Todos los judíos son aptos para faenar, hombres y mujeres, adultos y niños, e incluso un judío que a veces incurre en la ingestión de trefot (Tratado de Julín 2(A), Shulján Aruj 1:1, 2:2). Sin embargo, un gentil que faenare, aunque lo hiciere conforme a la Halajá, su shejitá no resultará apta y la carne será nevelá, pues solamente puede hacer de matarife quien tenga la obligación de faenar. Asimismo, la faena de un judío idólatra, que profana el Shabat en público o que ingiere nevelot en una actitud de desafío público, no será apta (Shulján Aruj 2:1-5).
A pesar de que todos los judíos son aptos para faenar, la faena en sí será kasher únicamente si es efectuada según la Halajá. Por lo tanto, si quien faenó es conocedor de las cinco halajot de la shejitá – se confía en su proceder. Si no está suficientemente ducho en ellas, se confiará en su faena únicamente si la efectuó delante de un judío conocedor de las reglas. A priori, incluso quien hubiere estudiado las halajot, no deberá faenar por sí solo hasta haberlo hecho varias veces bajo la supervisión de un matarife experimentado, que pueda ver si efectivamente sabe hacerlo y que no se desmaya a causa de la sangre derramada (Rambám Hiljot Shejitá 4:1-3).
Dado que la revisación del cuchillo requiere de una gran pericia, nuestros sabios establecieron que toda persona que desee faenar deberá primeramente traer su cuchillo ante el rabino de la localidad para que revise su aptitud. Si bien todo estudioso de la Torá puede revisarlo, por una cuestión de honor, se recurre específicamente al rabino titular del lugar para que lo revise (Tratado de Julín 17(B)). Por medio de esta revisación, el rabino puede evaluar si resulta o no necesario pedir al dueño del cuchillo que vuelva a estudiar las leyes de la faena. En particular, pusieron acento en los vendedores de carne, que no debían faenar sin antes mostrarle el cuchillo al rabino, y se solía proscribir a aquel carnicero que no procedía de esa manera. Y si además de que no se lo mostraba, resultaba que el instrumento era defectuoso, se le negaba el permiso para expender carne y se declaraba que de ese momento en adelante toda carne que este vendiese se consideraría trefá (Tratado de Julín 18(A), Shulján Aruj 18:17).
En las aldeas en las que numerosos judíos criaban animales y aves y aprendían a faenarlos, la responsabilidad recaía sobre cada individuo, y por ello podían conformarse con que todo aquel que faenase, tanto para sí como para otros, le mostrara primeramente el cuchillo al rabino. Empero en las ciudades en las que se precisaba de la actuación de matarifes profesionales que sirviesen a todos los miembros de la comunidad, resultaba imperioso cerciorarse muy de cerca que, efectivamente, se trataba de personas temerosas del Cielo y expertas en su oficio, ya que si D’s no lo quiera se nombrase un matarife indecente e inapropiado, podría estar alimentando con carne de nevelot y trefot a toda la comunidad por largos años.
Como vemos, en las últimas generaciones, cuando la mayoría de los judíos comenzó a vivir en grandes comunidades y las personas se profesionalizaron, cada uno, en su área, también la labor de la faena se tornó una función específica para personas determinadas. Entonces, los grandes maestros de Israel determinaron que no se designe como matarife a quien carezca de un certificado firmado por un rabino autorizado que testifique que se trata de una persona temerosa del Cielo y conocedora de las leyes de la faena. Además, establecieron que el rabino titular de la localidad sea el responsable de la kashrut en su comunidad. Para ello, los rabinos principales solían ordenar a rabinos especiales que los representasen y fuesen los encargados de la faena ritual y la revisación de las trefot, y que la revisación de los cuchillos sea solamente una de sus áreas de competencia (ver Ramá 1:1).
Dado que la shejitá está vinculada a la santidad del pueblo de Israel (arriba 1) y dado que el matarife precisa elevar a la bestia de su nivel animal a uno digno de proveer vida y bríos a los hijos de Israel que se dedican al estudio de la Torá y al cumplimiento de los preceptos, corresponde escoger a un matarife que sea poseedor de buen carácter, justo y temeroso del Cielo. Asimismo, corresponde que sea una persona compasiva y delicada para que no mate a los animales de una manera grosera y cruel.