A finales de los días del Primer Templo, luego de que Nabucodonosor, rey de Babilonia, conquistara al reino de Yehudá y tal como solía hacer en cada sitio que doblegaba, se llevaba prisioneros a los jóvenes de las familias más importantes de Jerusalém y entre ellos a Daniel, Jananiá, Mishael y Azariá para educarlos en su palacio en la cultura babilónica y lograr así que se identificaran con el pueblo y la religión de los conquistadores, de modo tal que una vez que crecieran le ayudaran a gobernar a sus naciones de origen. Mientras tanto, cuando eran aún muy jovencitos, los mantenía prisioneros en el palacio real como forma de amenaza hacia las élites de los diferentes pueblos que, si se rebelaban contra el monarca, sus hijos serían ejecutados.
A diferencia de los jóvenes de las distintas naciones que rápidamente deseaban conducirse como los babilonios victoriosos y parecerse a ellos, Daniel deseaba preservar su identidad y apegarse a la fe de sus padres para no ser influenciado por la cultura local, por lo que decidió abstenerse de consumir su pan, su vino y su aceite, tal como fue dicho (Daniel 1:8): “Y Daniel se propuso no impurificarse con el pan del rey ni con el vino de sus dos bebidas”, la expresión ‘vino de dos bebidas’ significa dos líquidos, vino y aceite. Dado que se propuso abstenerse de su aceite, por ende, se abstuvo también de comer sus alimentos cocidos, ya que ellos acostumbraban a saborizar su comida cocida con aceite. Lo mismo hicieron sus compañeros (que estaban junto a él): Jananiá, Mishael y Azariá quienes se conformaban con comer semillas y legumbres. A pesar de ello, por las bondades de HaShem, Daniel y sus compañeros tenían buen aspecto y se veían más sanos que los demás muchachos que sí comían de los alimentos reales (Daniel cap.1, Tratado de Avodá Zará 36(A)).
Por el mérito de su abstención de ingerir los alimentos de los gentiles lograron superar exitosamente su prueba, observaron la Torá y los preceptos en el palacio del rey de Babilonia y sirvieron de ejemplo y modelo de entrega abnegada en la preservación de la identidad israelita en condiciones particularmente complejas.
Tal como vemos, luego de que Daniel se transformara en la eminencia de su generación (guedol hador), guio al pueblo a que adoptara estas restricciones para que no se asimilara entre las naciones. Sin embargo, muchos de sus contemporáneos no siguieron su instrucción y disfrutaron de las comidas de los gentiles, y tal como dijeron nuestros sabios, el decreto de exterminio promulgado por Hamán y Ajashverosh surgió a raíz de que “los judíos disfrutaron del banquete de aquel malvado” (Tratado de Meguilá 12(A)). Sin embargo, “Mordejai supo todo lo que ocurría” (Ester 4:1) … sabía cuál era el pecado en el que habían incurrido –haber ingerido comida cocinada por gentiles” (Yalkut Shim’oní Ester 1056).
Si bien en aquella generación no se había adoptado aun la instrucción de Daniel en todo el pueblo de Israel, por el mérito de la fe y el heroísmo de Daniel y quienes lo siguieron en su actuar, el pueblo judío logró redimirse, regresar a su tierra y construir el Segundo Templo. Unos cuatrocientos años después los sabios volvieron a decretar la prohibición sobre el vino de los gentiles y sobre sus alimentos cocidos y este decreto perduró para todas las generaciones.