En nuestros días surgió una interrogante respecto de los utensilios metálicos. Resulta claro que los sabios de la Mishná y el Talmud, los medievales (rishonim) y los de las últimas generaciones (ajaronim) vieron a los utensilios metálicos como objetos que absorben sabores y luego los expelen, y no cabe duda de que así lo percibieron en la práctica. Por ello, se dictó que si se cocina carne no kasher en una olla metálica esta última absorberá el sabor taref, y si antes de ser kasherizada por medio de su inmersión en agua hirviendo se cocina en esta un alimento kasher, aunque la olla haya sido bien lavada, a veces podría llegar a sentirse el sabor no kasher en alimento cocido.
Por lo tanto, si hubiese allí un gentil confiable que pudiera probar el alimento y establecer si carece o no de sabor taref –los sabios lo aprobarán como kasher. Pero en caso de no haber en el lugar un gentil de confianza, establecieron que será preciso adoptar una actitud más estricta y considerar a las paredes de la olla como si estuviesen llenas de sabor que se expele en su totalidad sobre el alimento cocido, y dado que en este último no hay sesenta veces más volumen que el contenido en las paredes de la olla –se prohibirá la comida (tal como se explicó en la halajá 2). Por supuesto que esta actitud estricta se basaba en la realidad que los sabios conocían, en la que aun después de limpiar diligentemente una olla metálica, a veces podía sentirse en el nuevo guisado el sabor del anterior.
Por otra parte, es sabido por las personas que, en nuestros días, tras lavar las ollas como corresponde, no queda en éstas sabor alguno del guisado anterior y nadie podrá sentir el sabor del alimento cocido con anterioridad. Asimismo, a la luz de numerosas investigaciones, resulta que la absorción de los utensilios de metal y vidrio es tan ínfima (una parte en varias decenas de mil) que no resulta posible percibir en éstos sabor alguno. La pregunta entonces es, ¿qué ha cambiado en las últimas generaciones?
Tal como parece, el motivo del cambio obedece a la aparición de varios desarrollos tecnológicos.
En primer lugar, en el pasado no resultaba posible dar forma a los metales de manera idéntica o unificada (al vacío) lo cual generaba grietas a través de las cuales los sabores penetraban al interior de la pared de la olla. Y quizás los metales eran también menos puros y sus aleaciones absorbían sabores. En segundo lugar, en el pasado las superficies de los utensilios eran más rugosas y por ende resultaba más difícil retirarles los restos de alimentos. En tercer lugar, una parte significativa del sabor que quedaba en los utensilios tras la cocción obedecía a la crasitud que se adhería a estos, y estos sabores también se consideraban como absorbidos, ya que se sumaban a las paredes y se tornaban secundarias frente a estas.
A raíz de la invención del detergente hace poco menos de cien años y de la conexión de todos los hogares al sistema de agua corriente, usando agua, jabón y una esponja rugosa, resulta posible quitar todas las grasas y suciedades que se adhieran a cualquier utensilio.