Nuestra actitud hacia los animales difiere de la que tenemos para con la vida humana. La vida humana tiene santidad, ya que el hombre fue creado a imagen de D’s, y el Santo Bendito Él insufló en su interior un alma viviente, le encomendó la responsabilidad de reparar el mundo y cada instante que el alma Divina reside en el ser humano es valiosísimo y bajo ningún concepto cabe acortar su vida. Aunque sufra a consecuencia de una dura enfermedad no se le puede matar. No obstante, la vida de los animales no es tan valiosa, y por ello, el precepto indica no causarles dolor, pero no es preceptivo mantenerlos con vida. Por lo tanto, una persona que posee un gato o un perro que sufre de una enfermedad terminal o fue herido en un accidente y sufre sin posibilidad de curarse – es preferible matarlo de un modo indoloro para evitar su padecimiento.
Más aun, los refugios que alojan a perros y a gatos que nadie desea, tienen permitido matarlos. De igual manera, una persona que posee un perro al cual ya no le puede dar de comer, le genera malestar y no hay quien desee quedárselo, puede matarlo de un modo indoloro (Maharshal al Tratado de Baba Kama 10:37). Si bien aprendimos (halajá 4) que nuestros sabios advirtieron que una persona no introdujese en su casa un animal sin cerciorarse primero que efectivamente podrá alimentarlo adecuadamente (Talmud Jerosolimitano Tratado de Ketuvot 4:8), en caso de que se hubiere equivocado, pensando que podría mantenerlo y luego se dio cuenta de que ello le resulta muy difícil, no está obligado a sustentar al animal ni debe alimentarlo hasta el final de sus días pudiendo matarlo para evitarle penurias y que no perezca de hambre.
A veces, existe la necesidad económica de matar animales. Por ejemplo, el dueño de un criadero de peces que debe comercializarlos en fechas determinadas de acuerdo con las demandas del mercado, y a veces, los peces se anticipan en crecer o demoran en hacerlo por lo que el productor puede quedarse con la piscina repleta de mercadería sin compradores. A priori, obviamente que es preciso buscar la manera de colocarlos sin matarlos gratuitamente, pero en caso de que no se encontrase una solución, el dueño del criadero no tiene el deber de seguir invirtiendo en su alimentación y puede matarlos.
Asimismo, hay polluelos y gallos que carecen de demanda porque el precio de su mantenimiento es más elevado que aquel que el productor puede percibir por ellos, por lo que puede matarlos, ya que los criadores no están obligados a darles de comer sin que ello les reporte ganancias (ver arriba 13:8).