Cincuenta y dos años después de la destrucción del Primer Templo el rey Koresh (Ciro) de Persia autorizó a los judíos de Babilonia que regresaran a su país y reconstruyeran el Santuario. Sin embargo, solamente cuarenta y dos mil de los exiliados se voluntarizaron a ascender a la tierra de Israel. Los inmigrantes se establecieron en Jerusalém y sus alrededores, construyeron el altar, comenzaron a ofrendar sobre este sacrificios y se prepararon para construir el Templo. Sin embargo, a raíz de misivas acusatorias enviadas por los gentiles residentes en la tierra de Israel al rey en Persia, se suspendió la construcción del Santuario durante dieciocho años, hasta que Darío II, el hijo del rey Ajashverosh y la reina Ester, permitió hacerlo (Tratado de Meguilá 11(B), 12(A) y Rashí allí).
No obstante, la situación nacional y espiritual del pueblo de Israel se encontraba aun en un nivel muy bajo, la gran mayoría de la nación decidió permanecer en el exilio y la población judía en la tierra de Israel era numéricamente reducida y espiritualmente pobre. Pocos se dedicaban al estudio de la Torá y la observancia de muchos de los preceptos era descuidada, e incluso numerosos cohanim transgredieron al casarse con mujeres gentiles. Aparentemente, creyeron que en esa nueva realidad en la que el pueblo de Israel se encontraba disperso y diseminado entre las naciones ya no resultaba obligatorio observar los preceptos. Resultaba claro entonces, que, de cara a una nueva época, era necesario establecer cómo se habría de continuar con el cumplimiento de la Torá en el seno de la nación judía.
En el sexto año de la construcción del Templo llegó desde Babilonia un gigante de espíritu, Ezra, el escriba, quien comenzara a despertar e instar al pueblo a dedicarse al estudio de la Torá y a observar los preceptos. Respecto de la grandeza de Ezra, nuestros sabios dijeron (Tratado de Sanhedrín 21(B)) que: «Ezra era meritorio de que la Torá fuese entregada por su intermedio, pero Moshé le antecedió». Dijeron también (Tratado de Sucá 20(A)) que «cuando la Torá fue olvidada por el pueblo de Israel llegó Ezra desde Babilonia y la estableció». Además de ser un sabio, era también profeta, y su nombre profético era Malají (Malaquías) (Tratado de Meguilá 15(A)). Unos trece años después de que Ezra arribara a la tierra de Israel llegó también a Jerusalém el ministro Nejemia (Nehemías) portando en sus manos potestades gubernamentales otorgadas por el rey de Persia, y junto a Ezra, reforzó a la población judía residente en el país tanto en lo nacional como en lo religioso.
Dijeron los sabios que el arribo de los hijos de Israel a su tierra en los días de Ezra se comparó y asemejó al que tuvo lugar en los días de Yehoshúa bin Nun, ya que, tal como al llegar desde Egipto aceptaron públicamente cumplir los preceptos, lo mismo hicieron en los días de Ezra. Y así como a los que llegaron de Egipto se les ordenara que tras su ingreso al país volvieran a renovar el pacto establecido al recibir la Torá en el Monte Sinai en la gran asamblea de los montes Guerizim y Eibal (Devarim-Deuteronomio 11:29-32, 27:1-26), otro tanto ocurrió en los días de Ezra, cuando el pueblo debió renovar una vez más su alianza con D’s (Talmud Jerosolimitano Tratado de Sheviít 6:1, Talmud Babilonio Tratado de Arajín 32(B)).
En efecto, esto es lo que se nos relata en la sección de los Hagiógrafos del Tanaj, que en los días de Ezra los hijos de Israel aceptaron cumplir la Torá, poniendo especial énfasis en aquellos preceptos que precisaban ser reforzados, tal como fue dicho (Nejemia-Nehemías 10:1-40): «Y a pesar de ello, establecemos un pacto y lo firmamos, y nuestros ministros leviím y cohanim lo sellan. Y entre quienes lo sellaron se encuentran (la lista de los jefes de familia, cohanim, leviím y líderes de la nación) … y contraemos el juramento solemne de seguir la Torá de D’s que nos fuera entregada de mano de Moshé, siervo del Eterno, para observar y cumplir todos los preceptos de nuestro D’s HaShem, Sus sentencias y Sus leyes. (Nos comprometimos a que) no daríamos nuestras hijas a los pueblos de la tierra (a gentiles) ni tomaríamos sus hijas para nuestros hijos. Y si los pueblos de la tierra trajeren su mercancía para vender de Shabat no habríamos de comprarla, ni en Shabat ni en los días sagrados (las festividades) y cesaríamos (la labor del campo) en el séptimo año así como también condonaríamos en él las deudas… traeríamos las primicias de nuestra tierra y de los frutos nuestros árboles a la Casa de HaShem año tras año, así como también consagraríamos el primogénito de entre nuestros hijos y de nuestro ganado para traerlos a la Casa de nuestro D’s a los cohanim que sirvan en la Casa de nuestro D’s, y también las primicias de nuestras masas (jalá) y nuestras ofrendas de los frutos de todos nuestros árboles, del aceite y del mosto, los habremos de traer a los cohanim a los recintos de la Casa de nuestro D’s y el diezmo (del producto de) de nuestras tierras a los leviiím…»
A los efectos de afianzar la Torá en el pueblo de Israel, Ezra el escriba estableció el tribunal más numeroso e importante de la historia judía que fue llamado «La Gran Asamblea» (HaKneset HaGuedolá), el cual estaba conformado por ciento veinte sabios, algunos de los cuales fueron los últimos profetas. Este tribunal analizó la situación del judaísmo e instituyó decretos por medio de los cuales el pueblo de Israel pudiera existir a pesar de su dispersión, con una parte de sus hijos en la tierra de Israel y la mayoría de estos en el extranjero. Entre otros asuntos, los sabios de la Gran Asamblea fijaron la redacción de los rezos y las bendiciones, los horarios del recitado del Shemá en las sinagogas, los horarios de sesión de los tribunales destinados a dirimir las cuestiones entre el hombre y su prójimo. En estos decretos, los miembros de la Gran Asamblea enaltecieron a la Torá de Israel y fijaron las bases del futuro desarrollo de la Ley Oral, formando a numerosos discípulos y abriendo el camino para los sabios de las futuras generaciones que habrían de dictar normas y decretos que funjan a modo de cerco protector de la norma, de acuerdo con las necesidades particulares de cada generación.