09 – La parturienta

01 – Durante el embarazo

El precepto de oná (intimidad conyugal) se observa de manera regular durante todos los meses del embarazo, siendo el deber para la mayoría de los hombres cumplirlo dos veces por semana (Pninei Halajá – La alegría del hogar y su bendición 2:7). Sin embargo, en los primeros meses del embarazo la unión puede resultar un poco dificultosa para la mujer por causa de las náuseas y los diferentes dolores que pudieran sobrevenir, por lo tanto, es preciso proceder de un modo más moderado a los efectos de cumplir el precepto del modo más confortable posible, empero, el precepto sigue en pie en toda su vigencia.

Dijeron nuestros sabios que en los últimos seis meses del embarazo el cumplimiento del precepto de oná resulta también beneficioso para el feto ya que ello hace que salga bien formado (melubán). En los últimos tres meses, el cumplimiento del precepto de oná sirve también para que el parto resulte más leve.

A partir del momento en el que por medio de una revisación médica, la mujer ya sabe que está embarazada, ya no tiene más ciclos menstruales, y por ello su estatus es similar al de una mujer que ya no tiene el período (mesuleket damim) por lo que no precisa preocuparse más por sus lapsos de separación. Este estatus se prolonga hasta la finalización del período de amamantamiento o hasta que la mujer ve que le llega la primera menstruación post parto (ver arriba 6:10).

A veces durante el período del embarazo hay algún tipo de sangrado, por lo que hay que recurrir a un médico para que revise el estado en el que se encuentra. A los efectos prácticos de la halajá, si resulta que el sangrado proviene de una herida que se encuentra en la vagina o en el cuello uterino, este no impurifica. Y si el sangrado proviene del interior del útero -impurifica (tal como ocurre con la sangre o la mancha que son explicados en el capítulo 2). Sin embargo, en caso de que se cerciore que el sangrado proviene de una herida en el útero que no está relacionada con el embarazo, este no impurificará (arriba 2:14), pero mientras el médico no lo afirme con certeza, impurificará.

02 – Cuestiones médicas

Nuestros sabios dijeron (Tratado de Berajot 60(A)) que en los tres meses previos al parto es correcto que los cónyuges recen para que el feto salga (nazca) en paz.

Durante el embarazo es preceptivo para la mujer grávida cuidar su salud de un modo especial, pues la salud de su feto depende de la suya propia. En este contexto, tiene el deber de efectuar las revisaciones recomendadas por los médicos y las enfermeras que están básicamente cubiertas por los seguros médicos públicos en el Estado de Israel, donde la medicina pública es buena. No obstante, no es preciso llevar a cabo exámenes adicionales que los seguros médicos públicos no los cubren, de lo cual cabe asumir que no resultan indispensables y están destinados a casos en los que se presentan problemas especiales o para personas que temen más de lo habitual. En el caso de una mujer que posee una póliza de seguro médico que incluye una cobertura suplementaria, cabe que efectúe las revisaciones incluidas en su póliza aumentada (tal como se vio anteriormente 7:6).

Los chequeos médicos no impurifican a la embarazada. Ni siquiera la impurifica la sutura del cuello del útero destinada a evitar un aborto, ya que se trata de sangre proveniente de una herida. Además, no se trata de sangre que sale del útero sino del cuello uterino.

A partir de determinada edad o en determinadas situaciones, los médicos recomiendan llevar a cabo el examen del líquido amniótico (amniocentesis) u otro tipo de revisaciones destinadas a identificar problemas genéticos en el feto, y así se debe proceder (Pninei Halajá, La alegría del hogar y su bendición 9:9).

Cuando resulta que el feto está gravemente enfermo y adolece de un problema genético severo, las autoridades halájicas debatieron respecto si es posible, deseable o prohibido llevar a cabo una interrupción del embarazo, y la respuesta depende de la gravedad del problema y de la situación mental o emocional de los padres, por lo que es preciso consultar a un rabino experto en el tema (ídem 9:8).

Cuando el embarazo implica un riesgo para la vida de la mujer, según todas las opiniones es preceptivo realizar un aborto para salvarla (ídem 9:3).

Una mujer tiene permitido recurrir a la ayuda de todo lo que los médicos le recomienden, incluyendo la anestesia epidural para aliviar los dolores de parto.

Cuando el equipo médico recomienda inducir el parto o realizar una cesárea a raíz de un temor por el bienestar de la parturienta o del bebé, los cónyuges deben escuchar su consejo y llevar a cabo la inducción. En caso de que los cónyuges teman efectuarlo, siempre y cuando la demora no resulte riesgosa, podrán solicitar otra opinión médica. Pero no se debe rechazar la recomendación médica sobre la base de especulaciones metafísicas tales como que un cambio en el horario del parto podría afectar negativamente al bebé o a la mamá, ya que todo lo que se haga destinado a salvaguardar la vida de la madre o del bebé es preceptivo y obligatorio.

Quienes se manejan de acuerdo con especulaciones de tipo metafísico y en virtud de estas, no toman en cuenta la postura de los médicos, deberán rendir cuentas (ante el Cielo) por no haber cuidado de su vida adecuadamente.

03 – ¿Desde cuándo se impurifica una parturienta?

El parto en sí impurifica, y a partir del momento que salió la cabeza o la mayor parte del cuerpo del bebé, aunque no haya salido con él sangre, la parturienta queda impura según la Torá con la impureza del parto (tumat leidá). En el caso del nacimiento de un varón esta impureza durará una semana, en el caso de que se trate de una niña, dos semanas (Tratado de Nidá 28(A), Shulján Aruj 194:10, ver adelante halajá número 8).

En numerosas ocasiones, en virtud de la presión producida por las contracciones previas a la salida del bebé, comienza a salir sangre del útero, por lo que la parturienta se impurifica. Pero si de acuerdo con una opinión médica o de la partera, la sangre que sale proviene de la vagina o del cuello uterino, la mujer estará pura.

Sin embargo, hay quienes detentan al respecto una actitud estricta y entienden que, aunque la parturienta no haya visto sangre, ya desde el momento en que se sentó en el «mashber» (la silla de parto), es decir, cuando las contracciones son fuertes y frecuentes y ya no pueda caminar, se asume que está en un estatus de impureza (jezkat tumá) y se debe temer que haya salido una sangre que ya no se ve. Pero a los efectos del dictamen de la halajá, solo si efectivamente vio que salió de ella sangre, queda impurificada antes del parto.

Por lo tanto, incluso después de haberse acostado en la cama de parto y haber sido revisada, si resulta que el parto aún no ha comenzado, mientras no haya visto sangre estará pura. Y no necesita revisarse a sí misma con un examen interno, sino que alcanza con que no haya visto derramarse sangre sobre sus vestimentas o sobre la venda que ha colocado allí.

En esos casos, es preferible que no se chequee por medio de una revisación interior para no ingresar en una situación de duda. En caso de que haya visto una mancha de sangre que no impurifica, por ejemplo, si esta se encuentra sobre una prenda de colores o sobre una toallita higiénica, estará pura. No obstante, si hubiere abundante sangre, ya cabe temer que se trate de sangre proveniente del útero, y aunque vista una prenda de colores o lleve puesta una toallita higiénica -se impurificará.

04 – Preguntas previas al parto

La revisación de la apertura. En numerosas ocasiones, cuando la partera revisa el grado de dilatación del cuello uterino de cara al parto, aparece un pequeño sangrado en el guante, que generalmente se produce por efecto de una herida causada en el cuello uterino, ya que próximo al nacimiento este se torna muy sensible. En la práctica, cuando la partera le resulte claro que el origen de la sangre que ve en el guante proviene de una lastimadura en el cuello del útero, estará pura, y en caso de que dude, estará impura.

A veces, antes del parto ocurre la «ruptura de aguas», que son las aguas amnióticas que llenan el saco del embarazo en el que se encuentra el feto. En ocasiones, descienden lentamente y a veces de golpe. A los fines de la Halajá, la ruptura de aguas no impurifica, pues mientras no haya salido sangre del útero, la parturienta permanece pura.

El tapón mucoso. A veces, previo al parto, “el tapón mucoso” sale del cuello uterino, y si no tiene coloración de sangre, la mujer estará pura. En caso de que la coloración sea de sangre, hay quienes adoptan una actitud estricta por temor a que haya salido sangre del útero hacia el “tapón”. Y hay quienes adoptan una actitud flexible y entienden que la sangre que sale junto con el “tapón” se considera proveniente de una herida y por ende no impurifica. En la práctica, quienes deseen adoptar una actitud flexible podrán hacerlo.

El despegamiento de membranas (stripping) para inducir al parto. En numerosas ocasiones la parturienta o el médico llevan a cabo un procedimiento de despegamiento de membranas en la entrada del útero que provoca que el cuerpo libere sustancias que producen contracciones que hacen avanzar el proceso del parto. Por lo general este procedimiento es doloroso y produce un leve sangrado, por lo que hay autoridades halájicas que entienden que tras el despegamiento de las membranas la parturienta se impurifica y el contacto con su marido pasa a estar prohibido. No obstante, a los efectos prácticos, mientras no se trate de un flujo de sangre importante, resulta que se trata de un sangrado producido por una herida en el útero originada en esta acción médica, y por lo tanto no impurifica. Empero, si comenzare a sangrar abundantemente, se tratará de sangre proveniente del útero por causa de las contracciones, por lo que entonces, impurifica (ver Puá III 64:43).

05 – Asistencia del marido a la parturienta

Cuando la mujer que está por dar a luz ve sangre, y por ende queda impura, y resulta necesario sostenerla para que suba a la ambulancia o para que llegue al hospital, si hay en el lugar una mujer que pudiera ayudarla, que la parturienta se asista con ella. Pero si no hubiere una mujer presente, en caso de apremio, el marido podrá ayudar a su esposa ya que según la opinión mayoritaria de los juristas un contacto físico que no tiene por objetivo obtener placer ni es motivado por el deseo no está prohibido por la Torá sino únicamente por prescripción rabínica, por lo que en caso de apremio y en beneficio del paciente estará permitido (ver arriba 3:8).

Luego de que la parturienta se impurificó, el marido tiene prohibido ver los sitios cubiertos de su cuerpo (ver arriba 3:3). Por lo tanto, es correcto tener el recaudo de que hasta el comienzo del parto, la parturienta esté cubierta y el marido esté parado o sentado a la altura de su cabeza, de modo que cuando revisen a la señora los sitios cubiertos de su cuerpo no queden expuestos a la vista del marido. Y en el mismo momento del parto, cuando ya no resulta posible cubrir las partes cubiertas del cuerpo que suelen estar tapadas, quienes adoptan la actitud estricta tienden a salir de la habitación o pasar al otro lado de la cortina para evitar mirar las partes cubiertas de su señora. Y hay quienes permanecen junto a la parturienta teniendo el recaudo de pararse de tal manera de ver el rostro de su mujer y no las partes cubiertas.

En el pasado, los partos se llevaban a cabo en el hogar y las parteras asistían a la parturienta junto a las mujeres de la familia. Los hombres, incluido el esposo, no se encontraban cercanos a ella, de modo tal que no surgió la pregunta de si el marido podía o no asistir a su esposa durante el alumbramiento. Sin embargo, en las últimas generaciones el parto se trasladó a los sanatorios, aun así, en la mayoría de las familias tradicionales era aceptado que la madre o la hermana eran quienes acompañaban a la parturienta y la asistían en la sala de partos, al tiempo que el marido permanecía afuera.

A medida que cambiaron los hábitos de vida y las parejas jóvenes comenzaron a llevar un estilo de vida más independiente, lejos de los hogares de origen, de las madres o de las hermanas, en numerosas ocasiones es el marido quien se ha convertido en el acompañante principal o único de su mujer al dar a luz. Por lo tanto, hay quienes entienden que, durante las contracciones dolorosas y el parto, cuando la parturienta lo precisa en gran manera, el marido tiene permitido tomar su mano y asistirla. Ello se debe a que la prohibición de tener contacto físico fuera de un contexto de deseo es únicamente de prescripción rabínica, y en caso de apremio es posible adoptar una actitud flexible en beneficio del paciente.

No obstante, según la opinión de muchos juristas, dado que no es indispensable que sea justamente el marido quien asista a su mujer, no cabe adoptar una actitud flexible en esta cuestión. Y si bien quienes desean proceder según la opinión más flexible tienen en quien respaldarse, corresponde adoptar la actitud estricta. Y solo en caso de que la parturienta ingrese en un estado de angustia intensa y exija que justamente su marido sea quien sostenga su mano y la asista -cabrá adoptar la actitud flexible.

06 – El momento del parto

Durante el parto, la dinámica de pareja se encuentra en un momento especial. Por una parte, durante su parto la mujer no tiene un compañero más importante que su marido, y por la otra, justo en ese momento el hombre tiene prohibido tocar a su esposa, ya que como ella se impurificó, está prohibida para él. Quizás ello exprese la dimensión del momento, que es trascendente y conmovedor, pleno de esplendor y de miedo. Dolor y alegría, temor y esperanza interactúan y se entremezclan.

En ese momento, la puerta entre la vida y la muerte se abre, nace un nuevo bebé, de repente prorrumpe en llanto y una nueva vida, con todo lo bueno y lo malo que esta contiene, comienza. Se abre un nuevo círculo de esperanzas, crisis y logros, y ningún contacto físico puede manifestar la dimensión de este momento reverente rayano en la eternidad, que resulta apropiado para la separación y la oración.

Quizás, dicho acontecimiento se pueda comparar con Yom HaKipurim, día en el cual por una parte se revela el pacto establecido entre marido y mujer, y por ello, cuando el Templo de Jerusalém estaba en pie, en este día sagrado las personas se ocupaban de compromisos matrimoniales. Sin embargo, por otra parte, en este día marido y mujer están prohibidos el uno para la otra. De igual forma, en Yom HaKipurim el cohen gadol (sumo sacerdote) ingresaba al Kodesh Kodashim (Santo Sanctorum) en nombre de todo el pueblo de Israel, sitio en el cual se manifiesta el valor del amor marital, y por ello, un cohen gadol cuya esposa hubiere fallecido no era apto para el servicio ritual del Día del Perdón. Pero, por otra parte, el cohen gadol debía separarse de su mujer siete días antes de Kipur a los efectos de prepararse de cara al sacro servicio (Tratado de Yoma 2(A)). (Pninei Halajá – La alegría del hogar y su bendición 1:6, Yamim Noraím 6:12, 9:7, 10:4).

Es bueno que la parturienta retorne en arrepentimiento (jazará bitshuvá) previo al alumbramiento, dado que el momento del parto es sumamente decisivo y conlleva posibles peligros, tal como dijeran nuestros sabios (Tratado de Shabat 31(B)): “Por tres transgresiones las mujeres fallecen al momento de dar a luz: por no ser cuidadosas en la nidá, en la separación de la jalá y en el encendido de las velas”.

Es bueno que la pareja rece para que el parto transcurra en paz, que el bebé salga sano y goce de una vida buena y larga. Y si bien el equipo médico es abnegado y diligente, corresponde recordar que tanto el nacimiento como la salud dependen directamente de HaShem, tal como dijeran nuestros sabios que HaShem ‘detenta en Sus manos’ la llave de los nacimientos, la llave de la lluvia y la llave de la resurrección de los muertos (Tratado de Ta’anit 10(B), Shevet Musar 24).

Existe una bonita costumbre en la que a partir de que la mujer ingresa en el noveno mes del embarazo se honra a su marido en la sinagoga con la apertura del Arca Sagrada, la extracción del rollo de la Torá y su devolución a esta, para que al encontrarse ante el Arca abierta rece por su mujer y le pida a HaShem que abra su matriz y nazca un bebé sano y completo que ilumine al mundo con su estudio de la Torá y su realización de buenas acciones (Rabí Jaim David Azulay – Moré Baetzba 3:90).

Tras el nacimiento es preceptivo para la parturienta y su marido agradecerle a HaShem por medio del recitado de una bendición de acción de gracias. Por el nacimiento de un varón se recita “HaTov Vehameitiv” y por el de una niña “Shehejainu Vekiemanu Vehiguianu LaZman Hazé”.

07 – Cuando el parto tiene lugar en Shabat

Una parturienta entra en la categoría de persona enferma que está en peligro de vida, por lo tanto, cuando el médico indique que debe ir al hospital es preciso llevarla incluso en Shabat tal como se acostumbra en los días de semana.

Cargar objetos en el dominio público en un lugar carente de eruv. Todo aquello que resulte necesario transportar en aras de la salud de la parturienta se puede llevar de la casa al automóvil también en un sitio que carezca de eruv. Esto incluye los medicamentos necesarios, documentos médicos y documento de identidad. Objetos que son importantes para la parturienta pero que no son indispensables para su salud, por ejemplo, ropa suplementaria, alimentos y libros pueden ser llevados en un lugar sin eruv de un modo diferente al habitual (shinui), y deberán ser cargados de modo continuo desde la casa hasta ser colocados en el automóvil.

Traer objetos que son muktzé. En general está prohibido cargar o trasladar objetos que son muktzé, pero cuando es sabido que al concluir el Shabat serán muy necesarios, como en el caso de dinero o del teléfono celular, podrán ponerlos en el bolso de un modo diferente al habitual y traerlos al hospital dentro de este.

Cuando resulta necesario trasladar a la parturienta al hospital de emergencia y no hay tiempo para pensar sobre formas de transportar en Shabat, se pueden llevar todos los objetos necesarios, incluidos los muktzé sin esforzarse por hacerlo de un modo diferente al habitual. En caso de que los objetos muktzé ya estuvieren en el bolso junto con los enseres necesarios, aunque no se precisaren tanto, se podrá traer el bolso al hospital, con ellos en su interior. Por lo tanto, es bueno preparar el bolso previo al inicio del Shabat (Pninei Halajá Shabat 27:6).

El hospital más cercano. Es preciso viajar al hospital más cercano para no sumar profanaciones innecesarias al Shabat. Incluso cuando la parturienta prefiere otro sanatorio más distante porque está mejor conceptuado profesionalmente, o porque está administrado conforme a la Halajá -estará prohibido viajar a él en Shabat, ya que no se trata de una consideración de tipo médica que implique la salvaguarda de la vida. Ya que, si se tratara de algo vinculado a salvar la vida, a una parturienta que reside en el norte o en el sur le recomendarían que viaje a los mejores hospitales del centro del país también en días de la semana.

No obstante, si para llegar al hospital predilecto es preciso prolongar el viaje solo un poco, ello entra en la categoría de las cosas que se efectúan para calmar a la parturienta. Todo esto aplica cuando se trata de una situación común, pero cuando se presenta una necesidad especial, por ejemplo, una parturienta que se encuentra en una situación de riesgo particular y en el hospital más distante ya se ha establecido un procedimiento o un protocolo de cómo tratarlo se puede viajar hacia este nosocomio en Shabat, aunque quede muy lejos. En ese sentido, todo debe procesarse de acuerdo con la asesoría médica comúnmente aceptada, pues en la medida en que se trate de un caso más complejo y difícil, así queda permitido prolongar el viaje por su causa (ver Pninei Halajá Shabat 27:7).

El viaje de un acompañante. Una parturienta necesita que venga con ella un acompañante para ayudarla y encargarse de que incluso en momentos de gran carga asistencial, el equipo médico la trate como corresponde. Pero dado que no se precisa más que un solo acompañante, no podrán viajar dos junto a la parturienta. Otro tanto ocurre en el caso de una asistente de parto (doula), su presencia no es indispensable al nivel de la salvaguarda de la vida de la parturienta (pikuaj nefesh), y por ello, si ya hay un acompañante, por ejemplo, el marido o la madre de la parturienta, la asistente de parto tendrá prohibido viajar en Shabat.

Solamente en casos excepcionales, cuando la parturienta entra en estado de histeria y exige que tanto su marido como su madre la acompañen, ambos podrán viajar. Y si en un contexto de gran angustia exigiere que llamen a su asistente de parto o doula, cabrá atender su pedido. Pero no se puede planificar de antemano que en Shabat, junto a la parturienta, viaje más que un acompañante. Y en caso de que el viaje sea prolongado, y se estén transportando en un automóvil privado y el marido tenga la intención de conducir, podrán también sumar al viaje a la asistente de parto o a la madre de la parturienta, pues a veces es preciso que haya otra persona que ayude a la parturienta durante el trayecto.

08 – La impureza de la parturienta y su purificación

Tal como ya aprendimos (en la halajá 3), el mero parto impurifica: en caso de dar a luz un varón la mujer se impurifica por siete días y luego tiene treinta y tres días de pureza. En caso de que hubiera dado a luz una niña su impureza durará dos semanas y luego tendrá sesenta y seis días de pureza.

Es decir, según la ley de la Torá, una parturienta puede realizar una inmersión ritual y purificarse de la impureza del parto a la semana de haber dado a luz un varón o a las dos de haber dado a luz una niña, aunque todavía siga experimentando sangrados originados en su útero. Pues toda la sangre que salga de la parturienta hasta los cuarenta días posteriores a haber dado a luz un varón u ochenta de haber dado a luz una niña es “sangre de pureza” (dmei tohar), una sangre que no torna a la mujer en impura para su marido. Sin embargo, durante la totalidad de los cuarenta días posteriores al alumbramiento de un varón u ochenta del de una niña, la parturienta tiene prohibido ascender al Templo de Jerusalém y comer allí de la carne de las ofrendas, y en caso de ser la hija de un cohen, tendrá prohibido ingerir de las ofrendas (terumot) o de la jalá (ofrenda del pan) en toda la tierra de Israel.

Tras los días de pureza (tohar), la parturienta regresa al régimen habitual de toda mujer, y es preceptivo que ascienda al Templo y traiga una ofrenda ígnea u holocausto (korbán olá) para agradecer por el nacimiento, y un sacrifico por la expiación de un pecado (korbán jatat) para limpiarse de las carencias o faltas que se adhirieron a ella durante el parto. Tal como fue dicho (Vaikrá-Levítico 12:1-8): “Habló HaShem a Moshé diciendo: Habla a los hijos de Israel diciendo: Una mujer cuando engendrare y diere a luz un varón, habrá de permanecer impura siete días, como en los días de sus dolores menstruales habrá de permanecer impura. Empero en el día octavo, habrá de ser circuncidada la carne de su prepucio. Empero durante treinta y tres días habrá de permanecer en sangre de pureza: nada sacro habrá de tocar ni al Santuario habrá de venir hasta cumplirse los días de su purificación. Empero si diere a luz una hembra, habrá de permanecer impura por dos semanas como en su estado menstrual; y sesenta y seis días permanecerá en sangre de pureza. Empero cuando se cumplan los días de su purificación por un hijo o por una hija, habrá de traer un cordero primal como holocausto (olá) y un palomino o una tórtola como jatat a la entrada de la Tienda de Reunión, al cohen, y él lo ofrecerá ante HaShem y hará la expiación por ella y quedará pura del origen de su sangre. Esta es la ley que rige para la parturienta, que tuviere varón o hembra. Empero si no alcanzaren sus medios para un cordero, tomará dos tórtolas o dos palominos, uno para holocausto y uno para jatat, el cohen hará la expiación por ella y quedará pura”.

Puede decirse que la diferencia entre una mujer que dio a luz un varón y otra que dio a luz una niña radica en que en la primera la impureza y su reparación son más manifiestos o evidentes, tanto en la impureza que expresa el prepucio como en la corrección que implica la circuncisión y todo el proceso resulta más breve. Al tiempo que quien da a luz una niña, la impureza y su purificación son más ocultas y profundas, y por ello se extienden por el doble del tiempo.

En la práctica, las hijas de Israel acostumbran a tomar en cuenta cada gota de sangre como si fuese de “zavá” y guardar por ella siete días limpios, y su práctica fue aceptada por los sabios como dictamen halájico. A raíz de esto, todo Israel acostumbró también a considerar las «sangres de pureza» como sangre que impurifica, por lo que se deben contar siete días limpios, y así quedó establecido en la halajá.

Por lo tanto, solo después de concluido el sangrado que sigue al parto, la parturienta interrumpirá la impureza, contará siete días limpios y luego efectuará una inmersión ritual. Asimismo, si tras purificarse viere nuevamente sangre en los días de la pureza (tohar) post parto, ésta la impurificará, y una vez que el sangrado cesare, interrumpirá la impureza, contará siete días limpios y volverá a efectuar una inmersión ritual para purificarse (en caso que se diera el caso poco frecuente que la parturienta de una niña lograre completar los siete días limpios antes de que se cumplan dos semanas desde el parto, esperará hasta que concluyan las dos semanas y solamente entonces habrá de efectuar la inmersión ritual).

La mujer que diere a luz por medio de una cesárea no se impurificará de la impureza del parto (tumat leidá) y no tendrá días de sangre de pureza (dmei tohar) (Tratado de Nidá 40(A)). Pero, dado que en la práctica tras el parto sale sangre del útero a través de la vagina, la mujer se impurifica tal como según las normas de la nidá, por lo que una vez que interrumpa la impureza (tifsok tahará) y cuente siete días limpios efectuará la inmersión ritual y se purificará.

09 – El significado de la impureza del parto

En todo descenso al mundo de una gran idea, se hacen presentes determinados aspectos de la muerte. Así fue durante la creación del mundo, tal como fue dicho (Bereshit-Génesis 1:3): “Y dijo Eloh-im haya luz, y hubo luz”. Nuestros sabios explicaron que la idea original era que haya una gran luz, pero en la práctica, a raíz de las carencias del mundo, para que los malvados no disfrutaran de la gran luz y no la usaran para sus viles propósitos, a la hora de que descendiera sobre la creación, fue atenuada y contraída, lo cual se refleja en el hecho de que la expresión “y hubo” (vaiehí) alude a penuria o dolor (Zohar I 30b, 31b y otros sitios). Sin embargo, el descenso tiene por propósito un ulterior ascenso y tras la conclusión del proceso de reparación, la palabra de HaShem se cumplirá, la gran luz se revelará e incluso se potenciará en virtud del suplemento de bendición que le darán las creaturas. De igual manera, siempre ocurre que toda visión es infinitamente más grande que su concreción, y solo tras un largo proceso de reparación, la visión se materializa en su totalidad, e incluso la trasciende.

Lo mismo ocurre en todo parto. Las esperanzas son infinitas, el corazón tiende a creer que tras el milagro del nacimiento todo el mundo cambiará para bien y que el nuevo niño será perfecto, maravilloso, alegre, sabio y sano, y en sus días llegará el Mashíaj. En la práctica, tras el nacimiento se cae en la rutina diaria de la vida, en los dolores y el agotamiento. También el bebé deberá enfrentarse a retos y a momentos de crisis como todos los demás seres humanos. También el cuerpo de la parturienta lo siente, se trata de depresión posparto que muchas mujeres suelen experimentar tras haber dado a luz, durante el período posterior al alumbramiento.

La impureza que acompaña al nacimiento expresa el dolor por las esperanzas y los sueños que no se cumplirán. En los días de impureza en los que hay una suerte de duelo por la caída o el derrumbe de la gran visión al suelo de la realidad, la parturienta podrá reconciliarse con las carencias que presenta la realidad, aceptar a su niño con alegría, hacerse de fuerza y vitalidad para enfrentar los desafíos que acompañarán al crecimiento y a la crianza de su vástago, así como llenarse de regocijo por el maravilloso e inigualable privilegio de ser madre. En esos días, el padre atraviesa un proceso similar, en los que debe mantenerse a un costado y ayudar a su mujer a descansar lo más posible, y en virtud de ello, asimilar el gran rol con el cual ha sido agraciado, ser padre.

En una primera etapa, la impureza es más severa, y expresa el vaciamiento de sus sueños que sufre la madre y la caída del bebé desde el maravilloso mundo en el cual se encontraba en el útero de su madre, a este mundo con todo el dolor y el llanto que hay en él. En una segunda etapa, la de la sangre de la pureza (dmei tohar), la impureza es menos aguda y expresa una situación intermedia, en la cual la vida se fortalece junto con la consciencia de que la existencia viene acompañada de dificultades y crisis, que solamente por medio de su enfrentamiento resulta posible avanzar en la concreción de los sueños. Por ello, en esta etapa, según la ley de la Torá la mujer no está prohibida para su marido, mas tiene prohibido tocar cualquier cosa sagrada e ingresar al Santuario. Según la costumbre de Israel, si en esos días la mujer viere sangre, quedará impura cual nidá.

A modo de continuación del significado de las leyes de impureza, la parturienta y su familia deben prestar atención a su estado físico y emocional, y generarle condiciones adecuadas para que descanse, para que la parturienta pueda dormir lo más posible, y por medio de ese sueño reparador recuperarse rápidamente, y sin lo cual, la melancolía que suele tener lugar en el período posterior al parto, D’s no lo quiera, puede convertirse en depresión.

Cuando la parturienta sufre de un decaimiento que no pasa, es preciso dirigirse al médico de familia (general) para recibir de éste medicinas leves que aplaquen un poco este estado de ánimo en cuestión y eviten un deterioro, y todo esto además de recibir el estímulo y la ayuda correspondiente de parte de su familia. En un estado más grave de “depresión postparto” es preciso recurrir a la ayuda de medicamentos más fuertes que solo pueden ser recetados por un psiquiatra (al cual se puede llegar a través del seguro médico público) para que curen la depresión y eviten un deterioro que pudiera tornar a la depresión en crónica e incluso llegar a resultar peligroso para la vida de la mujer. En este estado de cosas, no hay que demorarse en recurrir a la ayuda médica ni contentarse con terapias de medicina alternativa, dado que se trata de una enfermedad peligrosa.

10 – Tras un aborto

Una mujer que abortó un embrión cuyos órganos aun no alcanzaron a formarse, esto es, dentro de los cuarenta días posteriores a la fecundación, no se impurifica con la impureza del nacimiento sino únicamente con la de nidá. Por lo tanto, cuando cese el sangrado, que interrumpa la impureza, cuente siete días limpios y proceda a efectuar la inmersión ritual y purificarse.

En caso de que el aborto hubiere tenido lugar cuando los órganos del feto ya se habían formado, esto es, tras haber pasado el desarrollo correspondiente a los cuarenta días posteriores a la concepción, el aborto causa impureza de nacimiento.

Si el feto era de un varón, la impureza durará una semana, y si fuera de una niña -dos. De haber duda respecto de si el feto era o no de una niña, tal como ocurre en numerosas ocasiones, la impureza durará dos semanas. En un caso así, lo más temprano que la mujer podrá interrumpir la impureza será tras siete días, para que en la práctica, la inmersión tenga lugar pasadas dos semanas (Shulján Aruj 194:3). Sin embargo, por lo general, tras un aborto en esta etapa, el sangrado se extiende por más de una semana, de modo tal que de todas maneras no resulta posible purificarse antes de que transcurran dos semanas.

Se profana el Shabat para salvar a un feto que se encuentra en el vientre de su madre, aunque tenga menos de cuarenta días de concebido (Pninei Halajá 27:3).

Un bebé que nace con problemas y fallece dentro de los treinta días posteriores al alumbramiento, hay juristas que entienden que no es preceptivo enterrarlo, por cuanto que se considera como un ‘nefel’ -nacido no viable- y no es mitzvá sepultar ‘nefalim’ (Or Zarúa, Shulján Aruj Oraj Jaím 526:9-10). Por otra parte, otras autoridades sostienen que es preceptivo enterrar a los ‘nefalim’ (fetos no viables), incluso en el caso de un bebé que nació meses antes de tiempo, en caso de que tenga forma humana -es preceptivo sepultarlo (Maguén Abraham 526:20, Shoel Umeshiv III 1:15). Se acostumbra a adoptar la actitud estricta y darle sepultura a un feto que tiene forma humana a través de la Jevra Kadisha y sin la participación de sus padres, para evitarles una angustia innecesaria.

En numerosas ocasiones, una vez que se produjo un aborto espontáneo, la recomendación médica es efectuar el raspado de los restos del embarazo (legrado) para asegurar la recuperación del útero. De no efectuarse este procedimiento, a veces el sangrado se prolonga por un lapso mayor, y posteriormente la mujer no logrará quedar embarazada a futuro.

Las leyes del duelo no rigen en el caso de la muerte de un feto, empero la pérdida puede venir acompañada de un gran dolor, por lo que los cónyuges deben recitar la bendición: “Bendito eres Tú HaShem, D’s nuestro, Rey del universo, el Juez verdadero” (Daián HaEmet). Y se permite que luego de que uno de los cónyuges la recite, el otro responda “Amén” (ver Pninei Halajá Berajot 17:8).

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Conjunto de libros Peninei Halajá en español /11 volúmenes
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