generará prohibición. Esto se debe a que, según la Torá, toda sangre que sale sin que medie sensación o percepción (hargashá), está permitida, y cuando los sabios prohibieron las manchas, lo hicieron a condición de que en estas se pudiera discernir entre el color de la sangre pura y la impura. Y dado que sobre algo que es de color -aunque sea claro- no se puede percibir la sutil diferencia entre el color de la sangre pura y la impura, los sabios no les confirieron a las manchas que se presentan sobre superficies coloridas el carácter de generadoras de prohibición.

En caso de que la mancha se encontrare sobre una prenda blanca que tuviere estampados motivos o franjas de color, la parte que se encuentra sobre el color no se suma, y solamente si la mancha de sangre que se encuentra sobre la parte blanca fuere de un tamaño mayor que un grano de cereal, esta impurificará.

A los efectos de evitar la impureza producida por las manchas, corresponde que durante sus días puros la mujer use ropa interior de color (Rambám, Ramá 190:10), mas durante los siete días limpios, se considera como costumbre correcta (kasher) usar ropa interior blanca (Ramá 196:3). No obstante, en el caso de una mujer que temiere ver manchas a causa de sus lesiones, de la presencia de un dispositivo intrauterino o de la ingestión de medicación hormonal y similares, usará ropa interior de color también durante los siete días limpios, ya que no hay obligaciones de que sea blanca (tal como se explicará más adelante 4:9).

09 – Una mancha que se encuentra sobre algo que no adquiere impureza

Si la mancha se encontrare sobre algo que no adquiere impureza, por ejemplo, sobre el inodoro o sobre la bañera, aunque resultare claro que se origina en sangre proveniente del útero, no será impura. Pues el fundamento del decreto rabínico es que la mancha impurifica al objeto sobre el cual se encuentra, y decretaron que, en virtud de ello, impurifique también a la mujer, aunque esta no haya sentido a la sangre salir de ella. Pero si la mancha no impurificare al objeto sobre el cual se encuentra, no cabrá dictaminar que impurifique a la mujer.

En general, las vestimentas y los utensilios adquieren impureza, al tiempo que las materias primas naturales no. Las toallas higiénicas (para el período), las toallas sanitarias (para uso diario), el algodón y el papel higiénico no reciben impureza porque están hechos de materiales que no la adquieren. Y aunque fueren de tela, dado que son desechables, no se impurifican.

Hay quienes adoptan una actitud estricta y entienden que una mancha sobre un objeto que no adquiere impureza o sobre una prenda de color no impurifica, a condición de que no sea muy grande, ya que, de serlo, por ejemplo, si su dimensión fuere de 7 X 7 centímetros, impurificará, pues se teme que pudiera ser sangre que fue percibida o sentida al momento de salir pero a la cual la mujer no le prestó atención. Por otra parte, están los que adoptan la actitud flexible y entienden que siempre y cuando la sangre saliere sin la sensación que viene asociada al flujo menstrual, aunque la prenda estuviere completamente sucia de sangre, su estatus será de mancha que no impurifica por hallarse sobre una prenda de color o sobre un objeto que no adquiere impureza. En la práctica, muchos acostumbran a adoptar una actitud estricta, especialmente durante los siete días limpios. Quienes desearen adoptar una actitud flexible, podrán hacerlo, siempre y cuando resulte claro que la sangre no salió en el marco del período menstrual.

10 – Cuando se duda si la sangre procede o no del útero

Una mancha de un tamaño mayor al de un grano de cereal (gris) que se encontrare sobre una prenda de vestir blanca impurificará a condición de que se sepa que proviene del útero. Por ejemplo, cuando la mancha se encuentra en la ropa interior. En caso de que la mujer no hubiere vestido ropa interior ajustada, la mancha impurificará si se encontrare sobre una sábana o un camisón blancos y resultare claro que proviene del útero. Pero en caso de que cupiere dudar de que la mancha provenga del útero y se pudiere pensar que se originó otro sitio, aunque lo más probable fuere que el origen sea uterino, no impurificará. Esto es así ya que según la Torá la sangre que salió sin ser percibida es pura, y los sabios fueron más estrictos con esta a condición de que se tenga la certeza de que proviene del útero. En ese sentido, Rabí Akiva dijo (Tratado de Nidá 58(B)): “Los sabios no se expresaron para adoptar la actitud estricta (lehajmir) sino la flexible (para alivianar, lehakel), tal como fue dicho (Vaikrá-Levítico 15:19): ‘Y una mujer cuando tuviere flujo -sangre será su flujo en su carne’, sangre y no una mancha”.

Por lo tanto, si cabe la posibilidad de que la mancha que se encuentra en la ropa interior proviene de una lesión corporal, y por tanto es pura, y aunque dicha lesión hubiere cicatrizado o sanado, siempre y cuando exista alguna posibilidad de que la lastimadura pueda haberse abierto y la sangre provenga de esta, la mujer estará pura.

Otro tanto ocurre si cabe la posibilidad de que la sangre tenga su origen en hemorroides o en una infección en las vías urinarias, en una defecación vinculada a un malestar estomacal o en la ingestión de remolacha y similares, en todos esos casos, la mujer estará pura. Asimismo, si cabe la posibilidad de que la sangre tenga su origen en que la mujer haya tocado con sus manos sangre de ave, de pescado, o remolacha, un lápiz labial rojo o un marcador rojo y similares y posteriormente las llevase y tocase su ropa interior -estará pura. Incluso cuando la probabilidad de que esto ocurra fuere pequeña, mientras exista la posibilidad que la mancha provenga de otro sitio que no sea su útero, estará pura.

11 – La revisación interior y la higienización tras ir de cuerpo

Si la mujer se revisare en la profundidad de su vagina, aunque la revisación fuere llevada a cabo con una tela de color que no adquiere impureza y en esta encontrare poca sangre, del tamaño de un grano de mostaza, estará impura, pues, dado que la sangre fue hallada en la profundidad de la vagina cerca de la entrada al útero, se teme que pudiera haber sido sentida al salir, en el mero momento o en las horas previas, por lo que según la Torá prohíbe a la mujer, y por ende, no recaerán sobre esta las flexibilizaciones propias de las manchas. Asimismo, sangre que se encontrare en un tampón, se la considerará como si hubiere sido hallada en una revisación interior.

En caso de que la mujer se hubiere higienizado tras haber ido de cuerpo y encontrare sangre en el papel higiénico, hay quienes adoptan una actitud estricta y entienden que por cuanto que resulta claro que la sangre proviene de la vagina, cabe temer que haya sido sentida al salir, y que la sensación experimentada al orinar la haya disminuido. Por lo tanto, según la opinión de los juristas, es preferible no mirar al papel higiénico en las primeras pasadas. Pero en la práctica, si bien seguramente la sangre provenga de la vagina, dado que en la práctica fue absorbida fuera de esta y la mujer no sintió nada cuando salía, ingresará en la categoría de “mancha”, y dado que esta se encuentra sobre papel higiénico que no adquiere impureza, la mujer estará pura. Asimismo, si se hubiere secado con una tela blanca que adquiere impureza, pero en esta no hubiere una mancha mayor que el tamaño de un grano de cereal, estará pura.

12 – Cuando la mujer duda si sintió o no cuando comenzó su flujo menstrual

Una mujer que siente claramente que le está saliendo sangre menstrual, precisa revisarse para saber si se impurificó, y de mientras, los cónyuges deben abstenerse de tener contacto físico. Esta revisación no precisa ser interna o por medio de una tela blanca (ed bdiká) sino que alcanza con una revisación superficial con papel higiénico sobre la entrada de la vagina. En caso de que viere sangre, aunque fuere escasa, estará impura. Si no encontrare sangre, estará pura.

En caso de que la mujer dudare si tuvo o no una clara sensación de que le salió sangre del flujo menstrual, por ejemplo, si tras esa sensación experimentada suele recibir el período, pero en algunas ocasiones ello no ha sido así, al sentirla, deberá realizarse una revisación exterior, y mientras tanto, ella y su marido tendrán prohibido mantener contacto físico. Si encontrare en la revisación una cantidad de sangre de la cual supiere que efectivamente su período ha comenzado, estará impura. En caso de que no la encontrare, sabrá sin duda que está pura.

A veces, habrá de encontrar poca sangre, y dado que esta fue hallada en una revisación exterior, su estatus será similar al de una mancha que no impurifica. Sin embargo, si en virtud de la mancha encontrada pudiera surgir en ella una duda, que tal vez esté por comenzar su período, si bien no se impurificó a causa de la mancha, deberá abstenerse de tener contacto con su pareja hasta el final del lapso (oná) (de día, hasta la puesta del sol; de noche, hasta el amanecer). Si su período menstrual no comenzare durante el lapso en cuestión, estará pura.

Si experimentare una sensación tras la cual, en la mayoría de las oportunidades, no encuentra sangre menstrual, no habrá de sospechar, y se habrá de mantener en el estatus de supuestamente pura (bejezkat tehorá) y no precisará revisarse. Asimismo, una mujer que durante su ovulación experimentare una sensación semejante a la del inicio de la menstruación, y luego hallare solamente una gota de sangre, dado que resultó que esa sensación no indicó la llegada del período, la sangre encontrada tendrá el estatus de mancha producto de sangre que salió sin ser percibida.

13 – Sangre originada en una herida o lesión

La sangre que impurifica es aquella que sale del útero en el marco del período menstrual o la zivá (el sangrado durante tres días consecutivos durante los once días posteriores a la semana del período, N. de T.), pero la que sale de una herida en la vagina o incluso en el útero, no impurifica. En esta norma hay tres situaciones: 1) Cuando a la mujer le resulta claro que la sangre tiene su origen en una herida. 2) Cuando resulta claro que hay una lastimadura que puede sangrar, pero se duda si la sangre que salió proviene de esta. 3) Cuando se duda si hay o no una herida que sangra.

1) Nuestros sabios dijeron que cuando una mujer dice: “Tengo allí una herida que sangra”, se da por cierto su testimonio, y entonces, la sangre que sale no la impurifica (Tratado de Nidá 66(A), Shulján Aruj 187:5-6). Hay mujeres que saben que la sangre que ven se origina en una lastimadura sangrante a raíz de una sensación de dolor en una herida vaginal que experimentan en contigüidad a su aparición, hay mujeres que lo saben porque se revisaron la vagina y percibieron la herida sangrante con su dedo, y hay otras que arriban a esa conclusión en virtud de haber visto salir a la sangre mezclada con pus, lo cual no se asemeja al sangrado menstrual. Asimismo, una mujer que realiza una revisación interna y ve que la sangre siempre aparece en el mismo lado, puede concluir que tiene allí una lesión (Shulján Aruj 187:7). De todas maneras, cuando la mujer está segura de que la sangre se origina en una herida, está pura.

Si la sangre apareciere en una revisación interior en un momento en el cual el período está por llegar, mientras esté convencida que la sangre proviene de una herida y no de la menstruación, estará pura. Se impurificará únicamente después de que deje de pensar que la sangre en cuestión se origina en una lastimadura, o cuando sienta que la sangre sale tal como lo hace durante la menstruación, o porque en virtud de la cantidad de sangre, sepa que se trata del período.

2) Una mujer que sabe que tiene una herida que sangra a veces, pero está en la duda si la sangre que vio se origina o no en una herida y por ende es pura o si se origina en el útero y es impura, si fuere encontrada en una revisación interior en los días fijos en los que suele tener su período, será impura. Pero si la encontrare en una revisación interior fuera de los días fijos en los que suele tener su período, o en la ropa interior bajo la forma de mancha incluso durante los días fijos en los que recibe su período, será pura (Ramá 187:5).

3) Una mujer que está en la duda respecto de si tiene o no una herida que sangra, si hallare sangre sobre una vestimenta blanca, dado que salió sin que ella experimentara sensación alguna, por lo que puede provenir de una lesión, será pura, aunque el tamaño de la mancha sea mayor que un grano de cereal (gris), pues en el caso de las manchas se tiende a adoptar la actitud flexible.

Pero en caso de que viere la sangre en una revisación interior, se deberá adoptar la actitud estricta por pequeña que sea la mancha. Es bueno que acuda a consultar a un sabio entendido que a partir de su pregunta o en virtud del aspecto de la mancha pueda saber que se trata de sangre de una lastimadura respecto de la cual se puede adoptar una actitud flexible. En caso de que esta situación sucediere reiteradamente, es preferible que sea revisada por su médico o una enfermera especializada, y si se encontrare que allí hay una herida que pudiere sangrar, de ahí en más podrá adoptar una actitud flexible en la revisación interior que se lleve a cabo fuera de los días en los que suele recibir el período (onat vestá) (situación 2). En caso de que en la revisación no se hallare una herida que pudiere sangrar, su estatus se asemejará al del resto de las mujeres, que en una revisación interior queda prohibida para su marido ante la más mínima cantidad de sangre hallada, y en una observación exterior de acuerdo con las reglas preestablecidas con referencia a las manchas.

14 – Lesiones en el útero

La sangre que impurifica es la que sale del útero a raíz de la actividad hormonal regular del ciclo menstrual o irregular en caso de la zivá. Empero la sangre que sale a raíz de una lesión uterina no impurifica.

Por lo tanto, una mujer que viere sangre tras colocarse o retirarse un dispositivo intrauterino (DIU), dado que se trata de una acción que pudiere lastimar el útero o el cuello uterino, se trata de una sangre procedente de una lesión o herida que no impurifica. Si la mujer se encontrare durante los siete días limpios, podrá continuar contándolos. Asimismo, si a una mujer le extirparen tumores uterinos por vía quirúrgica, la sangre que vea posteriormente no impurificará, por cuanto que se trata de la sangre de una herida. De igual manera, una mujer que pasare por una revisación médica que pudiere lastimar su vagina o su cuello uterino, y posteriormente viere sangre, estará pura (veremos más sobre revisaciones médicas más adelante en 7:7).

En ese contexto, una mujer que fuere revisada por su médico y este hallare en su útero tumores benignos o malignos, tanto sobre el músculo uterino (mioma) como sobre la mucosa que lo recubre (pólipo), y en opinión del galeno pudieren provocar sangrado, en caso de que viere sangre fuera del tiempo del período menstrual, será pura. Y cuando viere sangre en el tiempo de su período menstrual o evaluare que la sangre que le sale es menstrual, se impurificará.

Una mujer que posee un DIU en su matriz como contraceptivo, y tras la finalización de su período menstrual viere sangre en alguna prenda blanca, será pura. Esto obedece a que es sabido que este tipo de dispositivos a menudo lastiman el útero y generan sangrados, y en las reglas referentes a las manchas se tiende a adoptar la actitud flexible. Si la sangre fuere encontrada en una revisación interior, hay quienes adoptan una actitud estricta, en virtud del temor a que estos sangrados sean producto de una reacción infecciosa causada por la presencia del dispositivo intrauterino, el cual causa un desprendimiento de la mucosa semejante al que tiene lugar durante la menstruación, por lo que no ingresan en la categoría de sangre provocada por una lesión. No obstante, a los efectos de la sentencia halájica, una vez concluido el período menstrual y la impureza, aunque la sangre sea hallada en una revisación interior, mientras no sea abundante como la del flujo menstrual, se la puede asociar al hecho de que hay un DIU en el interior de la matriz que pudiere haber causado una lastimadura. No obstante, a los efectos de salir de duda, es correcto que una mujer que posee un dispositivo intrauterino que causa sangrados se abstenga de realizar revisaciones interiores que no sean indispensables para su purificación y de usar ropa interior blanca.

01 – El marco general de las prohibiciones de mantener cercanía

Durante todo el lapso en el cual la mujer se encuentra en estado de impureza por causa de su período menstrual (nidá), esto es, desde que ve sangre hasta que realiza la inmersión purificadora, ella y su marido tienen prohibido tener relaciones maritales, tal como fue dicho (ídem 18:19): “Ya estando una mujer en la impureza de su menstruación, no te acercarás para descubrir su desnudez”, y asimismo fue dicho (ídem 20:18): “Y el hombre que se acostare con mujer menstruosa, y descubriere él su desnudez -su oprobio él ha descubierto- y ella descubriere la fuente de su sangre, serán truncados los dos del seno de su pueblo”.

No solamente el coito está prohibido, sino que también todo tipo de contacto pasional que pudiere conducir a este, por ejemplo, los abrazos y los besos, e incluso el leve contacto con el dedo pequeño que insinúe un deseo pasional, tal como fue dicho (ídem 18:19): “Ya una mujer en la impureza de su menstruación, no te acercarás para descubrir su desnudez”. Según la opinión mayoritaria de las autoridades halájicas, la intención del versículo es que todo tipo de contacto que esté destinado al deseo pasional está prohibido por la Torá (Rambám, Raavad, Sefer Hajinuj).

Nuestros sabios establecieron un cerco protector en torno a los preceptos, y prohibieron también todo contacto que no implique disfrute y pasión, y aunque se realice a través de una vestimenta. A su vez, otras eminencias halájicas entienden que lo que la Torá prohíbe es únicamente el coito propiamente dicho, y el contacto que no implique este tipo de conexión está prohibido solamente por prescripción rabínica (Rambán).

Tal como aprenderemos más adelante en el presente capítulo, nuestros sabios instituyeron limitaciones suplementarias, por intermedio de las cuales los cónyuges puedan sobreponerse a sus instintos durante los días en los que el contacto está prohibido, y en virtud de ello, su vínculo se refine y crezca tanto en profundidad como en fidelidad, para que durante los días de la pureza logren alegrarse de sobremanera en el cumplimiento del precepto de oná.

Se cuenta en el Talmud (Tratado de Sanedrín 37(A)) que un sacerdote cristiano le preguntó a Rav Kahana: Ustedes sostienen que un hombre puede permanecer en una casa cerrada junto a su esposa cuando esta se encuentra en estado de nidá (impura), “pero ¡¿acaso es posible que el fuego prenda en la paja y esta no arda?! O sea, ¿es posible que cónyuges que se desean intensamente se sobrepongan a su instinto y no pequen? Le respondió: La Torá testifica sobre nosotros “sugá bashoshanim” (Shir HaShirim-Cantar de los Cantares 7:3); es decir, que no le hacemos brechas a un cerco, aunque esté constituido solamente por rosas. Esto es, los hijos de Israel poseen una virtud maravillosa, y es que, por medio de la observancia de limitaciones tan frágiles como las rosas, sin que una fuerza coercitiva fiscalice el cumplimiento de los mandamientos, logran sobreponerse a sus impulsos instintivos y apartarse de la transgresión. Esa es una de las funciones de los sabios en el pueblo de Israel, establecer un cerco protector en torno a la Torá, para que esta se mantenga vigente en la nación judía, tal como fue dicho (Vaikrá-Levítico 18:30): “Y habréis de cuidar Mi observancia”, esto es, establezcan un recaudo y un límite sobre los mandamientos de la Torá (Mishná Tratado de Avot 1:1, Tratado de Mo’ed Katán 5(A), Tratado de Yevamot 21(A)).

El pueblo de Israel está preceptuado de obedecer los decretos de los sabios, tal como fue dicho (Devarim-Deuteronomio 17:11): “De acuerdo con la Torá que te hayan de enseñar y según el juicio que ellos te digan habrás de hacer; no te apartes -de la sentencia que te habrán de aclarar- ni a derecha ni a izquierda”.

02 – Cómo conducirse durante los días en los que el contacto está prohibido

A modo de medida protectora -cerco- ante la prohibición, durante los días de la veda de contacto entre los cónyuges se prohíbe también todo tipo de conversación vinculada a la alegría de la unión y las circunstancias que llevan a ella. A esto se refiere la Torá cuando advierte: “Y a una mujer en la impureza de su menstruación, no te acercarás para descubrir su desnudez”, lo cual quiere decir que no abrace y no bese a su mujer ni hable con ella “de cuestiones inapropiadas (devarim betelim)” (Avot DeRabí Natán 2). O sea, si bien durante los días en que la mujer está pura hablar sobre cuestiones relativas a la alegría del vínculo conyugal es parte del cumplimiento del precepto de oná, en estos días, este tipo de conversación está prohibida y por lo tanto se la considera inadecuada.

Además, durante los días en los que el contacto está prohibido es preciso abstenerse de hablar prolongadamente sobre diferentes asuntos que pudieran despertar el deseo, cada pareja conforme a lo que saben por experiencia que pudiera provocarlos. Según la opinión de muchas autoridades halájicas, a eso se refirieron nuestros sabios cuando advirtieron: “No abundes en conversación con la mujer, esto es, con su mujer (nidá), y por lo tanto mucho menos con la mujer del prójimo” (Mishná Tratado de Avot 1:5, según la explicación del Or Zarúa 1:360, Shas, Rokeaj, Manhig, Melejet Shlomó y otros). Además, en los días de la prohibición es preciso abstenerse de salir a vacaciones de pareja, las cuales, naturalmente, suelen generar una cercanía más intensa.

En este sentido, esto es lo que aprendemos de las palabras de los sabios de Israel (Tratado de Shabat 64(B)) quienes vacilaron respecto de si es correcto o no que durante estos días la mujer se arregle y se maquille. Los primeros ancianos explicaron que en la expresión “y para la menstruosa en su período de alejamiento (nidatá)” (Vaikrá-Levítico 15:33), “su período” – “nidatá”- proviene en hebreo de “nidui verijuk” (apartamiento y alejamiento), y, por lo tanto, durante esos días “que no delinee con azul sus ojos, que no maquille su rostro ni se vista con prendas coloridas. Esto fue así hasta que llegó Rabí Akiva y enseñó: Si de esa forma la vuelves desagradable a los ojos de su marido, al final este terminará divorciándola. Por eso, la Torá dice “para la menstruosa en su período de alejamiento”, que se mantenga alejada (que recaiga sobre ella el deber de la separación) hasta que se sumerja en el agua”, esto es, si la mujer no se va a ver bien se teme que el marido se aleje de ella y no la extrañe, y en casos extremos terminen divorciándose. Por lo tanto, la mujer no debe arreglarse o maquillarse en la medida que considere necesaria.

De esto vemos que durante los días de la prohibición de contacto la pareja debe conducirse por un camino intermedio, por una parte, tener el recaudo de no despertar el deseo, y por la otra cuidar de no exagerar en lo que respecta al distanciamiento. En ese sentido, ya aprendimos anteriormente (1:4) que uno de los motivos de los días de prohibición del contacto conyugal es el renovar los anhelos y el amor. “Dijo la Torá: Que esté impura durante siete días para que sea agradable ante su marido como en el momento en que entró al palio nupcial” (Tratado de Nidá 31(B)). Y si durante los días de la separación la mujer se va a tornar desagradable a ojos de su marido o el marido a ojos de su mujer o van a sentirse excesivamente distantes, cuando vuelvan a estar mutuamente permitidos no gozarán de la renovación de su amor.

Por lo tanto, la mujer tiene permitido ataviarse durante los días en que se mantiene nidá, teniendo el recaudo de no despertar el deseo en la pareja para no terminar incurriendo en una transgresión (Shulján Aruj 195:9, Torat Hashelamim 11). Asimismo, es bueno que durante estos días los cónyuges conversen amistosamente y se halaguen mutuamente para preservar el amor que los une vigoroso, pero no habrán de conversar en exceso sobre cuestiones que pudieran suscitar en su interior el deseo por unirse.

El principio general es comprensible, empero el camino a su implementación es complejo, porque, por una parte, toda expresión de cariño y de amor puede llegar a despertar la pasión. Por otra parte, la abstención de expresiones de cercanía y amor pueden generar dolor y ofuscación. Hay quienes proponen que en estos días la pareja lleve a cabo conjuntamente tareas agotadoras tales como las de limpieza y mantenimiento, o complete labores vinculadas al trabajo o a los estudios, de modo tal que la sed por el contacto se vea reducida. Asimismo, se puede aprovechar este tiempo para visitas familiares tales como pasar el Shabat en casa de los padres.

Cabe señalar que, en el caso de numerosas parejas, los hombres están interesados en abstenerse de expresiones de cercanía, por temor a que su deseo se intensifique y el dolor por la separación se les torne demasiado difícil. Por su parte, las mujeres están interesadas en manifestaciones de amistad para que, aun durante esos días, puedan sentirse amadas. Por lo tanto, sobre cada pareja recae la responsabilidad de determinar un modus operandi propio que les permita transitar por el tipo de camino intermedio que les resulte apropiado, en el marco de las limitaciones dispuestas por la Halajá, tanto en las medidas destinadas a evitar una cercanía excesiva como la precaución por evitar infligir dolor a la pareja.

03 – Observar a su mujer y escuchar su canto

Durante los días de la prohibición el marido tiene permitido observar a su mujer, a sus vestimentas, y disfrutar de su belleza, pero deberá tener el recaudo de que su corazón no se vea arrastrado tras pensamientos asociados al deseo que corresponden al precepto de oná (Shulján Aruj 195:7, Even Haezer 21:4).

Asimismo, durante los días de la prohibición, el hombre debe tener el recaudo de no mirar las partes cubiertas del cuerpo de su esposa, y esta a su vez tiene el deber de cubrirlas para su marido.

Hay autoridades halájicas que son más indulgentes y entienden que la prohibición consiste en contemplar las partes del cuerpo de la mujer que esta suele llevar cubiertas cuando se encuentra en su casa en los días de su pureza. Y hay otras eminencias que adoptan al respecto una actitud estricta y sostienen que en estos días la mujer debe cubrir en su casa delante de su marido partes de su cuerpo que suele ocultar cuando sale al dominio público, incluida su cabeza.

En la práctica, dado que se trata de una restricción de origen rabínico, la halajá final es conforme la opinión más flexible. No obstante, dado que el valor del recato es preciado e importante, y gracias a él el amor fidedigno se ve potenciado, a priori es correcto proceder según la opinión estricta. Y las mujeres que proceden en esto con excelencia (mehadrot) cubren su cabeza incluso para ir a dormir, pero no tienen el cuidado de ajustarse la cobertura de modo tal que sea imposible que se salga durante el sueño.

Cuando una mujer acostumbra a cantar, puede proceder según su hábito también durante los días de la prohibición, incluida la entonación de cánticos sabáticos. Y hay autoridades halájicas que adoptan a este respecto una actitud estricta y entienden que, así como la mujer tiene prohibido cantar delante de personas extrañas, que de igual manera no lo haga en estos días ante su marido. Y la halajá principal es conforme la opinión flexible.

04 – Restricciones al dormir

En los días de la prohibición, los cónyuges no deben estar recostados sobre la misma cama, aunque estén completamente vestidos y no se toquen. Tampoco pueden acostarse sobre dos camas separadas si estas se tocan. Pero en caso de que entre ambas camas hubiere una distancia determinada, desde el punto de vista de la norma pueden acostarse. Y de ser posible, es bueno que entre ambas camas haya una distancia aproximada de medio metro, de manera que, aunque los miembros de la pareja extiendan sus brazos mientras duermen, no se toquen mutuamente (Shulján Aruj y Ramá 195, Darkei Tahará 5:59).

Entre las diferentes limitaciones, se prohíbe que la mujer se acueste en la cama del marido o éste haga lo propio en la de su mujer. Asimismo, que no usen una frazada o una almohada que sea la que usa el cónyuge habitualmente, pues estos enseres se consideran también parte de su cama. No obstante, si se tratare de una cama, una frazada o una almohada que no fuere específica de uno de los cónyuges, las podrán usar indistintamente.

La mujer no debe tender la cama del marido delante de éste previo a ir a dormir, y a su vez, el esposo tiene prohibido hacer lo mismo con la cama de su esposa, porque el tendido de las sábanas es un acto personal de afecto. Pero si el cónyuge no estuviere presente, se permitirá tenderle su cama (Tratado de Ketuvot 61(A), Shulján Aruj 195:11). Sin embargo, si no fuere previo a irse a dormir, se permitirá tenderle la cama a la pareja, aunque esta esté presente, por cuanto que en esa circunstancia se trataría de una de las numerosas labores del hogar y no de un acto personal de afecto (Ritbá al Tratado de Ketuvot 4(B)).

05 – Comer juntos

Dado que la comida conjunta tiene un gran efecto de acercamiento, nuestros sabios establecieron restricciones para que durante la ingesta de alimentos los cónyuges recuerden que se encuentran en los días en los que el contacto se prohíbe. No habrán de sentarse a comer a una misma mesa sin que medie algo que les recuerde la prohibición, por ejemplo, colocando en la mesa un objeto que ninguno de ellos tenga la intención de usar y sepan que se encuentra allí para recordarles que se encuentran durante los días de la veda en el contacto. Asimismo, si acostumbran a comer sobre un mismo mantel, podrán recordarse mutuamente la prohibición del contacto comiendo sobre dos manteles individuales. De igual manera, podrán acordar entre sí que durante los días de la prohibición del contacto habrán de emplear un determinado utensilio que sea diferente o que uno de los cónyuges cambie su ubicación habitual junto a la mesa (Shulján Aruj 195:3, Prishá y Turei Zahav 1).

Si comiere junto a los cónyuges otra persona, aunque se tratare de un miembro del hogar, o si la pareja comiere en un restaurante, no precisarán colocar sobre la mesa un objeto determinado que les recuerde su estatus, por cuanto que los seres humanos acostumbran a conducirse con moderación en presencia de personas extrañas (Rabí Ya’akov Castro, Pitjei Teshuvá 195:5).

Además, tendrán cuidado de no comer de un mismo bowl. Y no solamente tendrán prohibido ingerir sopa o un guisado de un mismo recipiente, sino que, si tuvieren frente suyo una fuente con jumus, no deberán sumergir en esta su trozo de pan, sino que cada uno se servirá del jumus en su propio plato y deberán comer de manera individual. Asimismo, cada uno de los cónyuges podrá untar su propia rebanada de pan con el contenido de un mismo plato.

Si se hallare entre ellos un platón de almendras, no comerán directamente de esta, sino que cada uno habrá de tomar para sí algunas y las colocará delante suyo, y así las ingerirá (Rambám, Siftei Cohen 195:4, Turei Zahav 2). En caso de que otra persona comiere junto a ellos de la misma fuente -estará permitido hacerlo (Mas’at Biniamín 112).

Asimismo, un hombre tendrá prohibido comer de los restos de comida o bebida que su mujer dejare en su plato o en su vaso porque ello implicaría una demostración de cercanía y afecto. Si bien hay autoridades halájicas medievales que adoptaron hacia ello una actitud indulgente, en la práctica, se debe proceder de manera rigurosa, y solo en caso de necesidad se podrá actuar según la opinión flexible.

Hay situaciones en las cuales incluso quienes detentan la actitud estricta están de acuerdo en proceder a priori según la flexible, por ejemplo, si se pasa el alimento o la bebida a otro plato u otro vaso, de modo tal que la expresión de cercanía se ve disminuida. Lo mismo ocurrirá cuando la mujer no se encontrare en el lugar, el hombre podrá comer o beber de los restos que esta hubiere dejado, pues al hacerlo, no le estará demostrando cercanía. De igual manera, si el hombre deseare comer o beber de los restos y no supiere que son de su mujer, ella no precisará decírselo, porque solamente cuando él sabe que lo que ha de consumir son sobras dejadas por su mujer estaremos ante una expresión de cercanía (Shulján Aruj y Ramá 195:3-4).

06 – Servir alcohol y cuestiones vinculadas al afecto

Entre las diferentes limitantes a la cercanía, se encuentra que uno de los cónyuges no sirva vino o alcohol y lo coloque ante su pareja del modo en que suelen hacerlo en los días en los que el contacto está permitido. Pero, si ello se realizare de un modo diferente al habitual –shinui-, se permitirá. Por ejemplo, colocando el vaso de alcohol no junto al cónyuge sino un poco más alejado de este. Si uno de ellos supiere mezclar las bebidas alcohólicas de un modo adaptado al gusto personal de quien las bebe, dado que estaremos ante una manifestación de afecto personal, deberá tener el recaudo de no hacerlo para su pareja delante de esta (Shulján Aruj 195:10 y 13).

Si la mujer sirviere una bebida alcohólica a varias personas, tendrá permitido colocar la bebida delante de su marido tal como lo hace con las demás personas, ya que ello no implicará una conducta especialmente cariñosa para con él. Lo mismo sucederá si el marido les sirviere una bebida alcohólica a varias personas, podrá colocar el vaso delante de su esposa tal como lo hace con las demás personas presentes. Otro tanto a la hora de realizar el kidush, si se encontraren a solas, que el hombre coloque el vaso delante de su mujer, pero un poco más alejado de lo habitual, y si se encontraren allí otras personas, que coloque el vaso delante de ella tal como lo hace con los demás.

Durante los días de la prohibición de contacto los cónyuges no deberán sentarse en un columpio tal como lo hace una pareja de enamorados, pero podrán hacerlo sobre un banco, incluso si este se estuviere balanceando (Beit Yosef). Hay quienes dicen que tampoco se sienten en un sofá o un sillón de un modo que demuestre cariño, tal que el movimiento producido por uno al sentarse haga mover al otro, no sea que alcancen a tener contacto o una proximidad consciente. En caso de que un hijo de la pareja se sentara entre ellos, estará permitido (Ramá 195:5).

Durante un viaje en ómnibus o en automóvil estará permitido que los dos cónyuges se sienten en el mismo asiento, siempre y cuando no se toquen ni siquiera sus vestimentas.

07 – Pasarse objetos de mano a mano

Entre las diferentes limitaciones propias de la prohibición del contacto, se incluye la de no pasarse objetos el uno al otro, ya que este acto implica un determinado acercamiento personal, por lo que no se deben alcanzar objetos grandes ni tampoco cargarlos conjuntamente (Shulján Aruj 195:2). A priori, es bueno adoptar una actitud estricta y no arrojarse objetos entre ellos (Ramá). Por lo tanto, cuando resultare necesario pasarse un objeto, será preciso colocarlo sobre la mesa o en un bolso para que el otro cónyuge lo tome de allí. En caso de que hubiere en el lugar otra gente presente y los cónyuges se avergonzaren de pasarse los objetos de esa manera, podrán posponer la acción para un momento más oportuno.

Sin embargo, en caso de necesidad, se podrá adoptar una actitud flexible. Por ejemplo, si precisaren subir el carrito del bebé a un ómnibus o a un segundo piso por la escalera y no cupiere la posibilidad de recibir ayuda de un tercero, podrán subirlo juntos. Asimismo, si precisaren llevar una cama de un sitio a otro dentro de la casa, podrán hacerlo. De igual manera, a los efectos de no pasar vergüenza, si no hubiere a mano otra solución, se podrá pasar un objeto de mano a mano teniendo el recaudo de no tocarse. Por ejemplo, si precisaren pasarse las llaves, y no tuvieren una forma natural de hacerlo colocándolas sobre la mesa o algo similar, y uno de los cónyuges se avergonzare mucho de hacerlo de una manera no natural, podrán pasárselas de mano a mano para evitar la afrenta. Y quienes adoptan la actitud estricta planifican de antemano sus acciones de modo tal que no precisen luego recurrir a proceder según la actitud flexible.

Asimismo, no habrán de pasarse un bebé pequeño entre sí. Pero si el bebé ya fuere más grande y supiere extender sus brazos para pasar del regazo materno a los brazos de su padre o viceversa, estará permitido ayudarle a hacerlo teniendo los padres el recaudo de no tocarse entre sí (Tashbetz, Pitjei Teshuvá 195:3). En caso de necesidad, si el bebé fuere pequeño y no hubiere una forma práctica de pasárselo entre sí colocándolo sobre el carrito o en otro sitio, los padres podrán pasárselo teniendo el recaudo de no tocarse. Es correcto no besar al bebé si se encontrare en el regazo de la pareja.

08 – En caso de enfermedad

Si durante los días en los que el contacto entre los cónyuges está vedado el marido  enfermase y precisare ayuda para incorporarse, vestirse o realizar acciones similares,  si hubiere presente una persona capaz de asistirle, deberá solicitarse a esta que preste toda ayuda que implique contacto físico con el enfermo, aun si dicho contacto fuere únicamente a través de sus vestimentas.

Incluso, durante los días en los que el contacto está prohibido resultaría preferible que lo atendiere una enfermera profesional y no su esposa, porque la nurse en cuestión lo tratará como quien presta un servicio, al tiempo que el contacto de su esposa implicará también un elemento afectuoso. En caso de que no fuere posible recurrir a la ayuda de un tercero, o si hacerlo implicare un desembolso económico, la mujer del paciente tendrá permitido asistirlo en todo lo que precisare, por cuanto que el objetivo final del contacto físico es el tratamiento médico, y a su vez, este carecerá de todo disfrute o pasión, y por lo tanto, en caso de necesidad, podrán adoptar una actitud flexible. A estos efectos, es preferible que la señora use guantes, y en caso de que precisare higienizarlo, se impondrá el uso de estos.

En caso de que la enferma fuere la señora, será preciso adoptar una actitud más estricta por cuanto que el marido se encuentra sano, y entonces, cabe temer que por medio del contacto asistencial su deseo se intensifique y pudiera incurrir en una transgresión. Por ello, aunque la asistencia de una enfermera implicare un desembolso, si la pareja pudiere costearlo, que la contraten, para que sea quien se ocupe de la paciente enferma durante los días en los que está prohibida para su marido. Si se les dificultare encontrar ayuda o no pudieran pagarla, en caso de gran necesidad o apremio, el marido podrá asistir a su mujer. Para ello, deberá colocarse guantes y ambos dos deberán tener el recaudo de que el contacto sea uno de benevolencia y compasión y no de disfrute y deseo.

Estos permisos fueron dictaminados para pacientes cuya enfermedad no representa un riesgo para su vida, porque en situación de riesgo vital resulta obvio que debe realizarse toda acción destinada al salvataje, y quien en un momento así consulta a un rabino si tiene permitido o no salvar a su mujer enferma, entra en la categoría de “asesino” (Talmud Jerosolimitano Tratado de Yomá 8:5). Esto es así ya que el permiso aplica también cuando no hay peligro de vida, a condición de que la afección debilite el cuerpo del cónyuge al grado de que haga que este precise recostarse y requiera de una gran medida de asistencia.

Si uno de los cónyuges resultare estar gravemente herido y se encontrare en situación de riesgo, si precisare de una caricia de aliento de parte de su pareja y ello pudiera ser de ayuda para su cura, o si uno de los cónyuges padeciere de una enfermedad terminal y yaciere en su lecho carente de fuerzas y con los días contados, y un contacto físico de aliento pudiera mejorar su situación y fortalecerlo para que viva con bien, en la medida de lo posible, unos días o unas horas, dado que se trataría de un contacto que implica cariño o afecto y no pasión o deseo. Por ejemplo, como el contacto entre un hermano y una hermana, una madre y su hijo, un padre y su hija, el cónyuge sano podrá acariciar al enfermo para animarlo o fortificarlo. Si bien en días comunes, en tiempos en los que está prohibido el contacto no cabría permitirlo, en momentos de peligro de muerte o en los duros instantes de la despedida de un paciente terminal, en los que el vínculo se vuelve profundo y carente de elementos de deseo físico, en caso de necesidad, cabe adoptar una actitud flexible.

01 – Interrupción de la impureza (hefsek tahará)

El orden de la purificación de la mujer para su marido consiste en tres etapas: 1) La interrupción de la impureza (hefsek tahará). 2) Los siete días limpios (shiv’á nekiím). 3) La inmersión ritual (tevilá).

Cuando la mujer estima que su sangrado cesó, deber realizarse una revisación pormenorizada que recibe el nombre de “interrupción de la impureza” (hefsek tahará). Si de la revisación resultare que está limpia de sangre, esto es, que el sangrado cesó, al ponerse el sol podrá comenzar a contar el primero de los siete días limpios. De no mediar la revisación de interrupción de la impureza, aunque en la práctica el sangrado haya cesado, la mujer no saldrá del estatus de quien ve sangre y no podrá comenzar a contar los siete días limpios.

El momento más apropiado para efectuar la revisación de la interrupción de la impureza es en contigüidad a la puesta del sol, y toda aquella mujer que efectúa la revisación menos de dos horas y media antes de la puesta del sol, se considera que la lleva a cabo en el tiempo más dilecto. Pero si el sol ya se puso, el nuevo día ya comenzó, y solamente con la puesta del sol de este día siguiente podrá comenzar a contar los siete días limpios. Por ello, una mujer que temiere olvidar efectuar la revisación en las dos horas y media previas a la puesta del sol o temiere encontrarse en un sitio en el cual no pudiere efectuar su revisación, es mejor que realice la “interrupción de la impureza” por la mañana o al mediodía y que no insista en efectuarla en el momento ‘de preferencia’ exponiéndose así al riesgo de no poder llevarla a cabo y perdiendo así el día.

02 – Los preparativos para la interrupción de la impureza

La revisación de la interrupción de la impureza debe efectuarse por medio de una tela suave y blanca, para que, si quedase sangre en la vagina, pueda ser visible sobre la tela (Shulján Aruj 196:6). No se debe revisar por medio de un tissue para evitar la posibilidad que este se rompa o desintegre y de esa forma la revisación resulte malograda. No obstante, en caso de apremio, cuando no hubiere otra solución al alcance, se podrá efectuar la revisación con el pañuelo de papel, teniendo el recaudo de que no se rompa. A las telas con las que se suele efectuar la revisación se acostumbra a llamarlas “edei bediká” (lit. testigos de la revisación) y se venden al público en las tiendas, y ya en los días del Talmud se acostumbraba a venderlas (Tratado de Nidá 17(A)).

Previo a la revisación de la interrupción de la impureza es preciso limpiar la vagina de restos de sangre por medio de una tela húmeda similar a los “edei bediká”. Pues a veces el sangrado proveniente del útero ya cesó, pero quedaron en la vagina restos de sangre que, de no ser limpiados, afectarán negativamente el resultado final de la revisación.

Aquella mujer que temiere que en caso de realizar la revisación con una tela seca su vagina pudiera lastimarse, podrá humedecer un poco el “ed habediká”, a condición de que no esté completamente mojado, no sea que el agua diluya o haga desparecer una gota de sangre. Asimismo, podrá aplicar aceite sobre la vagina, a condición de que lo haga un tiempo antes de la revisación para que alcance a ser absorbido por la piel vaginal y no recubra la sangre.

Previo a la revisación de la interrupción de la impureza, es bueno higienizar el sitio en cuestión con una toallita húmeda de bebé (magbón) o con agua, para asegurarse que no hayan quedado allí restos de sangre o suciedad que pudieran despertar dudas respecto de la revisación. Asimismo, es bueno limpiar los dedos y cerciorarse que no hay sobre ellos restos de sangre o similares.

03 – Cómo se efectúa la revisación

A los efectos de realizar la revisación es preciso envolver el dedo en el “testigo” e introducirlo en la profundidad de la vagina sin que ello requiera de un esfuerzo especial, y checar con calma en los orificios y las grietas, esto es, adjuntar el “testigo” a todas las paredes interiores de la vagina, para que, si solo hubiere sangre en los pliegues vaginales, pueda ser visible sobre el “testigo”. Tras la revisación la mujer deberá observar el “testigo”. De haber sangre sobre este, la revisación quedará invalidada. De no haber sobre la tela ninguno de los colores de sangre prohibidos (ver arriba 2:3), aunque hubiere sobre ésta secreciones poseedoras de otras coloraciones, la revisación resultará válida, y la mujer podrá comenzar el conteo de los siete días limpios.

En caso de que sobre el “testigo” se encontrare sangre o algo sobre lo cual se duda si lo es, conviene limpiar nuevamente la vagina con una tela mojada e intentar realizar nuevamente la revisación de cese de la impureza antes de la puesta del sol, para así, tras el ocaso, poder comenzar el conteo de los siete días limpios. Por ello, conviene efectuar la revisación de la interrupción de la impureza un tiempo prudencial antes de la puesta del sol, de modo tal que en caso de ser necesario haya cuándo realizar una higienización suplementaria para repetir el procedimiento.

Aquella mujer que no pudiere introducir el dedo al interior de su vagina, por ejemplo, en el caso de una virgen, que revise con el “testigo” hasta el sitio del himen (ver adelante 8:3). Asimismo, una mujer que padeciere de una herida vaginal que pudiere sangrar durante la revisación, que revise hasta el sitio de la lastimadura puesto que lo más importante es que revise hasta donde le resulte posible.

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