Pninei Halajá

04. El modo natural de conducirse o «Derej Eretz».

El Kadosh Baruj Hú creó al hombre y a la mujer de modo tal que naturalmente se sientan atraídos, siendo este deseo bueno pues es el fundamento del precepto. Respecto a esto dijeron nuestros sabios que «Derej Eretz» precedió a la Torá (Taná Debei Eliahu Raba 1). Esto significa que HaShem ordenó al Hombre expresar sus sentimientos naturales en toda su intensidad en el seno del matrimonio consagrado, ya que si los ha de reprimir no podrá cumplir cabalmente con el precepto y en virtud de ello tampoco podrá cumplir con los demás mandamientos de la Torá de modo íntegro.

Dijo Rabí Iojanán (Talmud Babilonio Tratado de Eruvín 100(B)): «Si no se hubiese entregado la Torá podríamos aprender el recato de los gatos (pues hacen sus necesidades a escondidas y luego las cubren): el respeto por la propiedad ajena de la hormiga que jamás toma lo que lleva su compañera, y a evitar el adulterio lo aprenderíamos de la paloma (que vive en estricta fidelidad con su pareja). «Derej Eretz» aprenderíamos del gallo que primero se amiga con su pareja y sólo después copula». «Se amiga con su pareja» implica que primero la corteja y seduce para recién después unirse.

Hay principios morales que el ser humano debe comprender de modo simple a partir de su propio corazón y su propia conciencia, pues se desprenden de la recta naturaleza que el Creador dispuso en todas las creaturas, y la prueba de ello es que incluso hay animales que así se conducen. La Torá adiciona a este nivel básico de sana naturaleza un nivel superior de exactitud, persistencia, entrega y santidad. Empero, si la persona no entiende estos valores de manera natural desde el seno de su corazón, adolece de una falencia básica.

Según nuestros sabios, el modo natural de cumplir el precepto de «Oná» se puede aprender de un gallo, el cual es conocido por su destreza en todo lo referido a las reglas del cortejo y la seducción, por ello en hebreo también recibe el nombre de «guever» («varón»). Nuestros sabios interpretaron sus acciones metafóricamente, tal que al batir sus alas con movimientos amplios de arriba hacia abajo es como si prometiese a la gallina que tras la cópula habrá de comprarle un abrigo largo y elegante que le llegará hasta los pies; y tras culminar el apareamiento el gallo inclina su cabeza dejando caer su cresta en una supuesta señal de humildad y disculpas por carecer del dinero suficiente para adquirir la prenda en cuestión, pareciendo como si jurase por la vida de su magnífica cresta diciendo que sea cortada si llega a disponer del dinero y no se lo compra (ídem comentado y explicado).

Con esto,  nuestros sabios nos quisieron enseñar que el hombre no debe escatimar en halagos y cumplidos hacia la mujer tanto por su belleza, sus virtudes y todas las cosas buenas que dijo e hizo. Incluso, corresponde exagerar en ello, como el gallo que promete algo que no podrá cumplir, empero de esa forma expresa su amor, su aprecio y su predisposición a hacerlo por ella. Tras la unión, no se ha de comportar como aquellos hombres que pierden de inmediato interés en su pareja dándoles la espalda y durmiéndose. Corresponde que el hombre se disculpe ante su pareja por su capacidad limitada que no le permite continuar expresando el amor y el cariño que ella merece en virtud de su valía.

Algo más que se puede aprender de la naturaleza es que normalmente el hombre es aquel que debe tener la iniciativa de la unión, pues su deseo es más notorio, exteriorizado y se puede advertir rápidamente y con relativa facilidad. En virtud de su renovado deseo por unirse a su esposa, esta debe acceder hasta que también desee su cercanía. Sin embargo, esta es una directiva general,  cada pareja debe manejar su relacionamiento del modo más gratificante para ellos. De todas formas, aunque los preparativos no hayan sido del gusto de alguno de los dos, no deben suspender los encuentros en las fechas fijas (adelante halajot 7y8).

Respecto del concepto de «Derej Eretz» es menester agregar que nuestros sabios compararon la unión a una comida festiva que se lleva a cabo en una mesa con un mantel bonito, un juego de tres platos, una copa para agua y otra para vino; mesa en la que se sirve un primer plato a modo de entrada, luego un plato principal y finalmente un postre. Esto y más es lo que corresponde esmerarse en los preparativos para la unión de la pareja para cumplir con el precepto de la Torá; avanzar moderadamente, paso a paso hasta que esta alcance el zenit de su alegría. Tal como corresponde variar el menú de la comida de tanto en tanto pues hasta el más exquisito de estos puede llegar a aburrir si no exhibe cambio alguno, así y más se deben variar y matizar tanto los halagos como los medios de generar placer y alegrar a la mujer. Todo conforme a su voluntad, puesto que hay quienes gustan más de variar el menú de la comida y hay quienes prefieren lo habitual, bueno y conocido.

Por supuesto que por «Derej Eretz» se debe cuidar el aseo y quitar todo aquello que pueda producir rechazo. Retirar aquello que produce rechazo es obligatorio y hacerlo con excelencia («Hidur») es preceptivo. Esto aplica igualmente tanto para el hombre como para la mujer. Por ello, Rav Jisda instruyó a sus hijas, previo al matrimonio, que no ingiriesen alimentos que pudieran producir mal aliento o problemas digestivos (Talmud Babilonio Tratado de Shabat 140(B)). Esta cuestión es tan importante al punto que su descuido puede ser causal justificada de divorcio (ver Shulján Aruj Even Haezer 154:1-2). A este respecto hay más indicaciones y múltiples halajot para los diferentes casos, empero la regla general es que al ser todas las personas diferentes la una de la otra, los cónyuges deben ser sensibles y estar muy atentos a lo que pueda molestar a uno u otro y por supuesto hablar respecto de aquello que es comúnmente aceptado como desagradable.

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