02- La guía de la Torá en la asistencia a las personas necesitadas

La Torá nos ordenó ayudar a las personas necesitadas de cuatro maneras. La primera y la principal por medio de los obsequios que los menesterosos recogen de los campos por sus propios medios. La segunda, a través de la tzedaká (traducible como ‘caridad’ con un elemento de justicia social) para completar sus necesidades básicas, y la mejor acción en esta categoría es ayudar a una persona carenciada a encontrar trabajo. La tercera, el diezmo para el pobre (maa’ser aní), que se obsequiaba cuando el dueño del campo ya había recolectado la cosecha y separaba de esta ofrendas y diezmos, y en el tercer y sexto año del ciclo del año sabático en lugar del ‘segundo diezmo’ (maa’aser shení) separaba el ‘diezmo para el pobre’ y por su intermedio las personas necesitadas podían vivir más cómodamente durante dos de los siete años del ciclo del año sabático (ver adelante 7:11). La cuarta, invitando a personas necesitadas a participar de las alegrías y las celebraciones, lo cual incluye las comidas festivas de las fiestas de peregrinación (Pesaj, Shavu’ot y Sucot) en las que se solían ingerir las frutas del segundo diezmo y la carne del diezmo animal (ver adelante 7:10, Pninei Halajá Mo’adim 1:11).

En este capítulo nos ocuparemos del instrumento principal por medio del cual las personas necesitadas se sustentaban en tiempos pretéritos, y que en una estimación cautelosa podríamos decir que alcanzaba a un 3 o 4% de la cosecha y en el caso de las uvas incluso más.

Sin embargo, en la actualidad, en vistas del descenso dramático de los precios de los alimentos y el gran ascenso en el nivel de vida, ya no resulta beneficioso para las personas pobres recolectar obsequios en los campos (como se explicará adelante en la halajá 9). Sin embargo, de los fundamentos que se derivan de estos preceptos podremos aprender sobre el modo correcto de ayudar a los necesitados. En primer lugar, corresponde hacer a los pobres partícipes de la responsabilidad por su bienestar en la medida de lo posible. Por ello, en el pasado debían acudir a los campos a recolectar los obsequios por sus propios medios. En segundo lugar, es correcto que el propietario de los bienes haga partícipes a los pobres de los frutos de su propiedad. Por ello, es preceptivo permitir que estos colecten de la cosecha y no del dinero obtenido por su venta. En tercer lugar, es correcto que la ayuda al necesitado sea de manera tal que para el rico esta represente un gasto menor y para el pobre el beneficio resulte de importancia. Estos preceptos encierran una gran sabiduría, ya que, por ejemplo, si el dueño de un campo paga a su empleado cien shekalim por la siega o la colecta de cien kilos de producción común, por la recolección de las frutas de leket, shijejá, peret y olelot debería abonar por lo menos cinco veces más. De esta manera, los pobres que no disponían de un mejor empleo ganaban bastante recolectando los restos de lo producido en el campo y el dueño de la parcela no solo perdía poco, sino que hasta ganaba algo, ya que la recolección de los frutos olvidados en el árbol evitaba que las plagas se viesen atraídas y los afectasen con enfermedades, especialmente en el caso de la vid que tiende a contraerlas, y dejar las olelot sin cortar podía traer afecciones. Asimismo, las uvas que se caían de los racimos adolecían por lo general de algún tipo de defecto, por lo que la pérdida para el dueño de la viña resultaba mínima, al tiempo que los pobres podían regocijarse con el vino que lograban producir.

Respecto de la peá -aquel rincón del campo que se dejaba sin cosechar- si bien el costo de recolectarla era idéntico al del resto de lo producido, y en realidad según la Torá se puede cumplir con el precepto dejando una sola espiga, de todas maneras resultaba inteligente dejar un rincón sin segar al final del campo porque cuando se llegaba hasta allí los propietarios de los campos ya estaban cansados de su labor y les resultaba cómodo conducirse generosamente dejando una parte para los necesitados. Cuánto más conveniente resultaba para los dueños de los árboles frutales cuando decidían dejar a modo de peá las frutas que se encontraban en la parte superior de las copas, a las que a los empleados se les dificultaba llegar y para los niños pobres resultaba sencillo trepar y cortar.

La Torá menciona nuevamente el precepto de los obsequios para los pobres en medio de la porción dedicada a las festividades en las que los hijos de Israel peregrinaban al Sagrado Templo, tal como fue dicho (Vaikrá-Levítico 23:22): «Y cuando seguéis la cosecha de vuestra tierra no habrás de concluir de segar el rincón de tu campo ni habrás de recolectar el remanente que ha caído al suelo. Para el pobre y para el extranjero los habrás de dejar, Yo soy HaShem vuestro D’s».

Nuestros sabios explicaron que la Torá desea enseñarnos que todo aquel que obsequia leket, shijejá y peá al necesitado como corresponde se considera como si hubiese construido el Templo de Jerusalém y hubiese ofrendado allí sacrificios» (ídem Rashí). De esto aprendemos que toda persona que trae a su sitio de trabajo los conceptos de generosidad y caridad contenidos en los preceptos de los obsequios para los pobres, de manera tal que se preserve la eficiencia del negocio y al mismo tiempo se ayude a los necesitados, trae la santidad del Templo de Jerusalém a su empresa.

Quiera D’s que tengamos el mérito de recibir inspiración y guía de estos preceptos y traigamos la santidad del Templo a todos nuestros comercios e industrias, y la ayuda que brindemos allí a todos los necesitados se considere cual ofrenda cuyo aroma asciende hasta D’s.

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Conjunto de libros Peninei Halajá en español /11 volúmenes
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