Pninei Halajá

01) El precepto de agradecer

El ser agradecido es un valor moral de primerísima importancia. Se trata de un fundamento tan evidente, al punto que nuestros sabios, de bendita memoria, dijeron (Talmud Babilonio Tratado de Berajot 35(A)) que la Torá no nos ordenó recitar bendiciones en virtud de los placeres experimentados o a experimentar, y no resulta necesario preceptuarlo, dado que esto se comprende por la sencilla lógica de que el ser humano debe agradecer por todo aquello que recibe de su Creador.

A los efectos de comprender mejor el valor implícito que encierra el ser agradecidos, refirámonos a esta virtud en el marco de las relaciones interpersonales. Quién sabe valorar a sus amigos por el bien que estos le prodigan, es una persona humilde que reconoce el hecho de que él no es el centro del mundo y por lo tanto los demás no tienen el deber de ayudarle y otorgarle obsequios. Sin embargo, es insuficiente con que se sienta agradecido en su corazón siendo necesario que lo exprese con palabras de gratitud, para que de esa manera se incremente el cariño entre quien realiza el acto bondadoso y quien lo recibe, y así habrá de intensificarse el deseo entre ambos de prodigarse buenas acciones. Además, una persona que sabe ser agradecida está contenta y disfruta en el mundo, presta atención a todas las cosas buenas de su vida y no las percibe como obvias o sobre entendidas, sino que se maravilla nuevamente cada vez por todas las acciones tanto grandes como pequeñas que los demás realizan en su favor y cada sonrisa o palabra amable regocijan su corazón.

Por el contrario, el desagradecido peca de soberbia al considerarse a sí mismo como la persona más importante y por ende pensar que todos los demás deben estar a su servicio. Además de pecar, este individuo no experimentará la felicidad pues siempre sentirá que no fue atendido como corresponde y que no se le dispensó un trato suficientemente bueno. El desagradecido afecta también negativamente a su entorno ya que hace que personas buenas se sientan mal y se desmotiven en realizar acciones generosas.

El mayor de los agradecimientos corresponde dispensarlo al Eterno que creó el mundo todo con Su bien, con gracia, generosidad y misericordia. Alabad a HaShem que es bueno, pues Su generosidad es eterna. Muchas personas saben que el mundo tiene un Creador, pero mientras no Le agradecen por el bien que les dispensa no se conectan a la fe misma. De no mediar el agradecimiento, el hecho de saber que D´s creó el mundo es un concepto carente de contenido y de sentido constructivo. El agradecimiento a D´s es la expresión concreta de la fe, y por su intermedio la persona se acostumbra a percibir la gracia Divina que lo acompaña permanentemente; así pasa a ser capaz de apegarse a su Creador, andar por Sus sendas y cumplir su cometido superior que es reparar el mundo de acuerdo con la Voluntad de HaShem. Incluso el Amo del universo nos enseñó ver el lado bueno del mundo, tal como fuera dicho al concluir la creación (Bereshit-Génesis 1:31): «Y vio Elokim todo lo que había hecho y lo encontró muy bueno». De esta manera, podremos elevarnos y acceder a la virtud del agradecimiento a HaShem y apegarnos a Su forma de proceder.

En cierta manera, el pecado primigenio de Adám comenzó a consecuencia de haber sido desagradecido. HaShem le había concedido todos los árboles del jardín y solamente le había ordenado abstenerse de ingerir el fruto del árbol del conocimiento. Si Adám y Javá hubiesen sido agradecidos por todo lo bueno que HaShem les concedió podrían haber disfrutado del mundo, de los maravillosos árboles y las sabrosas frutas y no habrían sentido deseo alguno de ingerir el fruto del árbol del conocimiento. Pero como no fueron agradecidos, todos los buenos presentes que habían recibido se tornaron para ellos obvios y sobrentendidos sin hallar en estos satisfacción, permaneciendo sólo el resentimiento de por qué no podían ingerir el fruto del árbol prohibido. Cuando llegó la serpiente para incitarlos a rebelarse cayeron en su ardid y transgredieron. Después de la transgresión, Adám continuó en su actitud desagradecida y dijo (Bereshit-Génesis 3:12): «La mujer que me diste junto a mí, ella me dio del árbol y comí». Quién sabe, quizás si se hubiese confesado y dicho: «Tú HaShem me has dado una mujer para alegrarme junto a ella y yo en vez de agradecerte me encerré en pensamientos egoístas y en virtud de ello nos deterioramos y pecamos», a lo mejor HaShem los habría perdonado y no los habría expulsado del Jardín del Edén. Vemos entonces que mediante el recitado consciente de las bendiciones nosotros corregimos el pecado primigenio.

A partir de todo esto se entiende por qué nuestros sabios fueron tan minuciosos con las leyes de las bendiciones estipulando una bendición especial para cada tipo de placer, y fueron muy exactos respecto de la cantidad a ser consumida para recitar la bendición final, de modo tal que por cada disfrute se le agradezca a HaShem de la mejor y más bella forma posible.

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