Pninei Halajá

02. El deber del marido y el precepto de la mujer

El deber del precepto de Oná recae sobre el hombre, tal como está escrito (Shemot-Éxodo 21:10): «No la privará de manutención, vestido y satisfacción». Según la interpretación del Rambán a este versículo manutención («sheerá») se refiere a la proximidad física durante la unión, vestido («kesutá») se refiere a las sábanas y la cama, y satisfacción («onatá») hace alusión a la unión en sí (Rambán allí, Talmud Babilonio Tratado de Ketuvot 48(A), arriba 1:3). Quien se abstiene de cumplir este precepto aflige a su mujer y trasgrede una prohibición de la Torá (arriba 1:2). Si bien el cumplimiento del precepto carece de valor si la mujer no accede a la cercanía de su marido de buena gana, de todas maneras el deber primario recae sobre el hombre. Tal como el precepto de casarse recae sobre el hombre y por ello él es quien debe cortejar a su pareja, y una vez que esta accede su deber es desposarla.

A los efectos de entender la diferencia entre hombre y mujer es menester aclarar que si el marido no ha de expresar verbalmente amor por su mujer, y no ha de causarle placer mediante caricias y abrazos avanzando gradualmente hacia las zonas más intensamente erógenas, no podrá entonces alegrarla cabalmente. Esto obedece a que entre las virtudes de la mujer se encuentra el hecho de que en esta, lo espiritual, emocional y físico están más estrechamente entrelazados que en el hombre y por ello, en una situación normal, ella puede elevarse al nivel máximo de placer únicamente después de que actuaron conjuntamente las energías del placer y el amor en un proceso gradual y complejo que toma su tiempo.

Por el contrario, la característica masculina es la capacidad de separar ámbitos, pudiendo satisfacer su deseo físico sin necesidad de comunicación emocional y espiritual. Esta característica es sumamente valiosa cuando es necesario concentrar todas las energías en una sola meta dejando de lado toda distracción lateral; y es la que permite al hombre cortejar a su dama, superar todas las dificultades que se presentan en el camino y expresar constancia en sus intenciones hasta que ella acceda a casarse con él. Esta es una buena virtud para un soldado. Por ello es el hombre que consagra a la mujer. Empero por otra parte, una vez alcanzada la meta con la alegría del enlace, hay hombres que pueden a veces perder interés en una conexión emocional completa. Esto obedece a que con anterioridad se encontraban abocados a llegar a la boda sin prepararse para los desafíos posteriores de la vida matrimonial. Por ello el hombre está preceptuado de no enrolarse al ejército o emprender largos viajes de negocios durante el primer año de casado, tal como está escrito (Devarim-Deuteronomio 24:5): «ha de quedar libre en su casa para contentar a la mujer que tomó», de esa manera habrá de consolidar su nueva vida de pareja.

Lo mismo ocurre previo al coito. El deseo del hombre previo a la unión puede llegar a ser sumamente intenso pero una vez que el esperma es eyaculado puede perder interés en su mujer. Dado que corporalmente los hombres son capaces de alcanzar el orgasmo en cuestión de pocos minutos sin haber satisfecho necesariamente a sus mujeres, el precepto de Oná recae como deber sobre el hombre siendo el quid de su cumplimiento el brindar el mayor placer posible a su mujer a la hora de la unión. Por ello advirtieron nuestros sabios (Talmud Babilonio Tratado de Eruvín 100(B)): «Está prohibido al hombre forzar a su mujer en el cumplimiento del precepto». Dijeron además que «todo aquel que fuerza a su mujer a cumplir con el precepto tendrá hijos con conductas inadecuadas». Entonces, si bien está permitida la unión aunque tenga por única finalidad saciar el deseo del hombre sin que este intente dar placer a su mujer, no se cumple con el precepto. Es así que en virtud de la característica femenina, el hombre debe expresar de un modo más emocional sus sentimientos hacia su esposa para que de esa forma la unión resulte más profunda y completa.

Empero cuando la mujer no desea mantener relaciones con su marido y no accede de buena gana a unirse con él, deja sin efecto el precepto. Esto se debe a que la esencia del precepto consiste en que el marido alegre a su esposa y si ella no lo está, éste queda totalmente sin efecto. En caso de que esta situación se continúe ella estará promoviendo la destrucción de  su propio hogar. Esto lo aprendemos del Talmud (Tratado de Ktuvot 63(B)) el cual nos enseña que cuando ella arguye que siente rechazo por su marido este debe divorciarla y ella pierde el monto que le corresponde en la Ketuvá o contrato nupcial. El marido debe divorciarla ya que es imposible que perdure un matrimonio sin la alegría de la Oná y ella pierde el monto de la Ketuvá pues incumplió del modo más radical con el fundamento del matrimonio.

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