Pninei Halajá

03. Los dos aspectos de la trasgresión

La trasgresión de derramar semen en vano implica dos aspectos. Desde el punto de vista exterior es menos grave que el pecado de adulterio y demás inconductas que la Torá castiga, pues en la práctica, el daño acaecido es de menor envergadura. Empero, desde el punto de vista interior esta trasgresión expresa la raíz de todas las malas acciones, implica el punto máximo en el deseo egoísta que afecta en el más profundo de los sentidos a la fe en el Creador y al amor al prójimo. Pues ya estudiamos (1:5-6) que la percepción de separatidad en la creación es el fundamento de todos los problemas existentes. Primeramente separa a las creaturas del Creador, para luego separar a estas entre sí. Es por ello que «amarás a tu prójimo como a ti mismo» es «la regla general de la Torá» (Vaikrá-Levítico 19:18, Safra allí) pues por su intermedio reparamos el mundo. El amor y la unidad se manifiestan en su completitud únicamente en el marco de la pareja y su quintaesencia se materializa en el cumplimiento del precepto de Oná (arriba 1:1). Este es el sentido del instinto vital que une a hombre con mujer, pues por su intermedio los cónyuges superan los límites de su egoísmo conectándose mediante amor verdadero, en virtud de lo cual la Divina Presencia reposa entre ambos fluyendo hacia estos la vida y la bendición desde la fuente vital superior y hasta el final de todas las generaciones (arriba 1:4).

Por otra parte, cuando la persona hace uso del instinto vital a los efectos de satisfacer su deseo malogra el fundamento de su propia vida. En vez de que por intermedio de este instinto se incremente el amor entre él y su esposa, lo pierde inútilmente en una pasión egoísta. Es por ello que desde el punto de vista interior se trata de un pecado muy grave ya que pone de manifiesto el egoísmo, el orgullo y la ambición desmedida de la persona, apartándola de su gran objetivo que es conectarse a D´s mediante la fe e incrementando así el amor, la bendición y la vida en el mundo.

Es por ello que quien comete esta trasgresión se ve afectado tanto en este mundo como en el venidero. En este mundo por cuanto que afecta su capacidad de amar a su esposa y alegrarse plenamente junto a ella ya que perdió inútilmente parte de su energía amorosa, la cual le hará falta a la hora de unirse a ella efectivamente. Y por mucho que esta persona se esfuerce, un fino epitelio de egoísmo lo separará de su mujer alterando así la unidad de la pareja. El daño para el mundo venidero radica en que su alma no podrá elevarse y disfrutar del brillo de la Divina Presencia en la medida que podría hacerlo. Si bien desde el punto de vista de los castigos del Guehinom se trata de uno relativamente más leve que el adjudicado por la mayoría de las faltas, desde el punto de vista de la imposibilidad de acercamiento a HaShem la amonestación es grave, pues la parte de su alma afectada se desprende de la vida y no puede elevarse al Jardín del Edén, y no participa de la resurrección de los muertos.

El arrepentimiento común que es útil en el caso de las demás trasgresiones, no sirve a los efectos de acercar el alma al nivel que le corresponde pues el deseo egoísta aleja a la persona de la verdadera vida y así como no puede unirse completamente a su esposa, tampoco podrá disfrutar del esplendor de la Divina Presencia que le corresponde. No es nuestra intención llevar a la persona a la desesperanza sino concientizarla de la necesidad de corregir esta mala conducta mediante un retorno más intenso que el habitual. De esta manera se esforzará en amar a HaShem y apegarse a Su Torá y Sus preceptos, incrementando el amor verdadero para con su esposa y así  devolverse a sí mismo las energías vitales perdidas. Dado que la mano de HaShem está extendida hacia quien se arrepiente, todo aquel que se esmere en retornar plenamente será merecedor de gran satisfacción y alegría (ver Orot Hatshuvá 7:1 y 6; 15:8).

Sin embargo, sabido es lo difícil que resulta superar esta mala inclinación. Según nuestros sabios, la inclinación al mal es la que llevó a Adam a trasgredir, en virtud de lo cual se decretó la mortalidad a la generalidad de la especie humana, ingresando esta inclinación en el corazón del ser humano, al punto que no hay hoy justo sobre la tierra que amén de conducirse con rectitud no pierda algo de semen en vano aunque tan solo sea bajo la forma de polución nocturna. Esto se intensifica particularmente en los años de la mocedad. Si existiese un hombre en el mundo que pudiese guardar toda su pasión para su esposa lograría descubrir en su vida una chispa de la Unicidad Divina, corrigiendo así, por completo, la trasgresión original de Adam y alcanzando la inmortalidad. Empero, el Creador nos dificultó de gran manera la corrección de esta inconducta a los efectos de que tampoco los justos puedan superarla, para que de esa manera se vean también en la necesidad de retornar y se dediquen a reparar el mundo en todos sus aspectos, incluídas todas sus pasiones e inclinaciones. Es por esto que en los días previos al arribo del Mashíaj esta trasgresión se incrementa de sobremanera, ya que entonces el instinto vital se intensifica grandemente tornándose más difícil mantener la santidad en esta cuestión y por ello los justos deben superar todos los obstáculos, levantarse y animarse, tal como está escrito (Mishlei-Proverbios 24:16): «Siete veces caerá el justo y se volverá a levantar». De esta manera habremos de ser dignos de liberarnos de la inclinación al mal y de la mortalidad que esta implica, y la vida se revelará en toda su intensidad hasta la reparación final del mundo en los días de la resurrección de los muertos (Tzidkat Hatzadik 109:111).

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