Pninei Halajá

22. La bendición del pueblo y la heredad de la tierra

El precepto de procrear es muy importante ya que por su intermedio se cumple la bendición Divina sobre el pueblo de Israel y así este hereda la Tierra Prometida. Tal como le fue dicho a nuestro patriarca Abraham (Bereshit-Génesis 13:14-16): «Y HaShem dijo a Abram – después que Lot se hubo separado de él: Alza ahora tus ojos y mira – desde el lugar donde te  hallas – hacia el norte y el sur, hacia el oriente y el occidente. Pues toda la tierra que tú ves a ti te la daré y a tu descendencia hasta la eternidad. Tornaré a tu descendencia como el polvo de la tierra – pues si pudiere el hombre contar el polvo de la tierra – también tu descendencia sería contada». Asimismo, tras la prueba que pasó con su hijo Itzjak – la «Akedá», le fue dicho: «Pues bendecir habré de bendecirte y acrecentar habré de acrecentar a tu descendencia, cual estrellas de los cielos y como la arena de las orillas del mar y poseerá tu descendencia las ciudades de sus adversarios» (Bereshit-Génesis 22:17).

Por su parte, a Itzjak se le dijo: «Acrecentaré tu descendencia cual estrellas de los cielos y daré a tu descendencia todas las comarcas estas – y serán bendecidas por tu descendencia todas las naciones de la tierra» (Bereshit-Génesis 26:4). Así también a nuestro patriarca Yaakov en Beit El, previo a su partida rumbo a Jarán: «La tierra sobre la que tú estás acostado, a ti te la habré de dar y a tu descendencia. Y será tu descendencia cual polvo de la tierra e irrumpirás hacia el occidente y el oriente y hacia el norte y el sur. Y serán bendecidas por tu causa todas las familias de la tierra y por la de tu descendencia» (Bereshit-Génesis 28:13-14).

Asimismo le fue dicho a Yaakov tras regresar de Jarán a la tierra de Israel: «Le dijo Elokim: Yo soy El-Shaddai. Fructifícate y multiplícate; una nación y una comunidad de pueblos habrán de descender de ti y reyes de tus lomos saldrán. Y la tierra que Yo he dado a Abraham y a Itzjak, a ti te la doy y a tu descendencia en pos de ti, habré de dar la tierra» (Bereshit-Génesis 35:11-12).

Por su parte, HaShem le prometió al pueblo de Israel que si habrán de obedecer Sus leyes serán bendecidos plenamente. Una de las bendiciones será: «Mi Providencia estará con vosotros y os haré fructificar y os multiplicaré, y afirmaré Mi Pacto con vosotros» (Vaykrá-Levítico 26:9).

Cuando el pueblo de Israel estuvo a punto de ingresar a la tierra de Israel se presentó la posibilidad de asentarse en la margen oriental del Jordán, lo cual no formaba parte del Plan Divino original. Solamente a raíz del pedido de las tribus de Reuvén, Gad y media tribu de Menashé de asentarse en esas tierras su reclamo fue concedido. Aparentemente cabe preguntarse ¿por qué estas tierras no estaban comprendidas en la intención colonizadora original siendo que son parte de la tierra de Israel? La respuesta radica en que el pueblo de Israel no procreó ni aumentó de número durante los cuarenta años en el desierto, por lo que no había suficientes personas como para hacer posesión plena de la margen oriental del río Jordán, siendo el plan habitar el corazón de la tierra que está en la margen occidental y sólo en un futuro cuando el número de judíos se incremente, heredar el resto.

En este sentido está escrito (Shemot-Éxodo 23:29-31): «No les expulsaré de tu presencia en un solo año, no sea que al quedar desierta la tierra se multipliquen contra ti las fieras del campo. Les expulsaré de tu vista poco a poco, hasta que tú te multipliques y te apoderes de la tierra. Y fijaré tus confines desde el Mar de Suf hasta el mar de los filisteos, y desde el desierto hasta el río, pues entregaré en tus manos a los habitantes del país para que los arrojes de tu presencia«. Otro de los precios que hubo que pagar en ese entonces en virtud del escaso número de judíos que llegaron a la tierra de Israel fue el hecho de que quedaron enemigos habitando en el seno del país, cumpliéndose así la advertencia de la Torá (Bamidbar-Números 33:5): «Pero si no expulsáis delante de vosotros a los habitantes del país, los que dejéis se os convertirán en espinas de vuestros ojos y en aguijones de vuestros costados y os oprimirán en el país en que vais a habitar«.

Es por ello que Moshé, de cara a su fallecimiento, al ordenarle al pueblo de Israel la conquista de la Tierra Prometida los bendijo con fecundidad y abundante progenie, tal como está escrito (Devarim-Deuteronomio 1:7-11): «En marcha, partid y entrad en la montaña de los amorreos, y donde todos sus vecinos de la Aravá, la montaña, la tierra baja, el Neguev y la costa del mar; en la tierra de Canaán y el Líbano, hasta el rio grande, el rio Éufrates… id a tomar posesión de la tierra…vuestro D´s os ha multiplicado y sois ahora tan numerosos como las estrellas del cielo. HaShem el D´s de vuestros padres os aumente mil veces más todavía y os bendiga como os ha prometido»  ya que de esta manera podrán conquistar la totalidad del territorio.

En la práctica, la demora en el cumplimiento del precepto de procrear con el grado adecuado de excelencia fue uno de los factores que incidieron para que pasen trescientos años entre el arribo del pueblo de Israel a su tierra y el establecimiento del reino de David y la construcción del Sagrado Templo de Jerusalém.

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