Pninei Halajá

03. Santidad e intención (kavaná)

01. El lado malo del deseo

La pasión que surge entre hombre y mujer puede denigrarlos hasta los sitios más bajos, llevar al hombre a perseguir una mujer extraña, pecar en relaciones prohibidas, destruir familias y perder la vida tanto en este mundo como en el venidero. Cuando este tipo de inclinación al mal ataca al hombre, puede hacerle perder el raciocinio y llevarle a conducirse como un demente; tal como dijeron nuestros sabios (Talmud Babilonio Tratado de Sotá 3(A)) respecto de todas las trasgresiones y especialmente de las sexuales: «Nadie peca a menos que ingrese en él un espíritu de locura (o demencia,»ruaj shtut»)». Es así que nos encontramos con personas básicamente bien intencionadas y que a la hora de casarse tenían pensado ser fieles a sus esposas, empero desde el momento en el que aceptaron dar cabida a la inclinación al mal, esta fue creciendo en su interior al punto que estaban dispuestos a quebrar todos sus juramentos, traicionar a la mujer con la que ingresaron al pacto matrimonial, provocar la infelicidad de sus hijos, así como también perder su patrimonio y su status.

Es por ello que el sabio proverbista advierte reiteradamente (Mishlei-Proverbios 2:16-19): «Y para librarte de la mujer extraña, de la mujer ajena que endulza sus palabras… Por cuanto la casa de ella se hunde en la muerte y sus caminos se sumen en las sombras. Ninguno de los que van a ella vuelve, ni retoma los caminos de la vida». Y está escrito (ídem 5:1-20): «Hijo mío, atiende a mi sabiduría. Inclina tu oído a mi inteligencia…Los labios de la mujer extraña destilan miel  y su boca es más suave que el aceite, pero sus propósitos son más amargos que el ajenjo, agudos como una espada de dos filos. Sus pies descienden hasta la muerte. Sus pasos conducen al Sheol (morada de los muertos n. de t.)… sea tu fuente bendecida y alégrate en la mujer de tu juventud. Sea para ti como una hermosa cierva y una graciosa gacela. Satisfágante sus pechos en todo tiempo. Con su amor embriágate siempre. ¿Por qué habrás de enceguecerte con una mujer extraña y abrazar el seno de una que no te pertenece?» Además, está escrito (ídem 6:24-26): «…para guardarte de la mala mujer, de las zalamerías de la lengua extraña. No la desees por su belleza en tu corazón, ni dejes que te cautive con sus párpados porque a causa de una ramera el hombre es reducido a un trozo de pan y la adúltera anda a la caza de la preciosa vida».

02. El libre albedrío

Dado que el impulso pasional puede degradar al hombre en modo extremo, algunos líderes espirituales y religiosos de entre las naciones consideran que a los efectos de alcanzar un grado espiritual elevado el hombre debe apartarse de este deseo lo más posible. Algunos de estos ven con malos ojos el matrimonio y otros lo apoyan a los efectos de engendrar una nueva generación, empero advierten tanto al hombre como a la mujer que se alejen lo más posible de la pasión carnal pues denigrarse en virtud de esta es una vergüenza para el género humano.

En cambio, la directiva de la Torá es que no hay nada malo en la unión entre el hombre y su mujer pues así fueron creados, y no resulta lógico que aquello que es fundamento del mundo y causa la aparición de nueva vida sea denigrante o humillante sino que, muy por el contrario, conlleva una santidad intrínseca (Maharal Beer Hagolá 5:4). Empero, D´s creó en el ser humano inclinación al bien e inclinación al mal y nos ordenó escoger el bien. Tal como está escrito (Devarim-Deuteronomio 30:19): «Pongo hoy por testigos contra vosotros al cielo y a la tierra de que os di para escoger entre la vida y la muerte, entre la bendición y la maldición, y os exhorté a escoger la vida para tí y tu simiente».

El origen de las dos inclinaciones es uno solo y HaShem nos dio la posibilidad de elegir, de inclinar el instinto hacia el bien o hacia el mal. Así por ejemplo, al instinto de comer se lo puede orientar hacia una alimentación grosera que hace olvidar los ideales Divinos y a la postre causa enfermedades, o se lo puede encaminar hacia una alimentación armónica que permite a la persona alabar al Creador adicionándole salud y alegría. Cuanto mayor sea la intensidad e importancia del impulso instintivo, mayores serán las fuerzas del bien y del mal que actúan sobre este. La pasión que se puede despertar entre un hombre y una mujer es el más poderoso de los impulsos posibles, pues por su intermedio nacen nuevas vidas y se revela la unicidad de D´s en el mundo. Por ello, cuando este impulso es inclinado hacia el mal, hacia la promiscuidad y el adulterio, se trata del peor de los instintos posibles. Mas cuando este impulso se emplea para el bien, para aumentar el amor y la unión entre el marido y su mujer, es la mejor y más sagrada de las fuerzas.

Este es el significado de lo escrito en el Talmud Babilonio (Sotá 17(A)): «Si el hombre y la mujer son meritorios (el uno del otro) – la Divina Presencia reposa entre ellos, y si no -son devorados por el fuego». Cuando tienen el mérito de expresar su pasión natural en el marco de la santidad y el matrimonio, la Divina presencia reposa entre ellos. Empero si orientan su pasión hacia la promiscuidad y la lascivia, el Nombre Divino se retira de entre ellos y lo único que queda es el fuego del deseo que jamás podrá ser saciado, devorándoles en este mundo y quemándoles en el venidero en el Guehinom.

03. Dos niveles diferentes de santidad en el matrimonio

La santidad del matrimonio tiene dos niveles. El primero es cuando ambos cónyuges son fieles al pacto nupcial y no cometen adulterio. El segundo es que además buscan incrementar el amor en la pareja, se esfuerzan en alegrar al otro con todas sus posibilidades y tienen la intención de tener hijos que se críen en el estudio de la Torá y el cumplimiento de sus preceptos. Cuanto mayor sea la intención de la pareja en este segundo nivel –mayor será el mérito de elevarse más y más en los peldaños de la santidad.

El Raavad (ראב»ד) escribió que en el cumplimiento del precepto de Oná hay cuatro intenciones, tres de ellas buenas y una cuarta de menor nivel pero también preceptiva. Las tres intenciones superiores son: a) alegrar a la mujer mediante el precepto; b) cumplir con el mandato de «Prú Urbú» esto es «creced y multiplicaos»; c) creer que cumpliendo el precepto de Oná con alegría y amor durante el embarazo el parto será fácil y el bebé resultará virtuoso y bonito (ídem Nidá 31(A), ver arriba 1:4); La cuarta intención, menor en jerarquía mas aún preceptiva y en virtud de la cual la persona será recompensada, es cuando el hombre mantiene relaciones con su esposa promovido por el deseo y para evitar caer en la tentación de ir con otras mujeres (Raavad en Shaar HaKedushá, Tur Oraj Jaím 240:1). Esta última intención es el piso básico y primario de la santidad del matrimonio y las tres primeras se corresponden con un piso superior. Pasemos a explicar:

El primer nivel de santidad matrimonial reside en quienes se mantienen fieles al pacto contraído; y si bien para cada uno de los cónyuges es más importante satisfacer sus propias necesidades que alegrar al otro, mientras no cometan adulterio su matrimonio anidará en la santidad. Tal como dijeron nuestros sabios (Talmud Babilonio Tratado de Sotá 17(A)): «Si el hombre y la mujer son meritorios (el uno del otro) – la Divina Presencia reposa entre ellos y si no – son devorados por el fuego», lo cual es explicado por Rashí como «meritorios en cuanto que ninguno de los dos cometieron adulterio».

Por lo tanto, la unión entre el hombre y la mujer se denomina «kidushín» o «consagración» y la bendición nupcial inicial llamada «birkat hakidushín» reza: «Baruj Atá HaShem Elokeinu Melej Haolam Asher Kidshanu Bemitzvotav Vetzivanu al Ha´araiot Veasar Lanu et Haarusot Vehetir Lanu et Hanesuot Lanu Al Iedei Jupá Vekidushín, Baruj Atá HaShem, Mekadesh Amó Israel Al Iedei Jupá Vekidushín» (Bendito eres Tu HaShem D´s nuestro Rey del Universo que nos vedaste las relaciones prohibidas y las mujeres comprometidas permitiéndonos únicamente aquellas mujeres casadas con nosotros mediante palio nupcial y consagración («jupa ve kidushín»). Bendito Eres Tú Hashem que santifica a Su pueblo mediante el palio nupcial y la consagración»)

Más aún, es de esperar que quien a priori procura principalmente satisfacer su propio deseo, si cuida el marco matrimonial conforme a la halajá, con el tiempo avanzará en pos de un amor más profundo. Es razonable pensar que cuando su pasión inicial decrezca habrá de entrar en crisis, pero su compromiso con la halajá y el pacto matrimonial le cuidarán para que no cometa traición alguna y en virtud de ello podrá profundizar el vínculo con su mujer con gran amor y alegría y así ascender al segundo nivel de santidad.

El segundo nivel es el de quienes tienen el mérito de unirse con amor verdadero. Cuanto más piensa el hombre en el bienestar de su mujer, mayor será el nivel de santidad al que habrá de acceder. Para poder alegrar a su mujer con gran pasión deberá él mismo alegrarse durante la unión (adelante 14), siendo su principal preocupación alegrarla. En caso de haber contradicción entre su propio placer y el de su mujer, preferirá alegrarla a satisfacer su propio deseo. Paralelamente, estos niveles existen  en la mujer y cuanto más piensa ella en el bienestar de su marido más se eleva en los peldaños de la santidad.

El vocablo «sagrado» («kadosh») tiene dos acepciones: a) separado y diferenciado; b) eterno, absoluto, Divino. En el primer nivel los miembros de la pareja se separan de todos los demás hombres y mujeres del mundo. En un segundo nivel, su unión revela la chispa de la Divinidad, eterna y absoluta.

04. La diferencia entre amor y deseo carnal

Ante la pareja se presentan dos caminos: en el sendero correcto – el énfasis está puesto en el amor y en el del mal está puesto en el deseo carnal. Quien se deja llevar por este último impulso piensa únicamente en sí mismo y acosa a mujeres para satisfacer su instinto. Quien se inclina por el camino del bien quiere amar a su mujer verdaderamente y alegrarla lo más posible siéndole  fiel. En un inicio quienes están impulsados por el deseo carnal y quienes lo están por el amor se ven similares, empero, en el caso de los primeros sus relaciones no perduran, y concluyen en angustia y tribulación. En cambio, el amor consagrado de quienes van por la senda del bien se fortifica y profundiza infinitamente.

A veces, quien se inclina por la senda del mal parece estar dispuesto a dar más de sí en la relación. A los efectos de apaciguar su deseo estará dispuesto a viajar tras su cortejada hasta el final del mundo, gastar en ella sumas cuantiosas y comprarle joyas valiosas, dedicarle halagos sin fin e incluso es capaz de alegrarse al ver que ella también se alegra. Empero, por cuanto que el móvil central de su accionar es el de satisfacer su deseo, en la práctica abusa de ella. Por eso, en general, a pesar de todas sus declaraciones preferirá no casarse pues puede colmar su deseo sin hacerlo. En caso de que acepte casarse, mientras que el móvil central de su accionar sea satisfacer su deseo, no amará realmente a su mujer sino que sacará provecho de su cuerpo, por lo que la relación entre ambos se irá deteriorando paulatinamente.

En casos extremos de personas que van tras sus deseos carnales, hay hombres dispuestos a violar una mujer para aplacar su instinto. En ese caso la acción carece por completo de amor y es pura lascivia. Por el contrario, una vez que este hombre supere el arrebato instintivo odiará a la mujer que vejó, tal como ocurrió en el caso de Amnón, quien tras violar a su hermana Tamar «la odió con toda su alma» (Shmuel II-Samuel II 13:15). El deseo procura sustituir al amor, empero, una vez que la persona retoma la lucidez se da cuenta que queda vacía y deprimida, y en vez de odiarse a sí misma prefiere odiar a la víctima de su abuso.

Por el contrario, quien transita la senda del amor procura unirse a su mujer con cariño verdadero, se cuida de no dañarla y procura alegrarla lo más posible. Ante todo piensa en ella y su bienestar, y con el transcurrir de los años la relación entre ambos se profundiza más y más; y a pesar de que van envejeciendo los años no les desgastan y su amor se intensifica uniéndose infinitamente. Este es el amor valioso y sagrado carente totalmente de mal o defecto.

05. La santidad implícita en la abstención de mantener relaciones prohibidas

Tal como estudiamos, el nivel básico o primero en la santidad del matrimonio consiste en que el hombre se una a su mujer como corresponde y cuide de abstenerse de relaciones prohibidas. El Rambám enumera treinta y siete relaciones prohibidas (Sefer Kedushá). Estas prohibiciones se pueden agrupar en cinco categorías. La primera, que incluye el mayor número de casos, es la prohibición por cercanía familiar como son las relaciones con la madre, la hija, la hermana, la tía, la cuñada y la hija o nieta de la esposa. La segunda incluye a personas que está prohibido desposar, por ejemplo, con un gentil que no se convirtió según la halajá, o con un bastardo o un eunuco. La tercera categoría incluye la prohibición de mantener relaciones homosexuales o con animales. La cuarta se refiere a la prohibición de desposar una mujer casada y la quinta categoría abarca la prohibición de mantener relaciones con una mujer que no está apta para hacerlo en virtud de hallarse durante su período de purificación (Nidá).

Existe otra prohibición sexual grave y es la de violar una mujer o un hombre y obviamente a menores. Este tipo de crimen se comete generalmente bajo la forma de relaciones prohibidas en el seno de la familia, quebrando las reglas de Nidá o la prohibición de mantener relaciones homosexuales. Sin embargo, aunque este abuso se lleve a cabo sin quebrar estas otras prohibiciones, se trata de un daño muy importante para la víctima de la violación al punto que se puede considerar un asesinato, tal como está escrito (Devarim-Deuteronomio 22:26): «El violador en cambio, actuó como quien mata a su prójimo impunemente».

La Torá menciona otros diecisiete preceptos respecto de la institución del matrimonio, entre ellos las leyes referentes a los divorcios, el levirato y la liberación de este, leyes referentes al caso de quien seduce o viola una joven virgen, y las leyes referentes al caso de la mujer cuyo marido sospecha que le es infiel (Sotá).

No debemos ser indiferentes al grado de santidad que detenta quien cumple con todas estas prohibiciones y preceptos, ya que en la práctica vemos que la mayoría de aquellos que no aceptan sobre sí el yugo de la Torá y los preceptos no logra perpetuar sus pactos nupciales. Incluso no todas las personas religiosas logran cuidar todas estas normas y preservar sus matrimonios.

Nuestros sabios dijeron en el Tratado de Macot (3:16) que «todo aquel que se abstiene de cometer una trasgresión es recompensado como si hubiese cumplido activamente con un precepto. Rabí Shimón Bar Rabí dice: según la Torá (Devarim-Deuteronomio 12:23): ´se fuerte y abstente de comer sangre, porque la sangre es la vida y te está vedado comer la vida de la sangre´, y si en el caso de la sangre que al hombre le da asco, el alejarse de la misma es recompensado, en los casos del hurto y las relaciones prohibidas que el alma humana los desea, quien se aleja de estos con mucha más razón será recompensado tanto él como su simiente y la simiente de su simiente hasta el  fin de las generaciones». Además, está escrito (Vaikrá-Levítico 19:2): «Seréis santos porque  Santo Soy Yo, el Eterno, vuestro D´s», lo cual es explicado por Rashí como «alejaos de las relaciones prohibidas y de la trasgresión, pues en todo sitio en el cual encuentras una prohibición a una relación prohibida, hallarás la santidad». Por ello, todo aquel que cuida su pacto nupcial es llamado santo («kadosh»).

06. Los preceptos como cerco que aleja de la trasgresión

Amén del valor intrínseco del precepto de Oná por medio del cual se manifiesta el amor en el seno de la pareja, se trata también de un escudo protector ante el adulterio. Por ello, quien no está casado está más expuesto a las tentaciones de la inclinación al mal y por ello debe reforzarse más en el estudio de la Torá y el cumplimiento de los preceptos para preservar su capacidad de amar de cara a su enlace matrimonial verdadero y sagrado. A veces el deseo se exacerba al punto que es muy difícil hacerle frente, y entonces, cuanto más se haya fortificado la persona en el estudio de la Torá y su cumplimiento, mayores serán sus posibilidades de salvarse de su impulso, mediando por supuesto la ayuda de D´s.

El Talmud Babilonio (Menajot 44(A)) nos cuenta: «Rabí Natán dijo: no hay precepto en la Torá por leve que parezca que no es recompensado en este mundo, y en el venidero ¡no se estimar cuánto! Ve y aprende del precepto del tzitzit. Había una vez un hombre muy cuidadoso en el cumplimiento del precepto del tzitzit quien escuchó que hay una ramera en las ciudades de la costa que pide cuatrocientas monedas por sus favores; le envió el importe y agendó cita. Cuando llegó su turno fue y se sentó en la entrada de la casa de la meretriz. La criada de esta ingresó y le dijo a su patrona: aquel que os envió las cuatrocientas monedas y agendó cita está sentado en la entrada. Le respondió: hazlo pasar. Pasó. Ella le tendió siete camas, seis de plata y una de oro, entre cada una de estas colocó una escalera de plata y la superior de oro, se subió a la más alta de todas completamente desnuda y él también subió y se sentó desnudo frente a ella. Vinieron sus cuatro tzitziot («flecos» n. de t.) y le golpearon en el rostro, cayó y se sentó sobre el suelo; también ella se cayó y se sentó sobre el suelo. Le dijo la ramera: juro por Roma que no te dejaré ir hasta que no me  digas qué defecto encontraste en mí. Él le dijo: juro no haber visto jamás una mujer bella como tú, lo que ocurre es que D´s nuestro Señor nos ordenó un precepto llamado tzitzit sobre el que está escrito dos veces (Bamidbar-Números 15:41): «Yo Soy el Eterno vuestro D´s», Yo Soy aquel que te habrá de castigar en un futuro y también quien te habrá de recompensar, y en ese momento los tzitziot me parecieron cual cuatro testigos. Ella le dijo: no te dejaré ir hasta que me digas tu nombre, el nombre de tu ciudad, el de tu rabino y el del Beit Midrash donde estudias Torá. Él escribió y le entregó los datos. Entonces ella dividió sus propiedades en tres partes, un tercio se lo entregó al reino (para que le permitan convertirse al judaísmo), otro tercio lo entregó a los pobres (como expiación por sus pecados) y un tercio se lo quedó ella salvo las sábanas que había tendido. Fue donde el Beit Midrash de Rabí Jía y le dijo: Rabí, ordéname los preceptos y convertidme. Él le dijo: hija mía, ¿acaso has puesto tus ojos en alguno de mis alumnos?». Rabí Jía temía que ella quería casarse con alguno de los alumnos por cuanto que no había encontrado pareja entre los hombres de su nación o porque deseaba el dinero de alguno de los estudiantes y su conversión no obedecía a intenciones puras. «Ella extrajo el papel con los datos del muchacho y se lo entregó». En el papel estaba escrita la anécdota, el hecho de que ella era una mujer rica y muchos hombres la deseaban, empero eligió a uno de sus alumnos en virtud de la grandeza de espíritu que había exhibido  el muchacho. Siendo así, Rabí Jía aceptó convertirla y le dijo: «Ve y obtén tu recompensa. Las mismas sábanas que tendiste prohibidamente ahora las tendrás de modo lícito. Esa es la recompensa en este mundo, y para el mundo venidero ¡no se estimar cuánto!».

Vemos en esta historia que cuando el deseo irrumpe y se encamina hacia la prostitución es dañino. En cambio cuando se efectiviza de manera correcta en el marco del matrimonio es bueno y sagrado e incluso es considerado una recompensa celestial.

07. La salud mental y la reparación del alma

Es importante agregar, que mediante el cumplimiento del precepto de Oná con alegría, la persona repara y sana su mente, ya que D´s creó al ser humano de esta manera concediéndole como uno de sus principales impulsos el deseo de unión entre el hombre y la mujer. Si bien en esto no todas las personas son iguales pues en algunas el deseo es más intenso que en otras, el deseo existe en todas y quien no lo posee padece de una dolencia síquica. En la mayoría de las personas el instinto sexual es el más fuerte de los impulsos, y cuando una persona lo reprime o bloquea su mente puede verse afectada, por lo que a esta persona le resultará difícil cumplir con su cometido de ser humano. Respecto de esto dijeron nuestros sabios (Talmud Babilonio Tratado de Ievamot 63(A)): «todo hombre que carece de mujer no es considerado humano («Adam»), tal cual está escrito (Bereshit-Génesis 5:2): «Varón y hembra los creó y los bendijo y les puso por nombre  Adam». Dado que se trata de un instinto tan poderoso, el mismo somete a la persona a pruebas difíciles. Por esta razón la Torá debió darnos tantos preceptos para encaminarlo y corregirlo.

Hay hombres y mujeres que erróneamente creen que si bloquean su instinto y cumplen el precepto de Oná de modo espaciado podrán elevarse más espiritualmente. Sin embargo, el resultado final puede ser el opuesto, pues a veces, cuando la persona no permite que el deseo se manifieste como corresponde y lo reprime más allá de lo que la Torá requiere, cae finalmente víctima de todo tipo de trasgresiones vinculadas a relaciones sexuales prohibidas («guilui araiot»). Por ello, un hombre que necesita cumplir con el precepto de Oná con una frecuencia mayor a la estipulada por los sabios no debe intentar limitarse para conducirse como el común de la gente. Asimismo, una mujer que siente que su marido necesita una mayor frecuencia de unión corresponde que lo incentive a hacerlo, pues eso es bueno para él y de esa manera preserva su santidad. Empero, si el hombre en cuestión se restringe más de lo que le sienta bien, la inclinación al mal puede tentarlo a ir tras mujeres extrañas o niñas pequeñas. Es sabido que muchas veces los trasgresores de faltas tales como seducción o violación de muchachas menores de edad, no mantuvieron relaciones sexuales con normalidad, frecuentes y normativas durante el período de tiempo previo a la inconducta.

Cuando la pareja logra elevar este instinto incorporándolo al marco matrimonial a los efectos de que abunden el amor y la alegría, logra finalmente conectarse a la raíz de la vida, ya que mediante el precepto de Oná la chispa de Divinidad arde entre ambos y se revela en el mundo por su intermedio; tal como dijera Rabí Akiva  (Talmud Babilonio Tratado de Sotá 17(A) y ver Zohar III Raaia Meheimna 34:1): «Si el hombre y la mujer son meritorios (el uno del otro) la Divina Presencia reposa entre ellos». Respecto de esto los kabalistas escribieron que quien no siente este deseo, un burro es mejor que él, y no tiene posibilidad de comprender nada en profundidad ni puede amar a D´s de verdad (Reshit Jojmá Shaar Haahavá final del cap. 4).

Ya aprendimos anteriormente (1:5) que el fundamento de la fe del pueblo de Israel consiste en revelar la unicidad de HaShem, y cumpliendo el precepto de Oná llevado a cabo con gran amor y pasión, ésta se manifiesta en el mundo. Mediante esta pasión dos personas se unen por completo entre sí y sus almas y cuerpos participan conjuntamente del cumplimiento del precepto. Entonces, la propia inclinación al mal se revierte, se transforma en benéfica y se une a la inclinación al bien incrementando así la alegría y el amor entre ambos. De esa manera los cónyuges pueden unirse a la raíz de la vida y elevarse en su fe para así poder actuar en pos de la reparación del mundo y su redención, y algo de ellos se habrá de unir a la chispa Divina, y de esto nacerá nueva vida pudiendo así ser socios de HaShem en el nacimiento de una nueva alma (Talmud Babilonio Tratado de Nidá 31(A)).

08. Pureza e impureza

Todavía nos queda pendiente aclarar dos halajot, una originada en la Torá y la otra de origen rabínico, de las cuales surge, aparentemente, que si bien el precepto de Oná es de carácter sagrado posee también un aspecto impuro.

Según la Torá, el esperma que sale de un judío es uno de los factores esenciales que originan impureza (Avot HaTum´á). Una pareja de judíos que mantuvo relaciones de acuerdo a lo prescrito por la Torá, dado que la unión implicó una eyaculación ambos se encuentran en situación de primer grado de impureza («rishón letumá»). A los efectos de purificarse ambos deben pasar por una inmersión en la Mikvé o baño ritual y esperar hasta la salida de las estrellas, para así recuperar el status de pureza que les permita ingresar al Templo de Jerusalém e ingerir de la carne de los sacrificios («basar kodashim»); y si son cohanim, una vez purificados pueden ingerir de las ofrendas sacerdotales. Otro tanto ocurre con los utensilios y las prendas que tuvieron contacto con el esperma del judío en cuestión. Estos quedaron impuros y no se pueden utilizar o vestir si se quiere tocar cosas puras o sagradas, y a los efectos de purificarlos es necesario que pasen una inmersión en la Mikvé. Esto se desprende de lo escrito en la Torá (Vaikrá-Levítico 15:16-18): «Si un hombre tuviera una pérdida de semen se lavará todo su cuerpo con agua y será impuro hasta el atardecer, y toda ropa y toda porción de piel donde haya caído el semen será lavada con agua, y el hombre quedará impuro hasta el atardecer. También se lavará la mujer con quien se acostase el hombre que tuviere efusión seminal. Ambos se bañarán en agua y serán impuros hasta el atardecer»

La impureza es una expresión de la pérdida de vida. El mayor origen de impureza es el muerto («Aví Avot HaTum´á»). La impureza menstrual es también una expresión de muerte pues hubo una posibilidad de generar un embarazo que se perdió y ahora feneció. La impureza asociada a la pérdida de esperma expresa la misma idea por cuanto que este pudo haber generado vida mas finalmente murió (Cuzarí 2:60-62). La Torá nos enseña que aun cuando el esperma salió a los efectos de cumplir con el precepto de Oná genera impureza. Asimismo, estudiamos que el parto impurifica a la parturienta. La cuestión radica en que cada descenso de una gran idea al mundo implica un cierto sentido de muerte, pues siempre la percepción es superior a su concreción en la práctica. Las esperanzas previas a un parto son maravillosas, el corazón se inclina a creer que tras el nacimiento todo el mundo cambiará para mejor y el nuevo niño será perfecto. En la práctica, tras el nacimiento la vida retoma su rutina acompañada de dolores y agotamiento. A pesar del   milagro del nacimiento, el neonato deberá enfrentarse también a los desafíos que acompañan la existencia humana. Incluso el cuerpo lo siente, se trata de la depresión que experimenta la parturienta tras el nacimiento.

El hombre pasa también por un cierto decaimiento una vez que eyacula a pesar de que esto ocurre en el marco sagrado del cumplimiento del precepto de Oná. Previo a la cópula estaba expectante en cuanto a que pronto se habrá de unir a su amada esposa y todo será estupendo por siempre. Su corazón se ve colmado de entusiasmo y emoción que fueron incrementándose hasta el momento de la eyaculación tras la cual el hombre siente que retorna a la cansina rutina de este mundo material quedando vacío y carente de regocijo. Las mujeres casi que no experimentan una sensación de caída tras finalizar la cópula, y tras alcanzar el máximo del placer el descenso a este mundo es suave y liviano. Cuando la unión se lleva a cabo con amor y alegría, una vez finalizada perdura una sensación de satisfacción y bienestar por largo tiempo. Efectivamente, la impureza se deriva del esperma del hombre y no de los flujos que la pasión femenina han hecho brotar.

Se puede decir que el decaimiento posterior al clímax expresa la carencia del hombre, el cual no es del todo completo. También cuando éste realmente ama logra unirse a su mujer por un breve lapso, aun cuando realmente desea alegrar a su esposa permanece en cierta medida dentro de sí mismo. El hombre no logra conectar todo su deseo al amor. Si lograse hacerlo no quedaría sensación de muerte en el mundo ni habría decaimiento alguno tras el nacimiento o la cópula.

Nuestros sabios insinuaron esta cuestión al analizar el tema de la impureza post parto (Vaikrá Rabá 14:5) refiriéndose al versículo de los Salmos (51:7): «He aquí que fui formado en iniquidad y en el pecado fui concebido». Rabí Aja dijo: «incluso en el caso de un varón piadoso entre píos es imposible que carezca de un aspecto pecaminoso. El Rey David dijo ante el Creador: Amo del Universo, ¿acaso mi padre Ishai no tuvo la intención de engendrarme sino únicamente de saciar su deseo? Efectivamente así fue, pues tras la cópula cada quien se voltea para su lado y se duerme y Tú haces ingresar cada gota y cuidas que el bebé sea engendrado. Sobre esto dijo David (ídem 27:10): porque aunque mi padre y mi madre me abandonaron, el Eterno me recogerá».

09. El decreto de Ezra

Como continuación de la Torá que adjudica impureza a la pérdida de semen («shijvat zera»), Ezra el escriba y su tribunal establecieron que quien mantuvo relaciones sexuales o tuvo una eyaculación involuntaria no puede estudiar Torá hasta que no haya realizado una inmersión ritual (Talmud Babilonio Tratado de Baba Kama 82(B), Rosh). La razón de este decreto es que el estudio de Torá se debe llevar a cabo «con estremecimiento, temor reverencial, temblor y sudor» tal como la recibimos en el Monte Sinaí, y la pérdida de esperma tiene lugar por «distracción y liviandad de espíritu» (ídem Brajot 22(A) y Rashí). Otro motivo de este decreto es que «los hijos de Israel no se asemejen a los gallos que mantienen relaciones para luego subir, bajar e ir a comer» (Talmud Jerosolimitano Brajot 3:4). Asimismo, el decreto procura evitar que los eruditos de la Torá estén con sus mujeres permanentemente al igual que los gallos» (Talmud Babilonio Berajot 22(A)).

De acuerdo con todos los motivos expuestos, no se debe deducir que haya algo defectuoso en la unión entre un hombre y su mujer, sino que no se debe exagerar en esta práctica al grado de asemejarse a un gallo que no tiene nada más en su vida. El ser humano tiene otros objetivos amén de procrear, tanto espirituales como profesionales, y si ha de estar ocupado permanentemente en sus relaciones sexuales como un gallo no podrá cumplir con sus diferentes roles.  La inmersión ritual genera una suerte de carga que tiene por cometido cuidar al hombre de que cumpla con el precepto de Oná conforme a la frecuencia adecuada para él sin exageraciones.

Además de ello, la inmersión ritual tiene por cometido separar los ámbitos. La Torá debe ser estudiada con seriedad, pavor y temor reverencial, mientras que el precepto de Oná debe ser cumplido con humor, relajamiento  y alegría que trasciende limitaciones, tal como está escrito (Bereshit-Génesis 26:8): «Isaac jugueteaba con Rebeca, su mujer» («metzajek et Rivká») lo cual fue explicado por Rashí: «mantenía relaciones sexuales». Los sabios decretaron que el hombre debe ceñir un cinturón que separe entre su corazón y su zona púdica cuando recita palabras de cuestiones vinculadas a la santidad, a los efectos de generar una separación entre el cerebro y el corazón por un lado y la zona púdica por la otra. De no ser así, se teme que el deseo proveniente de las zonas inferiores irrumpa y mezclen la mente y el corazón y dificulten al hombre dedicarse a temas espirituales y emocionales con pureza, al punto que su raciocinio y sus sentimientos pasen a estar sometidos a la concretización de los impulsos. Por lo tanto, a los efectos de proteger el ámbito espiritual de la persona, esta debe estudiar Torá con pavor, temor reverencial, temblor y sudor adecuados a la santidad de los temas tratados. En virtud de ello, cuando la persona retorne a ocuparse de cuestiones materiales podrá conducirlas de forma correcta y apropiada. Por ello nuestros sabios estipularon que en la mañana recitemos una bendición al ceñir el cinturón: «Ozer Israel Bigvurá» (que ciñe a Israel con fuerza de superación n. de t.), pues se requiere de fuerza de superación para separar entre el corazón y la zona púdica. Esta separación libera al hombre del sometimiento al instinto y le permite santificar su deseo físico mediante el precepto de Oná.

En la práctica, el decreto de Ezra el escriba no se difundió o no fue adoptado  extendidamente por el pueblo de Israel. Hubo personas que a los efectos de no interrumpir su estudio de Torá, y por cuanto que se les dificultaba acceder a un baño ritual se abstenían de mantener relaciones dejando sin efecto los preceptos de Oná y de «Creced y multiplicaos». Otros hicieron caso omiso del decreto de Ezra pues no querían afectar ni el cumplimiento del precepto de Oná  ni el de estudiar Torá. Al ver los sabios que este decreto no fue extensamente aceptado en el pueblo de Israel lo derogaron y volvieron a permitir estudiar Torá y rezar sin limitación alguna a quien mantuvo relaciones sexuales y quien había sufrido una pérdida de esperma (ídem ídem, Rambám Hiljot Kriat Shemá 4:8).

De todas formas, aún hay quienes tienen el cuidado de realizar una inmersión ritual antes de estudiar o rezar, de acuerdo a lo decretado por Ezra. Hay quienes cumplen con este decreto duchándose con una cantidad de agua equivalente a 9 «kavín» (unos 11 litros) y hoy día que en todos los hogares hay baño es bueno hacerlo.

10. Niveles de santidad e intención

Volvamos a los fundamentos básicos: la Oná tiene como particularidad el hecho de que su santidad se manifiesta en el ámbito de la realidad material.  Además, incluso el deseo físico que normalmente tiende a asociarse a la inclinación al mal, mediante su cumplimiento se transforma en preceptiva y se santifica. Por ello, este precepto implica una gran reparación pues por su intermedio se revela que no hay ámbito desconectado de lo Divino, que HaShem es el Soberano tanto en el cielo como en la tierra y que incluso la pasión corporal se conecta a la santidad y la potencia. En ese sentido, el precepto de Oná se asemeja al de asentarse en la tierra de Israel pues por medio de ambos la santidad se manifiesta en el mundo físico (arriba 1:5).

Sin embargo, por cuanto que el precepto de Oná involucra los aspectos más físicos del hombre a los que se asocian los instintos más poderosos, este corre el riesgo de verse arrastrado tras sus impulsos más de lo necesario, al punto de olvidar el cumplimiento del precepto y terminar pensando en sí mismo y no en el deleite de su mujer. Este es el aspecto de impureza que acompaña a este sagrado precepto. Sin embargo, todo esto no tiene por cometido desalentar a la persona en el cumplimiento del precepto sino llevarlo a elevarse en cuanto a su intención y dedicación en el mismo. Por esto nuestros sabios, de bendita memoria, indicaron que quien quiera elevarse en el camino de la santidad que lo haga mediante el precepto de Oná, centrando su intención en el deleite máximo de su mujer. Asimismo, encontramos que Ezra el escriba, quien instauró diez decretos, uno de los cuales fue que la persona realice una inmersión ritual posterior a la cópula, decretó también dos medidas que tienen por cometido intensificar el amor entre el hombre y la mujer. Una de ellas indica ingerir ajo las noches de Shabat pues este intensifica el amor y por su intermedio el hombre podrá unirse a su mujer con gran deseo. La segunda medida estipula que los mercachifles pueden vender joyas y perfumes en todas las aldeas a los efectos de que las mujeres se vean atractivas a los ojos de sus maridos (Talmud Babilonio Baba Kama 82(A) y (B), arriba 2:5).

Corresponde prestar atención al maravilloso principio que existe en las relaciones entre el hombre y su prójimo, que hace que las cuestiones cotidianas de la convivencia se transformen en preceptos. Cuando una persona prepara para sí una comida sabrosa no está cumpliendo con un precepto sino que se ocupa de sus necesidades físicas y emocionales. Empero, cuando prepara una comida sabrosa para un invitado cumple con un precepto. Más aun en lo referente a las relaciones de pareja, cuando los cónyuges se deleitan uno al otro se consagran en la santidad del precepto de Oná y la Divina Presencia reposa entre ellos.

En términos generales, y tal como ya estudiamos (halajá 3), hay dos niveles de santidad en el precepto de Oná: el primero radica en cumplir con el pacto matrimonial conforme a las normas, apartándose de los pecados de las relaciones prohibidas y cuidando los ciclos de pureza e impureza de la mujer (nidá). El segundo nivel implica un agregado de amor y unidad entre los cónyuges que revela la profundidad de la vida eterna que subyace en su relación.

Hasta el momento, en nuestro estudio hemos seguido la opinión central que pregona que cuanto más se alegran y deleitan mutuamente los cónyuges, estos cumplen el precepto con mayor grado de excelencia y su unión es más sagrada. Sin embargo, cabe mencionar que hay otras dos opiniones respecto de la santidad en el cumplimiento de este precepto, la de Rambám y la de «Kedushá Haprushit» o santificación por medio de la abstención. Dado que en cada una de estas opiniones anida una verdad es valioso estudiarlas, y por medio de su análisis se entenderá la opinión central de un modo más completo y equilibrado.

11. La opinión de Rambám

Rambám, en concomitancia con su visión general de los temas sacros, ve en las necesidades corporales y sus placeres simples medios para alcanzar el objetivo verdadero que es el servicio a D´s de modo espiritual. D´s creó al ser humano con cuerpo y por ello debe ocuparse de este con el mayor de los cuidados ya que este es el instrumento por medio del cual se puede estudiar Torá y cumplir con los preceptos. Si la persona no satisface las necesidades corporales y entre estas el deseo sexual natural, se afectará su equilibrio y salud física y mental, por lo que no podrá dedicarse a su labor espiritual. Las prohibiciones de mantener relaciones sexuales inadecuadas y el precepto de casarse están dirigidos a indicar al hombre cómo satisfacer su deseo corporal natural en el marco de la halajá. Cuanto más se cuida la persona en satisfacer sus necesidades y las de su mujer sin verse arrastrado por la pasión física, más se santifica. Esta es la intención del precepto de Oná, satisfacer el instinto natural de cada persona conforme su salud y ocupación profesional, ni más ni menos.

Cuando una persona transita por esta senda, su dedicación a las necesidades corporales también se considera servicio a D´s: «cuando realice la cópula lo hará para bien de su cuerpo y para traer al mundo descendencia… si transita toda su vida por este camino servirá a D´s constantemente incluso cuando negocia o mantiene relaciones sexuales. Esto es así en virtud de que su pensamiento está orientado a mantener el cuerpo completo a los efecto de servir a D´s…» Respecto de esto nuestros sabios enseñaron «que todos tus actos sean aras del cielo» o «leshem shamaim» (Avot 2:12),  y respecto de esto dijo el Rey Shlomó en su sabiduría (Mishlei-Proverbios 3:6): «conócelo (a D´s) en todos tus caminos» (Deot 3:2-3).

Es por esto que Rambám se oponía a los sabios gentiles que alababan a quien se abstenía de la mujer por completo ya que esto actuaba en contra de la naturaleza, provocándole sufrimiento a la persona y afectando su salud. Tal como no se induce a una persona a que ayune continuamente o a que se abstenga de evacuar, de igual manera no se le induce a separarse de su mujer. Y aunque su mujer esté de acuerdo con esto, mientras el hombre naturalmente tenga deseo debe satisfacerlo. Dado que la cópula se trata únicamente de un medio, no se debe abusar de esta más allá de lo necesario. Y quien se entrega a los placeres del cuerpo más allá de lo que el correcto servicio a D´s requiere, se asemeja a los animales que van tras sus instintos naturales y en ese caso «el sentido del tacto es indigno para nosotros» (Moré Nevujim – La Guía para los Perplejos 2:36).

Resulta que cuanto más se dedique la persona al estudio de la Torá sentirá menos necesidad sexual, lo cual es una ventaja siempre y cuando su mujer se eleve conjuntamente. Empero, cuando el hombre sienta necesidad real de cópula no debe intentar abstenerse, pues de así hacerlo tendrá que luchar contra su instinto constantemente y en vez de elevarse espiritualmente su mente estará ocupada en una lucha contra el cuerpo. Más aún, se teme que la persona se mienta a sí misma y piense que ya logró superar las ataduras del instinto y al final su deseo reprimido eclosione de un modo incontrolado, llevándolo a pecar con relaciones sexuales prohibidas. Y aunque finalmente no peque, por efecto del esfuerzo realizado en reprimir su instinto su mente puede llegar a alterarse, pudiendo llegar a perder su salud síquica. Es por esto que la Torá nos ordenó este precepto con todas sus limitantes, por medio del cual el hombre y la mujer pueden conducirse de acuerdo a la halajá tanto sea con sus propios cuerpos como hacia sus cónyuges.

La ventaja de la opinión de Rambám radica en que quien se conduce según esta no se auto engaña. No intenta abstenerse exageradamente creyendo erróneamente que ha logrado alejarse del deseo físico y se ha elevado en la escala del celibato y la santidad. Por otra parte, tampoco se entrega al cultivo de los placeres físicos y sus deseos so pretexto de que santifica lo material y eleva chispas sagradas. La desventaja de esta línea de pensamiento   maimonideano radica en que vacía tanto al cuerpo como al acto sexual de valor intrínseco.

Personas marcadamente intelectuales, críticas y sobrias, suelen inclinarse por la opinión de Rambám pues esta no procura santificar aquello que a priori no aparenta serlo. Sin embargo, esta opinión es de gran valía también para el público general por cuanto que reconoce las necesidades físicas del ser humano y no intenta modificar su naturaleza.

12. La santidad abstinente, el amor sublime

Otra opinión antigua adjudica a la unión entre el hombre y la mujer un carácter sagrado y entiende que por medio de esta, la Divina Presencia reposa entre los cónyuges, la unicidad de D´s se revela en la creación, el cielo y la tierra se unen y la bendición se expande abundantemente por todos los mundos. Empero, se trata de una cuestión tan elevada y sublime que es necesario tener el recaudo de que la relación se concretice en el marco de un amor completo que incluya profundos anhelos y añoranzas. A esos efectos se recomienda hacerlo en el momento más apropiado para ello que es en  Shabat pasada la medianoche. Dado que el Shabat es el momento más sagrado en el cual se manifiesta la paz en todos los mundos, se trata del tiempo más propicio para incrementar la bendición mediante la unión de pareja (ver Zohar I 50:1, 112:1, III 49:2).

Esta opinión no implica una depreciación del valor del amor sino que este se eleva y se transforma en algo sublime y anhelado. Cuanto más sublime es este amor mayor es el deseo por él, empero, se trata de un deseo pleno de temor reverencial, respeto y delicadeza. Según esta idea el hombre se asemeja a un rey cauto y responsable que cada uno de sus actos influye en el mundo entero; por su parte, la mujer es una reina bella y noble, delicada y sensible que eleva al mundo entero con cada buena acción que realiza o sentimiento sutil que experimenta. Todas las guerras  y actos heroicos que el marido realiza son en pos de ella, al tiempo que toda su belleza y buenas acciones son en pos de él. Ellos están dispuestos a entregar sus vidas con tal de mantenerse fieles el uno a la otra. En virtud de la profusión de respeto y anhelos mutuos, la conexión espiritual entre ambos obra cual tempestad que alcanza las profundidades de sus almas, mas no necesariamente debe alcanzar el clímax de su alegría corporal.

Esto se relataba respecto de Rabí Eliezer (Nedarim 20:2): «Preguntaron a Ima (madre) Shalom: ¿por qué tus hijos son tan bellos? Les respondió: él no lo hace conmigo ni al comienzo de la noche ni al final de la misma sino a medianoche, y al hacerlo descubre un palmo y oculta un palmo y por su temor y su respeto parece como si hubiera sido obligado a hacerlo. Le dije: ¿cuál es la causa? Y me respondió: para no poner mis ojos en otra mujer y tener así hijos bastardos». Es como si hubiese dicho que en caso de perder el temor reverencial hacia su esposa ya no habrá diferencia entre ésta y otra mujer, por lo que la singularidad de la relación dejaría de ser completa, lo cual afectaría a los hijos resultantes pues se trataría de una forma espiritual de adulterio y por ende de bastardía.

Respecto del significado de «descubre un palmo y oculta un palmo», los comentaristas explicaron que se refiere a que «no frotaba el órgano durante la cópula para disminuir así su placer» (Raabad, Shulján Aruj Oraj Jaím 240:8). Esto significa que mantenía relaciones de un modo tal que disminuía su placer pero aparentemente esto hacía incrementar el deleite de su mujer. Existen otras explicaciones, por ejemplo, que «no descubría de su cuerpo o del de la mujer salvo mínimas partes». Sin embargo, tanto los juristas de las últimas generaciones (ajaronim) como los cabalistas desecharon esta explicación por cuanto que se contradice con la halajá y las enseñanzas de la kabalá, ya que la unión se debe llevar a cabo sin ropa (Kaf HaJaím 240:61).

La virtud de quienes van por esta senda radica en el hecho de que no se ven arrastrados por las pasiones físicas, y tanto los anhelos como el deseo por la unión preservan el amor. La desventaja de este método es que los deseos de muchas personas se ven truncos o no realizados, y el ser humano no tiene el mérito de experimentar todas las sensaciones y santificarlas por medio del precepto de Oná. Otra grave carencia de este método es que muchas de las personas que lo ponen en práctica se mienten a sí mismas imaginando que alcanzan altas cumbres de santidad, mientras que en realidad reprimen su pasión la cual puede hacer irrupción de modo desagradable bajo la forma de malos pensamientos o relaciones indebidas, y además la represión puede llevarlos a adquirir patrones mentales retorcidos. Es por esto que los rabinos y educadores advirtieron a los jóvenes que aunque deseen ir por este camino, en los primeros años del matrimonio se conduzcan de modo común y  se alegren naturalmente, tal como indica la halajá. Solamente después, habrán de revisar cuidadosamente si les es apropiado ir por la senda de la abstinencia y la santidad. Es necesario agregar que la pena y el dolor por la destrucción del Templo y la salida al exilio fueron socios predominantes en la conformación de esta actitud ascética, tal como se explicará en la halajá 15. Asimismo, encontramos que en la generación que sufrió la destrucción del Templo al igual que en la del holocausto surgieron un sinnúmero de limitantes y restricciones a la alegría del precepto de Oná.

13. La senda media hacia la santidad

En la práctica, de acuerdo a lo que estudiamos de nuestros sabios, de bendita memoria, y de los juristas, la senda central en el cumplimiento del precepto de Oná indica que cuanto más ame y alegre el hombre a su mujer más se santifica. Esta santidad incluye la abstinencia por cuanto que así el hombre se abstiene de pensar en cualquier otra mujer salvo la suya y la mujer por su parte hace otro tanto. Esta santidad incluye también la revelación de la raíz Divina de sus almas, ya que por medio de su conexión con amor y pasión una chispa de la unicidad Divina se revela en ellos sumándoles vida en todos los mundos.

Asimismo, el Zohar en la porción de Kedoshim (III 81:1-2) explica el versículo (Vaikrá-Levítico 19:2): «Diles a los hijos de Israel Santos seréis porque Yo el Eterno vuestro Dios Soy santo» y dice que HaShem escogió al pueblo de Israel y lo hizo una sola nación unificada por cuyo intermedio pueda manifestarse Su unicidad en el mundo, y por ello Su santidad reposa en el pueblo de Israel y los conduce de un modo particular. «¿Cuándo se denomina a alguien Adam? Cuando lo masculino y lo femenino  se unen, entonces la persona se santifica con una santidad superior y se concentra en consagrarse en su cópula… entonces se lo considera íntegro y carente de defecto. A esos efectos el hombre debe alegrar a su mujer en ese momento, debe prepararla para que ambos estén en comunión de voluntades y ambos posean la misma intención. Al estar ambos juntos, todo se unifica tanto en lo físico como en lo espiritual. Se unen espiritualmente ya que ambas voluntades se apegan y se unen en lo corporal, tal cual estudiamos que un hombre no casado se asemeja a alguien dividido y  al unirse varón y mujer se transforman en un solo cuerpo. Por lo tanto, vemos que se transforman en un solo espíritu y un solo cuerpo y por ende se les denomina un solo Adam («Adam ejad»). En virtud de ello el Eterno se encuentra en esta unidad y transmite espíritu de santidad al niño que es engendrado y entonces estas criaturas son llamados hijos del Kadosh Baruj Hú…»

Todo hombre sabe que posee capacidades físicas limitadas y su cuerpo no puede manifestar todo el amor y la verdad que encierra el matrimonio; y si la relación entre los cónyuges se basa en las pasiones corporales es de suponer que habrá de acabarse pronto. Es por ello que la pareja debe también basar su relación en el aspecto espiritual. Para ello es necesario abstenerse parcialmente del aspecto físico. Esta separación confiere importancia a lo espiritual y se lleva a cabo principalmente durante los días de impureza ritual (nidá) tal como lo ordena la Torá. Además, el precepto de Oná se debe cumplir en los límites de la posibilidad de alegrar y alegrarse como corresponde. A veces el hombre se deja arrastrar por su pasión e intenta unirse a su mujer con una frecuencia mayor que la habitual, pensando que esto habrá de incrementar la alegría y el apego en el seno de la pareja. Hete aquí que en ese preciso momento, a veces el hombre puede percibir cómo el amor se escurre de entre sus manos, la gran unión espiritual desaparece y su deseo se transforma más y más en exterior o superficial. En ese caso el hombre debe volver a la frecuencia de unión estipulada por nuestros sabios y de esa manera habrá de otorgar un espacio equilibrado tanto al alma como al cuerpo, y así el amor y la alegría que anidan entre los cónyuges se revelarán de modo completo en el marco del cumplimiento del precepto de Oná.

14. El precepto y sus instrumentos

En virtud de que el precepto de Oná es llamado también «Derej Eretz» o «el modo natural de conducirse», se entiende que debe cumplirse de un modo alegre y placentero tal como es universalmente aceptado que suceda. El precepto de Oná no tiene por cometido reprimir el deseo natural sino revelar su valor sagrado y encauzarlo conforme a la halajá para que este pueda perdurar a lo largo del tiempo. Sin embargo, aun cabe preguntarse si es valioso o importante que el hombre y la mujer incrementen su deseo e intenten deleitarse y alegrarse lo más posible, o si acaso es suficiente con el hecho de que ambos se sientan atraídos el uno al otro.

Considero que a este precepto se le puede aplicar una diferenciación halájica importante entre «precepto» e «instrumentos» para el cumplimiento del mismo. El precepto que recae sobre el hombre es el de alegrar a su mujer mientras que el hecho que él también disfruta es considerado «instrumento» del precepto, por cuanto que en virtud de ello se verá motivado en alegrarla aún más. De acuerdo a la halajá el instrumento del precepto es considerado como precepto a condición de que participe de su cumplimiento. O sea, cuando el hombre logra alegrar a su mujer – su propia alegría es preceptiva, y cuanto  más logre alegrarla mayor es su cumplimiento, y por ende su alegría personal es de un grado preceptivo aún mayor. Por otra parte, si no logra alegrar a su mujer su propia alegría personal deja de ser preceptiva, si bien preserva el nivel básico de evitarle relaciones prohibidas tal como se explicó anteriormente (halajot 3 y 5).

Otro tanto ocurre con la mujer, cuando esta alegra a su marido cumple con el precepto y su propio deleite es considerado instrumento del mismo. Cuanto más logre alegrar a su marido, su propio deleite será de mayor valía.

Si profundizamos un poco, vemos que cuando la mujer desea disfrutar de la unión se acerca a su marido permitiéndole alegrarla, ipso facto le permite también cumplir con un precepto. Entonces el deleite de la mujer se transforma en un «instrumento bilateral de precepto», ya que por su intermedio ella le otorga al marido el cumplimiento de un precepto y al mismo tiempo esto la incitará a alegrarlo.

Otro tanto ocurre con el marido, la alegría y el deleite que recibe de su mujer es considerado «instrumento bilateral de precepto», porque estos lo impulsarán a incrementar el deseo de alegrar a su mujer y de esa manera le permitirá a ella cumplir con el precepto de alegrarlo a él.

15. Durante el exilio y en la redención

La situación general del pueblo de Israel influye sobre el grado de alegría con el que se cumple el precepto, ya que el vínculo sagrado entre marido y mujer es paralelo a la relación existente entre el Kadosh Baruj Hú y el pueblo de Israel. Tal como explicaron nuestros sabios en la Mishná (Tratado de Ta´anit 26(B)), los grandes días en los que el pueblo de Israel se conectaba efectivamente a HaShem son denominados «los días de Su enlace y de alegría en Su corazón» («Yom jatunató veYom Simjat libó»). «El día de Su enlace» se refiere a la entrega de la Torá, «el día de alegría en Su corazón» es el de la construcción del Sagrado Templo de Jerusalém. Vemos que inmediatamente después de la entrega de la Torá se les ordenó a los hijos de Israel que retornen a sus tiendas a los efectos de cumplir con la «alegría de la Oná» (Talmud Babilonio Tratado de Avodá Zará 5(A)), e inmediatamente después de la inauguración del Sagrado Templo de Jerusalém los hijos de Israel retornaron a sus casas contentos y de buen talante, encontraron a sus mujeres puras y cumplieron con el precepto de Oná con particular alegría (ídem Moed Katán 9(A), arriba 1:8).

Por otra parte, cuando los hijos de Israel se alejan de HaShem, la alegría por el cumplimiento de los preceptos se ve afectada, tal como dijeron nuestros sabios (ídem Sanhedrín 75(A)): «desde el día en que fue destruido el Templo se perdió el sabor de las relaciones sexuales y le fue entregado a los trasgresores». En virtud del alejamiento entre HaShem y el pueblo de Israel se generó una separación en todos los mundos, la tierra no se acompasa al cielo a los efectos de manifestar los valores sagrados y el cielo no accede a las necesidades de la tierra en cuanto a brindarle vida y bendición. El pesar cósmico por esta situación se infiltra al interior de los hogares, el hombre no logra colmar el deseo de su mujer y esta no consigue saciar el de su marido. Aquellas personas que comprendieron cabalmente la profundidad de esta crisis y el pesar que ella genera, a veces sintieron impedimento en cumplir el precepto de Oná con alegría en virtud de la identificación que sintieron con la congoja de HaShem  y del pueblo de Israel.

Asimismo, encontramos en el Talmud (Tratado de Baba Batra 60(B)) que Rabí Ishmael ben Elishá dijo: «desde que se destruyó el Sagrado Templo correspondería que nos abstengamos de comer carne y beber vino… y desde el día en que tomó el poder el reino malvado que nos impone leyes represivas y perversas prohibiéndonos estudiar Torá y cumplir preceptos, reunirnos en una comida festiva por la realización de una circuncisión, correspondería que nos abstengamos de desposar mujeres y tener hijos, pero entonces la progenie de Abraham desaparecería. Por ello, déjalos a los hijos de Israel, es mejor que trasgredan inconscientemente y no voluntariamente, pues no podrían cumplir con semejante decreto como el de la abstinencia»

Además, allí se narra que tras la destrucción del segundo Templo eran muy frecuentes en el pueblo de Israel personas que se abstenían de comer carne y beber vino,  en señal de duelo por la suspensión de los sacrificios y las libaciones de vino. Rabí Iehoshúa los increpó y les dijo: «¿entonces habremos de dejar de comer pan por haberse suspendido las ofrendas de harina, frutas por la suspensión de la presentación de las primicias ni beberemos agua por la suspensión de su libación? Así les dijo: hijos míos, no enlutarse por completo es imposible pues el decreto ya fue ordenado, pero enlutarse demasiado tampoco se puede pues no se dicta un decreto a menos que la mayoría de la comunidad pueda cumplirlo». Por ello nuestros sabios establecieron costumbres luctuosas de acuerdo a lo que resulta apropiado para el público general.

Por lo tanto, tampoco en tiempos del exilio la halajá pierde su validez, y si la base del precepto de Oná es que debe ser cumplido con alegría, cuanto mayor sea el regocijo en el seno de la pareja – mayor es su virtud. Esto y más, el cumplimiento de este precepto implica una forma de reparación del exilio, ya que por su intermedio los cónyuges erigen en su hogar un «pequeño santuario» en el que la Divina Presencia reposa entre ellos (ídem Sotá 17(A)). Tal como dijeron nuestros sabios: «a todo sitio que el pueblo de Israel se vio exiliado, la Divina Presencia los acompañó» (Mejilta DeRabí Ishmael Bó 14). Además, también dijeron (Talmud Babilonio Tratado de Ievamot 62(A)) que mediante el cumplimiento del precepto de «creced y multiplicaos» se acerca la llegada de la redención, pues «El hijo de David no llega hasta que se acaben las almas del cuerpo», esto es, hasta que no nazcan todas las almas que se encuentran en el recinto de las almas pertenecientes a la «grey de Israel» («Kneset Israel»).

Justamente, mediante el esmero en cumplir con el precepto de Oná como corresponde se acerca el arribo de la redención y se encienden los anhelos  y las añoranzas por volver al vínculo entre el amado y la amada, entre el Kadosh Baruj Hú y el pueblo de Israel. Tal como está escrito: (Ishaiahu-Isaías 62:1-5): «Por Sión no guardaré silencio y por Jerusalém no descansaré hasta que salga su triunfo como resplandor y su salvación como una antorcha que quema…No te llamarán más ‘abandonada’ y a tu tierra no la considerarán más ‘desolada’ sino que te llamarán ‘Jeftzíba’ (mi deleite en ella n. de t.) y a tu tierra ‘Beulá’ (casada, poseída n. de t.), que así como un mancebo se desposa con una doncella, así tu Constructor se desposará contigo, y como el novio se regocija sobre la novia, así se regocijará tu D´s sobre ti».

Sin embargo, los justos ascéticos que se encontraban imbuidos en el pesar de la destrucción de Sagrado Templo no pudieron contentarse con el «pequeño santuario» que quedó a disposición del pueblo de Israel,  y en virtud de su intensa congoja no podían cumplir con el precepto de Oná como corresponde (arriba 2:14). Por lo tanto, si bien eran cuidadosos en el cumplimiento del precepto a sabiendas de su importancia, su valía y de que por su intermedio se acerca el advenimiento de la redención, lo cumplían del modo más reducido posible para preservar la santidad del matrimonio y cumplir con el mandato de «creced y multiplicaos». En algunas oportunidades, sus prácticas fueron recogidas por los juristas los cuales las mencionaron en sus libros.

Sin embargo, de acuerdo a lo que vimos tanto en el Talmud como en la literatura de los juristas, la indicación general para el público se mantiene en pie, esto es, cumplir el precepto tal como lo indica la halajá, o sea con gran alegría; y en la medida en que los cónyuges se alegren mutua y recíprocamente, mayor será la excelencia del cumplimiento.

Empero, naturalmente, a pesar de la voluntad de cumplir el precepto de la mejor manera, el pesar universal que se desprende del exilio del pueblo de Israel y la Divina Presencia opaca la alegría preceptiva; y en la medida en que tenemos el mérito de ver el retorno de los judíos a su tierra, la alegría de la Oná se revela en mayor medida. Tal como está escrito (Ishaiahu-Isaías 35:10): «Y volverán los rescatados del Eterno y vendrán con cánticos a Sión y alegría eterna habrá sobre sus cabezas. Gozo y regocijo tendrán, el dolor y la angustia huirá de ellos»

Sea Su voluntad que tengamos el mérito de ver todos juntos la reunión de los exilios y la construcción del país a lo largo y a lo ancho, que nuestros ojos contemplen el retorno de HaShem a Sión, la restauración de la dinastía de David y la construcción del Sagrado Templo. Entonces, se conectarán el cielo con la tierra, el deseo con el deber, la verdad con la alegría, la visión con la acción, el alma con el cuerpo. «Y será en aquel día dice el Eterno que tú me llamarás ‘Ishí’ (marido mío n. de t.) y no me llamarás más ‘Baalí’ (amo mío n. de t.). El pueblo de Israel llamará a HaShem mediante un nombre que refleja cariño como Íshí’ y no distancia como ‘Baalí’ o amo mío, que implica también una cierta coerción. HaShem continúa su mensaje a los hijos de Israel diciéndoles: «Y te desposaré conmigo para siempre. Si, te desposaré en justicia y rectitud, y en misericordia y en compasión. Y te desposaré conmigo en fidelidad y tendrás conocimiento del Eterno. Y sucederá en aquel día que Yo responderé, dice el Eterno, responderé a los cielos y ellos responderán a la tierra, y la tierra responderá al trigo, y al vino y al aceite, y ellos responderán a Izre’el. Y la sembraré para Mí en la tierra, y tendré compasión de ella, que había sido compadecida, y les diré a los que no habían sido Mi pueblo: ‘Eres Mi pueblo’, y ellos contestarán: ‘Tu eres mi D’s» (Oshea-Oseas 2:18-25). HaShem se habrá de regocijar en nosotros cual novio sobre la novia, y entonces la alegría por el cumplimiento de los preceptos retornará en toda su plenitud.

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