Pninei Halajá

05. La institución del rezo por parte de los miembros de la Gran Asamblea.

Los miembros de la Gran Asamblea establecieron los rezos y las bendiciones (Talmud Babilonio Tratado de Berajot 33(A)). Esto significa que fijaron la redacción del rezo de «Shemoné Esré» y de las diferentes bendiciones, entre ellas, las bendiciones correspondientes al recitado del «Shemá» y las del disfrute (nehenín). Asimismo establecieron los tres rezos: el matutino (Shajarit), el vespertino (Minjá) y el nocturno (Arvit), tal que Shajarit y Minjá eran obligatorios y Arvit opcional.

A los miembros del tribunal de Ezra el escriba, que se estableció en los inicios de la era del Segundo Templo, se los denomina «Los Sabios de la Gran Asamblea». Se trataba del mayor tribunal jamás establecido en el seno del pueblo de Israel. Ciento veinte ancianos tomaban parte de sus deliberaciones entre los que se encontraban profetas y sabios tales como Jagai, Zejariá, Malají, Daniel, Jananiá, Mishael, Azariá, Nejemia hijo de Jajaliá y Mordejai, Bilshán y Zerubabel, siendo el último de ellos Shimón Hatzadik (Prólogo del Rambám a Mishné Torá).

En días del Primer Templo, el pueblo de Israel alcanzó imponentes logros espirituales, la Divina Presencia reposaba en el Santuario y los grandes maestros accedieron al nivel de profecía. Sin embargo, en el seno de las clases populares se arraigaron trasgresiones graves tales como idolatría, relaciones incestuosas y derramamiento de sangre, por causa de las cuales, a final de cuentas, el Templo fue destruido y el pueblo de Israel salió al exilio. Por lo tanto, cuando los miembros de la Gran Asamblea tuvieron el mérito de poder reconstruir el Templo, instituyeron el Gran Tribunal y establecieron vallados a la Torá, legislaron decretos, redactaron y dieron forma definitiva a los diferentes rezos y bendiciones ordenándolos, concediéndole así a la vida judía un marco general y completo. Todo lo anterior permitió que se expresen los valores de la Torá  de modo armónico y estructurado en el seno de lo cotidiano, alejando así al pueblo del pecado y acercándolo al servicio Divino.

Obviamente, también en los días del Primer Templo, el pueblo de Israel rezaba a HaShem, bendecía y agradecía por el bien dispensado y los placeres disfrutados. Empero, estos agradecimientos carecían de formato establecido y por lo tanto los piadosos oraban y recitaban bendiciones con gran fervor, mientras que el grueso del pueblo se contentaba con rezos escasos. Si bien el ideal es que cada individuo se dirija al Todopoderoso de modo espontáneo utilizando sus propias palabras al rezar, en la práctica las ocupaciones diarias van desgastando a las personas, y si carecemos de rezos ordenados y prestablecidos el público se irá alejando y desconectando tanto de la práctica de la oración como del Creador. Al establecerse formatos fijos para las plegarias la generalidad del pueblo comenzó a rezar reforzándose así de sobremanera su confianza en HaShem. Tal es así  que con el correr de los años se creó una ligazón en los corazones, que inclusive dos mil años de exilio no lograron dejarla sin efecto.

Más aún, en días del Primer Templo muchas personas, erróneamente, vieron en los sacrificios y ofrendas del Templo una actividad idolátrica con poderes de brujería, la cual habría de traer buena fortuna en la actividad económica, en la salud, sirviendo también para anular decretos adversos entre otros.

Los profetas lucharon por cambiar esta perspectiva errónea y enseñaron que los sacrificios tienen por cometido expresar el deseo de acercamiento a Dios, el cual se concreta por medio del esfuerzo personal. Esta es la meta última del hombre en su vida, tal como está escrito (Deuteronomio 10:12): «¿qué requiere de ti el Eterno tu Dios sino que Le temas y sigas Sus caminos amándole y sirviéndole con todo tu corazón y toda tu alma…?» Si quien trae la ofrenda al Templo no tiene la intención de  apegarse a HaShem y corregir su conducta, no solo que su sacrificio es inútil sino que el mismo es abominable a los ojos de D´s, tal como está escrito (Isaías 1:11-13): «¿Para qué sirven tantos sacrificios que me hacéis? Dice el Eterno. Harto estoy de holocaustos de carneros  y de sebos de animales cebados. No me complazco con la sangre de toros, ni de ovejas, ni de machos cabríos. Cuando venís a presentaros ante Mí, ¿quién ha requerido eso de vuestras manos, para hollar Mis atrios? No traigáis más vanas oblaciones: ofrendas abominables son para Mi…»

Mediante el establecimiento de rezos, los sabios de la Gran Asamblea restituyeron al servicio sagrado su orden correcto, orden en el cual la fe, la intencionalidad  y el apego son el fundamento y se manifiestan más nítidamente en la plegaria. A este respecto dijo Rabí Elazar: «La plegaria es superior al sacrificio de ofrendas» (Talmud Babilonio Tratado de Berajot 32(B)). Por lo tanto nosotros oramos para que el Templo de Jerusalém sea construido a la brevedad en nuestros días y tengamos el mérito de expresar nuestro apego a Hashem de manera completa, mediante rezos y sacrificios.

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