Los árboles frutales tienen una singular importancia, y todo aquel que los plante para incrementar la cantidad de alimento en el mundo se vuelve socio del Santo Bendito Él en la creación del mundo y su sostén, tal como fue dicho (Bereshit-Génesis): «Plantó HaShem Elokim un huerto en Edén — al oriente». Por lo tanto, al momento de ingresar a la tierra prometida los hijos de Israel deben imitar también la conducta del Creador y plantar árboles frutales, tal como fue dicho (Vaikrá-Levítico 19:23): «y cuando entréis a la tierra y plantéis cualquier árbol frutal» (Vaikrá Rabá 25:3).
Plantar árboles frutales se incluye en el precepto de habitar la tierra de Israel (yshuv haaretz) (Jatam Sofer al Tratado de Sucá 36(A)). En nuestros días, los agricultores que plantan huertos de árboles frutales son quienes tienen el mérito de cumplir este precepto, ya que plantarlos en jardines particulares o residenciales implica un aporte insignificante para las multitudes de los hijos de Israel, comparado con la cantidad de frutos que las plantaciones comerciales generan.
El ser humano ha sido comparado al árbol frutal, tal como fue dicho (Devarim-Deuteronomio 20:19): «ya que el hombre es el árbol del campo». A diferencia de los arbustos que crecen rápidamente y en un breve lapso alcanzan su tamaño máximo, los árboles crecen despacio y solo al llegar a determinada edad comienzan a dar fruto. Lo mismo ocurre con el ser humano, su proceso de desarrollo es relativamente lento comparado con el del resto de los seres vivos, y solamente tras alcanzar su juventud podrá dar frutos y ser socio en el sostenimiento del mundo y en su desarrollo. En los árboles frutales se aprecia más fácilmente el idealismo, ya que, si bien por lo general suelen ser menos vistosos, no crecen para sí mismos sino con el objeto de brindar frutos, por medio de los cuales los seres humanos y los animales se alimentan.
El ser humano normativo debe también procurar asemejarse al árbol frutal, brindando de sí a su entorno y a su comunidad sin preocuparse únicamente por su persona.
Incluso el Santo Bendito Él nos enseñó a tener una actitud ética hacia los árboles frutales, pues para la construcción del Tabernáculo ordenó traer acacias que son árboles que no dan frutos, para enseñarnos en qué medida es preciso tener cuidado de no arrancar o talar un árbol frutal (Shemot Rabá 35:2, Tanjuma Vaiakhel 9).
La prohibición general de no destruir o echar a perder (bal tashjit) la aprendemos de la restricción de dañar árboles frutales, pues son el ejemplo emblemático de algo que resulta valioso por ser una fuente de bendición de la cual crecen frutos que brindan vida y alegría. Por ello, nuestros sabios dijeron que cuando se arranca un árbol frutal indebidamente se genera un sufrimiento en el universo, y la voz del árbol clama de un extremo al otro del mundo mas no es escuchada (Pirkei DeRabí Eliezer 34). Por lo tanto, la Torá les concedió a los árboles frutales una suerte de expresión y ordenó no destruirlos.
La historia universal nos enseña también que cuando los conquistadores destruyeron los árboles frutales y los sistemas de riego de los países ocupados, provocaron posteriormente hambrunas y penurias a millones de personas. De igual manera, la sociedad moderna debe tener una actitud de respeto, cuidado y responsabilidad hacia los recursos naturales y hacia todos aquellos emprendimientos que ayudan a preservar la vida en el mundo.