Pninei Halajá

08. Por el mérito de observar este precepto nuestros ancestros pudieron salir de Egipto

Cuando nuestros antepasados se encontraban sumidos en la esclavitud egipcia, sus verdugos querían evitar que los hombres procreen y de esa manera eliminar al pueblo de Israel de la faz de la tierra. Por ello, les ordenaron realizar trabajos sumamente pesados y extenuantes desde que despuntaba el alba hasta que salían las estrellas y les prohibieron volver a dormir a sus casas, obligándoles a pernoctar en el campo. Los hombres pensaron que todo estaba perdido y no había ya esperanza; que sus mujeres se cansarían de su ausencia y se irían con sus opresores egipcios. ¿Cómo habría de osar un israelita mirar a su mujer a los ojos siendo que como marido debería protegerla y defenderla del agresor, proveerla de sustento honorable y ser un ejemplo para los hijos; siendo que de momento no es más que un siervo humillado, pisoteado por su opresor? A los efectos de no sentirse aún más humillado, el siervo israelita  ni se acercaba a su mujer, ahogando en su seno el deseo de vivir. Tampoco quería hijos pues no podía ofrecerles un futuro decente. Cuando su mujer se le acercaba el siervo israelita se alejaba pues temía que de todos modos ella pronto lo abandonaría. La mayoría de las mujeres, en una situación semejante, se habrían ofendido y pedido sumarse como segunda esposa a la familia de alguno de los amos egipcios y de esa manera el pueblo judío habría desaparecido.

Nuestros sabios dijeron (Talmud Babilonio Tratado de Sotá 11(B)) «En mérito de las mujeres justas que vivieron en esa generación el pueblo de Israel se pudo redimir  de la esclavitud en Egipto. Cuando iban a sacar agua del aljibe el Kadosh Baruj Hú ponía pececillos en sus tinajas por lo que extraían mitad agua y mitad peces, y venían al campo portando dos ollas, una con agua caliente y la otra con peces y las llevaban hasta sus maridos. Allí los lavaban, les aplicaban ungüentos, les daban de comer y beber, consumaban relaciones en los lindes del campo y luego volvían a sus casas…». Esta era la manera para cada mujer de decirle a su marido que si bien a ojos de los egipcios era un siervo despreciable, a los suyos era una persona querida e importante; y así como me hubiese gustado recibirte al volver de un trabajo digno y honroso igualmente me alegro hoy por lo que vine al campo a lavar tus pies cansados de tanto trabajar y aplicar ungüentos sobre tu cuerpo dolorido pues tú eres mi querido esposo. «Una vez que habían terminado de comer y beber, las mujeres tomaban espejos y se miraban en estos junto a sus esposos, ella decía yo soy más bonita que tú, y él respondía yo soy más bonito que tú, y de esa manera despertaban el deseo y copulaban y el Eterno les embarazaba de inmediato… y así los hijos de Israel fueron fecundos y se multiplicaron fortaleciéndose cada vez más (Shemot-Éxodo 1:7)… y todo ese gentío numeroso surgió a partir de los espejos» (Midrash Tanjuma Pikudei 9). «Y al quedar embarazadas volvían a sus casas, y cuando llegaba el momento de dar a luz salían al campo…» (Talmud Babilonio Tratado de Sotá 11(B)).

Una vez que los judíos salieron de Egipto y recibieron la Torá, se les ordenó que erijan un Tabernáculo para lo cual donaron oro, plata y cobre, telas valiosas y piedras preciosas. Aquellas mujeres dijeron: ¿qué podemos donar para el Tabernáculo? Fueron y trajeron los espejos con los cuales se maquillaban. Si bien estos eran muy preciados para ellas, en virtud de su intenso amor por lo sagrado se ofrecieron traerlos. Moshé no los recibió con agrado pues habían sido usados para despertar el deseo («ietzer hará») y hay quien dice que incluso se enfureció con ellas y dijo en lenguaje exagerado a quienes estaban con él en ese momento: correspondería quebrarles las piernas por haber osado traer estos espejos para el servicio sagrado. El Kadosh Baruj Hú le dijo: ¿acaso menosprecias estos espejos? ¡Son los que dieron a luz a esta muchedumbre en Egipto! ¡Acéptalos pues son los más queridos por Mí! Tómalos y haz con ellos la pileta de cobre con la cual los cohanim se purificaban antes del sacro oficio (Midrash Tanjuma Pikudei 9, Rashí Shemot 38:8).

De esto aprendemos algo maravilloso, que no hay nada más puro y sagrado que este amor desinteresado que trajo vida al mundo, por ello, justamente de esos espejos se construyó la pileta de agua por medio de la cual los cohanim se purificaban de cara a su labor en el Sagrado Santuario.

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