01 – La pureza familiar

01 – “Nidá” y “zavá”

Durante los años fértiles de la mujer, cada mes, al ovular, sale un óvulo de una de las trompas de Falopio en dirección al útero, y mientras tanto, la mucosa que se encuentra sobre la pared uterina se ve engrosada a los efectos de poder captar al óvulo y ayudarle en su desarrollo. Si el óvulo es fecundado por el esperma, este se desarrollará y se transformará en un embrión, y en caso de que ello no ocurra, tras catorce días desde la ovulación, la mucosa que recubre el útero se desprenderá y fluirá hacia afuera bajo la forma de sangre menstrual. Este es el período menstrual. La Torá estableció que la sangre de la menstruación impurifica a la mujer con la impureza de la nidá durante siete días, tras los cuales podrá realizar una inmersión y purificarse. Tal como fue dicho (Vaikrá-Levítico 15:19): “Y una mujer cuando tuviere flujo -sangre será su flujo en su carne- siete días permanecerá en su alejamiento” (“alejamiento=nidatá” – de aquí la acepción de ‘Nidá’ N. de E.).

Rara vez ocurre que se desarrolla una enfermedad que causa la pérdida de sangre además de la del flujo menstrual, y por lo tanto, si tras pasados siete días desde el avistamiento del flujo menstrual, en un período de once días hay un flujo de sangre durante tres días consecutivos, esta mujer se habrá impurificado con la impureza de zavá. Para purificarse de ella, deberá contar siete días limpios, y solo después de ello podrá realizar una inmersión y purificarse. Tal como fue dicho (ídem 15:25-28): “Y una mujer, cuando tuviere flujo -el flujo de su sangre- durante muchos días, fuera de su período, o si tuviere flujo prolongándose su período, todos los días del flujo de su impureza, cual días de su alejamiento será impura… Y cuando cesare su flujo, habrá de contar siete días y después será considerada pura”. Cuando el Templo de Jerusalém estaba en pie, una vez que este estado había terminado, la mujer debía incluso ofrendar un sacrificio, tal como fue dicho (ídem 15:29-30): “Y en el día octavo tomará dos tórtolas o dos palominos… y ofrecerá el cohen a uno como jatat y al otro como holocausto, y el cohen expiará por ella ante HaShem, por el flujo de su impureza”.

Esta impureza encierra dos aspectos: el primero, durante todo el período de impureza está prohibido mantener relaciones sexuales y tener cercanía, tal como fue dicho (ídem 18:19): “Y a una mujer en la impureza de su menstruación, no te acercarás para descubrir su desnudez”. El segundo tiene que ver con las leyes del Santuario y sus ofrendas sacras, pues quien padece de este estado de impureza tiene prohibido ingresar al Monte del Templo y comer de la carne de los sacrificios. Asimismo, a lo largo y ancho de todo el país, es preceptivo que tanto los miembros de las familias de los cohanim como así también sus hijas coman de las ofrendas (terumot) e ingieran la jalá que reciben del pueblo de Israel en estado de pureza, y tienen prohibido hacerlo estando impuros, y de igual forma, los israelitas que separaron estos obsequios (las terumot y la jalá) deben tener el recaudo de no impurificarlos. Desde la destrucción del Templo de Jerusalém y la salida al exilio quedó sin efecto la posibilidad de purificarse de la impureza del muerto (tumat met) por medio del uso de ceniza de la vaca roja, y por lo tanto, los cohanim no tienen permitido comer ni de la ofrenda ni de la jalá. Y solamente en el seno de los hogares judíos, la santidad del Templo se revela en el marco del amor entre los cónyuges, y las leyes de pureza e impureza recaen sobre las relaciones maritales y sobre la cercanía entre los miembros de la pareja, para orientar, elevar y consagrar su amor.

02 – El concepto de pureza e impureza

La raíz de los preceptos de pureza e impureza tiene su origen en lo recóndito de lo Superior, en la idea de lo Divino que trasciende nuestra comprensión, y por ello, jamás podremos comprenderlos en su cabal significación. Sin embargo, sabemos que HaShem nos otorgó la totalidad de los preceptos para santificarnos e incrementar en nosotros el bien y la bendición, tal como fue dicho (Devarim-Deuteronomio 6:24): “HaShem nos ha ordenado cumplir todos estos fueros: para venerar a HaShem nuestro D’s, para nuestro bien, durante todos los días, para mantenernos con vida, como este día de hoy”. Si bien no podemos saber por qué HaShem nos concedió los preceptos, su influencia bendita sobre nosotros resulta perceptible, y en virtud de ello, podemos captar en estos sus motivos y significados.

En términos generales, la pureza está vinculada a la vida y la impureza a la muerte. Como contraparte, en la medida que la vida se manifiesta de un modo más desarrollado, su pérdida implica una mayor dosis de muerte, y por ende, una impureza de mayor gravedad (Cuzarí 2:60-62). Por lo tanto, al fallecer el ser humano, que es aquel en el cual se manifiesta la vida en su forma más sofisticada, su impureza resulta ser la más grave de todas, y es “el padre de toda impureza” (aví avot hatum’á). Un grado menos grave es el de la impureza de los animales muertos o los reptiles, que se denomina “padre de impureza” (av hatum’á). El mundo vegetal se encuentra en un escalón de vida menos desarrollado, y por ello, no hay impureza en una planta que se marchita y muere, pero las frutas y las verduras, así como también los utensilios y las vestimentas elaborados a partir de una materia prima vegetal pueden impurificarse. El mundo mineral o inanimado tiene un grado de vida menos desarrollado, por ello, como regla general, no se impurifica, pero en caso de que este material sea elaborado, procesado y se produzca con él utensilios de loza y hierro, puede impurificarse.

El útero es la fuente de la vida y la pureza de todos los seres humanos, y como contraparte, es también una fuente de impureza. La impureza de la nidá tiene lugar cuando el óvulo que tenía que desarrollarse en un embrión no es fecundado, por lo que se pierde, muere, y sale del cuerpo por medio del flujo menstrual junto a la mucosa que debía ayudar a generar vida.

Existe otra impureza y es aquella que sobreviene a raíz de un nacimiento. Siete días para la parturienta que da a luz un varón y dos semanas para la que tiene una beba, e incluso esta impureza expresa también la pérdida de vitalidad que tuvo lugar en el útero de la mujer en cuestión. Si bien el parto es una bendición y reporta alegría, en la práctica, la parturienta atraviesa por una crisis cuya manifestación espiritual es la impureza que esta adquiere, tal como se explicará más adelante (9:8). O sea, a la vez que tiene lugar un nacimiento que significa una nueva vida, se generan dificultades que es preciso enfrentar, y por medio de este precepto, aprendemos a enfocarnos en la carencia que está implícita en la impureza y a purificarnos.

03 – Las consecuencias del pecado del primer Adam

A raíz del pecado del primer Adam el mundo descendió de nivel, tanto la muerte como la impureza hicieron su aparición, y el hombre fue castigado con el hecho de que la obtención de su sustento implicará dolor y sufrimiento, hasta que fallezca y su cuerpo retorne a la tierra de la cual fue hecho. E incluso la vida de familia, la pareja y el nacimiento vendrán acompañados de dolor y sufrimiento, tal como fue dicho (Bereshit-Génesis 3:16): “A la mujer dijo: Incrementar habré de incrementar tu tensión en tu gravidez, con tensión parirás hijos, a tu marido desearás. Más él te dominará”, lo cual fue explicado por nuestros sabios de la siguiente manera: “‘Incrementar habré de incrementar tu tensión en tu gravidez’ se refiere a los sangrados de la mujer, la sangre del período, la de la pérdida de la virginidad, el sufrimiento que implica la crianza de los hijos y el dolor del embarazo” (Tratado de Eruvín 100(B)). O sea, “la impureza de la nidá (período) y de la zivá (el otro flujo de sangre) proviene del pecado de Javá… porque antes de este, las mujeres no merecían pasar por estas situaciones, eran puras y no sangraban” (Tzror Hamor a Parashat Tazría).

A consecuencia del pecado, el mundo en su totalidad descendió de nivel, se fragmentó y se llenó de defectos y carencias, por ello, junto con la alegría por todo lo bueno que hay en él, este viene acompañado de dolor y de tristeza, al punto de que no hay alegría libre de crisis o exenta de todo pesar. Aquella persona que haga caso omiso del dolor o de las carencias, se desmoronará y fragmentará, y tanto su dolor como su sufrimiento se incrementarán. Por lo tanto, la consciencia de los seres humanos respecto del castigo que recibieran Adam y Javá por su pecado, así como por el dolor y el sufrimiento que acompañan sus vidas, es la clave para poner en movimiento un proceso por medio del cual puedan reparar gradualmente dicho quebrantamiento, hasta que finalmente alcancen un nivel más elevado que el que tenían anteriormente, pues el encumbramiento de quienes retornaron en arrepentimiento es superior que el de justos íntegros que jamás pecaron (Tratado de Berajot 34(B)). Los numerosos preceptos vinculados a la impureza y a la pureza ponen de manifiesto la carencia y allanan el camino para su reparación.

04 – La renovación del amor y la internalización de los valores de la pareja

La caída que experimentó el mundo a raíz del pecado perjudicó también la capacidad de los integrantes de la pareja de expresar su amor ilimitadamente y preservar su vitalidad, para evitar que este mengüe y finalmente se extinga. Por ello, las parejas que se divorcian o se mantienen juntas, pero sin amor son tan numerosas. La sangre de la nidá es la expresión física de la crisis y la tristeza que vienen asociadas a la vida y al amor, y en última instancia, a la muerte. Por medio de la observancia de las halajot de nidá, la tristeza y la carencia que acompañan nuestras vidas reciben su justo lugar y aprendemos a lidiar con ellas, y de esa forma, generamos un lugar para que el amor crezca y se desarrolle gradualmente.
En este sentido, Rabí Meir explicaba algo similar (Tratado de Nidá 31(B)): “¿Por qué la Torá estableció que el estatus de nidá dura siete días? Porque cuando el hombre se acostumbra a su mujer, se hastía. Dijo la Torá: Que esté impura durante siete días para que sea agradable ante su marido como en el momento en que entró al palio nupcial”. Durante los días de la impureza de nidá, está prohibido que marido y mujer se toquen, y la prohibición incluye los abrazos y el contacto a través de la vestimenta. Ello representa un gran desafío, pues el sufrimiento producto de la separación es grande, cada día la añoranza se intensifica más y los cónyuges se afligen en virtud de un amor que no puede ser consumado físicamente. Sin embargo, simultáneamente, su amor se refina y la expectativa por el reencuentro se va intensificando hasta la noche de la inmersión ritual que es cuando logran unirse en amor y con una alegría que trasciende todo límite.
Además, junto con la nostalgia que renueva el amor, durante los días de la separación los cónyuges pueden reconocer todas las bondades que reciben uno del otro durante los días de pureza, no asumirlas como obvias y no conducirse como personas desagradecidas. En virtud de ello, serán más atentos y generosos entre sí.
Creo que toda persona honesta admitirá que lapsos determinados de separación son el mejor mecanismo para mantener ardiente el fuego del amor conyugal. A pesar de ello, de no mediar el mandato de la Torá, el ser humano carece de la fuerza necesaria para cumplir con esta misión tan difícil.
Así, mes tras mes los días de la separación refinan, fortifican y empoderan el amor de la pareja, hasta que ambos dos llegan juntos a una edad madura en la cual los períodos menstruales llegan a su fin, su amor se torna más profundo en lo espiritual y más comprometido en lo moral, y juntamente con la disminución del deseo corporal ya no precisan en tal medida de la impureza de la nidá para potenciar su relación. No obstante, a la vez, ya no nacerá una nueva vida a partir de ellos, y es a partir de la vida que ya trajeron al mundo que los abuelos y las abuelas podrán seguir mejorando y acompañando la vida que se ve continuada por sus hijos e hijas, sus nietos y nietas. Asimismo, en el caso de las parejas que no pudieron tener hijos, mientras son jóvenes su influencia espiritual benevolente se refina y potencia a través del ciclo de la prohibición y la autorización del contacto, y una vez que este efecto está suficientemente afianzado, pueden continuar influyendo bien y bendición sin necesidad de guardar días de separación (tal como se explica en Pninei Halajá – La alegría del hogar y su bendición 8:5-8).
En el futuro por venir, al arribar el tiempo de la reparación final (gmar hatikún), cuando aprendamos a ascender de nivel en nivel y sepamos descubrir en la Torá y en nuestra alma una infinidad de significados nuevos, la vida se potenciará y ya no habrá necesidad de experimentar crisis como medio para elevarnos, y se retirarán de nosotros la maldición de la muerte y su impureza. Algo similar a esto ocurre durante los días del embarazo y el amamantamiento, en los que, por el mérito de la vigorización de la vida generada por la pareja, también su amor adquiere un significado profundo que se intensifica sin que medie la separación.

05 – La sangre impura, la pura y las manchas

Según la Torá, la sangre que sale del útero impurifica a condición de que tenga alguna de las tonalidades que la hacen impura, ya que la sangre posee diferentes colores, tal como fue dicho (Devarim-Deuteronomio 17:8): “Cuando te quedare oculto a ti un caso para juicio: entre sangre y sangre”, esto es, “entre sangre pura e impura”, “te levantarás y ascenderás al lugar que habrá elegido HaShem tu D’s” y consultarás a los sabios si la sangre de un determinado tono es pura o impura (ver adelante 2:2).
Según la Torá, únicamente una sangre que salió del útero acompañada de una sensación similar a la que se tiene en virtud del flujo menstrual, impurifica a la mujer, pero en caso de que saliera sin que medie esta sensación, no la ha de impurificar, tal como fue dicho (Vaikrá-Levítico 15:19): “Y una mujer cuando tuviere flujo, fluyere sangre en su carne”, “en su carne – hasta que lo sienta en su carne” (Tratado de Nidá 57(B)). Si bien una sangre que salió desapercibidamente del útero no impurifica a la mujer, en caso de que tenga alguna de las tonalidades impuras, según la Torá esa sangre es impura, y en caso de que tome contacto con una prenda de vestir o con un recipiente, estos quedarán impurificados. Por lo tanto, nuestros sabios decretaron también que la sangre que saliere del útero sin que medie sensación alguna impurificará a la mujer al igual que la sangre de la nidá. A la sangre que sale imperceptiblemente del útero la llamamos “mancha” (ketem), y nuestros sabios condicionaron su decreto a que la mancha sea encontrada de un modo tal que efectivamente pueda impurificar una prenda de vestir o un recipiente. Para que ello sea así, tienen que darse tres condiciones: 1) Que su tamaño sea mayor que el de un grano de cereal (superficie de un círculo de 2 cm. de diámetro). 2) Que se encuentre sobre algo pasible de absorber impureza, tal como una prenda de vestir o un recipiente y no sobre una piedra o un papel. 3) Que se encuentre sobre algo de color blanco, de modo tal que pueda distinguirse con certeza que se trata de una tonalidad de sangre impura y no de pura (ver adelante 2:4, 7-8).
La diferencia entre la sangre impura y la pura es sumamente sutil, y a raíz de la destrucción del Templo y la dispersión del pueblo judío producto del exilio se perdió la tradición que permitía discernir entre los tipos de sangre. Ya en los días de los amoraítas, grandes rabinos reconocieron que no lograban diferenciar entre las tonalidades de la sangre pura e impura, hasta que en el tiempo de los sabios medievales (rishonim) ya era comúnmente aceptado en todo el pueblo de Israel que se debía adoptar una actitud estricta respecto de todas las tonalidades de color rojo y negro (ver adelante 2:2).

06 – Una mujer nidá que experimenta un flujo de sangre y los decretos de Rabí

Tal como aprendimos (en la halajá 1) la prohibición de mantener relaciones sexuales y tener cercanía recae tanto sobre la mujer que tiene su período menstrual como sobre aquella que tiene un flujo de sangre, no obstante, en lo que respecta a los días de impureza que dicta la Torá, hay una diferencia. Nidá es aquella mujer que ve sangre del modo habitual de acuerdo con su período menstrual, y según la Torá, estará impura solamente durante siete días. Esto es, desde el día en que ve la sangre menstrual comienza a contar siete días, tanto sea si la ve durante un día o durante siete, y si hasta el anochecer del séptimo el sangrado cesare, al comenzar la noche del octavo podrá realizar su inmersión ritual y purificarse.
Zavá es aquella mujer que ve sangre durante tres días mas no durante su período menstrual. Esto es, tras los siete días del período de la nidá vienen once en los cuales en caso de que viera sangre durante tres de ellos adquirirá una impureza denominada “zavá guedolá” (gran zavá). Cuando cesare el sangrado, habrá de contar siete días limpios de sangre, y al finalizar estos realizará la inmersión ritual y se purificará. En los días del Templo de Jerusalém, tras su purificación, esta mujer debía ofrendar un sacrificio que consistía en dos tórtolas o dos palominos, uno como sacrificio de expiación por un pecado cometido (jatat) y otro que era enteramente quemado para HaShem (olá).
Si durante los once días mencionados, la mujer en cuestión viere sangre durante uno solo de estos, se la denominará “zavá ketaná” (pequeña zavá) cuya impureza se prolonga únicamente por un día, y en caso de que al día siguiente estuviere limpia, realizará su inmersión ritual y se purificará según la regla de quien “cuida un día por cada día”. En caso de que al día siguiente también viere sangre, se encontrará aun en el estatus de “zavá ketaná”, y en caso de que al día siguiente estuviere limpia, realizará su baño ritual y quedará pura. Pero en caso de que viere sangre durante tres días seguidos, su estatus será de “zavá guedolá”, por lo que tendrá que contar siete días limpios (Tratado de Nidá 73(A)).
Cerca de ciento cincuenta años después de la destrucción del Templo, Rabí Yehudá HaNasí -el compilador de la Mishná- observó que había mujeres que se equivocaban y confundían los días que era necesario contar para purificarse del estatus de nidá y los que se precisaba contar para purificarse del estatus de zavá. Notó también que había mujeres que se equivocaban y consideraban impura a la sangre que exhibía una tonalidad pura, y por ende, cada vez que veían sangre pura durante unos días previo al inicio de la menstruación, comenzaban a contar los siete días de nidá desde el avistamiento de la sangre pura, al tiempo que debían comenzar a hacerlo más adelante, a partir del avistamiento de sangre impura. Por lo tanto, instituyó que toda mujer que viere sangre durante uno o dos días contará seis días limpios, y luego realizará su inmersión ritual. Y en caso de que viere sangre durante tres o más días, contará siete limpios y luego llevará a cabo su inmersión (Tratado de Nidá 66(A)).

07 – La costumbre de las hijas de Israel

Con el correr del tiempo, a raíz del temor a confundirse con los dos tipos de conteo que Rabí instituyó y otros recaudos, las hijas de Israel agregaron un día más, adoptando sobre sí una actitud estricta, forzándose a contar siempre siete días limpios. O sea, su incremento en la severidad consistía en que, aunque tan solo vieran sangre por un día o dos, contaban siete días limpios en vez de los seis que instituyó Rabí. Unas tres generaciones con posterioridad al decreto de Rabí, la costumbre de las mujeres ya se había extendido a todo el pueblo de Israel, y tal como dijera Rabí Zeira: “Las hijas de Israel adoptaron para sí una actitud estricta por la cual, aunque tan solo vean una gota de sangre del tamaño de una semilla de mostaza, cuentan por ella siete días limpios” (ídem, ídem). Y nuestros sabios aceptaron su práctica y le dieron estatus de norma obligatoria y dictamen halájico (Tratado de Berajot 31(A), Shulján Aruj Yoré Deá 183:1). En la práctica, el peso del suplemento de tiempo adoptado por las hijas de Israel resulta pequeño, y representa un agregado de días prohibidos que no asciende a más que un dos o tres por ciento del total de los días que resultaron agregados por efecto del decreto de Rabí.
Como continuación de ello, en un proceso gradual, se aceptó la costumbre de adoptar una actitud estricta y considerar también a la sangre pura que es secretada con posterioridad al nacimiento (dmei tohar) como sangre que impurifica para toda cuestión (ver adelante 9:8).

08 – El significado de los cercos protectores establecidos por los sabios

En todos los mandamientos, la Torá nos preceptúa sobre el grueso de la prohibición, sin embargo, existe una zona gris en torno a la prohibición absoluta, la cual no está proscrita por la Torá, pero implica problemas y complicaciones, porque quienes allí se encuentran, son pasibles de incurrir en la transgresión de una prohibición. Y la Torá les ordenó a los sabios de Israel que profundicen en el tratamiento de la zona gris que rodea las prohibiciones de la Torá y establezcan cercos protectores para que por su intermedio los hijos de Israel puedan cumplir los preceptos de la Torá (ver Likutei Halajot de Rabí Natán – Hiljot Ta’arovot 1:8).
Sobre esto fue dicho (Vaikrá-Levítico 18:30): “Y habréis de cuidar Mi observancia”, o sea: “habrán de hacer un resguardo a Mi custodia – (Asú mishmeret lemishmartí)” (Tratado de Yevamot 21(A)). Y la Torá le ordenó al pueblo de Israel que cumpla los decretos de los sabios, tal como fue dicho (Devarim-Deuteronomio 17:11): “No te apartes de la sentencia que te habrán de aclarar ni a la derecha ni a la izquierda” (ver Tratado de Shabat 23(A)). O sea, los preceptos de HaShem se presentan en dos niveles, el de la Torá Escrita y el de la Torá Oral. Las palabras de la Torá Escrita expresan la idea Celestial Superior que define el fundamento del precepto, y las palabras de los sabios de la Torá Oral establecen el marco en el cual la norma habrá de implementarse en el mundo práctico.
Cuando el Primer Templo estaban en pie, y la Divina Presencia reposaba sobre el pueblo de Israel, así como la Palabra de HaShem se revelaba por medio de Sus siervos los profetas, los sabios hacían menos cercos protectores a la Torá y se confiaba más en que las revelaciones de santidad y la profecía evitarían que el pueblo de Israel pecara. Sin embargo, tras la destrucción del Primer Templo y la suspensión de la profecía a inicios de los días del Segundo Templo, los miembros de la Gran Asamblea, entre los que se encontraban también los últimos profetas, coincidieron en que para reforzar el estatus de la Torá y los preceptos en el seno del pueblo de Israel era preciso instituir cercos a la Torá (Tratado de Avot 1:1). Así, comenzó la era de los sabios, que son quienes instauraron el imperio de la Torá en el seno del pueblo de Israel, y gracias a ellos, durante todos los años del exilio el pueblo judío siguió apegado a la ley de Moshé, a la observancia de los preceptos y a la expectativa del arribo de la redención (tal como se explica en el artículo de nuestro maestro el Rav Kuk titulado: “Jajam adif minaví – Un sabio es preferible a un profeta”, Likutei Torá LaAdmor HaZaken IV 57:3, Pninei Halajá Zmanim 11:6).
Tal como parece, en lo que respecta a la prohibición de nidá, mientras el Primer y Segundo Templo existieron y se practicaba la pureza en el pueblo de Israel, los sabios se abstuvieron de establecer cercos protectores a la norma que agregasen días de veda para el contacto, tal como lo hicieron con el resto de las prohibiciones, ya que equiparar la prohibición de nidá a la de zavá y la sangre pura a la impura habría alterado a las leyes de la Torá. Por ejemplo, tras pasar por la impureza de zavá, las mujeres debían traer al Templo un sacrificio, lo cual no ocurre en el caso de la impureza de nidá. Y tal como escribiera Rabí Meir Simja de Dwinsk (Meshej Jojmá a Shemot-Éxodo 12:22), cuando se reconstruya el Templo de Jerusalém, pronto en nuestros días, quedará sin efecto el decreto de Rabí que equipara las leyes de la mujer nidá a las de la mujer zavá. Asimismo, agregar días de impureza obstruiría la observancia de los preceptos vinculados al Templo y a las normas de los alimentos puros, porque alejaría a las mujeres de la posibilidad de ascender al Santuario y comer en éste alimentos en estado de pureza (taharot). Además, en numerosos hogares en los que se observaban las leyes de la pureza familiar, en sus días impuros la mujer acostumbraba a retirarse a los aposentos de su casa y no tocar ni los alimentos ni las bebidas de los demás miembros de la familia, y usaba únicamente sus vestimentas y utensilios impuros destinados específicamente para esos días (ver Rambán a Vaikrá-Levítico 12:4), por lo que agregar días de impureza le tornaría la vida mucho más pesada. Sin embargo, por otra parte, los sabios establecieron cercos protectores en lo que respecta a la pureza (taharot) y a los alimentos consagrados (kodashim), y estas normas fungieron a su vez como cercos protectores para las prohibiciones de nidá y zavá.
Tras la destrucción del Segundo Templo, cuando muchos de los hijos de Israel se vieron exiliados de su tierra y quedaron sin efecto las reglas de la pureza ligadas al Santuario, se empequeñecieron los corazones y se olvidaron las tradiciones, y hubo quienes se equivocaban y confundían los días puros con los impuros, y la sangre pura con la impura, y por lo tanto, en un proceso gradual los sabios establecieron diferentes cercos protectores que fueron sumando días de prohibición al contacto. Tal como aprendimos (en las halajot 6 y 7), cerca de ciento cincuenta años después de la destrucción del Segundo Templo Rabí estableció que una mujer nidá que viera sangre durante tres días cuente siete días limpios tal como lo hace la zavá. Y en caso de que la viera por uno o dos días, que cuente seis días limpios. Y para no generar confusión entre la nidá y la zavá, las mujeres del pueblo de Israel acostumbraron que también quien viere sangre uno o dos días, contase siete días limpios. Dado que ello no implica un aumento importante en la rigurosidad (jumrá) de la norma sino solamente agrega un día de alejamiento en casos poco frecuentes, los sabios aceptaron esta práctica y le dieron el estatus de dictamen halájico (halajá pesuká). Asimismo, hubo un acuerdo entre los sabios de no diferenciar entre la sangre pura y la impura y adoptar la actitud estricta con todas las tonalidades sanguíneas. En total, como resultado de todos estos cercos protectores establecidos, se agregaron unos cinco o seis días de prohibición de contacto cada mes.

09 – El precepto de oná y el motivo interior de los cercos protectores

Respecto de los cercos protectores en torno a la prohibición de nidá, cabe preguntar cómo pueden instituirse medidas precautorias que agregan días a la prohibición de contacto e impiden que los hijos de Israel cumplan dos grandes mandamientos de la Torá que son el de oná y el de procrear (pru urbú). A esto debe responderse, que, tras la destrucción del Templo y la dispersión del pueblo de Israel en el exilio, se vio disminuida la alegría, y también el precepto de oná (el deber del hombre de no privar a la mujer de mantener relaciones sexuales, N. de T.), y por ello los sabios no se abstuvieron de establecer cercos protectores también a este precepto, tal como lo hicieron con otras prohibiciones de la Torá.
En ese sentido, aprendimos que la fuente del reposo de la Divina Presencia entre los cónyuges durante el cumplimiento del precepto de oná tiene su origen en el Kodesh HaKodashim (el Santo Sanctórum) del Templo de Jerusalém (Pninei Halajá – La alegría del hogar y su bendición 1:6). Asimismo, vimos que los querubines que se encontraban sobre el Arca del Pacto que estaba ubicada en el Kodesh HaKodashim tenían la forma de un hombre y una mujer durante el cumplimiento del precepto de oná. Nuestros sabios dijeron (Tratado de Yomá 54(A)) que “cuando los hijos de Israel peregrinaban al Templo, les descubrían la cortina que cubre al Santo Sanctórum y les permitían ver los querubines que estaban enlazados el uno con el otro y les decían: Ved cuánto os quiere el Eterno, como el amor de un hombre por una mujer”. Y cuando los hijos de Israel dejaron de hacer la voluntad del Eterno, los querubines se separaron uno del otro y dirigieron su mirada a las paredes del Santuario (Tratado de Baba Batra 99(A)). Y esto es lo que dijeron nuestros sabios (Tratado de Sanedrín 78(A)): “Desde el día en que se destruyó el Templo, la unión sexual perdió su sabor y éste le fue entregado a los transgresores”.
De igual manera, de las palabras del tanaíta Rabí Yshmael ben Elishá (Tratado de Baba Batra 60(B)) -quien fue el Sumo Sacerdote en días de la destrucción del Segundo Templo y finalmente fuera ejecutado por el reino malvado- aprendemos: “Fue enseñado, dijo Rabí Yshmael ben Elishá: Desde el día en que se destruyó el Sagrado Templo corresponde que decretemos sobre nuestras personas no comer carne ni beber vino, pero no se dicta una prohibición que el público no puede cumplir. Y desde el día en que extendió el reino malvado su predominio, aplicando sobre nosotros edictos pérfidos y duros que nos impiden estudiar la Torá, cumplir los preceptos, ni tampoco circuncidar y redimir a nuestros hijos, ¿corresponde que decretemos sobre nuestras personas no desposar mujeres y no tener hijos, por lo que la descendencia de Abraham desaparecería por sí misma? Entonces, ¡déjalos a los hijos de Israel, es mejor que transgredan involuntariamente y no lo hagan con alevosía!”.
Por lo tanto, aprendimos que, a raíz de la destrucción del Templo y del exilio, la fuente del precepto de oná y su alegría se vieron afectadas, y por ende, cabía establecer cercos protectores a las prohibiciones de la mujer nidá y la zavá tal como los sabios lo hicieron en todos los demás preceptos. Cabe también decir que uno de los motivos para la prohibición de nidá es que en virtud del distanciamiento que tiene lugar durante siete días de cada mes, la mujer se vuelva “agradable ante su marido como en el momento en que entró al palio nupcial” (arriba halajá 4). Tras la destrucción del Templo y el exilio de Israel, la alegría conyugal se vio afectada y fue necesario agregar días de prohibición. De ese modo, cada mes, las añoranzas se intensificaban aun más, los cónyuges podían alegrarse de sobremanera al volver a unirse, y su amor resultó preservado (Pninei Halajá – La alegría del hogar y su bendición 3:15).

10 – La alegría que conlleva el precepto de oná y el recaudo necesario ante las actitudes estrictas

La alegría que conlleva el precepto de oná y el recaudo necesario ante las actitudes estrictasA pesar de la destrucción del Templo y el exilio, y a pesar del agregado de cercos protectores y el incremento de los días prohibidos, en los tiempos de pureza, la vigencia del precepto de oná se mantiene en todo su vigor, y es deber del hombre alegrar a su mujer en la totalidad del alcance de sus posibilidades, y a su vez, también la mujer está preceptuada de alegrar a su marido de la misma manera. Esto y más, la observancia de los preceptos de oná y de procrear implican una reparación determinada del pecado y del exilio, porque por intermedio del precepto de oná una luz interior proveniente del Kodesh Hakodashim (Santo Sanctórum) desciende al interior de los hogares israelitas, tal como dijeran nuestros sabios (Mejilta DeRabí Yshmael Parashat Bo 14): “Todo lugar hacia el cual los hijos de Israel marcharon exiliados, es como si también la Divina Presencia se hubiere exiliado junto a ellos”. En ese sentido, dijeron también (Tratado de Yevamot 62(A)) que por medio del cumplimiento del precepto de procrear (pru urbú), se acerca el advenimiento de la redención. Por lo tanto, durante todas las generaciones, nuestros sabios procuraron ir por la senda del rey David, que fue renombrado en su piedad religiosa a la hora que se sentaba a instruir o dictaminar halajá para el pueblo de Israel, y no se abstenía de ensuciar sus manos con sangre, líquido amniótico y placenta con tal de permitir a una mujer que cohabite con su marido (Tratado de Berajot 4(A)).
Hay quienes se preguntan: ¿Quizás en nuestros días sea posible dejar sin efecto el decreto que establece que la mujer nidá debe contar siete días limpios? Esta pregunta encierra dos aspectos. El primero, quizás en virtud de que regresamos a la tierra de Israel cabe cumplir el precepto de oná con mayor excelencia y reducir los cercos protectores, tal como acostumbraban a conducirse los hijos de Israel cuando vivían en su país. El segundo, que se han multiplicado las tentaciones y los obstáculos, y en la medida que el tiempo de la prohibición se prolonga, son más las personas a las que les resulta difícil observarlo. Sin embargo, si bien los argumentos de quienes formulan la pregunta son de peso, carecemos de la autoridad para analizar la derogación de un decreto establecido por Rabí Yehudá HaNasí, que era quien presidía el Sanedrín, e incluso carecemos de la autoridad necesaria para dejar sin efecto una costumbre que se adoptó o fue aceptada por parte de los sabios del Talmud como si se tratara de un dictamen halájico, y por ende, el decreto en cuestión mantiene su absoluta vigencia. Si bien tuvimos el mérito de poder regresar a la tierra de Israel y reconstruirla, todavía no tuvimos el mérito de que la Torá se consolide como corresponde, y por ende, el decreto en cuestión es acorde a nuestra situación espiritual. Sobre esto, decimos al rezar: “Devuélvenos jueces como los de otrora, y asesores como los que tuvimos en un inicio, y retira de nosotros el dolor y el sufrimiento”.
No obstante, en aquello en lo que se puede flexibilizar de acuerdo con la norma – corresponde hacerlo, pues la actitud estricta en esta cuestión evita el cumplimiento de un precepto de la Torá y puede derivar en inconvenientes. Además, es preciso cumplir el precepto de la alegría de la oná con la mayor excelencia posible durante los días en los que ello está permitido.

11 – El significado de la inmersión ritual (tevilá)

La tevilá se lleva a cabo sumergiendo la totalidad del cuerpo en agua (ver adelante 5:1, 10:1). Tal como aprendimos (halajá 2), todo lo concerniente a la impureza está vinculado con la muerte, y por ende, se entiende que, a través de la inmersión, por medio de la cual la persona impura se libra de su impureza, es como si fuese creada nuevamente y retornase a la vida (Sefer Hajinuj 173). Esto es así ya que, en el momento de la inmersión, mientras se encuentra en el agua, el individuo no puede respirar ni continuar viviendo, y en virtud de ello, al emerger del líquido elemento es como si volviera a nacer. O sea, la persona impura, a la cual se le ha adherido algo de la muerte, se sumerge por completo en el agua, y así, al salir de esta, su vida se renueva en ausencia de la impureza y de la muerte que se le había adherido.
Sin embargo, si la persona se sumergiere en el agua por decisión propia, la inmersión no le servirá de nada, empero por medio del precepto que HaShem dio, esta la purifica, ya que la vida, el mandato Divino y la pureza, todos ellos provienen de D’s. HaShem, que creó el cielo, la tierra y todo cuanto ellos contienen, nos otorgó el precepto de la inmersión ritual por medio del cual podemos conectarnos con el origen de nuestra vida, y purificarnos de la impureza que se nos ha adherido. Así, a pesar de que una persona vive en este mundo, un lugar en el cual la inclinación al mal se halla junto a la inclinación al bien, en el que tanto las debilidades como las carencias acompañan a cada virtud y la muerte se encuentra junto a la vida, debemos saber que por medio de la Torá y los preceptos la persona logrará conectarse con HaShem y librarse de la muerte. “Empero vosotros, los que estáis adheridos a HaShem vuestro D’s, estáis vivos, todos vosotros hoy” (Devarim-Deuteronomio 4:4).
De esto resulta que el significado básico de la inmersión ritual es que, al sumergirse en el agua, tal como la Torá lo ordena, el individuo ingresa con la totalidad de su ser al seno de la fe, y en virtud de ello, D’s lo purifica de su impureza, y sale del líquido elemento como si hubiera vuelto a nacer. Y en él se cumplen las palabras del profeta (Yejezkel-Ezequiel 36:25-26): “Y arrojaré sobre vosotros agua pura y os purificareis de todas vuestras impurezas y de todas vuestras suciedades os purificaré. Y os daré un corazón nuevo, y un espíritu nuevo pondré en vuestro seno, y retiraré el corazón de piedra de vuestra carne y os daré un corazón de carne”.
Dijo Rabí Akiva: Felices de ustedes hijos de Israel, ¿ante Quién se purifican y Quién los purifica? ¡Vuestro Padre Celestial! Tal como fue dicho (Yejezkel-Ezequiel 36:25): “Y arrojaré sobre vosotros agua pura y os purificareis”, y fue dicho (Yrmiahu-Jeremías 17:13): “HaShem es la esperanza (mikvé) de Israel”. Así como la mikvé purifica a los impuros, de igual manera el Santo Bendito Él purifica a Israel” (Mishná Tratado de Yomá 8:9). De esto resulta que quien realiza su inmersión ritual logra incluirse en la generalidad de la congregación de Israel (Kneset Israel), que está destinada a conectar a todo el mundo con HaShem y purificarlo.
Los sabios medievales (rishonim) dijeron que si bien el precepto de la inmersión no requiere que quien se sumerja retorne en arrepentimiento, de todas maneras, corresponde que dirija su corazón al pensamiento de que así como por medio de su tevilá su vida se renueva, que de igual forma se renueven sus pensamientos y sus acciones para bien. Y así como el agua tiene la capacidad de limpiar la suciedad de su cuerpo, que la inmersión limpie su alma de la inmundicia de su pecado (Sefer Hajinuj 173, Rambám Hiljot Mikvaot 11:12). En ese sentido, los sabios dijeron que el retorno en arrepentimiento, la teshuvá, se asemeja al agua (Raavad 2:4).

12 – El significado del agua

El precepto de la inmersión ritual se cumple justamente por medio del agua, y ello encierra ideas muy profundas. El agua es el fundamento de la vida en el mundo, y por su intermedio HaShem les otorga vida a todos los seres. Por ello, nuestros sabios ensalzaron tan marcadamente la importancia de un día de lluvias, en el cual HaShem le brinda vida al mundo, y dijeron que se asemeja al día en el cual fueron creados los cielos y la tierra, al día en el que fue entregada la Torá, y tiene algo de semejanza con la resurrección de los muertos (Tratado de Ta’anit 7(A)). Lo que tienen de singular tanto el agua como las lluvias es que expresan la benevolencia Divina que emana hacia todos por igual, tal como fue dicho (Tehilim-Salmos 145:16): “Tú abres Tu mano, y satisfaces el deseo de todo ser viviente”, “Él da alimento a toda carne pues Su benevolencia es eterna” (ídem 136:25). A los árboles frutales y a los que no dan fruto, a las flores y a las espinas, a la flora y a la fauna, a las ovejas devoradas y a los lobos devoradores, a las bestias y al ser humano, a los justos y a los malvados, pues a todos los creó HaShem y todos son valiosos. Por ello, en la sabiduría de la Kabalá el agua expresa la cualidad de la benevolencia Divina (Zohar I 24b, III Raaia Meheimna 255:1, Metzudat David al Radbaz 455).

Resulta que, en la inmersión ritual, el individuo se fusiona en la benevolencia Divina que es aquella que les otorga la vida a todos los seres vivos, y en virtud de esa conexión, la impureza, la carencia y la muerte que se apegaron a él se retiran por completo por lo que se purifica, y la vida en su interior se ve potenciada y es como si volviera a nacer.

Dado que la benevolencia (o la generosidad – jesed) es el fundamento de todo, en el orden de la creación del mundo la aparición del agua antecedió también a la de los cielos y la tierra, tal como fue dicho (Bereshit-Génesis 1:1-2, ver adelante 10:1): “Y el viento de Elokim soplaba por sobre las aguas. Respecto de esto, nuestros sabios dijeron (Avot DeRabí Natán 4): “En un inicio el mundo no se creó sino a partir de la benevolencia (jesed)”, tal como fue dicho (Tehilim-Salmos 89:3): “El mundo será construido con benevolencia (jesed)”. El origen del pueblo de Israel radica en la cualidad de la benevolencia, de aquí la virtud singular de nuestro primer patriarca, Abraham, que la detentaba, ya que abría su tienda generosamente en las cuatro direcciones para poder recibir a todos los viajantes sin diferencia de raza o religión (ver Tratado de Baba Metzía 86(B), Zohar I 102a y 102b). Resulta entonces que por medio de la inmersión ritual el individuo se conecta con las fuentes de la creación y del pueblo de Israel, con la idea de la benevolencia que pone de manifiesto el fundamento y el significado de la creación, y por ello su vida se renueva. La inmersión debe tener lugar en un agua que fue reunida o acumulada en el suelo y se encuentra en su estado natural, primigenio, para de esa forma expresar el retorno a la benevolencia -que es el fundamento primero de la vida- de quien en ella se sumerge (tal como se explicará más adelante 10:1-2).

El agua de la mikvé es también una expresión de unidad, ya que las diferentes gotas de agua se reúnen sin que haya entre éstas conexión alguna salvo el hecho de que se encuentran juntas. Resulta entonces que quien se sumerge se conecta con la raíz de la unidad, pues el fundamento de la fe es que HaShem es Uno y creó a todas las creaturas, y el pecado se origina en que los creados están separados tanto entre sí como de su origen, y el objetivo de la Torá y de los preceptos es reparar esta escisión. Respecto de la desunión existente entre el hombre y su prójimo, Rabí Akiva dijo que el precepto de “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” es la regla principal de la Torá, y respecto del distanciamiento existente entre el hombre y su Creador, Ben Azai dijo que la regla esencial de la Torá es que el ser humano fue creado a la imagen de D’s (betzelem Elokim) (Talmud Jerosolimitano Tratado de Nedarim 9:4). Resulta entonces que el hombre que se impurifica por causa de las defecciones existentes en el mundo se sumerge en el agua que expresa la unidad, y vuelve a conectarse con la raíz de la fe y el amor.

El agua pone de manifiesto a la Torá, tal como dijeran nuestros sabios (Tratado de Ta’anit 7(A)) en cuanto a que la Torá se asemeja al agua, tal como fue dicho (Yshaiahu-Isaías 55:1): “Oh, todos los sedientos, ¡id hacia el agua!”, pues toda la Torá se inicia con un acto de benevolencia y termina con un acto de benevolencia (Tratado de Sotá 14(A)), agregando vida y bendición. El agua también alude al conocimiento (Da’at), tal como lo insinúa el profeta (Yshaiahu-Isaías 11:9): “No harán el mal y no dañarán en toda la montaña de Mi Santuario; ya que estará colmada la tierra del conocimiento de HaShem, como las aguas del mar que al lecho recubren”.

13 – La cuestión de la pureza en el Santuario y la situación imperante tras su destrucción

La finalidad de la pureza es conectar el cuerpo y a todos los ámbitos de la vida terrenal con la alegría y el regocijo, la imaginación y el sentimiento, que son aquellos que los acompañan rumbo a la santidad. Ya que para estudiar Torá y cumplir preceptos no es necesario purificarse sino prepararse por medio del refinamiento de las virtudes, pues el aspecto espiritual del ser humano no se impurifica (Tratado de Berajot 22(A)). Sin embargo, los aspectos materiales de la vida pueden impurificarse, y ocluirse ante la bendición Divina, y cuando los hijos de Israel consiguen purificarse, logran traer vida y bendición a la tierra y a todos los ámbitos de la existencia que tiene lugar en ella (Orot Hatjiá 35).

En los días en los que el Templo de Jerusalém estaba en pie y los hijos de Israel residían en su tierra, todos ellos estaban conectados al manantial de vida Divina del Santuario, y en virtud de ello, la bendición se expandía a toda la extensión de la tierra en todos sus aspectos materiales. Para ello, la Torá les indicó a los hijos de Israel que se enfrentaran a todos los tipos de impureza que hay en el mundo, para purificarse de ella y peregrinar al Templo tres veces por año. Y los cohanim precisaban guardar su estado de pureza en todos los confines del país, porque están preceptuados de ingerir las ofrendas y la jalá que reciben del pueblo de Israel en estado de pureza.

Empero a causa de nuestros pecados el Templo fue destruido, fuimos exiliados de nuestra tierra y quedó sin efecto la pureza en el pueblo de Israel, suspendiéndose todos los procedimientos purificatorios de la impureza de la muerte (humana) y de la impureza de los animales muertos o de los reptiles, la impureza del zav (quien padeció de la secreción de un determinado flujo a través del pene), la de la polución y la del metzorá (que suele mal traducirse como “leproso”), y así, la impureza quedó adherida a todos los aspectos del mundo material. Solo quedó una pureza en el pueblo de Israel, la de la mujer para con su marido, por medio de la cual los cónyuges atraen la santidad del Templo sobre sus hogares, y por su intermedio, los hijos de Israel consiguen elevar y consagrar los aspectos físicos de la alegría preceptiva que tiene lugar entre marido y mujer, agregando así vida y bendición al mundo. Quiera D’s que por el mérito de la observancia del precepto del cuidado de la pureza por parte de las mujeres del pueblo de Israel, el Templo de Jerusalém sea reconstruido pronto en nuestros días, la Divina Presencia repose sobre toda la obra de nuestras manos, y la pureza se extienda a todo el mundo para repararlo y purificarlo.

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