Según la Torá, la sangre que sale del útero impurifica a condición de que tenga alguna de las tonalidades que la hacen impura, ya que la sangre posee diferentes colores, tal como fue dicho (Devarim-Deuteronomio 17:8): “Cuando te quedare oculto a ti un caso para juicio: entre sangre y sangre”, esto es, “entre sangre pura e impura”, “te levantarás y ascenderás al lugar que habrá elegido HaShem tu D’s” y consultarás a los sabios si la sangre de un determinado tono es pura o impura (ver adelante 2:2).
Según la Torá, únicamente una sangre que salió del útero acompañada de una sensación similar a la que se tiene en virtud del flujo menstrual, impurifica a la mujer, pero en caso de que saliera sin que medie esta sensación, no la ha de impurificar, tal como fue dicho (Vaikrá-Levítico 15:19): “Y una mujer cuando tuviere flujo, fluyere sangre en su carne”, “en su carne – hasta que lo sienta en su carne” (Tratado de Nidá 57(B)). Si bien una sangre que salió desapercibidamente del útero no impurifica a la mujer, en caso de que tenga alguna de las tonalidades impuras, según la Torá esa sangre es impura, y en caso de que tome contacto con una prenda de vestir o con un recipiente, estos quedarán impurificados. Por lo tanto, nuestros sabios decretaron también que la sangre que saliere del útero sin que medie sensación alguna impurificará a la mujer al igual que la sangre de la nidá. A la sangre que sale imperceptiblemente del útero la llamamos “mancha” (ketem), y nuestros sabios condicionaron su decreto a que la mancha sea encontrada de un modo tal que efectivamente pueda impurificar una prenda de vestir o un recipiente. Para que ello sea así, tienen que darse tres condiciones: 1) Que su tamaño sea mayor que el de un grano de cereal (superficie de un círculo de 2 cm. de diámetro). 2) Que se encuentre sobre algo pasible de absorber impureza, tal como una prenda de vestir o un recipiente y no sobre una piedra o un papel. 3) Que se encuentre sobre algo de color blanco, de modo tal que pueda distinguirse con certeza que se trata de una tonalidad de sangre impura y no de pura (ver adelante 2:4, 7-8).
La diferencia entre la sangre impura y la pura es sumamente sutil, y a raíz de la destrucción del Templo y la dispersión del pueblo judío producto del exilio se perdió la tradición que permitía discernir entre los tipos de sangre. Ya en los días de los amoraítas, grandes rabinos reconocieron que no lograban diferenciar entre las tonalidades de la sangre pura e impura, hasta que en el tiempo de los sabios medievales (rishonim) ya era comúnmente aceptado en todo el pueblo de Israel que se debía adoptar una actitud estricta respecto de todas las tonalidades de color rojo y negro (ver adelante 2:2).