Si bien el precepto de la faena o shejitá es un precepto Divino cuyo significado no podemos desentrañar por completo, resulta claro que en estas halajot hay una clara expresión de compasión, tal como se explica en el muy completo libro del Dr. Levinger “La Shejitá y el Sufrimiento Animal” (שחיטה וצער בעלי חיים), donde se hace referencia a que la faena kasher es el modo más sencillo de matar a un animal sin que padezca tormento. Esto es así ya que la arteria que proporciona la mayor parte de la sangre al cerebro pasa por el sitio de la faena, de modo tal que inmediatamente después del corte cesa el suministro de sangre a ese órgano. Por ello, cuando la sensación de dolor debería de llegar a su lugar de registro en la corteza del cerebro, esta no es capaz de captarla a causa de la falta de sangre y oxígeno. Además, antes del corte de la arteria principal, el dolor es casi imperceptible ya que la faena debe ser efectuada con un cuchillo liso y filoso y por medio de un movimiento rápido, y de ese modo, la sensación dolora es casi inexistente. Además de ello, previo a la faena se acostumbra a acostar al animal, y ello reduce su sufrimiento ya que esa postura lo distrae del acto mismo de la shejitá y en esa posición la interrupción del suministro de sangre y oxígeno al cerebro es más rápida. Asimismo, de las investigaciones realizadas surgió que los animales no perciben que van a ser degollados, pues incluso después de que otros son faenados, los que se encuentran a su lado continuan masticando pasto tranquilamente, al tiempo que cuando realmente se asustan cesan inmediatamente de masticar.
Es de destacar que la faena de animales domésticos (behemot) y no domésticos (jaiot) es más compleja que la de aves, puesto que, en los dos primeros es preciso cortar dos ‘señales’ (la tráquea y el esófago) al tiempo que en el caso de las aves solo se precisa cortar una (Tratado de Julín 27(B)). Cabe explicar que, dado que el sistema nervioso de las aves está menos desarrollado y por ende el dolor que padecen es de menor intensidad, las reglas de su faena son más leves (ver arriba 15:1 la segunda regla). Asimismo, cabe comentar, que dado que el sistema nervioso y el cerebro de los peces y los saltamontes o langostas (jagavim) son mucho menos desarrollados aun, la Torá no ordenó faenarlos ni se aplica a estos la prohibición de comer un trozo de un animal vivo (ever min hajai) (ver adelante halajá 11, arriba 17:7-8).
Ocurrió una vez que a Rabí Yehudá HaNasí (Rabí), el compilador de la Mishná, se le acercó un ternero que estaba destinado a la faena que se había escapado de su matarife, escondiendo su cabeza en los bordes de su vestimenta y emitiendo mugidos de angustia y llanto. Y a pesar de que aparentemente los animales no sienten que los van a matar, por lo que parece, este ternero sí padeció de sufrimiento al ser traído bruscamente para su faena, y por ello se escapó. Rabí Yehudá empujó al ternero y le dijo: ‘Ve donde el matarife pues para ello fuiste creado’. En ese mismo momento se encendió una fuerte acusación celestial contra Rabí, y se dijo: ‘Dado que no se apiadó de aquel ternero, que sobrevengan sobre él duros padecimientos’. Así, durante trece años Rabí sufrió de dolor de encías y de grandes dolores a la hora de orinar. Un día, su sirvienta limpió la casa y encontró unos pequeños ratoncitos y se dispuso a arrojarlos. Rabí le dijo: ‘Déjalos, ya que así fue dicho (Salmos 145:9): “HaShem es bueno con todos y Su misericordia para con todas Sus creaturas”’. En ese mismo momento se decretó en el cielo: ‘Dado que se apiadó de los animales, corresponde también compadecerse de él’, y sus padecimientos desaparecieron (Tratado de Baba Metzía 85(A)).
Si bien de acuerdo con la Halajá se permite faenar animales para comer de su carne, de este relato aprendemos que corresponde apenarnos un poco por hacerlo. Pues en realidad, la situación ideal del mundo es que los seres humanos podamos contentarnos únicamente con alimentos de origen vegetal, y solamente en virtud del descenso ocurrido a raíz del pecado del primer Adam y del diluvio, la ley natural prevaleció y los seres humanos comenzaron a comer animales. A raíz del excelso nivel espiritual de Rabí Yehudá HaNasí y de su pietismo, le correspondía compadecerse un poco del ternero, esperar a que se calmara y aceptara ser faenado. Por cuanto que no sintió el sufrir del ternero, sobrevinieron sobre él distintos padecimientos (HaRav Kuk, Jazón Hatzimjonut VeHaShalom 1).
Nuestros sabios dijeron que Rabí no rechazo sus padecimientos, y en sus plegarias pidió que si estos han de servir para depurarlo que no le sean retirados. Dado que estos padecimientos le sobrevinieron a raíz de su elevada calidad espiritual, para depurarlo y purificarlo, nuestros sabios dijeron que durante los años que estos duraron jamás se sufrieron sequías (Baba Metzía ídem).