Pninei Halajá

02. Reglas referentes al cumplimiento del precepto de Oná

01. El marco del precepto – alcanzar la cúspide de la alegría

El precepto de Oná consiste en que el hombre brinde placer a su mujer y la satisfaga cuanto más pueda, uniéndose a ella por completo con gran amor y alegría (tal como se explicó anteriormente 1:2). Cada hombre debe cumplir este precepto con la asiduidad que le permiten sus energías y su ocupación laboral (como se verá en la halajá 7). Asimismo, la mujer también debe unirse a su marido y alegrarlo, y cuanto más feliz esté al momento de la unión, el nivel de cumplimiento del precepto es mayor.

Esta unión debe ser muy placentera y alegre, por ello el precepto recibe la denominación de «alegría de la Oná» («Simjat Oná») y el abstenerse de la misma es considerada una aflicción (Talmud Babilonio Tratado de Pesajim 72(B), Avodá Zará 5(A), arriba 1:3).

El cumplimiento del precepto de Oná no depende del de «Prú Urbú» («Creced y Multiplicaos») y se lleva a cabo también en el caso de que con certeza la unión no habrá de redundar en un embarazo, como por ejemplo durante el período del embarazo, mientras la mujer amamanta o en virtud de su edad avanzada (arriba 1:4).

El quid del precepto consiste en que el marido brinde a su mujer una alegría completa hasta el punto en que ella alcance el apogeo de su satisfacción y beneplácito. De no ser así, la unión puede provocar frustración pues el acercarse al clímax provoca tensión tanto física como emocional que se libera con mayor felicidad al arribar al orgasmo, y si esto no ocurre la mujer habrá de sentirse tensa y frustrada.

La mujer está preceptuada de participar de buena gana en el cumplimiento del precepto con todas sus capacidades, pues de no mediar su buena voluntad y esmero en cuanto a aumentar la alegría en la pareja, es imposible cumplir el precepto de Oná. Sin embargo, cuando la mujer está extenuada o tensa al punto de que le resulta difícil alcanzar el clímax, tiene permitido contentarse con una unión que implique placer aunque este no sea completo, pues de esa forma igualmente se cumple con el precepto. Sin embargo, es correcto procurar que esto no ocurra muy frecuentemente.

Es muy bueno que la pareja se alegre asiduamente en el cumplimiento del precepto de Oná. Esto se desprende del cumplimiento del mandato preceptivo de la Torá de «Amarás a tu prójimo como a tí mismo», según el cual cada cónyuge ha de esmerarse lo más posible en aras del beneficio de su pareja. Dado que el mayor goce tanto emocional como físico es aquel que surge de la relación marital, si el hombre priva a su esposa de un placer que le alegra la está perjudicando, pues ella no tiene otro hombre que pueda brindarle este tipo de bienestar. En caso de que la esposa prive a su marido de este placer también lo habrá de perjudicar,  ya que ninguna otra mujer en el mundo puede brindárselo.

Este precepto es llamado «Derej Eretz» lo cual se puede traducir como «el modo natural de conducirse» ya que todo ser humano sano desea la unión placentera entre hombre y mujer pues se trata de la mayor y más concreta alegría que puede disfrutar un ser humano en este mundo. Obviamente, la intención de la Torá al ordenar el precepto de Oná es que las personas alcancen el placer máximo que desean, y quien por alguna razón carece de este deseo debe procurar sanarse para poder así llevar a cabo esta unión con alegría.

Los kabalistas dijeron que quien carece de este deseo es peor que un burro y no podrá alcanzar el grado de amor a HaShem (Reshit Jojmá Shaar Haahavá final del cap. 4). Esto es así ya que el ser humano puede elevarse en pos del amor a HaShem únicamente a partir de la naturaleza humana sana que fue creada por el Eterno, y todo aquel que se aparta del impulso vital se encuentra por ende alejado de la fe y la santidad y le es imposible actuar en aras del mejoramiento de este mundo.

02. El deber del marido y el precepto de la mujer

El deber del precepto de Oná recae sobre el hombre, tal como está escrito (Shemot-Éxodo 21:10): «No la privará de manutención, vestido y satisfacción». Según la interpretación del Rambán a este versículo manutención («sheerá») se refiere a la proximidad física durante la unión, vestido («kesutá») se refiere a las sábanas y la cama, y satisfacción («onatá») hace alusión a la unión en sí (Rambán allí, Talmud Babilonio Tratado de Ketuvot 48(A), arriba 1:3). Quien se abstiene de cumplir este precepto aflige a su mujer y trasgrede una prohibición de la Torá (arriba 1:2). Si bien el cumplimiento del precepto carece de valor si la mujer no accede a la cercanía de su marido de buena gana, de todas maneras el deber primario recae sobre el hombre. Tal como el precepto de casarse recae sobre el hombre y por ello él es quien debe cortejar a su pareja, y una vez que esta accede su deber es desposarla.

A los efectos de entender la diferencia entre hombre y mujer es menester aclarar que si el marido no ha de expresar verbalmente amor por su mujer, y no ha de causarle placer mediante caricias y abrazos avanzando gradualmente hacia las zonas más intensamente erógenas, no podrá entonces alegrarla cabalmente. Esto obedece a que entre las virtudes de la mujer se encuentra el hecho de que en esta, lo espiritual, emocional y físico están más estrechamente entrelazados que en el hombre y por ello, en una situación normal, ella puede elevarse al nivel máximo de placer únicamente después de que actuaron conjuntamente las energías del placer y el amor en un proceso gradual y complejo que toma su tiempo.

Por el contrario, la característica masculina es la capacidad de separar ámbitos, pudiendo satisfacer su deseo físico sin necesidad de comunicación emocional y espiritual. Esta característica es sumamente valiosa cuando es necesario concentrar todas las energías en una sola meta dejando de lado toda distracción lateral; y es la que permite al hombre cortejar a su dama, superar todas las dificultades que se presentan en el camino y expresar constancia en sus intenciones hasta que ella acceda a casarse con él. Esta es una buena virtud para un soldado. Por ello es el hombre que consagra a la mujer. Empero por otra parte, una vez alcanzada la meta con la alegría del enlace, hay hombres que pueden a veces perder interés en una conexión emocional completa. Esto obedece a que con anterioridad se encontraban abocados a llegar a la boda sin prepararse para los desafíos posteriores de la vida matrimonial. Por ello el hombre está preceptuado de no enrolarse al ejército o emprender largos viajes de negocios durante el primer año de casado, tal como está escrito (Devarim-Deuteronomio 24:5): «ha de quedar libre en su casa para contentar a la mujer que tomó», de esa manera habrá de consolidar su nueva vida de pareja.

Lo mismo ocurre previo al coito. El deseo del hombre previo a la unión puede llegar a ser sumamente intenso pero una vez que el esperma es eyaculado puede perder interés en su mujer. Dado que corporalmente los hombres son capaces de alcanzar el orgasmo en cuestión de pocos minutos sin haber satisfecho necesariamente a sus mujeres, el precepto de Oná recae como deber sobre el hombre siendo el quid de su cumplimiento el brindar el mayor placer posible a su mujer a la hora de la unión. Por ello advirtieron nuestros sabios (Talmud Babilonio Tratado de Eruvín 100(B)): «Está prohibido al hombre forzar a su mujer en el cumplimiento del precepto». Dijeron además que «todo aquel que fuerza a su mujer a cumplir con el precepto tendrá hijos con conductas inadecuadas». Entonces, si bien está permitida la unión aunque tenga por única finalidad saciar el deseo del hombre sin que este intente dar placer a su mujer, no se cumple con el precepto. Es así que en virtud de la característica femenina, el hombre debe expresar de un modo más emocional sus sentimientos hacia su esposa para que de esa forma la unión resulte más profunda y completa.

Empero cuando la mujer no desea mantener relaciones con su marido y no accede de buena gana a unirse con él, deja sin efecto el precepto. Esto se debe a que la esencia del precepto consiste en que el marido alegre a su esposa y si ella no lo está, éste queda totalmente sin efecto. En caso de que esta situación se continúe ella estará promoviendo la destrucción de  su propio hogar. Esto lo aprendemos del Talmud (Tratado de Ktuvot 63(B)) el cual nos enseña que cuando ella arguye que siente rechazo por su marido este debe divorciarla y ella pierde el monto que le corresponde en la Ketuvá o contrato nupcial. El marido debe divorciarla ya que es imposible que perdure un matrimonio sin la alegría de la Oná y ella pierde el monto de la Ketuvá pues incumplió del modo más radical con el fundamento del matrimonio.

03. El precepto del hombre

Es conveniente que unas horas previo a la unión el marido exprese a su mujer su amor y su anhelo por el encuentro, para que de esa manera  se despierte en su seno el deseo y lo reciba con amor y pasión. Ambos deben evitar, en esas horas previas, sacar a colación temas que puedan resultar divergentes o crear tensión  para que así no se estropee la atmósfera de cara a la unión. Nuestros sabios dijeron que quien habla de algo que pueda generar asperezas que alteren la alegría del cumplimiento del precepto deberá en un futuro rendir cuentas ante la Corte Celestial, tal como está escrito (Amos 4:13): «He aquí que Él es quien forma las montañas y crea el viento, y declara al hombre cuál es su palabra», esto es, incluso «palabras innecesarias entre el marido y su mujer» (Talmud Babilonio Tratado de Jaguigá 5(A) comentario de Raabad, Bait Jadash a Oraj Jaím 280:2).

Al comenzar a acercarse el uno al otro, es preceptivo que el hombre exprese verbalmente su amor hacia su esposa, y bien hará de no escatimar en halagos hacia su belleza y sus virtudes conforme a lo que él sabe que a ella le gusta escuchar (Zohar I 49:2, Tikunei Zohar 57:1). Empero, no habrá de inventar halagos falsos sino que habrá de profundizar en su amor y le habrá de dirigir elogios verdaderos. Sin embargo, está permitido exagerar elogios verdaderos pues son nuestras limitaciones las que nos impiden percibir que en realidad estas exacerbaciones se aproximan mucho a la verdad (ver Talmud Babilonio Tratado de Ketuvot 17(A)).

El precepto incluye el deber de abrazar, besar, acariciar en toda zona que sea del agrado de la mujer y de toda manera que le provoque alegría. Es preceptivo avanzar paso a paso desde las zonas a las que el tacto agrada a aquellas altamente erógenas, hasta finalmente llegar al sitio más sensible al contacto. Toda mujer debe saber dónde está ubicado este sitio para en caso de necesidad, poder orientar a su marido cómo alegrarla de manera completa. Dado que cada persona es diferente, es preceptivo que la pareja converse respecto de cuáles son las acciones placenteras preferidas por cada uno, que el marido consulte a su esposa cómo brindarle mayor placer y ella debe responderle de modo abierto. Así, una vez que el marido alegra y da placer a su mujer habrán de alcanzar la unión máxima y completa. En la generalidad de los casos es bueno que el hombre ponga cuidado en que primero su mujer llegue al clímax y luego él, pues de no ser así corre riesgo de perder su deseo y entonces no podría alegrarla como corresponde. Es de destacar que, aparentemente, en el pasado las mujeres lograban alcanzar el clímax durante la relación misma, mientras que hoy día, por diversas razones, muchas no logran alcanzarlo durante el coito sino mediante caricias sobre el sitio en cuestión, por lo que esto resulta preceptivo y mediante esta acción se alcanza la unión completa.

Desde siempre los estudiosos de la Torá se caracterizaron por alegrar cabalmente a sus mujeres, por lo que nuestros sabios advirtieron a los padres no desposar a sus hijas con personas legas en cuestiones de Torá («am haaretz»), ya que quien lo hace es como si la amarrase y colocase a disposición de un león. Tal como el león arremete y devora sin vergüenza, otro tanto el lego golpea y copula sin vergüenza» (ídem Pesajim 49(B)). O sea, así como el león se arroja sobre su presa y comienza a devorarla estando esta aún con vida, igualmente el lego («am haaretz») copula para satisfacer su deseo sin esperar a que su mujer alcance el clímax.

04. El modo natural de conducirse o «Derej Eretz».

El Kadosh Baruj Hú creó al hombre y a la mujer de modo tal que naturalmente se sientan atraídos, siendo este deseo bueno pues es el fundamento del precepto. Respecto a esto dijeron nuestros sabios que «Derej Eretz» precedió a la Torá (Taná Debei Eliahu Raba 1). Esto significa que HaShem ordenó al Hombre expresar sus sentimientos naturales en toda su intensidad en el seno del matrimonio consagrado, ya que si los ha de reprimir no podrá cumplir cabalmente con el precepto y en virtud de ello tampoco podrá cumplir con los demás mandamientos de la Torá de modo íntegro.

Dijo Rabí Iojanán (Talmud Babilonio Tratado de Eruvín 100(B)): «Si no se hubiese entregado la Torá podríamos aprender el recato de los gatos (pues hacen sus necesidades a escondidas y luego las cubren): el respeto por la propiedad ajena de la hormiga que jamás toma lo que lleva su compañera, y a evitar el adulterio lo aprenderíamos de la paloma (que vive en estricta fidelidad con su pareja). «Derej Eretz» aprenderíamos del gallo que primero se amiga con su pareja y sólo después copula». «Se amiga con su pareja» implica que primero la corteja y seduce para recién después unirse.

Hay principios morales que el ser humano debe comprender de modo simple a partir de su propio corazón y su propia conciencia, pues se desprenden de la recta naturaleza que el Creador dispuso en todas las creaturas, y la prueba de ello es que incluso hay animales que así se conducen. La Torá adiciona a este nivel básico de sana naturaleza un nivel superior de exactitud, persistencia, entrega y santidad. Empero, si la persona no entiende estos valores de manera natural desde el seno de su corazón, adolece de una falencia básica.

Según nuestros sabios, el modo natural de cumplir el precepto de «Oná» se puede aprender de un gallo, el cual es conocido por su destreza en todo lo referido a las reglas del cortejo y la seducción, por ello en hebreo también recibe el nombre de «guever» («varón»). Nuestros sabios interpretaron sus acciones metafóricamente, tal que al batir sus alas con movimientos amplios de arriba hacia abajo es como si prometiese a la gallina que tras la cópula habrá de comprarle un abrigo largo y elegante que le llegará hasta los pies; y tras culminar el apareamiento el gallo inclina su cabeza dejando caer su cresta en una supuesta señal de humildad y disculpas por carecer del dinero suficiente para adquirir la prenda en cuestión, pareciendo como si jurase por la vida de su magnífica cresta diciendo que sea cortada si llega a disponer del dinero y no se lo compra (ídem comentado y explicado).

Con esto,  nuestros sabios nos quisieron enseñar que el hombre no debe escatimar en halagos y cumplidos hacia la mujer tanto por su belleza, sus virtudes y todas las cosas buenas que dijo e hizo. Incluso, corresponde exagerar en ello, como el gallo que promete algo que no podrá cumplir, empero de esa forma expresa su amor, su aprecio y su predisposición a hacerlo por ella. Tras la unión, no se ha de comportar como aquellos hombres que pierden de inmediato interés en su pareja dándoles la espalda y durmiéndose. Corresponde que el hombre se disculpe ante su pareja por su capacidad limitada que no le permite continuar expresando el amor y el cariño que ella merece en virtud de su valía.

Algo más que se puede aprender de la naturaleza es que normalmente el hombre es aquel que debe tener la iniciativa de la unión, pues su deseo es más notorio, exteriorizado y se puede advertir rápidamente y con relativa facilidad. En virtud de su renovado deseo por unirse a su esposa, esta debe acceder hasta que también desee su cercanía. Sin embargo, esta es una directiva general,  cada pareja debe manejar su relacionamiento del modo más gratificante para ellos. De todas formas, aunque los preparativos no hayan sido del gusto de alguno de los dos, no deben suspender los encuentros en las fechas fijas (adelante halajot 7y8).

Respecto del concepto de «Derej Eretz» es menester agregar que nuestros sabios compararon la unión a una comida festiva que se lleva a cabo en una mesa con un mantel bonito, un juego de tres platos, una copa para agua y otra para vino; mesa en la que se sirve un primer plato a modo de entrada, luego un plato principal y finalmente un postre. Esto y más es lo que corresponde esmerarse en los preparativos para la unión de la pareja para cumplir con el precepto de la Torá; avanzar moderadamente, paso a paso hasta que esta alcance el zenit de su alegría. Tal como corresponde variar el menú de la comida de tanto en tanto pues hasta el más exquisito de estos puede llegar a aburrir si no exhibe cambio alguno, así y más se deben variar y matizar tanto los halagos como los medios de generar placer y alegrar a la mujer. Todo conforme a su voluntad, puesto que hay quienes gustan más de variar el menú de la comida y hay quienes prefieren lo habitual, bueno y conocido.

Por supuesto que por «Derej Eretz» se debe cuidar el aseo y quitar todo aquello que pueda producir rechazo. Retirar aquello que produce rechazo es obligatorio y hacerlo con excelencia («Hidur») es preceptivo. Esto aplica igualmente tanto para el hombre como para la mujer. Por ello, Rav Jisda instruyó a sus hijas, previo al matrimonio, que no ingiriesen alimentos que pudieran producir mal aliento o problemas digestivos (Talmud Babilonio Tratado de Shabat 140(B)). Esta cuestión es tan importante al punto que su descuido puede ser causal justificada de divorcio (ver Shulján Aruj Even Haezer 154:1-2). A este respecto hay más indicaciones y múltiples halajot para los diferentes casos, empero la regla general es que al ser todas las personas diferentes la una de la otra, los cónyuges deben ser sensibles y estar muy atentos a lo que pueda molestar a uno u otro y por supuesto hablar respecto de aquello que es comúnmente aceptado como desagradable.

05. El precepto de la mujer

Tal como ya vimos (halajá 2), si bien tanto el precepto de casarse como el de Oná recaen sobre el hombre, la mujer tiene plena coparticipación en su cumplimiento y si esta no accede a los pedidos de su marido, el precepto queda carente de contenido. Por lo tanto, tal como es preceptivo para el hombre expresar su amor y su deseo hacia su mujer, de igual manera la mujer esta preceptuada de hacerlo. Así es la naturaleza apropiada, tal como dijeron nuestros sabios (Bereshit Rabá 20:7): «la mujer no desea sino a su hombre, tal como está escrito (Bereshit-Génesis 3:16): «a tu marido desearás». Este deseo es sagrado pues por su intermedio se revela el amor entre los cónyuges y allí es donde el Sagrado Nombre Divino posa sobre ellos (arriba 1:5), siendo alegoría y expresión de la relación entre el pueblo de Israel y el Creador, tal como está escrito (Shir Hashirim-Cantar de los Cantares 7:11): «Yo soy de mi amado y su deseo es hacia mí».

Ya vimos que el precepto de «Amarás a tu prójimo como a tí mismo» (Vaikrá-Levítico 19:18), respecto del cual Rabí Akiva dijo que se trataba de la regla central de toda la Torá (Safra allí), se cumple en completitud en el seno de la pareja (Arí Z´´l Sefer Halikutim Ekev); por lo tanto, la mujer también debe alegrar a su marido en todo aquello que ella sabe que le agrada, y cuanto más lo haga más cumple con el precepto.

Cuanto más aumente el deseo, la unión será más completa y tendrán mejores hijos. El Maharal de Praga escribió (Gvurot HaShem cap. 43) que cuando la mujer desea intensamente a su marido, esta se conecta a la raíz de la vida y a la unicidad, y por medio de ello da a luz hijos de elevada virtud, dignos de la redención y la libertad. Respecto de esto dijeron nuestros sabios (Talmud Babilonio Tratado de Sotá 11(B)) que «En mérito de las mujeres justas que vivieron en esa generación- el pueblo de Israel alcanzó la redención  de la esclavitud en Egipto». En virtud de su deseo hacia sus maridos cuidando del precepto de Oná a pesar de las dificultades de la esclavitud, dieron a luz a la generación de la libertad (arriba 1:8).

A los efectos de que se incremente el amor, las mujeres se adornan con  alhajas ante sus maridos, al punto que Ezrá dispuso que los vendedores ambulantes pudieran vender perfumes y joyas libremente por las aldeas sin que sus habitantes puedan impedirlo, pues «las joyas de la mujer están destinadas a que no sean aborrecidas por sus maridos» (Talmud Babilonio Tratado de Baba Kama 82(B)). Incluso el Creador embelleció a Eva trenzando su cabello para incrementar el amor de Adam hacia ella (ídem Eruvín 18(A)). El objetivo principal de los adornos de la mujer es el despertar el deseo en su marido  (Midrash Tanjuma Vaishlaj 12, Shir Hashirim Rabá 1:2). Rav Hai Gaón escribió que «sobrevendrá maldición sobre la mujer que tiene marido y no se arregla, y sobre la que no tiene marido y se arregla» (Shaarei Teshuvá LaGueonim 84). Tal como parece se refería a joyas que despiertan el deseo, y así aprendimos que el objetivo principal de los perfumes, joyas y vestidos bonitos es intensificar el amor en el seno de la pareja.

Cuando una mujer no ama a su marido no desea unirse a él ni le alegra la idea de hacerlo, privándole de su alegría de vivir. Respecto de esto dijeron nuestros sabios (Midrash Tehilim 59): «Una buena mujer no tiene límite a sus bondades, y si es mala, no hay límite a su maldad». El Talmud (Tratado de Ievamot 63(A)) nos cuenta que Rabí Jía bendijo a su alumno Rav deseándole que el Eterno lo salve de algo que es peor que la muerte, o sea, de una mala mujer, tal como está escrito (Kohelet-Eclesiastés 7:26): «Y encontré que la mujer es más amarga que la muerte» (ver en la halajá 12 respecto de las dificultades en la conexión por parte de la mujer).

06. La virtud de la insinuación femenina

Dijeron nuestros sabios (Tratado de Eruvín 100(B)): «Toda mujer que requiere a su marido para el cumplimiento del precepto tiene hijos virtuosos que no se vieron ni en la generación de Moshé». Esto lo aprendimos de nuestra matriarca Lea, tal como está escrito (Bereshit-Génesis 30:16): «Y cuando vino Yaacov del campo al atardecer salió Lea a su encuentro y le dijo: esta noche vendrás a mí en trueque de las mandrágoras de mi hijo. Y él acostóse con ella esa noche». Lea tuvo el mérito que de esa noche surgió la tribu de Issajar de cuyos hijos salieron grandes estudiosos y dirigentes, tal como está escrito (Divrei Haiamim-Crónicas1 12:32): «Y de los hijos de Issajar hombres que tenían grandes conocimientos de los tiempos (en referencia al conocimiento del calendario y la astronomía para el cálculo de los meses) para saber qué debía hacer Israel. Sus jefes eran doscientos y todos sus hermanos estaban a sus órdenes».

La actitud de Lea fue cuestionada en el Talmud ya que los sabios dijeron que «es una buena conducta en la mujer cuando ella demanda la unión para sus adentros (balev) mientras el hombre lo hace verbalmente».  ¿Cómo entonces Lea reclamó verbalmente a su marido mantener relaciones y fue recompensada con una tribu de hombres sabios? La respuesta es que la mujer reclama «para sus adentros» demostrando cariño y arreglándose para ser deseada, o sea se trata del uso de la insinuación. Esto es lo que hizo Lea cuando le dijo a Yaakov «vendrás a mí», expresándole así su cariño y el deseo de que vaya a su tienda para dormir juntos en cercanía física, mas sin pedirle explícitamente la unión carnal.

Esto se debe a que no es bueno que la mujer reclame verbalmente ya que las energías del hombre son limitadas y no siempre está en condiciones de cumplir con el precepto de Oná, que le implica disfrutar y emocionarse previo a la unión carnal con su mujer. Por ello el cumplimiento del precepto depende del hombre, sujeto a lo que le posibilitan su vigor físico y el tipo de actividad profesional que desempeña (como se explica en la siguiente halajá). Sin embargo, la mujer puede alcanzar el máximo placer en toda noche e inclusive más de una vez. Incluso cuando la mujer está tensa y se le dificulta alcanzar la máxima alegría puede acceder al pedido de su marido y disfrutar con su regocijo. Si ella reclama directa y verbalmente  en una situación en la cual al marido se le dificulta cumplir con el precepto puede que se avergüence, y entonces a partir de ese momento en vez de anhelar la unión y disfrutar de esta comenzará a temerla por  si acaso no lograra contentar a su esposa.

A veces, este temor puede generar impotencia. Por ello es bueno que la mujer adopte una actitud recatada y no reclame a su marido la unión sino que le insinúe su deseo, de modo tal que cuando él no esté seguro de poder cumplir el precepto pueda corresponderle con gestos de cariño sin sentirse humillado por no poder contentarla completamente.

Esto y más, también cuando el hombre está triste o deprimido al punto de sentirse impotente, carente de vigor vital y deseo, pareciéndole que aunque quisiese no lograría tener una erección y mantener relaciones, si tiene el mérito de tener una buena mujer a su lado, ésta, mediante insinuaciones y muestras de cariño como un tierno abrazo, puede lograr despertar en él tanto las ansias como la posibilidad de unirse a ella y cumplir el precepto, alegrando e iluminando su vida (arriba 1:8).

07. La periodicidad en el cumplimiento del precepto de Oná

La frecuencia en el cumplimiento de este precepto depende del vigor del marido y de su ocupación profesional, tal como dijeron nuestros sabios en la Mishná (Ketuvot 61(B)): «El precepto de Oná al cual hace referencia la Torá recae sobre los «tayalim» todos los días, sobre los obreros – dos veces a la semana, sobre quienes conducen burros (o caravanas de) – una vez a la semana, sobre quienes conducen camellos (o caravanas de) – una vez al mes y sobre los marineros – una vez cada seis meses»

Hay quienes entienden el vocablo «tayalim» como referido a hombres sanos  cuya labor profesional es liviana y carente de tensión, por lo que están preceptuados de hacerlo todas las noches. Rav Shmuel Bar Shilat es mencionado como un ejemplo de esta categoría pues enseñaba a niños pequeños cerca de su casa, y como sus ingresos eran bajos los cobradores de impuestos del rey no le visitaban nunca y por lo tanto vivía tranquilo y en seguridad (Rif y Rosh). Otros opinan que «tayalim» son personas pudientes que no necesitan trabajar salvo administrar sus pertenencias, lo cual no les afecta su tranquilidad (Rambám, Rabí Ieshaiá ben Eliá de Trani, Rabí Ierujam ben Meshulam, Sefer Mitzvot Gadol).

Obreros que trabajan en la ciudad deben cumplir con el precepto dos veces a la semana; y obreros que trabajan fuera de la ciudad aunque vuelven a esta a diario deben cumplirlo una vez a la semana, ya que se toma en cuenta que el camino los agota. Quienes conducían burros que cargaban cosecha desde las aldeas hasta los mercados deben cumplir el precepto una vez a la semana pues acostumbraban a ausentarse de sus hogares por lapsos de seis días. Quienes conducían camellos y transportaban mercancías por largas distancias debían cumplir el precepto una vez al mes ya que acostumbraban a retornar a sus hogares con esa frecuencia. Los marineros solían navegar por lapsos de seis meses por lo que debían cumplir el precepto cada medio año (Talmud Babilonio Tratado de Ketuvot 62(A) y (B), Shulján Aruj Even Haezer 76:5). Los estudiosos de la Torá que se esfuerzan y desvelan en sus estudios están preceptuados de hacerlo las noches de Shabat, Yom Tov (fiestas de la Torá) y Rosh Jodesh (novilunio) (ídem Shulján Aruj, Maguén Abraham Oraj Jaím 240:3). Los grandes sabios medievales (rishonim) escribieron que es mejor que los estudiosos de la Torá cumplan el precepto de oná dos veces a la semana (Meil Tzedaká 51, Pitjei Teshuvá Even Haezer 76:3, Beur Halajá 240:1).

Un «tayal» que se casó no puede cambiar su trabajo por el de un «obrero» sin el consentimiento de su esposa, aunque por medio de la nueva ocupación su situación económica mejore. Dado que cuando la desposó su status profesional era diferente, no puede reducir la periodicidad de sus encuentros sin el consentimiento expreso de la mujer. Asimismo, quien se casó con un obrero que debe cumplir con el precepto dos veces a la semana, no puede cambiar a conductor de burros que cumple con el precepto una vez a la semana sin el consentimiento de su mujer. Otro tanto ocurre con el conductor de burros que quiere conducir camellos, o con el conductor de camellos que quiere trabajar como marinero, todos estos deben pedir permiso a sus mujeres. Sin embargo, si un «tayal» quiere transformarse en estudioso de la Torá, en virtud de la valía del precepto que se dispone a cumplir, su mujer no puede vetar la decisión aunque esta implique la disminución en la frecuencia de los encuentros de la pareja (Talmud Babilonio Tratado de Ketuvot 62(B), Shulján Aruj Even Haezer 76:5, Beit Shmuel 8).

Las condiciones de vida han cambiado mucho en la actualidad: por una parte la mayoría de las personas trabaja menor cantidad de horas que en el pasado y se realizan labores menos desgastantes en lo físico pareciéndose entonces a los «tayalim». Incluso aquellos que trabajan fuera de la ciudad, por cuanto que viajan en automóvil, siempre y cuando el trayecto no sea muy agotador entran en la categoría de obreros que trabajan en la ciudad e incluso quizás en la de «tayalim». Por otra parte, la vida se ha tornado más tensa en virtud de la competitividad del mercado laboral y la mayor atención que se les presta a los noticieros y a los diferentes medios de comunicación interpersonal. Como consecuencia, la cantidad de horas de sueño ha decrecido y junto a ello el deseo natural de cumplir con el precepto.

Por lo tanto, consideramos que la periodicidad adecuada para la mayoría de las personas es dos veces a la semana y la de los más jóvenes puede a veces ser mayor. La excepción serían aquellas personas que realizan labores agotadoras en lo físico o en lo emocional cuya frecuencia deberá ser una vez a la semana. En el caso de aquellos que se desempeñan en labores especialmente livianas deberán cumplir con el precepto más de dos veces a la semana y quizás a diario como en el caso de los «tayalim».

08. El precepto fijo y aquello que se le adiciona

Además del deber permanente de cumplir con el precepto de «Oná» que para la  mayoría de las personas implica una frecuencia de dos veces a la semana, es preceptivo para el hombre mantener relaciones cada vez que su mujer le desea, a condición de que cuente con los bríos necesarios para efectivizar la unión.

El precepto de Oná de acuerdo a la Torá cuenta de dos partes, a saber: los tiempos fijos prestablecidos conforme al vigor y la ocupación profesional del hombre en los cuales se manifiesta la conexión y el deseo que une a la pareja. Justamente los tiempos fijos son aquellos que dan respuesta al deseo pues manifiestan la estabilidad del vínculo de amor que les une y en virtud de su periodicidad fija prestablecida recibe el nombre hebreo de «Oná» (temporada), tal como está escrito (Shemot-Éxodo 21:10): «No la privará… de su satisfacción (onatá)». Sobre esta base se apoya un segundo nivel del precepto el cual consiste en que al momento en que se enciende el deseo en la mujer es preceptivo por la Torá que el hombre la complazca y lleve a cabo la conexión con gran alegría. De Igual manera, es preceptivo para la mujer complacer a su marido si este pide unirse a ella más veces de las que su ocupación profesional dispone.

Una vez que hemos estudiado el segundo nivel o segunda parte del precepto, presuntamente cabe preguntarse respecto de la primer parte del mismo, ¿por qué la Torá estipula tiempos fijos para la expresión del amor? ¿Por qué la Torá no deja el tema en manos de la pareja para que esta establezca la frecuencia del cumplimiento conforme a su voluntad? La halajá consensuada respecto de la segunda parte del precepto indica que si uno de los cónyuges desea la unión es preceptivo para el otro corresponderle aunque sea a diario. Por otra parte, si durante semanas ninguno de los dos toma la iniciativa de unirse, ¿por qué hay que ordenarles hacerlo en tiempos preestablecidos?

Hay tres respuestas para esta interrogante: en primer lugar, con el correr de los años las preocupaciones de la vida diaria pueden incrementarse y por cuanto que la conexión no es novedosa ni especial como al principio, los cónyuges pueden posponerla o dejarla de lado. Una vez en virtud del cansancio excesivo, otra a raíz de un acontecimiento preocupante, otra por dolor de cabeza o un malestar estomacal. Si bien en cada oportunidad los dos están de acuerdo en posponer la unión, en la práctica el vínculo afectivo entre ambos se debilita y en el fondo de su corazón cada uno se lamenta por el hecho de que su pareja ya no desea la conexión con la intensidad de antaño. Empero, por cuanto que la otra parte de la pareja no toma la iniciativa la persona pierde interés en el precepto incrementándose así el despecho y el distanciamiento. Por ello el precepto les ordena unirse en tiempos fijos prestablecidos y sólo en casos especiales, cuando se encuentran especialmente tensos, de común acuerdo pueden suspender la unión.

La segunda respuesta radica en que si el precepto dependiese de la expresión de voluntad manifiesta por parte de uno de los cónyuges, se teme que quien más desea la unión pueda avergonzarse en pedirlo reiteradamente. Empero, cuando es sabido que es preceptivo cumplir con la unión dos veces a la semana, el precepto se cumplirá de modo constante y permanente y sólo en aquellos casos en que exista un deseo especialmente intenso será necesario insinuarle a la pareja sobre este.

La tercera respuesta se refiere a lo que ya estudiamos (arriba 3-4) respecto de que el precepto debe ser llevado a cabo con el máximo nivel de atención y cuidado asemejándose a una comida de gala, y nuestros sabios calcularon cuántas veces a la semana puede una persona cumplir cabalmente con la Oná, tal como la Torá lo indica. Empero, si la persona lo hace con mayor frecuencia se teme que la conexión sea superficial y a los meros efectos de satisfacer sus deseos sin complacer adecuadamente a su esposa, por lo que la alegría especial del cumplimiento del precepto puede menguar. Por ello, nuestros sabios establecieron una frecuencia fija que permite cumplir con el precepto de un modo adecuado. Sin embargo, esto es simplemente una indicación de índole general, y cuando la mujer desea una mayor frecuencia es preceptivo para el hombre complacerla de ser ello posible. Asimismo, cuando el hombre desea una mayor frecuencia en la unión y siente que puede desempeñarse como corresponde hacia su mujer, será preceptivo hacerlo.

09. La noche de la inmersión en la Mikvé y el caso de quien sale de viaje

Es preceptivo para el hombre unirse a su mujer la noche en que esta tiene su inmersión ritual (Shulján Aruj Even Haezer 76:4). En caso de haber sido negligente en esto dejó sin cumplir un precepto de la Torá y trasgredió una prohibición grave por cuanto que afligió a su mujer. Esto se debe a que esta omisión es una de las conductas más ofensivas que una mujer que va a la Mikvé y se purifica puede sufrir, que tras la inmersión, su marido no desee unirse a ella. Esta ocasión, la noche de la inmersión, es uno de los tiempos fijos y prestablecidos que tiene la pareja para unirse, de modo tal que si tienen que unirse dos veces a la semana esta es la primera de ellas.

En el caso de quien se dispone a viajar lejos de su casa, es preceptivo que se una a su mujer la noche anterior a la partida (Shulján Aruj Even Haezer 76:4). Tal como dijeron nuestros sabios (Talmud Babilonio Tratado de Ievamot 62(B)): «El hombre debe unirse a su mujer previo a su partida» pues en ese momento el deseo por la unión se intensifica; respecto de esto reza el versículo (Job 5:24): «Y sabrás que hay paz en tu morada, y estarás presente en tu recinto y no pecarás». Al cumplir con el precepto previo al viaje el marido se separa de su mujer amorosamente, con alegría y tranquilidad, y en virtud de ello no habrán de pecar de infidelidad tanto mental como práctica durante el tiempo de la separación. Sin embargo, cuando el motivo del viaje es el cumplimiento de un precepto y llevar a cabo la unión puede interferir con este – no es obligatorio llevarla a cabo (Rashí, Nimukei Iosef).

¿En qué caso la Oná es preceptiva previo a un viaje? En todo viaje que provoque añoranzas y sensación de separación, en cada caso según cada quien. De todas maneras, se trata de una ausencia del hogar de por lo menos una noche. En caso de que sea claro que el viaje habrá de dejar sin efecto un encuentro periódico preestablecido; aunque no medien añoranzas, será preceptivo unirse la noche previa a la partida.

Otro tanto ocurre en el caso de una mujer que debe ausentarse de su hogar, si su viaje provoca añoranzas o deja sin efecto un encuentro de pareja periódico, es preceptivo mantener relaciones la noche previa a la partida.

Cuando el viaje está programado para el día previo a la inmersión ritual mensual de la mujer, es preceptivo posponer el viaje hasta pasada la inmersión y que la pareja haya alcanzado a unirse (Ramá Ioré Deá184:10).

Hay quienes opinan que al retornar de un viaje como los mencionados se debe cumplir con el precepto de Oná (Zohar Bereshit 50:1, Rashbá, Baer Heitev Oraj Jaím 240:19). Cuando se despierta el deseo por unirse en alguno de los cónyuges, todas las opiniones coinciden en que el precepto de Oná recae sobre ellos. Y así debe de ser, que tras el viaje de uno de los cónyuges, estos  deseen unirse y cumplir el precepto con alegría.

10. La noche de Shabat

Nuestros sabios dijeron (Talmud Babilonio Tratado de Ketuvot 62(B)) que los estudiosos de la Torá suelen cumplir con el precepto de Oná en las noches de Shabat, o sea viernes por la noche, y respecto de ellos dice el versículo (Tehilim-Salmos 1:3): «que dará su fruto a tiempo». Además, los juristas escribieron que es preceptivo para los estudiosos de la Torá cumplir también con el precepto de Oná en las noches festivas (Yom Tov) y de novilunio (Rosh Jodesh) (Maguén Abraham Oraj Jaím 240:3). Esto obedece a varias razones. En primer lugar mediante el precepto de Oná se cumple también con el de deleitar el Shabat u «Oneg Shabat» y por ende corresponde alegrarse especialmente también en los días festivos o de novilunio. Además, es correcto cumplir con el precepto de Oná en los días santificados tal como vimos que el pueblo de Israel lo hizo tanto tras la entrega de la Torá como después de la inauguración del Templo (arriba 1:6). Asimismo, en esos días los eruditos de la Torá disminuyen la intensidad de su estudio por lo que pueden dedicar más tiempo al cabal cumplimiento del precepto de Oná.

No solamente los estudiosos de la Torá tienen preceptuado unirse a sus mujeres el Shabat por la noche, sino que todos los hombres deben hacerlo en virtud de tratarse del deleite del Shabat («Oneg Shabat»), tal como dice el Shulján Aruj (Oraj Jaím 280:1): «Mantener relaciones es uno de los deleites sabáticos».

Sin embargo, a veces no resulta cómodo llevar a cabo la unión en Shabat, o sea el viernes por la noche, por causa del cansancio de la semana o por la fatiga resultante de los preparativos sabáticos, lo cual impide el cumplimiento del precepto con la excelencia apropiada. Y por cuanto que el quid del mandamiento de la Torá radica en que se cumpla con alegría, si uno de los cónyuges se encuentra agotado el Shabat por la noche y se le hará difícil alegrar y alegrarse como corresponde, es preferible hacerlo el sábado por la noche u otro día de la semana en el que no prime la fatiga. Si bien también para el Zohar es de suma importancia cumplir con el precepto de Oná en la noche del Shabat, dado que la alegría en el cumplimiento es un elemento central del mismo, si de llevarse a cabo en Shabat el beneplácito habrá de menguar, es mejor posponerlo para el sábado por la noche.

11. Dificultades de parte del marido en el cumplimiento del precepto

Todo lo que estudiamos anteriormente respecto del deber del cumplimiento del precepto de Oná se refiere a personas sanas, y si una de estas omite la observancia trasgrede una prohibición de la Torá. Si es el marido quien continúa con esta inconducta, se trata de un claro causal de divorcio que de efectivizarse le obliga a desembolsar la totalidad del monto estipulado en la ketuvá o contrato nupcial. Empero, quien tiene dificultad en cumplir con el precepto en virtud de un problema de salud estará preceptuado de observar Oná únicamente según le indique el médico (Shulján Aruj Even Haezer 76:3). Dado que muchas veces los problemas surgen en virtud de la falta de una hormona específica o por una enfermedad determinada, el afectado debe consultar a un médico pues la mayoría de estas dificultades tienen hoy cura. A veces los problemas son de índole emocional o afectiva y llevan a que el hombre haga omisión de la Oná o no alegre a su esposa como corresponde – en un caso así el hombre debe ocuparse de solucionar el problema. Cuando se trata de una dificultad leve puede ser suficiente asesorarse con un rabino; si se trata de un problema agudo es necesario recurrir a un terapeuta especialista en el área y temeroso del cielo. Si el hombre es negligente en el tratamiento de este problema omite el cumplimiento de un precepto de la Torá y por cuanto que no cumple con la Oná en sus tiempos adecuados, su mujer puede exigir el divorcio y debe ser compensada con la totalidad de la suma estipulada en el contrato nupcial.

Si el hombre se esmeró hasta el límite de  sus posibilidades en acudir a los médicos y/o terapeutas y a pesar de ello no logró volver a estar en condiciones de cumplir con la  Oná en sus tiempos establecidos, mas puede tener contacto sexual aunque sea una vez cada seis meses, por cuanto que aún cumple con el precepto aunque sólo sea en su frecuencia mínima similar a la de los marinos (ver arriba 7), su mujer no tiene causal para exigir divorcio ni cobrar lo estipulado en la ketuvá o contrato nupcial. Empero, si no puede cumplir Oná ni siquiera con esta frecuencia, la decisión queda en manos de su esposa. Si está de acuerdo en vivir junto a él en estas condiciones puede hacerlo. Si prefiere divorciarse, el hombre está obligado a concederle el divorcio y pagarle lo estipulado en el contrato nupcial (Shulján Aruj Even Haezer 76:11). Es claro que también quien no puede cumplir cabal y completamente el precepto de Oná, igualmente debe complacer a su mujer y alegrarla mediante besos y caricias hasta que esta alcance su máxima alegría. Por lo general, si ha de actuar así, aunque no consiga llevar a cabo la unión completa su mujer no deseará divorciarse.

En el caso de aquel hombre a quien su mujer le perdona de corazón su imposibilidad de cumplimiento del precepto de Oná, este perdón es válido. Esto a condición de que el hombre ya haya cumplido con el precepto de procrear, empero si aún no lo cumplió, debe observar la Oná en todas las ocasiones en las que haya chance de que su mujer quede embarazada. En caso de que el hombre no logre cumplir con el precepto en todas sus ocasiones preestablecidas, debe seguir las instrucciones de los médicos para poder hacerlo (Shulján Aruj Even Haezer 76:6).

En el caso de quien ya ha cumplido con el precepto de procrear y su mujer le perdona el incumplimiento de la Oná, no corresponde que deje sin efectivizar la mitzvá y deberá consultar con los médicos qué hacer para poder cumplirla, pues ese es el orden correcto y sano de la vida. Así como el hombre debe intentar cumplir con todos los preceptos aun en los casos en los que no está del todo obligado, como por ejemplo en los de Tzitzit o Gmilut Jasadim (ayuda al prójimo), de igual manera debe procurar cumplir con el sagrado e importantísimo precepto de Oná pues por su intermedio la Divina Presencia reside sobre el mundo.

12. Dificultades de parte de la mujer en el cumplimiento del precepto

Tal como ya vimos (halajá 1), el quid del precepto consiste en que el marido deleite a su mujer y la alegre lo más que pueda hasta que esta alcance la cúspide de su felicidad. Empero, esto no solo depende del hombre pues a veces aunque este se esmere de sobremanera su mujer no alcanza a deleitarse al grado máximo. Esto puede obedecer a diferentes causas y ya estudiamos (halajá 2) que las áreas del espíritu, la mente y el cuerpo se encuentran entrelazadas en la mujer en mayor medida que en el hombre; por lo que cuando una mujer no comprende la valía del precepto o si algo le perturba o si está cansada, es posible que a pesar de los esfuerzos no logre llegar a la cúspide de su deleite. Por el contrario, el esfuerzo por alcanzarlo puede llegar a frustrarla y entristecerla cuando el deleite que se acerca a su grado máximo y al alivio que este conlleva se truncan se y pierden. Si la mujer experimenta este sentimiento reiteradamente puede ser que prefiera renunciar al intento de alcanzar el deleite máximo para evitar así el decaimiento que provoca el fracaso.

Por lo tanto, cuando una mujer sabe que le será difícil alcanzar el punto más alto de su alegría, puede que renuncie al intento de alcanzarlo y mantenga una unión con el beneplácito que de por sí esta acarrea. Para ello, el hombre debe deleitar un poco a su mujer y ella debe corresponderle y recibirle con amor. De esta manera podrán cumplir con el precepto «a posteriori». Si comúnmente cumplen con el precepto en el grado de «a priori» y la mujer suele alcanzar su grado máximo de alegría y sólo de vez en cuando se conforman con cumplir «a posteriori», entonces se trata de algo normal y no hay nada por qué lamentarse. Sin embargo, se debe poner hincapié en que esto no ocurra con excesiva frecuencia.

Cuando la situación anterior se reitera con frecuencia y en la mayoría de los casos la mujer no llega a la cumbre de su alegría, la pareja debe buscar atender la causa de esto para así solucionarlo. A veces, el problema se puede originar por tensión o por cansancio por lo que lo que se debe organizar la vida de un modo más equilibrado, disminuir la presión y agregar horas de sueño o al menos tener el recaudo de dormir de cara al cumplimiento del precepto. A veces esto ocurre en la primera etapa de la vida de casados cuando los cónyuges aún no saben cumplir el precepto como corresponde por lo que deben aprender a hacerlo. No deben ser negligentes en esto pues no se trata de un precepto menos sagrado que los demás, y por otra parte si la mujer sabe que algo determinado le alegra particularmente no debe de avergonzarse en decírselo a su marido.

Si tras todos los intentos, el hombre no logra deleitar a su mujer al grado que esta alcance su máxima alegría, es preceptivo que el hombre se asesore con un rabino, o un experto, o la mujer que haga otro tanto con una rabanit o una experta. A veces un simple consejo puede solucionar el problema por lo que un rabino o rabanit pueden ser de utilidad. Otras veces es necesario profundizar en el análisis de los bloqueos internos que les distancian; y si la razón de la dificultad es médica – requiere de consultar a un especialista. De todas maneras es preceptivo tratar el problema para poder cumplir con el precepto como corresponde.

De mientras, los cónyuges deben tener a bien cumplir el precepto en los períodos establecidos. Si la mujer tiene deleite de la unión o de las caricias y los abrazos que la acompañan, aunque se encuentren en el grado de «a posteriori» cumplen igualmente con el precepto. Si esto tampoco deleita a la mujer, la situación de pareja es muy difícil y deben mantener relaciones regularmente y de esa manera validarán su matrimonio, siendo este el grado de cumplimiento en caso de emergencia o fuerza mayor. Empero, tal como ya aprendimos no pueden conformarse con esto y deben recurrir a alguna asesoría para cumplir con el precepto en el grado de «a priori»; pues una situación en la cual la mujer está descontenta con el precepto le genera un enorme vacío y afecta sobremanera al hombre, privándole de la mayor de las satisfacciones.  En un caso así, en vez de que su deseo por unirse a su mujer sea bien recibido y su relacionamiento resulte así completo y excelso, queda solitario en su humillación y su deseo parece ser un impulso grosero que le obliga a copular con su mujer al solo efecto de satisfacer a su instinto y no pecar. De todas maneras, si la pareja se esmeró y no logró resolver su problemática, deben insistir en cumplir con el precepto de Oná aunque sea en el grado de situación de urgencia («sheat hadjak») en la frecuencia correspondiente, y habrán de ser piadosos e indulgentes el uno con el otro para que de esa forma el pacto que les une se vea santificado por el cumplimiento recíproco del deber moral de acuerdo a lo que ordena la Torá.

13. Fallas en la unión: los hijos resultantes de nueve situaciones problemáticas

Los sabios alabaron a quien se santifica a la hora de procrear pues en mérito de ello tiene hijos buenos (Talmud Babilonio Tratado de Shvuot 18(B)). La santificación implica que la pareja se quiera con todo su corazón. Cuanto mayor sea el amor que les une y la intención de tener hijos buenos y justos, la unión será más sagrada y por su intermedio la progenie será virtuosa y recta (arriba 1:4, 2:5-6, adelante 3:3).

Por el contrario, cuanto menos se quiera la pareja y menor sea el apego que les vincula, la unión será defectuosa  y los hijos resultantes pueden llegar a adolecer de carencias. A estos se les denomina «hijos de nueve situaciones problemáticas» («Bnei tesha midot raot»), tal como los enumera el Tratado de Nedarim del Talmud Babilonio (20(B)): «Hijos del pavor o hijos de la violación o del forzamiento, del odio, de la exclusión, hijos de la relación cambiada, de la pelea, de la embriaguez, del divorcio, hijos de la mescolanza y de la desfachatez»

Pasamos a explicar: a) los primeros dos casos, hijos del pavor o del forzamiento se refiere a la situación en la cual el marido amenaza a su mujer y la fuerza a mantener relaciones o cuando la mujer obliga al hombre a unirse a ella por la fuerza o mediante amenaza; b) hijos del odio, ocurre cuando el marido odia a su mujer mas copula con ella a los efectos de calmar su apetito instintivo, o si la mujer odia a su marido y se une a este a los únicos efectos de satisfacer su deseo; c) hijos de la excomulgación surgen de la unión en la que uno de los cónyuges está apartado comunitariamente; si bien la halajá no prohíbe al apartado mantener relaciones (Siftei Cohen Ioré Deá 334:12) pero por cuanto que el resto del pueblo se debe apartar del susodicho hasta que este corrija sus acciones – la unión con él no se puede llevar a cabo con la alegría y el apego necesarios; d) hijos de la relación cambiada resultan cuando el hombre al copular con su esposa piensa en otra mujer; e) hijos de la pelea son aquellos que resultan de la unión que se lleva a cabo tras un pleito sin que haya mediado la reconciliación; si bien la riña no autoriza a ninguno de los dos a dejar sin efecto la Oná, de todas maneras deben hacer las paces previo a la cópula; f) hijos de la embriaguez resultan de una relación en la que uno de los progenitores estaba ebrio, pues entonces la unión carece de la completitud necesaria en la intención de amor y unidad; g) hijos del divorcio se refiere a aquellos resultantes de una unión en la que uno de los cónyuges tienen ya decidido divorciarse y si bien puede haber amor entre ambos la unión no es completa; h) hijos de la mescolanza se refiere a aquellos de una mujer que se divorció y antes de pasados los tres meses se volvió a casar; i) hijos de la desfachatez son aquellos resultantes de una relación en la cual la mujer reclamó la unión de modo insolente, grosero o mediante malas palabras, pues en una relación de este tipo no hay amor sino mera satisfacción de impulsos. Otro tanto ocurre cuando el marido reclama unirse a su esposa de modo grosero. En el Tratado de Calá (1:16) se agregó también a los hijos de la dormida, esto es, resultantes de una unión en la cual la mujer no estaba despierta y por lo tanto la relación careció de amor recíproco.

Respecto de estos nueve hijos resultantes de uniones problemáticas, nuestros sabios dijeron que por cuanto que sus almas descendieron al mundo mediante una relación carente de amor y unión, adolecen de una falla por efecto de la cual les resulta muy difícil conectarse a cuestiones vinculadas con la santidad y su inclinación al mal o instinto («ietzer hará») prevalece en ellos. Además de esto, cuando no hay amor ni entendimiento entre los progenitores, la sensación de distanciamiento entre ambos influye nocivamente en los niños, pues a los efectos de desarrollarse correctamente estos necesitan de una atmósfera de amor y amistad, calor humano y estabilidad emocional.

De todas maneras, es claro que los hijos resultantes de estas nueve relaciones conflictivas tienen la posibilidad de elegir y de escoger el bien,  y de hacerlo tendrán una gran recompensa en virtud de haber logrado superar su inclinación y el mal ejemplo que recibieron en su hogar. Sin embargo, si no se han de esmerar en trabajar sobre sus cualidades personales su tendencia al mal habrá de prevalecer.

Cuando la armonía entre el marido y la mujer se ve afectada en el pueblo de Israel y abundan los hijos resultantes de relaciones problemáticas, la acumulación de defectos genera una separación entre el Creador e Israel y en virtud de ello los judíos se ven forzados a exiliarse de su tierra. Este exilio tiene por objetivo que sus dificultades separen del pueblo de Israel a aquellos trasgresores y rebeldes fruto de las uniones defectuosas, y en virtud de ello la fe íntegra vuelve a manifestarse y los judíos son redimidos; tal como está escrito (Iejezkel-Ezequiel 20:38, ver allí 20:40-44): «y purgaré de vosotros a los rebeldes y a los que trasgreden Mis preceptos. Los sacaré de la tierra donde viven, pero no entrarán a la tierra de Israel, y sabréis que Yo soy el Eterno».

14. Tiempos no aptos para el precepto de Oná

Está prohibido mantener relaciones en tiempos de gran pesar para todo el país como, por ejemplo, durante grandes hambrunas o guerras totales. Solamente quien todavía no cumplió el precepto de «Creced y multiplicaos» tiene permitido mantener relaciones bajo estas circunstancias (Talmud Babilonio Tratado de Ta´anit 11(A), Shuljan Aruj Oraj Jaím 240:12, Mishná Berurá 47). En la noche de la inmersión, aunque la situación en el mundo sea adversa y de desamparo, la opinión mayoritaria de los juristas es que se debe mantener relaciones (Shulján Aruj Oraj Jaím 574:4): hay juristas más estrictos que opinan que ni siquiera en la noche de la inmersión (Maguén Abraham). En el caso de quien se ve acuciado por su instinto y teme cometer una trasgresión, puede mantener relaciones aunque el mundo en ese momento se encuentre acongojado (Mishná Berurá 240:46).

Yom Kipur y el 9 de Av son días en los que está prohibido mantener relaciones por tratarse de una de las cinco diferentes aflicciones en estos días de ayuno. A los efectos de apartarse de esta prohibición es necesario que los cónyuges se conduzcan en estos días de modo similar a los días mensuales de la separación (nidá), esto es, no deben tocarse ni dormir en la misma cama (Shulján Aruj 615:1, Mishná Berurá 1). Sin embargo, el día del 9 de Av tiene un status halájico menos grave que Yom Kipur y por ello en ese día se permite a la pareja tocarse, por cuanto que no se teme que en virtud de ello lleguen a mantener relaciones. De todas maneras, también el 9 de Av está prohibido que la pareja se toque de manera cariñosa y duerman en la misma cama (Pninei Halajá Zmanim 10:9, Yamim Noraim 5:7).

El doliente tiene prohibido mantener relaciones pues el precepto debe ser cumplido con alegría y este se encuentra apesadumbrado (Talmud Babilonio Tratado de Moed Katán 15(B), Shulján Aruj Ioré Deá 383:1). Empero, no es necesario tomar las demás precauciones que se aplican para los días de la separación mensual o nidá, por lo que los cónyuges pueden tocarse, la mujer puede tender la cama del marido en su presencia, mas se prohíben abrazos o besos que puedan implicar pasión (Ramá 383:1, Nehar Mitzraim 113, Shulján Gavoa 342:14). En caso de que el doliente duerma en su cama junto a la de su esposa, ambas mitades deben ser separadas para no llegar a mantener relaciones (Shulján Aruj allí). Consideramos que un abrazo de consuelo o un beso que se da por educación no estarán prohibidos mientras no impliquen pasión. Tras la conclusión de la primera semana del duelo («Shiv´a») se debe volver a cumplir con el precepto de Oná del modo más completo e incluso es preceptivo para la mujer arreglarse para ello, aunque esta se encuentre dentro de los treinta primeros días del duelo (Shulján Aruj Ioré Deá 381:6).

15. El recato

El recato es una de las expresiones de la santidad del precepto, tal como  Rashí comentó lo dicho por nuestros sabios en cuanto que «habrá de santificarse para mantener relaciones con recato» (Talmud Babilonio Tratado de Nidá 71(A)). Este preciado precepto debe manifestar la unión completa del hombre con la mujer por lo que esta no puede realizarse ante la vista de extraños y estos últimos no tienen permitido hablar sobre la misma. Es importante puntualizar que cada pareja tiene una particularidad propia de la cual dependen universos enteros. Los cónyuges que tienen el mérito de amarse profundamente perciben que el suyo es un amor único y especial en el mundo. Esto también es mencionado por la Kabalá que en virtud de la unión completa descienden luz y bendición sobre los mundos, y por ello, dado que la unión es tan singular y especial debe mantenerse discretamente entre los cónyuges.

Por lo tanto, la unión debe ser llevada a cabo en el hogar u otro sitio cerrado y discreto estando prohibido hacerlo en un sitio público aunque no haya nadie viéndolos, pues quienes así lo hacen parecen lascivos y se acostumbran a una conducta indebida que merece ser reprendida (ídem Sanhedrín 46(A), Shulján Aruj Even Haezer 25:4).

Está prohibido llevar a cabo la unión en presencia de una tercera persona aunque esta esté durmiendo, pues se teme que pueda despertarse. La base de la norma permite mantener relaciones en presencia de un bebé que aún no sabe hablar, mas no es apropiado hacerlo. En caso de no haber alternativa se puede llevar a cabo la unión mientras el bebé duerme, y si se despierta en la mitad está permitido continuar. A priori, es bueno que no haya en la habitación un animal, por ejemplo, perro o gato.

Se acostumbra a cubrir el cuerpo durante la unión aunque no haya luz (ver Darkei Tahará 22:39).

Los cónyuges deben ser reservados respecto del momento de su unión, y a la hora de mantener relaciones deben cuidar que su voz no sea audible para los extraños. Asimismo, es correcto que la mujer mantenga con reserva el día en que realizará la inmersión ritual para que los extraños no lo perciban (Ramá Ioré Deá 198:48).

A los efectos de que la unión se lleve a cabo en un ambiente de recato y alegría sin temor a que uno de los niños o de los invitados ingrese repentinamente, es importante tomar la precaución de cerrar la puerta. Además, para que no sea perceptible cuándo cumplen los cónyuges con el precepto es correcto que cierren la puerta de la habitación todas las noches al irse a dormir; y no estén de acuerdo con que uno de los niños duerma con ellos en la habitación.

Los cónyuges deben ser cuidadosos en no compartir con extraños detalles respecto de cuánto se quieren o cómo se unen. Sólo en caso de necesidad, pueden contarlo a los efectos de recibir asesoría. Asimismo está prohibido para los cónyuges hablar de su unión mediante expresiones groseras similares a las empleadas a la hora de contar chistes subidos de tono (Rambám Hiljot Deot 5:4).

Se prohíbe además comentar innecesariamente respecto de la unión de otras personas, y todas estas expresiones reciben la denominación hebrea de  «Nibulei pé» que puede ser traducido como maledicencias, detracciones, infamias o burlas. La palabra «nibul» tiene la particularidad de que proviene de la palabra «nevelá» que significa cadáver o desperdicio, ya que las expresiones burdas transforman el habla de algo vivo en algo muerto y desagradable, similar al cadáver maloliente de un animal cuya ingestión está prohibida. Nuestros sabios dijeron (Talmud Babilonio Tratado de Shabat 33(A)): «todos saben para qué entra la novia al palio nupcial, pero todo aquel que incurre en maledicencias («menabel et piv»), aunque el tribunal celestial sentencie en su favor setenta años buenos – el veredicto se tornará adverso»

Los huéspedes tienen permitido mantener relaciones a condición de que dispongan de una habitación cerrada y no se teme que los anfitriones lo perciban ni que queden señales en las sábanas.

Es correcto que los cónyuges se abstengan de expresiones mutuas de pasión frente a extraños (Ramá Even Haezer 21:5). Sin embargo, abrazos y besos que se dan por cortesía en círculos sociales en los que esto es aceptado no se consideran no recatados. Empero, cuando estos gestos implican alguna manifestación de pasión dejan de ser recatados pues el amor de pareja es algo muy profundo y personal, y quien lo manifiesta ante extraños le confiere un carácter exterior y cercena sus alas. Además, se  debe tener en cuenta que esta manifestación de amor generará envidia y pesar en quienes no tuvieron el mérito de alcanzarlo.

16. La prohibición de hacerlo con luz

Está prohibido mantener relaciones durante el día pues está prohibido hacerlo con luz. Esto está vinculado al recato que es una de las virtudes centrales del pueblo de Israel (Talmud Babilonio Tratado de Ievamot 79(A)), por ello nuestros sabios dijeron que «los hijos de Israel son sagrados y no mantienen relaciones de día» (ídem Nidá 17(A)). Asimismo, está prohibido mantener relaciones por la noche en un sitio en el cual haya una luz encendida (Shulján Aruj Oraj Jaím 240:11). Sin embargo, no se requiere absoluta oscuridad sino que aunque ingrese a la habitación luz de luna, mientras no los ilumine por completo estará permitido unirse. Hay juristas que son más estrictos en esta cuestión de ser ello posible, e indican cerrar la persiana o correr la cortina para bloquear la luz de la luna (ver Mishná Berurá 240:39).

Esta prohibición aplica al momento mismo de la unión pues esta debe realizarse de modo oculto y recatado, profundo y excelso, tal como corresponde a un precepto tan sagrado como este. Además, se teme que en virtud de la luz el hombre halle a su mujer desagradable ya que el fundamento del amor entre ambos es infinito y trasciende por mucho la  belleza exterior. Cuando la unión se realiza con luz se transforma en limitada y dependiente del aspecto exterior, y por lo tanto no expresa amor infinito. En tal caso, su misterio y su belleza interior pueden esfumarse y el vínculo entre ambos llegar a su fin. A este respecto, vemos que el rezo de Amidá, en virtud de su carácter elevado y profundo, se la debe recitar en silencio a diferencia de las demás plegarias y bendiciones que se recitan en voz alta (ver Tikunei Zohar 10:25:1 que compara la unión de un hombre y una mujer al rezo de la Amidá).

En una casa lúgubre se puede mantener relaciones también durante el día pues la iluminación que recibe es similar a la nocturna. En caso de que la pareja pueda cumplir con el precepto con más amor y alegría durante el día pues saben que por la noche habrán de estar cansados es mejor que lo hagan de día oscureciendo previamente la habitación. Cuenta el Talmud que en la casa del Rey Monbaz se acostumbraba a hacerlo de esta manera, y los sabios lo alabaron en virtud de que cumplía así el precepto de Oná con alegría (Nidá 17(A)). Asimismo, si el hombre vuelve a la casa del ejército o de un largo viaje en la mitad del día, se puede oscurecer la habitación y a priori mantener relaciones de día. Sin embargo, si hacerlo en horas del día no reporta ningún beneficio específico, lo correcto es hacerlo de noche que es el momento más recatado y apropiado para ello.

En caso de necesidad y, si no hay posibilidad de oscurecer la habitación, el estudioso de la Torá tiene permitido mantener relaciones de día siempre y cuando cubran sus cuerpos y cabezas con una frazada. A las demás personas no se les permite hacerlo durante el día aunque sea un caso de necesidad, pues se teme que lo hagan negligentemente (Ramá Oraj Jaím 240:11). Empero, en caso de urgencia cuando la persona ve que su impulso le doblega y puede llegar a eyacular esperma en vano («zera lebatalá»), toda persona tiene permitido hacerlo en horas del día a condición de que la pareja cubra sus cuerpos y cabezas con una frazada (Jojmat Adam 128:9, Shaar Hatziún 240:25).

En la noche, cuando en la habitación hay encendida una luz de vela o lámpara, está prohibido mantener relaciones cubriéndose con la frazada, siendo preceptivo apagar la luz. Incluso en la noche de Shabat que está prohibido apagar la luz está prohibido mantener relaciones cubriéndose con la frazada, ya que nuestros sabios impidieron mantener relaciones en una habitación iluminada (Shulján Aruj Oraj Jaím 240:11). En caso de que la luz provenga del otro lado del tabique, se aplica la normativa de las horas del día que en caso de necesidad un estudioso de la Torá puede oscurecer cubriéndose con la frazada y en caso de urgencia toda persona puede hacerlo (Mishná Berurá 41).

17. En presencia de libros sagrados

Si bien en la escala jerárquica de los preceptos el de Oná ocupa un sitio muy prominente, es menester separar entre diferentes áreas, pues el de Oná es un precepto que se cumple con relajamiento y alegría corporal que trasciende todo límite, mientras que la Torá merece ser estudiada con temor reverencial, temblor y esfuerzo, y de esa misma forma y con esa misma actitud corresponde relacionarse con un rollo de la Torá (como se verá adelante 3:9). Por lo tanto, está prohibido mantener relaciones en una habitación en la cual hay un rollo de la Torá escrito con tinta sobre pergamino tal como fue escrito en el Sinaí. De ser posible hay que retirarlo de la habitación, y en caso de no serlo se debe erigir un tabique de separación entre el rollo y la cama de modo tal que este quede en un área separada y no a la vista de la pareja (la altura del tabique 10 palmos que equivalen a unos 76 centímetros y su ancho unos cuatro codos que equivalen a unos 182 centímetros, Darkei Tahará 22:41).

Está prohibido mantener relaciones en una habitación en la que hay tefilín o mezuzá u otro libro sagrado. Empero, si se los cubre con cobertura doble esto estará permitido. Una cobertura puede ser el sobre (nartik) del tefilín o la caja (bait) de la mezuzá y la segunda cobertura debe ser específica para el propósito del precepto de Oná. En el caso de la mezuzá se acostumbra desde el principio que esté envuelta en doble envoltorio, siendo al menos uno de los dos hermético y de esa forma la habitación es apta para la cópula. Asimismo, se permite cambiar pañales a un bebé en esta habitación.

Respecto de los libros impresos que se encuentran en la habitación o en la estantería, amén de su encuadernación, es correcto cubrirlos con una cobertura suplementaria, y de no ser esto posible se debe mantener relaciones teniendo la precaución de cubrirse con la frazada para no estar desnudos ante los libros. Hay juristas que consideran que se debe abluir las manos con posterioridad a la cópula (Shelaj, Darkei Tahará 24:3). Empero, en la práctica, no es obligatorio hacerlo y quienes deseen seguir durmiendo pueden hacerlo.

18. Contra natura

La unión se realiza en el sitio donde la mujer queda embarazada; sin embargo hay personas que gustan hacerlo en el esfínter anal. Si esto resulta doloroso para la mujer o contrario a su voluntad es claro que está prohibido hacerlo. La interrogante surge cuando la mujer accede a esto  o lo desea. El Talmud Babilonio (Tratado de Nedarim 20(B)) nos relata que los sabios no lo prohibieron. Por otra parte, aprendimos que el pecado de los hijos de Iehudá Er y Onán consistió en tener relaciones anales con Tamar y de esa manera dejaron su esperma sin efecto lo cual fue malo a ojos de HaShem y por ello les quitó la vida (ídem Ievamot 34(B), Bereshit-Génesis 38:7).

La mayoría de los juristas medievales explicaron que cuando esto se realiza con la intención de evitar el embarazo está prohibido. Empero, cuando se mantiene este tipo de unión de manera casual no se prohíbe. Otros juristas medievales explicaron que lo permitido por los sabios es a condición de que el hombre no eyacule allí sino que posteriormente se unan a través del sitio usual y el hombre eyacule allí. Hay juristas que son estrictos y en esto no están de acuerdo.

Hay juristas que dicen que también cuando la unión se lleva a cabo en el sitio apto para el embarazo, es bueno que el hombre se ubique arriba y la mujer abajo y estén uno frente al otro, habiendo juristas que insisten mucho en esto. Si bien unirse de esta manera es muy bueno, desde el punto de vista de la norma todas las posiciones posibles son permitidas a condición de que sea de común acuerdo. Cuando en virtud del cambio de posición, uno de los dos    pasa a disfrutar más, se está cumpliendo con el precepto de Oná. Empero, si una de las partes no quiere cambiar la posición es mejor que la unión se lleve a cabo del mejor modo. Asimismo, aunque ambos disfruten más de otra posición, es bueno que la cópula destinada al embarazo se lleve a cabo en la mejor posición.

19. Preguntas suplementarias

Dice el Talmud en el Tratado de Nedarim (20(A)) que según Rabí Iojanán Ben Dahabai los «ángeles celestiales me dijeron: ¿en virtud de qué hay personas que enmudecen? Por haber besado ese sitio (en el cual la mujer queda embarazada)… ¿por qué hay personas que enceguecen? Por haber mirado en ese sitio». Sin embargo, al concluir el tema de debate los sabios dijeron que se trata de una opinión individual minoritaria, y para ellos estas acciones no están prohibidas (ídem (B)).

Hay juristas medievales o rishonim que son estrictos en esta cuestión y entienden que está prohibido besar o mirar ese sitio, pero hacerlo no reporta peligro (Raabad). Otros juristas medievales opinan que esto está permitido, empero por una cuestión de piedad religiosa es correcto cuidarse de un posible peligro en esta cuestión (Sefer Mitzvot Katán). Sin embargo, según la opinión mayoritaria de los juristas medievales lo dicho por Rabí Iojanán Ben Dahabai no se toma en cuenta y la halajá final es conforme a la opinión de los sabios en cuanto a que estas acciones ni se prohíben ni se las considera peligrosas. Esto y más, algunos consideran que estas acciones no implican una disminución en la santidad de la cópula (Yereim); y muchos consideran que si bien estas acciones no están prohibidas ni son riesgosas, por cuestiones de santidad y hábitos de recato corresponde no hacerlo (Rambám, Sefer Mitzvot Katán, Ramá Even Haezer 25:2).

En la práctica, dado que la mayoría de los juristas medievales tiene una actitud flexible a este respecto y además quienes lo prohíben lo hacen en virtud de la normativa rabínica («derrabanán») – no está prohibido actuar así. Empero, según la opinión de los sabios medievales (rishonim) es bueno evitar estas acciones por cuestiones de santidad y recato, siendo mejor adoptar una actitud estricta y abstenerse de realizarlas (Ramá Even Haezer 25:2). Sin embargo, en caso de que estas acciones generen una gran alegría a uno de los cónyuges y de no mediar estas la misma se verá disminuida, el regocijo en el cumplimiento del precepto de Oná prevalece y es bueno que actúen conforme la opinión mayoritaria de los juristas. En caso de que la pareja desee adoptar una actitud más estricta, que se abstengan de estas prácticas en las uniones que están específicamente destinadas a engendrar. En caso de que uno de los cónyuges sienta rechazo por alguna de estas prácticas – es correcto actuar conforme a la actitud estricta.

La mujer no tiene limitaciones halájicas en cuanto a la posibilidad de besar o ver el órgano de su marido, empero es bueno que se abstengan de realizar cualquier acción que pueda resultar desagradable para cualquiera de los dos. En caso de que algo específico alegre de sobremanera a alguno de ellos, y aunque el otro no esté muy interesado en hacerlo, mientras no resulte desagradable su realización tiene un aspecto preceptivo, pues todo aquello que agrega al amor y a la alegría recíproca de la unión entra en la definición de los preceptos de «Oná» y «Amarás a tu prójimo como a tí mismo» (Vaikrá 19:18).

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